2.- Imitación.
Para Montfort, cuando dependernos de María, imitamos a Dios, a
la Trinidad, porque las tres Personas dependen de María. (VD
139-140 + 14 a 39).
-
El Padre no dio a su Hijo sino por medio de María. - El Padre
no nos hizo hijos adoptivos sino por ella.
-
Ni comunica sus gracias sino por ella. - Dios Hijo se hizo
hombre para todos por ella.
-
Se forma y nace cada día en las almas por ella. -
Comunica sus méritos y virtudes por ella.
-
El Espíritu Santo no formó a Jesucristo sino por María. - No
forma a los miembros de su Cuerpo místico
sino por María.
-
No reparte sus dones y virtudes sino por
María.
“Como hijos amadísimos de Dios, esforzaos por imitarlo.
Seguid el camino del amor a ejemplo de Cristo". (Ef 5, 1-2)
Entre estas dependencias está
claro que imitamos, sobre todo, la dependencia del Hijo porque
se trata para nosotros de llegar a ser Hijos del Padre y de
María como Jesús.
Todo el mundo conoce el libro de "la Imitación de Cristo", pero
antes de imitar a Jesús en su vida pública, tenemos que imitarle
al principio de su vida encarnada cuando se anonadó en el seno
de María. Debemos también imitar este anonadamiento, esta
dependencia.
No olvidemos que San Luis María se atreve a decir que la
dependencia de María que Jesús aceptó vivir, continúa hoy.
"La gracia perfecciona la naturaleza y la gloria
perfecciona a la gracia" (VD 27). Es cierto, por tanto, que
nuestro Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue
en la tierra, y por consiguiente, conserva para con Ella la
sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para la mejor
de todas las madres.
Está
claro que dependemos sólo de Dios a nivel de la creación, pero a
nivel del amor y a nivel de la Encarnación dependemos con Dios
de María porque continúa la experiencia de Jesús que ha aceptado
ser hijo de María en su humanidad. “Se ha sometido en todo a
la Sma. Virgen" (VD 139)
A nivel del Amor,
Dios acepta depender de nosotros, en este sentido, porque Dios
es Amor, es sensible a la fe, a la confianza de los
hombres. Fue atraído por la fe de María (ASE 107). Es
también atraído a nuestro mundo por nuestra fe. Pero en este
caso no dependemos con Dios de María, sino que es Dios el que
depende de nosotros como ha aceptado depender de María.
3.-Humildad.
En un sentido podemos distinguir dos humildades: la humildad de
Dios y la humildad del hombre. Por nuestra Consagración,
practicamos las dos.
La humildad de Dios.
San Luis María, nunca utiliza la expresión "Humildad de Dios"
porque la gente de su tiempo no lo hubiera entendido, pero se
refiere a esa realidad:
“Este
buen Maestro no se desdeñó en encarnarse en el seno de la Sma.
Virgen como prisionero y esclavo de amor, ni de vivir sometido y
obediente a Ella durante treinta años"
(VD 139)
Ante esto se pierde la razón humana si reflexiona seriamente en
la conducta de la Sabiduría encarnada.
Podernos hablar de la humildad de Dios siguiendo a San Pablo
que invita a los filipenses, a vivir en humildad, considerando
cada cual a los demás como superiores a sí mismo. Y para que
lleguemos a ser humildes nos da el ejemplo de Cristo.
"El cual, siendo de condición divina no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios,
sino que se despojó de sí mismo (anonadó) tomando la condición
de siervo,
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte
como hombre
se humilló a si mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”
(Fil 2, 7-8)
Como
vemos, la humildad no comienza con la cruz sino con la concepción de
Jesús con la dependencia total de María.
En el
libro del Padre Varillon, "La humildad de Dios", se nos invita a
contemplar esta humildad de Dios, sobre todo en la experiencia de la
cruz que comienza con la aceptación de la condición humana.
