Testamento de Juan Pablo II
Fuente:
ZENIT.org
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril
2005 - Publicamos el testamento de Juan Pablo II publicado este jueves
por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
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Testamento del 6.3.1979
(y añadidos sucesivos)
«Totus Tuus ego sum»
En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.
«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Cf Mateo
24, 42). Estas palabras me recuerdan la última llamada que llegará en el
momento en el que quiera el Señor. Deseo seguirle y deseo que todo lo
que forma parte de mi vida terrena me prepare para este momento. No sé
cuándo llegará, pero al igual que todo, pongo también este momento en
las manos de la Madre de mi Maestro: «Totus Tuus». En estas
mismas manos maternales dejo todo y a todos aquellos con los que me ha
unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la
Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad. Doy las gracias a
todos. A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la
Misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e
indignidad.
Durante los ejercicios espirituales he releído el
testamento del
Santo Padre Pablo VI. Esta lectura me ha llevado a escribir este
testamento.
No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar
disposiciones. Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me
servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que los
apuntes personales sean quemados. Pido que vele sobre esto don Stanislaw,
a quien agradezco su colaboración y ayuda tan larga a través de los años
y por haber sido tan comprensivo. Todos los demás agradecimientos los
dejo en el corazón ante Dios, pues es difícil expresarlos.
Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que
dejó el Santo Padre Pablo VI [aquí hay una nota al margen: el
sepulcro en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92).
«apud Dominum misericordia
et copiosa apud Eum redemptio»
Juan Pablo pp II
Roma, 6.III.1979
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Tras la muerte, pido santas misas y
oraciones
5.III.1990
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Hoja sin fecha
Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad,
el Señor me conceda toda gracias necesarias para afrontar, según su
voluntad, cualquier tarea, prueba y sufrimiento que quiera pedir a su
siervo, en el transcurso de la vida. Confío también en que no permita
nunca que, a través de cualquier actitud mía --palabras, obras u
omisiones--, pueda traicionar mis obligaciones en esta santa Sede de
Pedro.
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24.II – 1.III.1980
También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la
verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de ese tránsito que
para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a
este mundo para nacer al otro, al mundo futuro, signo elocuente [arriba
añade: decisivo] que es para nosotros la Resurrección de Cristo.
He leído por tanto testamento registrado del último año, realizado
también durante los ejercicios espirituales. Lo he comparado con el
testamento de mi gran predecesor, el padre Paolo VI, con ese sublime
testimonio de su muerte de cristiano y de Papa, y he renovado en mí la
conciencia de las cuestiones a las que se refiere el testamento
registrado del 6.III. 1979, preparado por mí (de manera más bien
provisional).
Hoy quiero añadir sólo esto: que cada quien debe tener presente la
perspectiva de la muerte. Y debe estar dispuesto a presentarse ante el
Señor y Juez, y contemporáneamente Redentor y Padre. Yo también tomo en
consideración esto continuamente, confiando ese momento decisivo a la
Madre de Dios y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.
Los tiempos en los que vivimos son inenarrablemente difíciles e
inquietos. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia,
prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para
los pastores. En algunos países, como por ejemplo en uno sobre el que he
leído informes durante los ejercicios espirituales, la Iglesia se
encuentra en un período de persecución tal que no es inferior a la de
los primeros siglos, es más, la supera por el nivel de crueldad y de
odio. «Sanguis martyrum – semen christianorum». Además de esto, muchas
personas desaparecen inocentemente, también en este país en el que
vivimos…
Deseo una vez más ponerme totalmente en manos de la gracia del Señor. Él
mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrena y el
ministerio pastoral. En la vida y en la muerte «Totus tuus», mediante la
Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me
dé la gracia para el último paso, es decir, la [mía] Pascua. Espero que
también la haga útil para esta causa más importante a la que trato de
servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia
humana, y en ella de todas las naciones y pueblos (entre ellos, me
dirijo también de manera particular a mi Patria terrena); que sea útil
para las personas que de manera particular me ha confiado, para la
Iglesia, para la gloria del mismo Dios.
No deseo añadir nada a lo que ya escribí hace un año: sólo expresar esta
disponibilidad y al mismo tiempo esta confianza, a la que me han
predispuesto de nuevo estos ejercicios espirituales.
Juan Pablo II
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«Totus Tuus ego sum»
5.III.1982
En los ejercicios espirituales de este año he leído (en varias
ocasiones) el texto del testamento del 6.III.1979. Si bien sigo
considerándolo como provisional (no definitivo), lo dejo en la forma en
la que existe. No cambio (por ahora) nada, ni siquiera añado nada a las
disposiciones que contiene.
El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, en cierto sentido me ha
confirmado la exactitud de las palabras escritas en el período de los
ejercicios espirituales de 1980 (24.II – 1.III)
Siento cada vez más profundamente que me encuentro totalmente en las
Manos de Dios y me pongo continuamente a disposición de mi Señor,
encomendándome a Él en su Inmaculada Madre (Totus Tuus).
Juan Pablo pp. II
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5.III.82
En relación con la última frase de mi testamento del 6.III 1979 («Sobre
el lugar --es decir, el lugar del funeral-- que decida el Colegio
Cardenalicio y los compatriotas»). Aclaro que con esto pienso en el
arzobispo metropolitano de Cracovia o en el Consejo General del
Episcopado de Polonia. Mientras tanto, al Colegio Cardenalicio pido que
responda en lo posible a las eventuales peticiones de los antes
mencionados.
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1.III.1985 (durante los ejercicios
espirituales)
Vuelvo sobre lo que se refiere a la expresión «Colegio Cardenalicio y
los compatriotas»: el «Colegio Cardenalicio» no tiene obligación alguna
de consultar sobre este argumento a «los compatriotas»; puede hacerlo
si, por algún motivo, lo considera justo.
