SANTA
CATALINA DE SIENA
Virgen y Doctora de la Iglesia
1347-1380
Fiesta: 29 de abril
Por SCTJM
Una temprana vida de virtud
Santa Catalina nació en 1347 en Siena, hija de
padres virtuosos y piadosos. Ella fue favorecida por
Dios con gracias extraordinarias desde una corta edad, y
tenía un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de
Dios. A los siete años, consagró su virginidad a Dios a
través de un voto privado. A los doce años, la madre y
la hermana de Santa Catalina intentaron persuadirla para
llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a
prestar más atención a su apariencia. Para complacerlos,
ella se vestía de gala y se engalanaba con joyas que se
estilaban en esa época. Al poco tiempo, Santa Catalina
se arrepintió de esta vanidad. Su familia consideró la
soledad inapropiada para la vida matrimonial, y así
comenzaron a frustrar sus devociones, privándola de su
pequeña cámara o celda en la cual pasaba gran parte de
su tiempo en soledad y oración. Ellos le dieron varios
trabajos duros para distraerla. Santa Catalina
sobrellevó todo esto con dulzura y paciencia. El Señor
le enseñó a lograr otro tipo de soledad en su corazón,
donde, entre todas sus ocupaciones, se consideraba
siempre a solas con Dios, y donde no podía entrar
ninguna tribulación.
Más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y
todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad,
asistía generosamente a los pobres, servía a los
enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros.
Ella prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y
la negación de su propia voluntad. En medio de sus
sufrimientos, su constante plegaria era que dichos
sufrimientos podían servir para la expiación de sus
faltas y la purificación de su corazón.
Intimidad y Celebraciones Esponsales con Jesús
Como
una consagración más formal a Dios, a los diez y ocho
años, Santa Catalina recibió el largo hábito blanco y
negro deseado de la tercera orden de Santo Domingo. El
hecho de pertenecer a una tercera orden significaba que
la persona viviría la espiritualidad Dominica, pero en
el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en
ser admitida. A partir de ese momento su celda llego a
ser su paraíso, y se ofrecía a si misma en oración y
mortificación. Durante tres años vivió como en una
ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie
excepto Dios y su confesor. Durante este período, había
momentos en que formas repugnantes y figuras tentadoras
se presentarían en su imaginación, y las tentaciones más
degradantes la asediaban. Posteriormente, el diablo
extendió en su alma como una nube y una oscuridad tan
grande que fue la prueba más severa jamás imaginable.
Santa Catalina continuó con un espíritu de oración
ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante
ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de
dichas pruebas que solo habían servido para purificar su
corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo,
ella le pregunto: "¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo,
mientras yacía en una condición tan abandonada y
aterradora?" Ella escuchó una voz que le decía, "Hija,
estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia." En
1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un
‘matrimonio místico’ con Jesús. Cuando ella estaba
orando en su habitación, se le apareció una visión de
Cristo, acompañado por Su madre y un cortejo celestial.
Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la
llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la
desposó Consigo, manifestando que en ese momento ella
estaba sustentada por una fe que podría superar todas
las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre
visible, aunque era invisible para los demás.
Su
servicio al prójimo
Luego de tres años de vida solitaria en su hogar,
Santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en
ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto,
comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos.
Dios recompensó su caridad con los pobres a través de
varios milagros, a menudo multiplicando víveres en sus
manos, y haciendo que ella pudiera llevar todo lo
necesario a los pobres, lo cual no hubiera podido
lograrlo de otro modo a través de su fortaleza natural.
En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la
conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas
oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible
brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a
los enfermos. "Nunca se la vio tan admirable como en ese
momento”, escribió un sacerdote que la había conocido
desde su infancia. "Siempre estaba con los que padecían
por causa de la peste; los preparaba para la muerte y
los enterraba con sus propias manos. Yo mismo fui
testigo del gozo con que los atendía y de la maravillosa
eficacia de sus palabras, que dieron lugar a muchas
conversiones."
