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CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo
422. "Pero, al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí "la Buena
Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1, 1): Dios ha visitado a su
pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a
su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda
expectativa: El ha enviado a su "Hijo amado" (Mc 1, 11).
423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de
Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del
rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio
carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio
Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de
Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del
cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (1 Jn 4, 2), porque "la
Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto
su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y
gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).
424 Movidos por la gracia del Espíritu Santo y
atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de
Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre la
roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su
Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3;51, 1;62, 2;83, 3).
"Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo"
(Ef 3, 8)
425 La transmisión de la fe cristiana es ante
todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en el. Desde el
principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a
Cristo: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído" (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los
tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida
se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os
anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos
manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que
también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos
en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos
esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).
En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro de la catequesis encontramos
esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del
Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora,
resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar es ...
descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se
trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las
palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin
de la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El
puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos
partícipes de la vida de la Santísima Trinidad". (ibid.).
427 "En la catequesis lo que se enseña es a
Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en
referencia a El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo
hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo
enseñe por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí
mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía, sino del
que me ha enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6).
428 El que está llamado a "enseñar a Cristo"
debe por tanto, ante todo, buscar esta "ganancia sublime que es el
conocimiento de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas las cosas
... para ganar a Cristo, y ser hallado en él" y "conocerle a él, el
poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta
hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la
resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso de Cristo es
de donde brota el deseo de anunciarlo, de "evangelizar", y de llevar a
otros al "sí" de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir
la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo
el orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los
principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo
2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios de la
vida de Cristo: los de su encarnación (Artículo 3), los de su Pascua
(Artículos 4 y 5), y, por último, los de su glorificación (Artículos 6
y 7).
ARTÍCULO 2
“Y EN JESUCRISTO, SU UNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR”
I Jesús
430 Jesús quiere decir en hebreo: "Dios
salva". En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como
nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y
su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién puede perdonar pecados, sino
sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho
hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús, Dios
recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los
hombres.
431 En la historia de la salvación, Dios no se
ha contentado con librar a Israel de "la casa de servidumbre" (Dt 5,
6) haciéndole salir de Egipto. El lo salva además de su pecado. Puesto
que el pecado es siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo
el es quien puede absolverlo (cf. Sal 51, 12). Por eso es por lo que
Israel tomando cada vez más conciencia de la universalidad del pecado,
ya no podrá buscar la salvación más que en la invocación del Nombre de
Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
432 El nombre de Jesús significa que el Nombre
mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3
Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los
pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf.
Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por
todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf.
Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch
9, 14; St 2, 7).
433 El Nombre de Dios Salvador era invocado una
sola vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los pecados
de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo de los
Santos con la sangre del sacrificio (cf. Lv 16, 15-16; Si 50, 20; Hb
9, 7). El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios (cf. Ex
25, 22; Lv 16, 2; Nm 7, 89; Hb 9, 5). Cuando San Pablo dice de Jesús
que "Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su propia
sangre" (Rm 3, 25) significa que en su humanidad "estaba Dios
reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
434 La Resurrección de Jesús glorifica el
nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en adelante,
el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano
del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Los espíritus
malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; 19, 13-16) y en su nombre
los discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17) porque todo lo
que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede (Jn 15, 16).
435 El Nombre de Jesús está en el corazón de la
plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la
fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum..." ("Por Nuestro Señor
Jesucristo..."). El "Avemaría" culmina en "y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús". La oración del corazón, en uso en oriente, llamada
"oración a Jesús" dice: "Jesucristo, Hijo de Dios, Señor ten piedad de
mí, pecador". Numerosos cristianos mueren, como Santa Juana de Arco,
teniendo en sus labios una única palabra: "Jesús".
II Cristo
436 Cristo viene de la traducción griega
del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". No pasa a ser
nombre propio de Jesús sino porque él cumple perfectamente la misión
divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en
el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que
habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16;
10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv
8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este
debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para
instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El
Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la
vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como
profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza
mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
437 El ángel anunció a los pastores el
nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha
santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc
1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para
"tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en
ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo"
nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt
1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
438 La consagración mesiánica de Jesús
manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa
su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre entendido El
que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha
sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido, es
el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S. Ireneo de
Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada
en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo por Juan
cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder"(Hch 10, 38)
"para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1, 31) como su Mesías.
Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios" (Mc
1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos
que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos
fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a
Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús
aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11,
27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo
comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46),
esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro
que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del
Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su
realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre
"que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez
que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate
por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero
sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la
Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su
resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante
el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que
Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros
habéis crucificado" (Hch 2, 36).
III Hijo único de
Dios
441 Hijo de Dios, en el Antiguo
Testamento, es un título dado a los ángeles (cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6),
al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb 18,
13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes (cf.
2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva que
establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad
particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios" (cf.
1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido
literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así
a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54), quizá no quisieron
decir nada más (cf. Lc 23, 47).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a
Jesús como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este
le responde con solemnidad "no te ha revelado esto ni la carne
ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,
17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el
camino de Damasco: "Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi
madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo
para que le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en
seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el
Hijo de Dios" (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1,
10), el centro de la fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer
lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
443 Si Pedro pudo reconocer el carácter
transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo
dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus
acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?", Jesús ha
respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70; cf. Mt 26, 64; Mc
14, 61). Ya mucho antes, El se designó como el "Hijo" que conoce al
Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es distinto de los "siervos" que
Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36), superior a los
propios ángeles (cf. Mt 24, 36). Distinguió su filiación de la de sus
discípulos, no diciendo jamás "nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7,
21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles "vosotros, pues, orad así:
Padre Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: "Mi Padre y
vuestro Padre" (Jn 20, 17).
444 Los Evangelios narran en dos momentos
solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del
Padre lo designa como su "Hijo amado" (Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se
designa a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 16) y afirma
mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36). Pide la
fe en "el Nombre del Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 18). Esta confesión
cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús
en la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39),
porque solamente en el misterio pascual donde el creyente puede
alcanzar el sentido pleno del título "Hijo de Dios".
445 Después de su Resurrección, su filiación
divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido
Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su
Resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los
apóstoles podrán confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe
del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
IV Señor
446 En la traducción griega de los libros del
Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a
Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios" ["Señor"].
Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para
designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento
utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero
lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo
como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada
este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo
109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero
también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13,
13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la
naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la
muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios,
hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título
expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y
esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.).
Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del
misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con
Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn
20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará
como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de
Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el
principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria
debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13;
Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre
manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y
exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana,
la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia
(cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe
someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder
terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el
"Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que la clave,
el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y
Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el
título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté
con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o
incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran
atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16,
22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
Resumen
452 El nombre de Jesús significa "Dios
salva". El niño nacido de la Virgen María se llama "Jesús" "porque él
salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21); "No hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos"
((...) Hch 4, 12).
453 El nombre de Cristo significa "Ungido",
"Mesías". Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu
Santo y con poder" (Hch 10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19),
el objeto de "la esperanza de Israel"(Hch 28, 20).
454 El nombre de Hijo de Dios significa la
relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo
único del Padre (cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y él mismo es Dios (cf.
Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el
Hijo de Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).
455 El nombre de Señor significa la
soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su
divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del
Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"
Párrafo 1
EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE
I Por
qué el Verbo se hizo carne
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano
respondemos co nfesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra
salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó
de María la Virgen y se hizo hombre".
457 El Verbo se encarnó para salvarnos
reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a
su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó
para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada;
desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos
perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera.
Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz;
estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro;
esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos?
¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta
nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se
encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San
Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros
conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor
que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para
que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dio s al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro
modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de
mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va
al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la
transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es,
en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley
nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).
Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf.
Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos
"partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la
razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del
hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al
recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S.
Ireneo, haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc., 54, 3). "Unigenitus Dei Filius,
suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit,
ut homines deos faceret factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios,
queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra
naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los
hombres") (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
II La Encarnación
461 Volviendo a tomar la frase de San Juan ("El
Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho
de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar
a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por S. Pablo, la
Iglesia canta el misterio de la Encarnación:
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que
tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp 2, 5-8; cf. LH,
cántico de vísperas del sábado).
462 La carta a los Hebreos habla del mismo
misterio:
Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No
quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces
dije: ¡He aquí que vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10,
5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo
de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en
esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo,
venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción
de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la
piedad": "El ha sido manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).
