Oficio de lectura,
23 de Julio,
Santa Brígida,
Religiosa
Nació en Suecia el año 1303; se casó muy joven
y tuvo ocho hijos, a los que dio una esmerada educación. Ingresó
en la tercera Orden de san Francisco y, al morir su marido,
comenzó una vida de mayor ascetismo, sin dejar de vivir en el
mundo. Fundó una Orden religiosa y se trasladó a Roma, donde fue
para todos un ejemplo insigne de virtud. Emprendió varias
peregrinaciones como acto de penitencia, y escribió muchas obras
en las que narra sus experiencias místicas. Murió en Roma el año
1373.
Elevación de la mente a
Cristo salvador
De las oraciones
atribuidas a santa Brígida
Oración 2: Revelationum S
Birgittae libri 2, Roma 1628
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que
anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena,
consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo
glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial
de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas
manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el
temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente
sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a
término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien
clara tu caridad para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que
fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos,
permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado
por él.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las
burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y
coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia
inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan
los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu
mejilla y tu cuello.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te
dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que
permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto
de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero
inocente.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo
tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de
cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste
llevado inhumanamente al lugar del suplicio despojado de tus
vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo,
que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu
dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve
falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que
cuidara de ella con toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo,
que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecador la
esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria
del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por
todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las
mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque
los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban
intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente
tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el
espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a
Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de
muerte.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con
tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y,
por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida
eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por
nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran
atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él
brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque
quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus
amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, que
ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro,
permitiendo que unos soldados montaran guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo,
que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos
y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los
siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu
reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo
corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de
la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a
juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que
vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos
de los siglos. Amén.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has manifestado a
santa Brígida secretos celestiales mientras meditaba la pasión
de tu Hijo, concédenos a nosotros, tus siervos, gozarnos siempre
en la manifestación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.