Nuestra humildad.
En la cuarta verdad fundamental sobre la que se establece la
Consagración a Jesús por María, San Luis María nos dice que
necesitamos un mediador cerca del Mediador.
Claro que lo sabemos muy bien que Jesucristo es el único mediador
entre Dios y los hombres: "Único es Dios, único es también el
mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1 Tim 215)1 Pero
como dice el Vaticano II: "La única mediación del Redentor, no
excluye sino que suscita en las criaturas diversa
cooperación participada de la única fuente" (LG 62).
Si
hablamos de María como mediadora, entendemos esta mediación de tal
manera que no añade nada a la única mediación que es Jesucristo" (LG
62). Lo que podemos decir también es que no se trata de la misma
mediación.
La
mediación de Cristo es una mediación al Padre, mediación de
Redención. La mediación de María es una mediación hacia el Hijo
encarnado, mediación de intercesión.
Si
necesitarnos a María para ser nuestra medianera es:
a)
A
causa de Dios:
que él mismo quiso que tuviéramos mediadores ante Él (VD 16, 142).
"Viendo Dios que somos indignos de recibir sus gracias
inmediatamente de su mano -dice San Bernardo- se las da a María,
para que por ella recibamos cuanto nos quiera dar. Añadamos que Dios
cifra su gloria en recibir de manos de María, el tributo de
gratitud, respeto y amor que le debemos por sus beneficios" (VD
142)
b)
A
causa de nosotros.
Esta práctica contribuye además, a hacer un ejercicio de profunda
humildad, visto que Dios la prefiere a todas las otras. “Quien se
ensalza, rebaja a Dios. Quien se humilla lo glorifica.
Dios se enfrenta a los arrogantes, pero concede su gracia a los
humildes".
En el Evangelio podemos notar que cada vez que alguien no se sintió
digno de acercarse a Jesús, Jesús lo aprobó, lo felicitó. Pedro, al
final de la pesca milagrosa dice a Jesús: "Apártate de mí, Señor,
porque soy un pecador". El Centurión no se sintió digno de ir a
Jesús por sí mismo, ni de que Jesús viniera a su casa,
La humildad en nuestro mundo moderno. "Si te
humillas creyéndote indigno de presentarte y acercarte a Él, Dios se
abaja y desciende para venir a ti" (VD 143). La humildad es la
virtud con la que María ha atraído a Dios hacia Ella. "Mi espíritu
se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha puesto los ojos en
la humildad de su esclava".
En nuestra consagración a Jesús por María, se puede decir que hay
dos renuncias: renunciamos a vivir por nosotros, para vivir por
Jesús. Renunciamos a unimos a Jesús por nosotros mismos.
San Luis María tenía
dos lemas: "Dios solo" y "A Jesús por María". Los dos
parecen oponerse el uno al otro porque si se trata de "Dios solo",
no se puede tratar de María. Pero sabemos muy bien que María está
totalmente vacía de sí misma y llena de Dios, y por lo tanto no
impide a Dios estar "Dios solo" en ella. (SM 20)
La segunda divisa es
siempre verdadera pero, a medida que profundizamos el mensaje
espiritual de San Luis María, nos damos cuenta de que no se trata
tanto de ir a Jesús por María como de acoger a Jesús que viene a
nosotros por María. Para entender este aspecto de la Consagración
tenemos que acordarnos de dos cosas:
No somos nosotros
los que hemos amado a Dios, sino que Él nos amó primero, es decir
que cuando amamos a Dios e incluso cuando amamos a nuestro prójimo,
nuestro amor no es más que una respuesta a un amor que nos ha
precedido. No se trata tanto de amar como de responder a un amor,
de acoger un amor.