Todos sus discursos, acciones y su silencio inducían a
los hombres al amor a la virtud, de tal modo a que
nadie, de acuerdo al Papa Pío II, que se acercara alguna
vez a ella regresaba sin ser una mejor persona. Santa
Catalina era capaz de reconciliar a los peores enemigos,
más a través de sus oraciones que de sus palabras. Por
ejemplo, un hombre a quien ella estaba tratando de
persuadir para que llevara una vida virtuosa, cuando
Santa Catalina vio que sus palabras no estaban teniendo
efecto, ella hizo una pausa repentina en su discurso
para ofrecer oraciones por el. Sus oraciones fueron
escuchadas en ese mismo instante, y un cambio radical se
produjo en el hombre. Luego se reconcilió con sus
enemigos y adoptó una vida penitencial. Los pecadores
más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y
oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a
escucharla o solo a verla, y fueron ganados por sus
palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.
Se reunieron alrededor de la santa un grupo de
fervientes seguidores. Por ejemplo, un ermitaño de edad
avanzada abandonó su soledad para estar cerca de ella
porque decía que encontraba más paz de mente y progreso
en la virtud siguiéndola que lo que jamás hubiera
hallado en su celda. Otro descubrió que cuando ella
hablaba, el amor divino se inflamaba en todo su ser, y
su desprecio por lo mundano aumentaba. Un cálido afecto
la vinculaba a aquellos a quienes ella llamaba su
familia espiritual – hijos suyos dados por Dios a
quienes podía ayudar a lo largo del camino hacia la
perfección. Ellos eran testigos de su espíritu de
profecía, su conocimiento de las conciencias de los
demás y su extraordinaria luz en las cuestiones
espirituales. Ella leía sus pensamientos y
frecuentemente tenía conocimiento de sus tentaciones
cuando se alejaban de ella. En ese momento la opinión
pública acerca de Catalina estaba dividida; varios la
reverenciaban como a una santa, mientras que otros la
consideraban una fanática o la denunciaban como
hipócrita. Su confesor de ese tiempo, el Padre Raimundo,
sería posteriormente el biógrafo de la santa.
Una conciliadora para la Iglesia
Uno
de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de
llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su
desplazamiento a Francia. Asimismo, se la llego a
reconocer como conciliadora – ella comenzó ayudando a
resolver varios conflictos familiares, y luego su
trabajo se amplió para incluir el establecimiento de la
paz en las ciudades estados italianas. Por ejemplo, en
1375, Santa Catalina tuvo noticias a través de Fray
Raimundo de que la gente de Florencia se había adherido
a una liga que estaba en contra de la Santa Sede. El
Papa Gregorio XI, que residía en Avignon, escribió a la
ciudad de Florencia, pero sin éxito. Ocurrieron
divisiones internas y asesinatos entre los florentinos,
y pronto se demando su reconciliación. Santa Catalina
fue enviada por los magistrados de la ciudad como
mediadora. Antes de llegar a Florencia, se reunió con
los jefes de los magistrados, y la ciudad encomendó toda
la situación a su criterio, con la promesa de que debía
ser seguida a Avignon por sus Embajadores, quienes
debían firmar y ratificar las condiciones de
reconciliación y confirmar cada cosa que había hecho. Su
Santidad, luego de haber tenido una conferencia con
ella, en admiración de su prudencia y santidad, le
manifestó: "No deseo nada más que la paz. Dejo esta
cuestión totalmente en sus manos; solo le recomiendo el
honor de la Iglesia." Sin embargo, los florentinos no
fueron sinceros en su búsqueda de la paz, y continuaron
sus intrigas secretas para apartar a toda Italia de su
obediencia a la Santa Sede.
