Oficio de lectura, III
Domingo de Pascua
De la primera
apología de san Justino,
mártir, en defensa de los cristianos
Cap.
66-67
A nadie es lícito participar de la Eucaristía si
no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha
purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la
regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estos alimentos como si fueran
un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo,
nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne
y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos
aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de
gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y
transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne
y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarno.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados,
llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando
Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo:
Haced esto en conmemoración mía.
Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en
sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo:
Esta es mi sangre,
dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos
siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos
en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre
que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por
medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día llamado del sol se reúnen todos en un
lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el
campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y
los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.
Luego, cuando el lector termina, el que preside se
encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de
cosas tan admirables.
Después nos levantamos todos a la vez y recitamos
preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las
plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con
todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde
«Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha
pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se
encargan de llevárselo a los ausentes.
Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada
uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se
deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo
entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra
causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que
se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se
encarga de todos los necesitados.
Y nos reunimos todos el día del sol, primero
porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios
empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es
el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los
muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno,
y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver
de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos
expuesto a vuestra consideración.