III
Verdadero Dios y verdadero hombre
464 El acontecimiento único y totalmente
singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que
Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el
resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. El se
hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió
defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos
frente a unas herejías que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la
divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo
gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la
verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1 Jn
4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar
frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía, que
Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer
concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el
Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia ['homoousios']
que el Padre" y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios
salió de la nada" (DS 130) y que sería "de una substancia distinta de
la del Padre" (DS 126).
466
La herejía nestoriana veía en Cristo una
persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a
ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico reunido en
Efeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse en su
persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre" (DS
250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina
del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción.
Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a
ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del
Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios
haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de
quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la
persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne"
(DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza
humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por
su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el
cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos
unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor
nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la
humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de
alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la
divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del
Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y
por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen
María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor,
Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún
modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las
propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo
sujeto y en una sola persona (DS 301-302).
468 Después del concilio de Calcedonia, algunos
concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto
personal. Contra éstos, el quinto concilio ecuménico, en
Constantinopla el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más
que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor Jesucristo,
uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la humanidad
de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como a su propio
sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros sino
también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que ha
sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero
Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima Trinidad" (DS 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es
inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro
hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit"
("Permaneció en lo que era y asumió lo que no era"), canta la
liturgia romana (LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S.
León Magno, serm. 21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo
proclama y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal te
has dignado por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de
Dios, y siempre Virgen María, sin mutación te has hecho hombre, y
has sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has
aplastado la muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado
con el Padre y el Santo Espíritu, sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
IV Cómo
es hombre el Hijo de Dios
470 Puesto que en la unión misteriosa de la
Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS
22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos,
la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia
y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha
tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo
pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha
asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la
Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio
modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su
cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la
Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo
el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra este error la
Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional
humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió
está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no
podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones
históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el
Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en
estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en
la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38;
8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ... correspondía a la realidad de su
anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento
verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su
persona (cf. S. Gregorio Magno, ep 10,39: DS 475). "La naturaleza
humana del Hijo de Dios, no por ella m isma sino por su unión con
el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a
Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66 ). Esto sucede ante todo en
lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de
Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1,
18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba
también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos
del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina
en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo
gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había
venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo
que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro
lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela, la Iglesia confesó en
el sexto concilio ecuménico (Cc. de Constantinopla III en el año 681)
que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y
humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho
carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que
ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra
salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana de Cristo "sigue a su
voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo
contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (DS 556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una
verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Cc. de
Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar la faz humana
de Jesús (Ga 3,2). El séptimo Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en
el año 787: DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su
representación en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha
admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su
naturaleza se hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las
particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona
divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los rasgos de su propio
cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada,
pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, "venera
a la persona representada en ella" (Cc. Nicea II: DS 601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su
pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se
ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un
corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús,
traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19,
34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor
con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos
los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).
Resumen
479 En el momento establecido por Dios, el
Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen
substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina
asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón él es el
único Mediador entre Dios y los hombres.
481 Jesucristo posee dos naturalezas, la
divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona
del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero Dios y
verdadero hombre, tien e una inteligencia y una voluntad humanas,
perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad
divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues, el misterio de
la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana
en la única Persona del Verbo.
Párrafo 2
“... CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO,
NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN”
I
Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo ...
484 La anunciación a María inaugura la plenitud
de "los tiempos"(Gal 4, 4), es decir el cumplimiento de las promesas y
de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien
habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). La
respuesta divina a su "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
(Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está siempre
unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo
fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla
por obra divina, él que es "el Señor que da la vida", haciendo que
ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la
suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido
como hombre en el seno de la Virgen María es "Cristo", es decir, el
ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el
principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera
lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los
magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los
discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo
manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch
10, 38).
II ...
nacido de la Virgen María
487 Lo que la fe católica cree acerca de María
se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre
María ilumina a su vez la fe en Cristo.
La predestinación de María
488 "Dios envió a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para
"formarle un cuerpo" (cf. Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una
criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la
Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en
Galilea, a "una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el
consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre
precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó
a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56;
cf. 61).
489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la
misión de María fue preparada por la misión de algunas santas
mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia,
recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf.
Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20).
En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad
avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana,
Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27)
para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1
S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María
"sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de
él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella,
excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la Madre del Salvador, María fue
"dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG
56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como
"llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el
asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que
ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios.
491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha
tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28)
había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma
de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada
inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de
su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS
2803).