Por lo que se refiere a la
Encarnación es lo mismo. No somos nosotros los que hemos ido a
Dios sino que es Dios el que ha venido a nosotros. Pero ¿Cómo ha
venido a nosotros? “–Por medio de la Stma. Virgen María vino
Jesucristo al mundo y por medio de ella deberá también reinar en el
mundo” (VD 1)
San Luis María
expresa esta verdad de tres maneras :
1ª)
Tenemos que acoger a Jesús que viene a nosotros por María (VD 1, 15,
13, 22, 49, 50) No tenemos que movernos del lugar donde estamos: un
poco como Santa Teresita del Niño Jesús, sino que nos quedaremos
debajo de la escalera, sobre el suelo, y es el amor de una madre que
desciende a tomarnos en brazos para subir la escalera.
2ª) El camino de vuelta tiene que ser el mismo que el camino
de ida. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor
para venir a nosotros y para ir a Dios. Es también el medio del
cual debemos servimos para ir a Él (VD 75, 85, 152, 155, 157, 161,
SM 23).
3ª) La Stma. Virgen es el medio perfecto escogido por
Jesucristo para unirse a nosotros y a nosotros con Él. Es decir que
desde el momento en que el Señor se ha unido a nosotros, nosotros
también estamos unidos a Jesús. Nuestra Consagración consiste en
decir "Sí" a la unión de Jesús con nosotros en el seno de
María.
Pero volvamos a la primera
manera con la que el Santo expresa, esta verdad. La vida cristiana
consiste en acoger a Jesús, Sabiduría que viene a nosotros.
Pero, ¿cómo acoger a Jesús que viene? “Si llegamos a recibir un
don tan sublime como el de la Sabiduría ¿Donde lo colocaremos?”
(ASE 209 – 211).
Quizá se nos responda que
la Sabiduría sólo busca nuestro corazón y que basta ofrecérselo y
colocarlo en Él ¿Ignoras, quizás, que nuestro corazón está manchado
e impuro, es carnal y esta lleno de múltiples pasiones y por tanto
es indigno de hospedar a tan santo y noble huésped?
¿Qué hacer pues para
que nuestro corazón sea digno de la Sabiduría? Aquí está el gran
consejo, el secreto admirable. Introduzcamos -por decirlo de
alguna manera- a María en nuestra casa, consagrándonos a Ella como
servidores y esclavos suyos. Desprendámonos en sus manos y en honor
suyo, de todo cuanto más amamos, sin reservarnos nada. “Y esta
bondadosa Señora, que jamás se dejó vencer en generosidad, se dará a
nosotros de manera incomprensible, pero real. Entonces, la Sabiduría
eterna vendrá a morar en Ella como en su trono más glorioso"
(ASE 209-211)
Esta acogida de la
Sabiduría por María es parte de un conjunto (al final del libro ASE)
en el que San Luis María establece que María es necesaria para
obtener, acoger, conservar (ella atrae a la divina Sabiduría por su
fe: es el imán sagrado que atrae tan fuertemente a la Sabiduría que
ésta no se puede resistir).
El
Padre Molinié, es un autor espiritual que piensa que San Juan de la
Cruz -por decirlo de algún modo- necesita ser corregido por Santa
Teresita de Lisieux y San Luis María, santos que descubrieron un
camino nuevo, una vía fácil, corta, perfecta y segura para unirnos
con Jesús.
El
ascensor divino de Santa Teresita, corresponde al modelo del que
habla San Luis María en el Tratado (VD 219-220 y en SM 16-18). El
ascensor (que son los brazos de Jesús) se opone a la escalera, como
el molde se opone a una estatua. No se trata de hacer muchos
esfuerzos, de trabajar mucho. No se trata de esforzarse sino de
dejarse en sus brazos.
Lo
curioso es que San Luis María tiene la reputación de complacerse en
la Cruz, especialmente en "la Carta a los Amigos de la Cruz". Pero
es él mismo que insiste sobre la necesidad de encontrar un camino
fácil, dulce, corto y seguro para unimos a Cristo.
