Oficio de Lectura,
21 de Diciembre
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 48, 12-21; 49, 9b-13
SEGUNDA LECTURA
De la exposición de
San Ambrosio,
Obispo, sobre el Evangelio de San Lucas
(Libro 2, 19. 22-23. 26-27; CCL 14, 39-42)
La visitación de Santa María Virgen
El Ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún
ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y
ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le
place.
Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por
incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo
indicado por el Ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien
cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las
montañas.
Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse
apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña
a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los beneficios de
la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el momento
mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.
Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel
fue la primera en oir la voz, pero Juan fue el primero en experimentar
la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza,
pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la
proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la
mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia,
ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de
este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a
profetizar por inspiración de sus propios hijos.
El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no
fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue
repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y
María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo,
Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se
dice que fuera llena del Espíritu , sino que se afirma únicamente que se
alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera
incomprensible); en efecto, Isabel fue llena del Espíritu después de
concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella
se dice: ¡Dichosa tú que has creído! Pero dichosos también
vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y
engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.
Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en
todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si
corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe,
Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a
condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la
castidad con una pureza intachable.
Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor,
igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha
alegrado en Dios Salvador.
El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar:
Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra
humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque Él queda engrandecido en
nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y, por esto, el alma que obra
justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza
ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda
engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.