Queridos
hermanos y hermanas:
En la encíclica
publicada el miércoles pasado, refiriéndome
a la primacía de la caridad en la vida del
cristiano y de la Iglesia, quise recordar
que los testigos privilegiados de esta
primacía son los santos, que han hecho de su
existencia un himno a Dios Amor, con mil
tonalidades diversas. La liturgia nos invita
a celebrarlos cada día del año. Pienso, por
ejemplo, en los que hemos conmemorado estos
días: el apóstol san Pablo, con sus
discípulos Timoteo y Tito, santa Ángela de
Mérici, santo Tomás de Aquino y san Juan
Bosco. Son santos muy diferentes entre sí:
los primeros pertenecen a los comienzos de
la Iglesia, y son misioneros de la primera
evangelización; en la Edad Media, santo
Tomás de Aquino es el modelo del teólogo
católico, que encuentra en Cristo la suprema
síntesis de la verdad y del amor; en el
Renacimiento, santa Ángela de Mérici propone
un camino de santidad también para quien
vive en un ámbito laico; en la época
moderna, don Bosco, inflamado por la caridad
de Jesús buen Pastor, se preocupa de los
niños más necesitados, y se convierte en su
padre y maestro.
En realidad, toda la historia de la Iglesia
es historia de santidad, animada por el
único amor que tiene su fuente en Dios. En
efecto, sólo la caridad sobrenatural, como
la que brota siempre nueva del corazón de
Cristo, puede explicar el prodigioso
florecimiento, a lo largo de los siglos, de
órdenes, institutos religiosos masculinos y
femeninos y de otras formas de vida
consagrada. En la encíclica cité, entre los
santos más conocidos por su caridad, a Juan
de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl,
Luisa de Marillac, José Cottolengo, Luis
Orione y Teresa de Calcuta (cf. n. 40).
Esta muchedumbre de hombres y mujeres, que
el Espíritu Santo ha forjado,
transformándolos en modelos de entrega
evangélica, nos lleva a considerar la
importancia de la vida consagrada como
expresión y escuela de caridad. El concilio
Vaticano II puso de relieve que la imitación
de Cristo en la castidad, en la pobreza y en
la obediencia está totalmente orientada a
alcanzar la caridad perfecta (cf.
Perfectae caritatis,
1).
Precisamente para destacar la importancia y
el valor de la vida consagrada, la Iglesia
celebra el próximo 2 de febrero, fiesta de
la Presentación del Señor en el templo, la
Jornada de la vida consagrada. Por la tarde,
como solía hacer Juan Pablo II, presidiré en
la basílica vaticana la santa misa, a la que
están invitados de modo especial los
consagrados y las consagradas que viven en
Roma. Juntos daremos gracias a Dios por el
don de la vida consagrada, y oraremos para
que siga siendo en el mundo signo elocuente
de su amor misericordioso.
Nos dirigimos ahora a María santísima,
espejo de caridad. Que con su ayuda materna
los cristianos, y en especial los
consagrados, caminen con decisión y gozo por
la senda de la santidad.
* * * * * *
Después del Ángelus
Se celebra hoy la Jornada mundial de los
enfermos de lepra, iniciada hace más de
cincuenta años por Raúl Follereau y
continuada por las asociaciones que se
inspiran en su obra humanitaria. Deseo
dirigir un saludo especial a todos los que
sufren por esta enfermedad, y animo a los
misioneros, a los agentes sanitarios y a los
voluntarios comprometidos en esta frontera
de servicio al hombre. La lepra es síntoma
de un mal más grave y más vasto, que es la
miseria. Por eso, como hicieron mis
predecesores, renuevo el llamamiento a los
responsables de las naciones a fin de que
unan sus esfuerzos para superar los graves
desequilibrios que aún perjudican a gran
parte de la humanidad.
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