El nombre de Jesús, luz de los
predicadores
De los sermones de san Bernardino de
Siena
Sermón 49
El nombre de Jesús es la luz de los predicadores,
pues es su resplandor el que hace anunciar y oír su palabra. ¿Por
qué crees que se extendió tan rápidamente y con tanta fuerza la fe
por el mundo entero, sino por la predicación del nombre de Jesús?
¿No ha sido por esta luz y por el gusto de este nombre como
nos llamó
Dios
a su luz maravillosa?
Iluminados todos y viendo ya la luz en esta luz, puede decirnos el
Apóstol:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad
como hijos de la luz.
Es preciso predicar este nombre para que
resplandezca y no quede oculto. Pero no debe ser predicado con el
corazón impuro o la boca manchada, sino que hay que guardarlo y
exponerlo en un vaso elegido.
Por esto dice el Señor, refiriéndose al Apóstol:
Ese hombre es un vaso elegido por mi para dar a conocer mi nombre a
pueblos, reyes, y a los israelitas. Un vaso –dice– elegido por mi,
como aquellos vasos elegidos en que se expone a la venta una bebida
de agradable sabor, que el brillo y esplendor del recipiente invite
a beber de ella; para dar a conocer –dice– mi nombre.
Pues igual que con el fuego se limpian los campos,
se consumen los hierbajos, las zarzas y las espinas inútiles, e
igual también que cuando sale el sol y, disipadas las tinieblas,
huyen los ladrones, los atracadores y los que andan errantes por la
noche, así también cuando hablaba Pablo a la gente era como el
fragor de un trueno, o como un incendio crepitante, o como el sol
que de pronto brilla con más claridad, y consumía la incredulidad,
lucía la verdad y desaparecía el error como la cera que se derrite
en el fuego.
Pablo hablaba del nombre de Jesús en sus cartas,
en sus milagros y ejemplos.
Alababa y bendecía el
nombre
de Jesús.
El Apóstol llevaba este nombre, como una luz, a
pueblos, reyes y a los israelitas, y con él iluminaba las naciones,
proclamando por doquier aquellas palabras: La noche está avanzada,
el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y
pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno
día, con dignidad. Mostraba a todos la lámpara que arde y que
ilumina sobre el candelero, anunciando en todo lugar a Jesús, y éste
crucificado.
Por eso la Iglesia, esposa de Cristo, basándose en
su testimonio, salta de júbilo con el Profeta, diciendo:
Dios mío, me instruiste desde mi
juventud, y hasta hoy relato tus maravillas,
es decir,
siempre. El Profeta le honra igualmente en este sentido:
Cantad al Señor, bendecid su
nombre, proclamad día tras día su salvación,
es decir,
Jesús, el Salvador que él ha enviado.
Oración
Señor Dios, que infundiste en el corazón de san
Bernardino de Siena un amor admirable al nombre de Jesús,
concédenos, por su intercesión y sus méritos, vivir siempre
impulsados por el espíritu de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.