Queridos hermanos y hermanas:
Hoy
celebramos la Epifanía del Señor, es decir, su manifestación
a las naciones, representadas por los Magos, misteriosos
personajes llegados de Oriente, de los que habla el
evangelio de san Mateo (Mt 2, 1-12). La adoración de
Jesús por parte de los Magos se reconoció enseguida como
cumplimiento de las Escrituras proféticas. "Caminarán los
pueblos a tu luz —se lee en el libro de Isaías—; los reyes
al resplandor de tu aurora, (...) trayendo incienso y oro, y
proclamando las alabanzas del Señor" (Is 60, 3. 6).
La luz de Cristo, que está en cierta forma contenida en la
cueva de Belén, hoy se expande en todo su alcance universal.
Mi pensamiento va de modo particular a los amados hermanos y
hermanas de las Iglesias orientales que, siguiendo el
calendario juliano, celebrarán mañana la santa Navidad: a
ellos les dirijo mis más cordiales deseos de paz y bien en
el Señor.
Hoy viene
espontáneamente el recuerdo de la Jornada mundial de la
juventud. El pasado mes de agosto se reunieron en Colonia
—muchos de vosotros habéis estado allí— más de un millón de
jóvenes, que tenían por lema las palabras de los Magos
referidas a Jesús: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2,
2). ¡Cuántas veces las hemos escuchado y repetido! Ahora no
podemos oírlas sin volver espiritualmente a aquel memorable
acontecimiento, que representó una auténtica "epifanía".
En
efecto, la peregrinación de los jóvenes, en su dimensión más
profunda, puede considerarse un itinerario guiado por la luz
de una "estrella", la estrella de la fe. Y hoy me complace
extender a toda la Iglesia el mensaje que propuse a los
jóvenes reunidos a orillas del Rhin: "Abrid vuestro corazón
a Dios —les dije a ellos y lo repito hoy a todos—. Dejaos
sorprender por Cristo. (...) Abrid las puertas de vuestra
libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras
alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que él ilumine
con su luz vuestra mente y toque con su gracia vuestro
corazón" (Discurso,
18 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 3).
Quisiera que
en toda la Iglesia se respirara, como en Colonia, el clima
de "epifanía" y de auténtico compromiso misionero suscitado
por la manifestación de Cristo, luz del mundo, enviado por
Dios Padre para reconciliar y unificar a la humanidad con la
fuerza del amor. Con este espíritu oremos con fervor por la
unidad plena de todos los cristianos, a fin de que su
testimonio sea fermento de comunión para el mundo entero.
Invoquemos para ello la intercesión de María santísima,
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.
* * * * * *
Después del Ángelus
Queridos
amigos, en la fiesta de la Epifanía se celebra la Jornada de
la infancia misionera, instituida por el Papa Pío XII, de
venerada memoria. Con el lema "Los niños ayudan a los
niños", la Obra pontificia de la infancia misionera sostiene
miles de iniciativas de solidaridad, educando a los niños
para que crezcan con un espíritu de apertura al mundo y de
atención a las dificultades de sus coetáneos menos
favorecidos. También yo, para mi ministerio, cuento con la
oración de los niños —y veo que tengo razón de contar con
ella— así como con su participación activa en la misión de
la Iglesia.
(Saludos en castellano)
Me es grato saludar cordialmente a los fieles de lengua
española que participan en la oración del Ángelus. En esta
solemnidad de la Epifanía la liturgia nos invita a adorar a
Jesús, como hicieron los Magos de Oriente, por ser el Señor
de todos los pueblos, y ofrecerle el regalo más preciado:
nuestra entrega a él y el amor a nuestros hermanos. ¡Feliz
fiesta para todos!
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