JPII
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Ejercicios espirituales del Jubileo
del año 2000
(12-18.III)
[para el testamento]
1. Cuando en el día 16 de octubre de 1978 el cónclave de los cardenales
escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, el cardenal Stefan
Wyszynski, me dijo: «La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a
la Iglesia en el Tercer Milenio». No sé si repito exactamente la misma
frase, pero al menos éste era el sentido de lo que entonces escuché. Lo
dijo el hombre que ha pasado a la historia como el primado del milenio.
Un gran primado. Fui testigo de su misión, de su total entrega. De sus
luchas: de su victoria. «La victoria, cuando llegue, será una victoria a
través de María», solía repetir el primado del milenio estas palabras de
su predecesor, el cardenal August Hlond.
De este modo, he sido preparado en cierto sentido para la tarea que el
día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en el que
escribo estas palabras, el Año jubilar de 2000, ya es una realidad en
acto. La noche del 24 de diciembre de 1999, se abrió la simbólica Puerta
del Gran Jubileo en la Basílica de San Pedro, después la de San Juan de
Letrán y la de Santa María la Mayor --a final de año--, y el 19 de enero
la Puerta de la Basílica de San Pablo Extramuros. Este último
acontecimiento, a causa de su carácter ecuménico, ha quedado grabado en
la memoria de manera particular.
2. A medida que avanza el Año Jubilar 2000, va quedando día a día a
nuestras espaldas el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los
designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en el difícil
siglo que está quedando en el pasado y ahora, en el año en que mi vida
alcanza los ochenta años («octogesima adveniens»), es necesario
preguntarse si no ha llegado la hora de repetir con el bíblico
Simeón: «Nunc dimittis».
En el día del 13 de mayo de 1981, el día de atentado contra el Papa
durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la Divina
Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. El mismo único Señor
de la vida y de la muerte me ha prolongado esta vida, en cierto sentido
me la ha vuelto a dar de nuevo. A partir de este momento le pertenece
aún más a Él. Espero que me ayude a reconocer hasta cuándo tengo que
continuar este servicio al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le
pido que me llame cuando Él mismo quiera. «Si vivimos, para el Señor
vivimos; y si morimos, para el Señor morimos… del Señor somos» (Cf.
Romanos 14, 8). Espero que hasta que pueda cumplir el servicio petrino
en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para
este servicio.
3. Como en todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído
mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones que
contiene. Lo que entonces, y durante los sucesivos ejercicios
espirituales se ha añadido, refleja la difícil y tensa situación general
que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989, esta
situación ha cambiado. La última década del siglo pasado ha quedado
libre de las precedentes tensiones; esto no significa que no haya traído
consigo nuevos problemas y dificultades. Sea alabada la Providencia
Divina de manera particular por el hecho de que el período de la así
llamada «guerra fría» ha terminado sin el violento conflicto nuclear,
peligro que se cernía sobre el mundo en el período precedente.
4. Al estar en el umbral del tercer milenio, «in medio Ecclesiae», deseo
expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran
don del Concilio Vaticano II, al que junto con toda la Iglesia, y
sobre todo con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido
de que durante mucho tiempo se les concederá a las nuevas generaciones
recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha ofrecido.
Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el
primero hasta el último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos
los que están y estarán llamados a realizarlo. Por mi parte, doy gracias
al eterno Pastor que me ha permitido estar al servicio de esta
grandísima causa en el transcurso de todos los años de mi pontificado.
«In medio Ecclesiae»… desde los primeros años del servicio episcopal
--precisamente gracias al Concilio-- se me ha permitido experimentar
la fraterna comunión del episcopado. Como sacerdote de la
archidiócesis de Cracovia, había experimentado lo que significaba la
comunión fraterna del episcopado. El Concilio ha abierto una nueva
dimensión de esta experiencia.
5. ¡Cuántas personas debería mencionar! Probablemente el Señor
Dios ha llamado a su presencia a la mayoría de ellas. Por lo que se
refiere a quienes todavía se encuentran en esta parte, que las palabras
de este testamento les recuerden, a todos y por doquier, allí donde se
encuentren.
En los más de veinte años que desempeño el servicio petrino “in medio
Ecclesiae”, he experimentado la benevolente y particularmente fecunda
colaboración de tantos cardenales, arzobispos, y obispos, de tantos
sacerdotes, de tantas personas consagradas --hermanos y hermanas-- y,
por último, de muchísimas personas laicas, en el ambiente de la Curia,
en el vicariato de la diócesis de Roma, así como fuera de estos
ambientes.
¡Cómo no abrazar con un agradecido recuerdo a todos los episcopados del
mundo, con los que me he encontrado en las visitas «ad limina
Apostolorum»! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos, no
católicos! ¡Y al rabino de Roma y a tantos representantes de las
religiones no cristianas! ¡Y a quienes representan al mundo de la
cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación
social!
6. A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la
memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la
que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de
Wadowice, donde fui bautizado, a esa ciudad de mi amor, a mis coetáneos,
compañeras y compañeros de la escuela, del bachillerato, de la
universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como
obrero, y después a la parroquia de Niegowic, a la de San Florián en
Cracovia, a la pastoral de los universitarios, al ambiente… a todos los
ambientes… a Cracovia y a Roma… a las personas que el Señor me ha
confiado de manera especial.
A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa».
«In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum»
A.D.
17.III.2000
[Texto original polaco.
Traducción realizada por Zenit a partir de la edición italiana
distribuida por la Santa Sede]
Código: ZS05040702
Fecha publicación: 2005-04-07
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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