Queridos
hermanos y hermanas:
En este
domingo después de la solemnidad de la Epifanía celebramos
la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo
litúrgico de la Navidad. Hoy fijamos la mirada en Jesús que,
a la edad de cerca de treinta años, se hizo bautizar por
Juan en el río Jordán. Se trataba de un bautismo de
penitencia, que utilizaba el símbolo del agua para expresar
la purificación del corazón y de la vida. Juan, llamado el
"Bautista", es decir, "el que bautiza", predicaba este
bautismo a Israel para preparar la inminente llegada del
Mesías; y decía a todos que detrás de él vendría otro, más
grande que él, que no bautizaría con agua, sino con el
Espíritu Santo (cf. Mc 1, 7-8).
Y cuando
Jesús fue bautizado en el Jordán el Espíritu Santo descendió
y se posó sobre él con apariencia corporal de paloma, y Juan
el Bautista reconoció que él era el Cristo, el "Cordero de
Dios" que había venido para quitar el pecado del mundo (cf.
Jn 1, 29). Por eso, el bautismo en el Jordán es
también una "epifanía", una manifestación de la identidad
mesiánica del Señor y de su obra redentora, que culminará en
otro "bautismo", el de su muerte y resurrección, por el que
el mundo entero será purificado en el fuego de la
misericordia divina (cf. Lc 12, 49-50).
En esta
fiesta, Juan Pablo II solía administrar el sacramento del
bautismo a algunos niños. Por primera vez, esta mañana,
también yo he tenido la alegría de bautizar en la capilla
Sixtina a diez niños recién nacidos. A estos pequeños y a
sus familias, así como a sus padrinos y madrinas, les
renuevo con afecto mi saludo. El bautismo de los niños
expresa y realiza el misterio del nuevo nacimiento a la vida
divina en Cristo: los padres creyentes llevan a sus hijos a
la pila bautismal, que representa el "seno" de la Iglesia,
por cuyas aguas benditas son engendrados los hijos de Dios.
El don recibido por los niños recién nacidos les exige que,
cuando sean adultos, lo acojan de modo libre y responsable:
este proceso de maduración los llevará luego a recibir el
sacramento de la Confirmación, que, precisamente, confirmará
el bautismo y conferirá a cada uno el "sello" del Espíritu
Santo.
Queridos
hermanos y hermanas, ojalá que esta solemnidad sea ocasión
propicia para que todos los cristianos redescubran con
alegría la belleza de su bautismo, que, si lo vivimos con
fe, es una realidad siempre actual: nos renueva
continuamente a imagen del hombre nuevo, en la santidad de
los pensamientos y de las acciones. Además, el bautismo une
a los cristianos de las diversas confesiones. En cuanto
bautizados, todos somos hijos de Dios en Cristo Jesús,
nuestro Maestro y Señor. La Virgen María nos obtenga
comprender cada vez mejor el valor de nuestro bautismo y
testimoniarlo con una conducta de vida digna.
* * * * *
Después del Ángelus
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española que se unen
a esta oración del Ángelus. En este domingo contemplamos el
bautismo del Señor en el Jordán, donde el Padre muestra al
Hijo ante el mundo y lo consagra con el Espíritu. Que la
intercesión de la Virgen María os ayude a vivir con
fidelidad vuestra consagración bautismal, por la que sois
hijos de Dios. ¡Feliz día del Señor!
© Copyright
2006 - Libreria Editrice Vaticana |