Oficio de Lectura, 3 de
Octubre,
San Jerónimo,
presbítero
y doctor de la Iglesia
Ignorar las Escrituras es ignorar
a Cristo
Del prólogo al comentario de san Jerónimo
sobre el libro del profeta Isaías
Nums. 1.2
Cumplo con mi deber, obedeciendo los
preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras,
y también: Buscad, y encontraréis, para que no
tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy
equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el
poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo,
Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que
no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su
sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo.
Por esto, quiero imitar al padre de
familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a
la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He
guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y,
así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo
al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en
efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas,
dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que
anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le
habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré?
¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde:
Aquí estoy, mándame.
Nadie piense que yo quiero resumir en
pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca
todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al
Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y
signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará
del país de los muertos, y será el Salvador de todos los
hombres.
¿Para qué voy a hablar de física, de
ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas
las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de
pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El
mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su
carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os
volverá –dice– como el texto
de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer,
diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo,
porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer,
diciéndole: «Por favor, lee esto». Y el responde: «No sé
leer».
Y, si a alguno le parece débil esta
argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los
profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su
opinión. Pero en caso que otro, mientras está sentado,
recibiera una revelación, que se calle el de antes.
¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para
callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de
ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que
decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de
sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los
profetas no era el sonido de una voz material, sino que era
Dios quien hablaba en su interior como dice uno de ellos:
El ángel que hablaba en mí, y también: Que
clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y
asimismo: Voy a escuchar lo que
dice el Señor.
Oración
Oh Dios, tú que concediste a san Jerónimo
una estima tierna y viva por la sagrada Escritura, haz que
tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y
encuentre en ella la fuente de la verdadera vida. Por
nuestro Señor Jesucristo.