Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de
peticiones para que predicara; la fama de su elocuencia se había
extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones
obradas por la intercesión del santo. Otra forma de actividad,
que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros para
el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la
lectura.
Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a
los jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los
cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de
entender. "Propagad buenos libros --decía Don Bosco-- sólo
en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena
lectura". Unas veces se trataba de una obra de
apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien
de una serie de lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran
parte de la noche y al fin, tuvo que abandonarlo, porque sus ojos
empezaron a debilitarse.
En búsqueda de colaboradores
El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el
de encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes
entusiastas, ofrecían sus servicios, pero acababan por cansarse,
ya fuese porque no lograban dominar los métodos impuestos por
Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar
las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y
frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que
el santo se lanzaba a la construcción de escuelas y talleres,
sin contar con un céntimo.
Aun hubo algunos que llevaron a mal que Don Bosco no
convirtiera el oratorio en un club político para propagar la
causa de "La Joven Italia". En 1850, no quedaba a Don
Bosco más que un colaborador y esto le decidió a preparar, por
sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio
ingresó en el oratorio, en 1854.
Nace la gran familia Salesiana
Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea,
más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa.
Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar un
pequeño núcleo. "En la noche del 26 de enero de 1854
--escribe uno de los testigos-- nos reunimos en el cuarto de Don
Bosco. Se hallaban ahí además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y
Rua. Llegamos a la conclusión de que, con la ayuda de Dios,
íbamos a entrar en un período de trabajos prácticos de caridad
para ayudar a nuestros prójimos.
Al fin de ese período, estaríamos en libertad de ligarnos
con una promesa, que más tarde podría transformarse en voto.
Desde aquella noche recibieron el nombre de Salesianos todos los
que se consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el
nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San Francisco de
Sales (el "Santo de la amabilidad"). El momento no
parecía muy oportuno para fundar una nueva congregación, pues
el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que entonces.
Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido
expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada
día, se publicaban nuevas leyes que coartaban los derechos de
las órdenes religiosas. Sin embargo, fue el ministro Rattazzi,
uno de los que más parte había tenido en la legislación, quien
urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para
perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey".
En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros
decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas
habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación
definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con
el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La
nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta
y nueve salesianos; a la muerte del fundador, eran ya 768, y en
la actualidad se cuentan por millares: Diecisiete mil en 105
países, con 1,300 colegios y 300 parroquias, y se hallan
establecidos en todo el mundo.
Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus primeros
misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se
extendieron por toda la América del Sur. Cuando San Juan Bosco
murió, la congregación tenía veintiséis casas en el Nuevo
Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones salesianas en
la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda
enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas
y de agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales,
etc., sin omitir las misiones extranjeras y el trabajo pastoral.
El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una
congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que
los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó
inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete
jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que fue
la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra
Señora, Auxilio de los Cristianos (o Hijas de María
Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló casi tan
rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras
actividades, la creación de escuelas de primera enseñanza en
Italia, Brasil, Argentina y otros países. "Hoy en día son
dieciséis mil, en setenta y cinco países".
Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos
colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la
que dio el título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de
hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban
a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.
Nuestro Señor le inspiró un sabio método de enseñanza
El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó
toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe
que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo
importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible
para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era
evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas
sobre el castigo, en una época en que nadie ponía en tela de
juicio las más burdas supersticiones acerca de ese punto.
Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el
sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de
desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y
en una gran amistad. En 1877 escribía: "No recuerdo haber
empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de
Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no
sólo las reglas, sino aun mis menores deseos". Pero a esta
cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede
hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo
repetía constantemente Don Bosco a los padres.
Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de
Don Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una
parvada de rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna
iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos en el campo,
les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer,
con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente
en los benéficos efectos de la buena música.
La construcción de iglesias
El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no
hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La
primera que erigió era pequeña y resultó pronto insuficiente
para la congregación. El santo emprendió entonces la
construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en
1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios
pobres de Turín, consagrada a San Juan Evangelista.
El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido
inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo
y estaba muy fatigado, pero su trabajo no había acabado
todavía. Durante los últimos años del pontificado de Pío IX,
se había creado el proyecto de construir una iglesia del Sagrado
Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para
comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la
obra tanto como su predecesor, pero parecía imposible reunir los
fondos para la construcción.
"Es una pena que no podamos avanzar" --dijo el Papa
al terminar un consistorio--. "La gloria de Dios, el honor
de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles están
comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla
adelante"
--"Yo puedo sugerir una manera de hacerlo" --dijo el
cardenal Alimonda.
--"¿Cuál? --preguntó el Papa.
--"Confiar el asunto a Don Bosco".
"¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?"
"Yo le conozco bien" --replicó el cardenal--;
"la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad
será una orden para él".
La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto.
Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó
a Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado
Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes por su santidad
y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la
construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero
cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco
repetía que, si se retardaba demasiado, no estaría en vida para
asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo lugar el 14
de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la misa, poco
después.
Muerte de Don Bosco
Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos
habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que
la única solución era el descanso; pero el reposo era
desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus fuerzas
empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de
enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que
algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al
día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales.
Su cuerpo permanece incorrupto en la Basílica
de María Auxiliadora en Turín, Italia.
Sus últimas recomendaciones fueron: "Propagad la
devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis
lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los
enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y
conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en
el Paraíso".
Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la
iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal,
porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres
días a honrar a Don Bosco por última vez.
Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don
Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían
pasado cuarenta y seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró
Patrono de los que difunden buenas lecturas y "Padre y
maestro de la juventud".