Porque es un camino
que nos permite encontrar a Dios en una criatura humana, al nivel de
nuestra naturaleza.
Es un viejo sueño. Los
psicólogos, los psiquiatras, los mitólogos y también todos los
artistas y los poetas nos dicen que hay un viejo sueño que
duerme en el corazón de la humanidad: el sueño de encontrar a
Dios en una criatura humana. Todos nosotros, especialmente en la
experiencia del corazón humano, pero también en toda experiencia de
relación humana, soñamos no tener que dejar a las criaturas para
encontrar a Dios. De unirnos a Dios uniéndonos a una criatura
humana.
Este
sueño parece oponerse a la necesidad que expresa San Juan de la Cruz
de dejar a toda criatura para encontrar a Dios, pero en María se
realiza de manera excepcional el cumplimiento de ese deseo.
5.
MATERNIDAD
Abandonarse para renacer:
Si
San Luís Mª nos pide pasar por María para unirnos a Jesús, es que en
realidad, no se trata solamente de unirnos a Él, sino también de
compartir su misma vida hasta “ser otros Cristos”, como decía
San Agustín (Juan Pablo II: “El esplendor de la Verdad” nº
8b, 19c). Más Cristo es Hijo del Padre y de María en su humanidad.
Se trata pues, para nosotros los bautizados, de tener el mismo Padre
y la misma Madre que Jesús.
Es Ella la
que, fecundada por el Espíritu, nos engendra a la nueva vida que
hemos recibido en el bautismo. Y así se comprende el sentido de
nuestra consagración: entregándonos totalmente a María, y queriendo
vivir “por Ella, con Ella, en
Ella y para Ella”, nosotros vivimos
ese “abandono” del niño que le permite estar, en inmediato y
estrecho contacto con su madre para que ella pueda comunicarle la
vida. Y “la Vida” que Ella nos comunica, es Jesús (cf Jn
14,6)
Un
Padre y una Madre:
Cualquier
cristiano que se dirige a Dios llamándole “Padre nuestro”
sabe muy bien que somos hijos de Dios, pero no todos conocen la
maternidad de María. Piensan que Dios es a la vez Padre y Madre. Es
verdad que, como dice San Pablo, Él es el origen de toda paternidad
y de toda maternidad (cf Ep 3,15), más nuestra vida divina es a
imagen de nuestra vida humana. Y “como en la generación natural y
corporal, hay un padre y una madre, asimismo, en la generación
sobrenatural y espiritual, hay un Padre que es Dios y una
Madre que es María….y el que no tiene a María por Madre tampoco
tiene a Dios por Padre” (V.D. 30). Si para nuestra vida
sobrenatural, tuviéramos solo un padre y no madre, se llegaría a esa
sorprendente paradoja de que nuestra vida divina no sería
suficientemente humana.
Un
nacimiento que dura toda la vida:
San
Luís no duda en presentar toda nuestra vida de hijos de Dios, como
un largo nacimiento que dura toda nuestra existencia, durante la
cual somos “llevados” en el seno de la Santísima Virgen:
“Escondidos, guardados, alimentados, sostenidos ,educados por esa
buena Madre hasta que Ella nos da a luz después de la muerte, que es
precisamente el día de nuestro nacimiento….”(V.D.33). El don
total que hacemos de nosotros mismos a María por nuestra
consagración, no tiene otro sentido, en este caso, que el
de dejarnos “conformar” por Ella a imagen del Hijo de Dios.