492 Esta "resplandeciente santidad del todo
singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de
su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es
"redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su
Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna
otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la creación del
mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef
1, 4).
493 Los Padres de la tradición oriental llaman
a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como
inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo
y hecha una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha
permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra ..."
494 Al anuncio de que ella dará a luz al "Hijo
del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf.
Lc 1, 28-37), María respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5),
segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del
Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su
consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús
y , aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que
ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la
persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con
él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf. LG 56):
Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su
obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el
género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su
predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la
desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la
virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe".
Comparándola con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y
afirman con mayor frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por
María". (LG. 56).
La maternidad divina de María
495 Llamada en los Evangelios "la Madre de
Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo
el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del
nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella
concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho
verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno
del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia
confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios ["Theotokos"]
(cf. DS 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf.
DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno
de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo,
afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue
concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS
503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los
Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente
el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II):
"Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es
verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3),
Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13),
nacido verdaderamente de una virgen, ...Fue verdaderamente clavado
por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ... padeció
verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25;
Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que
sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34):
"Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José
a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello
el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He
aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la
traducción griega de Mt 1, 23).
498 A veces ha desconcertado el silencio del
Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la
concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se
trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin
pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en la
concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o
incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. S.
Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha
tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las
ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más
que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (DS
3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su
Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio
de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de
María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios
resonantes que se realizaron en el silencio de Dios" (Eph. 19, 1;cf. 1
Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La profundización de la fe en la maternidad
virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y
perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios
hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el
nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad
virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a
María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG 52).
500 A esto se objeta a veces que la Escritura
menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1
Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como
no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y
José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María
discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera
significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes
próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento
(cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la
maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27; Ap 12,
17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz al
Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom 8,29),
es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con
amor de madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio de
Dios
502 La mirada de la fe, unida al conjunto de la
Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios,
en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen.
Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora
de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los
hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la
iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como
Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha
tomado no le ha alejado jamás de su Padre ...; consubstancial con su
Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestras
humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Cc.
Friul en el año 796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu
Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán
(cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre,
salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15,
47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del
Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34).
De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18),
"hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su
concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de
adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1, 34;cf.
Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni
de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13). La
acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre
por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con
relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la
maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es
el signo de su fe "no adulterada por duda alguna" (LG 63) y de su
entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la
que le hace llegar a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria
percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi" ("Más
bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir
en su seno la carne de Cristo" (S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque
ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. LG
63): "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida
con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una
vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y
nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la
fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
Resumen
508 De la descendencia de Eva, Dios eligió a
la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, "llena de gracia",
es "el fruto excelente de la redención" (SC 103); desde el primer
instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del
pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo
de toda su vida.
509 María es verdaderamente "Madre de Dios"
porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios
mismo.
510 María "fue Virgen al concebir a su Hijo,
Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto,
Virgen siempre" (S. Agustín, serm. 186, 1): Ella, con todo su ser, es
"la esclava del Señor" (Lc 1, 38).
511 La Virgen María "colaboró por su fe y
obediencia libres a la salvación de los hombres" (LG 56). Ella
pronunció su "fiat" "loco totius humanae naturae" ("ocupando el lugar
de toda la naturaleza humana") (Santo Tomás, s.th. 3, 30, 1 ): Por su
obediencia, Ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
512 Respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de
la Fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción
y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura,
descenso a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada
explícitamente de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús,
pero los artículos de la fe referente a la Encarnación y a la Pascua
de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo. "Todo lo que
Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que ... fue
llevado al cielo" (Hch 1, 1-2) hay que verlo a la luz de los misterios
de Navidad y de Pascua.
513 La Catequesis, según las circunstancias,
debe presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús. Aquí basta
indicar algunos elementos comunes a todos los Misteri os de la vida de
Cristo (I), para esbozar a continuación los principales misterios de
la vida oculta (II) y pública (III) de Jesús.
I
Toda la vida de Cristo es misterio
514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que
interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada
se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida
pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los
Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).
515 Los Evangelios fueron escritos por hombres
que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1,
1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por
la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su
Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su
natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el
sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es
signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus
palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el
"sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de
la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida
terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su
misión redentora.
Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
516 Toda la vida de Cristo es Revelación
del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos,
su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve
al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle"
(Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad
del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1 Jn
4,9) con los menores rasgos de sus misterios.
