Queridos hermanos y
hermanas:
En estos domingos la liturgia presenta en el
Evangelio el relato de varias curaciones
realizadas por Cristo. El domingo pasado, el
leproso; hoy un paralítico, al que cuatro
personas llevan en una camilla a la
presencia de Jesús, que, al ver su fe, dice
al paralítico: "Hijo, tus pecados quedan
perdonados" (Mc 2, 5). Al obrar así, muestra
que quiere sanar, ante todo, el espíritu. El
paralítico es imagen de todo ser humano al
que el pecado impide moverse libremente,
caminar por la senda del bien, dar lo mejor
de sí.
En efecto, el mal, anidando en el alma, ata
al hombre con los lazos de la mentira, la
ira, la envidia y los demás pecados, y poco
a poco lo paraliza. Por eso Jesús,
suscitando el escándalo de los escribas
presentes, dice primero: "Tus pecados
quedan perdonados", y sólo después, para
demostrar la autoridad que le confirió Dios
de perdonar los pecados, añade: "Levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2,
11), y lo sana completamente. El mensaje es
claro: el hombre, paralizado por el pecado,
necesita la misericordia de Dios, que Cristo
vino a darle, para que, sanado en el
corazón, toda su existencia pueda renovarse.
También hoy la humanidad lleva en sí los
signos del pecado, que le impide progresar
con agilidad en los valores de fraternidad,
justicia y paz, a pesar de sus propósitos
hechos en solemnes declaraciones. ¿Por qué?
¿Qué es lo que entorpece su camino? ¿Qué es
lo que paraliza este desarrollo integral?
Sabemos bien que, en el plano histórico, las
causas son múltiples y el problema es
complejo. Pero la palabra de Dios nos invita
a tener una mirada de fe y a confiar, como
las personas que llevaron al paralítico, a
quien sólo Jesús puede curar verdaderamente.
La opción de fondo de mis predecesores,
especialmente del amado Juan Pablo II, fue
guiar a los hombres de nuestro tiempo hacia
Cristo Redentor para que, por intercesión de
María Inmaculada, volviera a sanarlos.
También yo he escogido proseguir por este
camino. De modo particular, con mi primera
encíclica,
Deus caritas est,
he querido indicar a los creyentes y al
mundo entero a Dios como fuente de auténtico
amor. Sólo el amor de Dios puede renovar el
corazón del hombre, y la humanidad
paralizada sólo puede levantarse y caminar
si sana en el corazón. El amor de Dios es la
verdadera fuerza que renueva al mundo.
Invoquemos juntos la intercesión de la
Virgen María para que todos los hombres se
abran al amor misericordioso de Dios, y así
la familia humana pueda sanar en profundidad
de los males que la afligen.
* * *
Después del Ángelus
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua
española, así como a los que participan en
esta oración mariana a través de la radio y
la televisión. Como el paralítico del
Evangelio, os animo a acercaros con decisión
y confianza al amor y a la misericordia de
Jesús, el único que puede perdonar los
pecados y devolver la alegría y la paz a
nuestros corazones. ¡Feliz domingo!
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