La santa tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El
Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en
Avignon, donde los cinco papas previos también habían
residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos
habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro
años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. Gregorio
XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no
hallando este deseo agradable a su corte, el mismo
consulto a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien
le respondió: "Cumpla con su promesa hecha a Dios." El
Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por
revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió
inmediatamente hacerlo. La Santa pronto partió de
Avignon. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y
dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma,
en donde finalmente falleció en 1376.
Posteriormente, Santa Catalina escribió al Papa Gregorio
XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por
todos los medios posibles a la paz general de Italia. Su
Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún
dividida y obstinada en su desobediencia. Ella vivió un
tiempo allí en medio de varios peligros incluso contra
su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de
Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y
a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI,
sino del Papa Urbano VI. Esta reconciliación ocurrió en
1378, luego de lo cual Santa Catalina regresó a Siena.
Conclusión de la Vida de la Santa
Santa Catalina regreso de esta manera a Siena, donde
prosiguió su vida de oración. Ella obtuvo la unión
perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera
obligada a conversar con diferentes personas sobre
varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y
absorta en Dios. En una visión, Jesús se le presentó con
dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole
elegir con cual de las dos se complacería. Ella
respondió: "Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre
conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el
sufrimiento mi reposo y deleite." Luego, tomando
ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la
cabeza.
En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su
temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y
que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la
elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se
retiraron de Italia y residieron en Avignon. Santa
Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes
primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a
otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella
también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a
sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se
encontraba, y a aplacar el temperamento que le había
llevado a tener tantos enemigos. A través del Padre
Raimundo de Capua, su confesor y posteriormente su
biógrafo, el Papa pidió a Santa Catalina regresar a
Roma. El la escuchó y siguió sus instrucciones. Ella
también escribió a los reyes de Francia y de Hungría
para exhortarlos a renunciar al cisma.
Mientras trabajaba afanosamente para extender la
obediencia al verdadero Papa, la salud de Santa Catalina
comenzó a deteriorarse. Ella falleció de un ataque
súbito a los 33 años en Roma. Los habitantes de Siena
deseaban conservar su cabeza. Hubo un milagro que se
comentó en el cual tuvieron un éxito parcial. Sabiendo
que ellos no podían llevar a escondidas todo su cuerpo
fuera de Roma, decidieron llevar solo su cabeza, la cual
colocaron en un bolso. Cuando fueron detenidos por los
guardias romanos, oraron para que Santa Catalina los
ayudara. Cuando los guardias abrieron el bolso, parecía
que ya no contenía su cabeza sino que todo el bolso
estaba lleno de pétalos de rosa. Una vez que regresaron
a Siena, volvieron a abrir el bolso y su cabeza estaba
visible nuevamente. Debido a este relato, Sana Catalina
a menudo es observada sosteniendo una rosa. La cabeza
incorruptible y el dedo pulgar fueron sepultados en la
Basílica de Santo Domingo, donde se conservan en la
actualidad. El cuerpo de Santa Catalina esta enterrado
en la Basílica de Santa María sopra Minerva en Roma, que
se encuentra cerca del Panteón.
Las cartas de Santa Catalina son consideradas como una
de las grandes obras de principios de la literatura
Toscana. Ella escribió 364, y más de 300 de ellas se
conservan en la actualidad. En sus cartas dirigidas al
Papa, a menudo se refería al mismo con afecto como
“Papa” o “Papi” (“Babbo” en italiano). Aproximadamente
un tercio de sus cartas estaban dirigidas a mujeres.
Otros destinatarios incluyen a sus diversos confesores,
entre ellos Raimundo de Capua, los reyes de Francia y
Hungría, la Reina de Nápoles y numerosas figuras
religiosas. Su otra obra magistral es el “Diálogo de la
Divina Providencia,” un diálogo entre el alma y Dios.
