Fiesta: 31 de mayo
La Virgen María
(después de la encarnación del Verbo en su seno, visita a su prima
Isabel que esperaba un niño (San Juan Bautista). Isabel reconoce a
la Virgen como "lamadre de mi Señor".
Lucas 1:39-46
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la
región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel.
Y sucedió que, en cuanto oyó
Isabel el saludo de María, saltó
de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de
mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz
de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que
ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte
del Señor!»
Y dijo María: «Engrandece mi alma
al Señor...
La celebración de
la fiesta es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en el
1263. El Papa Urbano VI (reinó del 1378-89), la extendió a toda la
Iglesia, pidiendo el fin del cisma que sufría la Iglesia.
Ver también:
La Visitación
- San Ambrosio,
Donde está María, allí está Cristo
-Juan Pablo II
En el misterio de la
Visitación,
el preludio de la misión del Salvador
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996
En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la
gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y
alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de
su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su
venida al mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia
Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento.
Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la
resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones
materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20),
podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso
vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al
mundo el Salvador.
El texto evangélico refiere, además, que María realice el
viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa"
(Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación
topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en
el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero
que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a
Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento
de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así
también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que
difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es
particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino
misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el
preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su
maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de
quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de
Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso
acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía
familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el
mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y
disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).
San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María
suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa
de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que
el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría
mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo:
'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más
que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita
entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un
verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo
resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia
por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la
razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La
grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que
cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué
honor constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor
venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la
dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo
Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20,
21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús:
"EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena
de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación
pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es
decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita
a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de
cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista
el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel
expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la
voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención
de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de
Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la
Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación
divina.