517 Toda la vida de Cristo es Misterio de
Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la
cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este misterio
está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque
haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su
vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf.
Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en
sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras
flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4);
en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
518 Toda la vida de Cristo es Misterio de
Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como
finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí
mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia
historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en
Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en
Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la
razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida
humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibid.
3,18,7; cf. 2, 22, 4).
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519 Toda la riqueza de Cristo "es para todo
hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su
vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación
"por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte
"por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra
justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del
Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro
favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una
vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de
Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se muestra como
nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto"
(GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su
anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con
su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a
aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos
vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS
22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos
hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su
carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados
y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y
lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo
de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y
continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las
gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere
obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere
cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.).
II Los misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús
Los preparativos
522 La venida del Hijo de Dios a la tierra es
un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante
siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la "Primera
Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta
venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además,
despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de
esta venida.
523 San Juan Bautista es el precursor (cf.
Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf.
Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los
profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e
inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su
madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría
en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo
a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da
testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y
finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia de
Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías:
participando en la larga preparación de la primera venida del
Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf.
Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la
Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo
disminuya" (Jn 3, 30).
El Misterio de Navidad
525 Jesús nació en la humildad de un establo,
de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los
primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la
gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la
gloria de esta noche:
La Virgen da hoy a luz al Eterno
Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban
Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros,
Niño pequeño, ¡Dios eterno!
(Kontakion, de Romanos el Melódico)
526 "Hacerse niño" con relación a Dios es la
condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es
necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es
necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para
"hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza
en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad
es el Misterio de este "admirable intercambio":
O admirabile commercium! El Creador del género
humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre
sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de
la octava de Navidad).
Los Misterios de la Infancia de Jesús
527 La Circuncisión de Jesús, al octavo
día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es señal de su inserción en la
descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su
sometimiento a la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su consagración al culto de
Israel en el que participará durante toda su vida. Este signo
prefigura "la circuncisión en Cristo" que es el Bautismo (Col 2,
11-13).
528 La Epifanía es la manifestación de
Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el
bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cf. LH Antífona
del Magnificat de las segundas vísperas de Epifanía), la Epifanía
celebra la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt
2, 1) En estos "magos", representantes de religiones paganas de
pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que
acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada
de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los Judíos" (Mt
2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella
de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones
(cf. Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden
descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo
sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos
su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento
(cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la multitud de los
gentiles entra en la familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm.23
) y adquiere la "israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26:
oración después de la tercera lectura).
529 La Presentación de Jesús en el Templo
(cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor
(cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es
la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición
bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como
el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel",
pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha a
María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará
la salvación que Dios ha preparado "ante todos los pueblos".
530 La Huida a Egipto y la matanza de
los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las
tinieblas a la luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron"(Jn
1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución.
Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf.
Mt 2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el
liberador definitivo.
Los misterios de la vida oculta de Jesús
531 Jesús compartió, durante la mayor parte de
su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida
cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida
religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la
comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba
"sometido" a sus padres y que "progresaba en sabiduría, en estatura y
en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52).
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre
legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen
temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión
cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión
del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc 22, 42). La
obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada ya
la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había
destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La vida oculta de Nazaret permite a todos
entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de
la vida humana:
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender
la vida de Jesús: la escuela del Evangelio ...Una lección de
silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del
silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable ...
Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que
es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza,
su carácter sagrado e inviolable ... Una lección de trabajo.
Nazaret, oh casa del "Hijo del Carpintero", aquí es donde querríamos
comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano
...; cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores
del mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino
(Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).
534 El hallazgo de Jesús en el Templo (cf.
Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los
Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en
ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su
filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?"
María y José "no comprendieron" esta palabra, pero la acogieron en la
fe, y María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón",
a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el
silencio de una vida ordinaria.
III Los
misterios de la vida pública de Jesús
El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida
pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf. Hch 1, 22).
Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados (cf.
Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt
21, 32) viene a hacerse bautizar por él. "Entonces aparece Jesús". El
Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el
Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del
cielo proclama que él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la
manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de
Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la
aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja
contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo"
de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir
toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la
voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la
remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación
responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf.
Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su
concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1, 32-33; cf. Is 11, 2). De
él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se
abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y
las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu
como preludio de la nueva creación.