Registrado entre Registrado entre 1377 y 1378 por los
miembros de su círculo. A menudo considerada como una
analfabeta, Santa Catalina es reconocida por Raimundo en
su biografía como capaz de leer latín e italiano, y otro
hagiógrafo, Tommaso Caffarini, manifestó que la santa
podía escribir. El Papa Pío II
canonizó a Catalina en 1461, y el Papa Pablo VI le
otorgó el título de Doctora de la Iglesia in 1970,
haciéndola una de las primeras mujeres en recibir este
honor. Su Fiesta es el 29 de abril.
En
la Confesión se realiza la misericordia de Dios
Santa
Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia: Los Diálogo
75.
Brooklyn Museum / public domain
"También recibe el alma de otra manera este bautismo,
hablando de un modo figurado, por especial providencia
de mi divina caridad. Yo conocía la debilidad y
fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme. No que
se vea forzado por ella ni por ninguna otra cosa a
cometer la culpa, si él no quiere, sino que, como
frágil, cae en culpa de pecado mortal, por la que pierde
la gracia que recibió en el santo bautismo en virtud de
la Sangre. Por esto fue necesario que la divina Caridad
proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre.
Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y
con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad
de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la
llave de la Sangre. Esta Sangre es la que la absolución
del sacerdote hace deslizar por el semblante del alma.
Si la confesión es imposible, basta la contrición de!
corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os
da el fruto de esta preciosa sangre. Mas, pudiendo
confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la
recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto
que en el último momento, si el alma la desea y no la
puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan
loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la
muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de
que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le
diga: "Tú no te acordaste de mí en vida, mientras
tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora
de la muerte". Que nadie, pues, se fíe, y si alguien,
por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta
última hora el recibir este bautismo de la esperanza en
la Sangre. Puedes ver, pues, cómo este bautismo es
continuo, en el que el alma debe ser bautizada hasta el
final de su vida.
En este bautismo conoce que mi operación (es decir, el
tormento de la cruz) fue finita, pero el fruto del
tormento que por mí habéis recibido es infinito en
virtud de la naturaleza divina, que es infinita, unida
con la naturaleza humana, finita, que fue la que sufrió
en mí. Verbo, vestido de vuestra humanidad. Mas porque
una naturaleza está unida y amasada con la otra, la
Deidad eterna trajo de sí e hizo suya la pena que yo
sufrí con tanto fuego de amor. Por esto puede llamarse
infinita esta operación, no porque lo sea el sufrimiento
actual del cuerpo y el sufrimiento que me proporcionaba
el deseo de cumplir vuestra redención (ya que ambas
terminaron en la cruz cuando el alma se separó del
cuerpo), pero el fruto, que proviene del sufrimiento y
del deseo de vuestra salvación, sí es infinito. Por esto
lo recibís infinitamente. Si no hubiese sido infinito,
no habría sido restaurado todo el género humano:
pasados, presentes y venideros. Ni el hombre cuando peca
podría levantarse después de su pecado, si no fuera
infinito este bautismo de la Sangre que se os ha dado,
es decir, si no fuera infinito su fruto.
Esto os manifesté en la apertura de mi costado, donde
halláis los secretos del corazón, demostrándoos que os
amo mucho más de lo que puedo manifestar con un tormento
finito. ¿En qué te he revelado que es infinito? En el
bautismo de la Sangre, unido con el fuego de mi caridad,
derramada por amor, con el bautismo general, dado a los
cristianos y a quienes quieran recibirlo, del agua,
unido con la Sangre y con el fuego, en que el alma se
amasa con mi Sangre. Para dároslo a entender, quise que
del costado saliese sangre y agua. Con esto he querido
responder a lo que tú me preguntabas."
Oración:
Señor Dios,
tú has mostrado a santa Catalina el amor infinito hacia
todos los hombres, hechura de tus manos, que arde en tu
corazón . Ella compartió generosamente esta revelación y
la vivió en todas sus consecuencias hasta el heroísmo.
Concédenos que podamos seguir su ejemplo, confiando en
tus promesas y aumentando nuestra fe en tu presencia en
cada sacramento, especialmente en el sacramento de tu
perdón. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es
Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
De Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"
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