6. Humanidad
Otra razón
para que pasemos por María para consagrarnos a Jesús, es que Ella
es, podríamos decir, un “camino humano”, por tres razones:
1). Dios
solo, sin criatura, en una criatura:
María es
una pura criatura que nos puede dar a Dios. María es ya un camino de
humanidad por su maternidad bienaventurada que permite al
Espíritu Santo “cubrirla con su sombra” para darle el poder
de engendrar los hermanos y hermanas de Jesús. Más Ella lo es
también, puede decirse, por su misma persona. ¿No está María, en
efecto, por su inmaculada Concepción, completamente vacía de
Ella misma y llena de Dios, transformada de tal manera en Dios por
la gracia que, Ella ya no vive, ya no existe? es Jesús solo, que
vive y reina en Ella (cf V.D. 63). “Encontraréis a solo Dios, sin
criatura alguna, en esa amable criatura” (S.M. 20), nos dice el
Padre Montfort. Siendo posible encontrar a Dios solo en esta persona
humana, ¿por qué asombrarnos de que Ella sea un camino humano?
2) “Humanizar” la Cruz :María “humaniza” la Cruz.
En la vida
cristiana, no dejamos jamás el
sendero de la Cruz. Ya en nuestro
bautismo, siendo sumergidos en la muerte y la resurrección de Cristo
nosotros hemos empezado a compartir su vida, y desde entonces está
ella en el centro de toda nuestra existencia. “Si alguien quiere
seguirme”, dice Jesús, “ que renuncie a sí mismo, que tome su
cruz y me siga”. (Mt 16,24). Pero María está ahí para humanizar
la Cruz, porque Ella es mujer y madre, porque es inmaculada,
“toda llena de gracia y de unción del Espíritu Santo”, su
sola presencia trae una dulzura y una ternura que permiten atravesar
las más grandes pruebas.
La
cuestión no es saber si vivimos con grandes o de pequeñas
“cruces”. Uno puede, efectivamente, dejarse aplastar por
pequeñísimas contradicciones (que incluso a veces se cargan sobre
toda la familia), pero también pueden llevarse con alegría, pesados
sufrimientos, cuando nos es dada una cierta dulzura (cf V.D. 152-154
; S.M. 22): la de María al pie de nuestra cruz.
3) Un camino que Jesús recorrió para venir a nosotros:
Si pasamos
por María para ir a Jesús, tomamos el mismo camino, que Él
tomó, para venir a nosotros. Luego este camino es
doblemente humano:
-
porque María es humana: Ella es una pura criatura,
“tan humana, podría Ella decir, como el que más…”
-
porque Ella es Inmaculada. Sabemos bien que el
pecado nos “deshumaniza”.Cuanto más santo se es, tanto más
humano. Habiendo Ella sido preservada de la culpa original, María es
perfectamente humana. El P. Montfort nos dice que es un camino que
Jesús ha recorrido viniendo a nosotros, quitando todos los
obstáculos que podían impedirnos de llegar a Él.
Los otros
caminos nos hacen pasar por “muertes extrañas”, “noches oscuras”,
“agonías extrañas”, “montañas escarpadas”, “espinas punzantes” i
“desiertos horribles”. Cuando se suman todos estos “obstáculos” que
Jesús ha apartado, barrido del “camino” que le conducía hacia
nosotros, se llega a algo de “inhumano”, pues nosotros hemos sido
felizmente liberados por ese mismo camino que ahora lleva a Él.
7. VERDAD
Si dices
“yo me entrego a Dios….” No basta amar, hay que amar
“en verdad”. Si alguien dijera: “ Amo a Dios y odia
a su hermano, es un mentiroso”, nos dice San Juan. “Aquél que
no ama a su hermano a quien ve no sabría amar a Dios a quien no ve”
(cf Jn 4,20). El verdadero amor a Dios es pues, el amor a nuestro
prójimo. En consecuencia, no podemos también decir, de manera
similar, que nuestra verdadera consagración a Dios, es nuestra
entrega total a una persona humana (con tal que ésta esté
vacía de Ella misma y “colmada de gracia”). ¡Tu que quieres
consagrarte a Dios, comienza pues por entregarte totalmente a una
criatura que puede darte a su Creador!
Publicado con permiso de
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Para cooperar con ellos: sgmontfort@wanadoo.es
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