537 Por el bautismo, el cristiano se asimila
sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su
resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y
de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él,
renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo
amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para
resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él;
ascendamos con él para ser glorificados con él (S. Gregorio Nacianc.
Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que
después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros
desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre,
llegamos a ser hijos de Dios. (S. Hilario, Mat 2).
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios hablan de un tiempo de
soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo
por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece
allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los
ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás
le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial
hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las
tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el
diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido
salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán
que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación.
Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los
que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el
desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios
totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor
del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que
se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto
sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema
obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera
que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le
propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren
atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor
nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos
los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de
Jesús en el desierto.
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a
Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido
y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc
1, 15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró
en la tierra el Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad
del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida
divina" (LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo,
Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el
germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión
de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por
su palabra, por sus señales que manifiestan el reino de Dios, por el
envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su
Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y
su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados
todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a
entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf.
Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los
hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19).
Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de
Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el
campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo
han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y
crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los
pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde.
Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4,
18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el
Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre
se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y
prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz
comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt
21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58).
Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor
activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25,
31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al
banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores"
(Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual
no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con
hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15,
11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el
sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26,
28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través
de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4,
33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22,
1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino,
es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan,
hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo
para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt
25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el
Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los
Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están
"fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf.
Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos
"milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el
Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías
anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús
testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan
a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que
acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los
milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre:
éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero
también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden
satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48);
incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males
terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8),
de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos
signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males
aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los
hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36),
que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas
sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota
del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios
expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de
Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los
hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la
gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).
Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de
Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la
Cruz", himno "Vexilla Regis").
"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo de su vida pública Jesús
eligió unos hombres en número de doce para estar con él y participar
en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y
los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos
permanecen para siempre permanecen asociados al Reino de Cristo porque
por medio de ellos dirige su Iglesia:
Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros,
como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa
en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus
de Israel (Lc 22, 29-30).
552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa
el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús le
confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre , Pedro
había confesado: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces
Nuestro Señor le declaró: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella" (Mt 16, 18). Cristo, "Piedra viva" (1 P 2, 4), asegura a su
Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria sobre los poderes de la
muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca
inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe
ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (cf.
Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad
específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que
ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). El poder de las
llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la
Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo
después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El
poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los
pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia
por el ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente
por el de Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves
del Reino.
Una visión anticipada del Reino: La
Transfiguración.
554 A partir del día en que Pedro confesó que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a
mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir ... y
ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro
rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron
mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio
misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1,
16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro,
Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron
fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de
su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una
nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi
Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria
divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que
para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz
en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la
Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del
Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por
excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42,
1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota Trinitas
apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara"
("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre,
el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la
medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado Tu
Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado
comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que
Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia bizantina,
Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa el
Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de
Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración":
nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda
regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. 3, 45,
4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del
Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de
Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la
gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos
recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir
con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh
Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice:
Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para
ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para
hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino
desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la
sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6).
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo los días de su
asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51;
cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén
dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su
Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al
dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de
Jerusalén" (Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas
que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo,
persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus
pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a
la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo
de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de
paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías?
Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn
6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada
mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21,
1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación
("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues
bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado
en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su
Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad
que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos
de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y
los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron
a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que
viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la
Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al
memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén
manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo
mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su
celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la
Semana Santa.
Resumen
561 "La vida entera de Cristo fue una
continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración,
su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la
aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo,
su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de
la revelación" (CT 9).
562 Los discípulos de Cristo deben
asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cf. Ga 4,
19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él
estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él
(LG 7).
563 Pastor o mago, nadie puede alcanzar a
Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y
adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño.
564 Por su sumisión a María y a José, así
como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos
da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la familia y del
trabajo.
565 Desde el comienzo de su vida pública, en
su bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra
redentora que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión.
566 La tentación en el desierto muestra a
Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total
adhesión al designio de salvación querido por el Padre.
567 El Reino de los cielos ha sido
inaugurado en la tierra por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en
las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). La
Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son
confiadas a Pedro.
568 La Transfiguración de Cristo tiene por
finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la
Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario.
Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e
irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf.
S. León Magno, serm. 51, 3).
569 Jesús ha subido voluntariamente a
Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a
causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3).
570 La entrada de Jesús en Jerusalén
manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su
ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo
por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTOY SEPULTADO”
571 El Misterio pascual de la Cruz y de la
Resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los
Apóstole s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al
mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por
todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.
572 La Iglesia permanece fiel a "la
interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto
antes como después de su Pascua: "¿No era necesario que Cristo
padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24, 26-27, 44-45). Los
padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el
hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes
y los escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para
burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt 20, 19).
573 Por lo tanto, la fe puede escrutar las
circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas
fielmente por los Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras
fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la
Redención.
Párrafo 1
JESÚS E ISRAEL
574 Desde los comienzos del ministerio público
de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y
escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc 3, 6). Por
algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12, 24; perdón de
los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. 3, 1-6;
interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc
7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf.
Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de
posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de
blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (cf. Jn
7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de
muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).
575 Muchas de las obras y de las palabras de
Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las
autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio
de S. Juan denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18;
5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la
generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus
relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos
fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13,
31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come
varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma
doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la
resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas
de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de
dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor
a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en Israel, Jesús
parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de
sus preceptos escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la
tradición oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén
como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún
hombre puede compartir.
I Jesús y la Ley
577 Al comienzo del Sermón de la montaña, Jesús
hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el
Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la
Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo
aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un
ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que
quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los
hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que
los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos"
(Mt 5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el
más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley
cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus
propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf.
Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido
cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus
preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada
fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios
por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo
y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en
un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5,
3).
579 Este principio de integridad en la
observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su
espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel,
muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo
religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en
una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más
que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será
la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos
los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía
ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la
persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada
en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del
Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha
convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley
hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la
que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la
Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las
transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los Judíos y sus
jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24,
34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación
rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7,
22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los
doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su
interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene
autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de
Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la
que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf.
Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona
aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído
también que se dijo a los antepasados ... pero yo os digo" (Mt 5,
33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas
"tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra
de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley
sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana
judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio
de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre
no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos-
... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones
malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la
interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos
doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar
garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5,
36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al
problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos
rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no
se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al
prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
II Jesús y el Templo
583 Como los profetas anteriores a él, Jesús
profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado
en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2,
22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para
recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc
2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos
con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo
jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes
fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10,
22-23).
584 Jesús subió al Templo como al lugar
privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa
de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio
exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a
los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no
hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se
acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará'
(Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles
mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1;
5, 20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de
su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará
piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un anuncio de una señal
de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua (cf. Mt
24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos
testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14,
57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la
cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf.
Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su
enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo
asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner
como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se
identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de
Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte
corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que
señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la
salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén
adoraréis al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap
21, 22).
III
Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador
587 Si la Ley y el Templo pudieron ser ocasión
de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las autoridades
religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de
los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra
de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118,
22).
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo
con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente
como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de
los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9;
cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a
conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos
todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una
realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener
necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9,
40-41).
589 Jesús escandalizó sobre todo porque
identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la
actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6).
Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los
pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc
15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando
Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como
ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados
sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús
blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn
5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela
el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la identidad divina de la persona de
Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que
no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30); lo mismo cuando dice que
él es "más que Jonás ... más que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el
Templo" (Mt 12, 6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al
Mesías su Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese
Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola
cosa" (Jn 10, 30).
591 Jesús pidió a las autoridades religiosas de
Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el
realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una
misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (Jn
3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de
conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf.
Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio del sanhedrín al
estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26,
64-66). Sus miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23,
34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11, 25) de
la "incredulidad" (Rm 11, 20).
Resumen
592 Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino
que la perfeccionó (cf. Mt 5, 17-19) de tal modo (cf. Jn 8, 46) que
reveló su hondo sentido (cf. Mt 5, 33) y satisfizo por las
transgresiones contra ella (cf. Hb 9, 15).
593 Jesús veneró el Templo subiendo a él en
peregrinación en las fiestas judías y amó con gran celo esa morada de
Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio. Anunciando la
destrucción del templo anuncia su propia muerte y la entrada en una
nueva edad de la historia de la salvación, donde su cuerpo será el
Templo definitivo.
594 Jesús realizó obras como el perdón de
los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5, 16-18).
Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1,
14) veían en él a "un hombre que se hace Dios" (Jn 10, 33), y lo
juzgaron como un blasfemo.
Continuación