Tema: Eucaristía.
Meditación del Himno "Adoro te Devote"
Predicas del Padre Raniero Cantalamesa al Papa y la Casa
Pontificia durante la cuaresma del 2005. Estas son una continuación de
las
prédicas del adviento,
2004.
Prédicas
1-
La Eucaristía, encuentro regenerador y de amor con Jesús
Resucitado
2- ¿Por qué comulgar
frecuentemente?
3-
Eucaristía: Permanente "no" de Dios a la violencia
4-
Con la
Eucaristía "pre-saboreamos" ya la vida eterna
La Eucaristía, encuentro regenerador y de amor con Jesús Resucitado
Zenit, Código: ZS05022502,
25-II-2005
Una comunión regeneradora, expresión de amor, con
Jesús resucitado: así es la Eucaristía, explicó en la mañana de este
viernes el predicador de la Casa Pontificia, haciendo un llamamiento a
redescubrir en esta línea el domingo y a evitar su «despersonalización».
El actual ingreso en el Policlínico Gemelli ha impedido a Juan Pablo II
estar presente en las meditaciones que cada año, durante cuatro viernes
de Cuaresma, le ayudan junto a sus colaboradores a prepararse para la
Pascua.
Cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la familia pontificia, de
la Curia romana y del Vicariato de Roma, superiores generales o
procuradores de órdenes religiosas parte de la capilla pontificia, han
sido invitados a la Capilla «Redemtoris Mater» del Palacio Apostólico
del Vaticano, donde en el marco del Año de la Eucaristía convocado por
el Santo Padre, el padre Raniero Cantalamessa OFMcap abordó la primera
de sus predicaciones cuaresmales, una continuación de la reflexión del
himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso el pasado Adviento.
La tercera estrofa «nos llevaba al Calvario para» revivir «la muerte de
Cristo»; ahora, la cuarta --«No veo las llagas como las vio Tomás /
pero confieso que eres mi Dios: / haz que yo crea más y más en Ti, / que
en Ti espere y que te ame»--, objeto de la meditación de este
viernes, «nos lleva al cenáculo para hacernos encontrar con el
Resucitado», explicó el padre Cantalamessa.
Y es que fue allí donde ocurrió la primera aparición de Cristo, el mismo
día de la resurrección, y la segunda aparición --en la que se sitúa el
episodio del Apóstol Tomás-- volvió a suceder también el primer día
después del sábado, aclaró a Zenit el padre Cantalamessa, haciendo una
síntesis de su predicación.
En el «Adoro te devote» se pone «en evidencia la profunda analogía que
existe entre la situación de Tomás y la del creyente» --subrayó--; «él
pide tocar sus llagas [las de Cristo. Ndr], pero también nosotros
podemos pedirle [a Cristo] que toque las nuestras... Llagas distintas de
las suyas, producidas por el pecado, no por el amor. Tocarlas para
curarlas».
Añadió el predicador del Papa que «la insistencia en el dato cronológico
de estas apariciones muestra la intención el evangelista de presentar el
encuentro de Jesús con los suyos en el cenáculo como el prototipo de la
asamblea dominical de la Iglesia».
En esos momentos «Jesús se hace presente entre sus discípulos en la
Eucaristía; les da la paz y el Espíritu Santo; en la comunión ellos
tocan, más aún, reciben su cuerpo herido y resucitado y, como Tomás,
proclaman su fe en Él. Están casi todos los elementos de la Misa»,
constató.
La verdad teológica que subraya la cuarta estrofa meditada «es que en la
Eucaristía está presente no sólo el Crucificado, sino también el
Resucitado» --explicó--, que es «memorial tanto de la Pasión como de la
Resurrección», que «en toda Misa Jesús es a la vez víctima y sacerdote»:
«como víctima Él hace presente su muerte», «como sacerdote hace presente
su resurrección».
Y «a través de la resurrección es Dios Padre quien entra como
protagonista en el misterio eucarístico. Si de hecho la muerte de Cristo
es obra de los hombres, la resurrección es obra del Padre», puntualizó.
Redescubrimiento del domingo: día de la Resurrección
«El profundo vínculo teológico entre la Eucaristía y la resurrección
crea el vínculo litúrgico entre la Eucaristía y el domingo». De hecho,
es significativo que el día por excelencia «de la celebración
eucarística no sea el de la muerte de Cristo, el viernes, sino el día de
la resurrección, el domingo», observó el padre Cantalamessa.
«Hay razones pastorales urgentes que impulsan a redescubrir el domingo
como “día de la resurrección”—alertó ante los presentes--. Hemos vuelto
a estar más cerca de la situación de los primeros siglos que de la del
medioevo, cuando el aspecto más importante del domingo era el precepto
del descanso festivo».
«Ya no hay una legislación civil que “proteja”, por así decir, el día
del Señor»; incluso «la propia ley del descanso festivo está sujeta, en
la organización actual del trabajo, a muchos límites y excepciones»,
constató.
Es nuestra tarea «redescubrir lo que era el domingo en los primeros
siglos –exhortó el padre Cantalamessa— cuando era un día especial no por
apoyos externos, sino por su propia fuerza interna».
Advirtió que «ningún fiel debería regresar a casa de la Misa dominical
sin sentirse en alguna medida también él “regenerado a una esperanza
viva por la resurrección de Jesús de entre los muertos” (1P 1,3)»
Poco hace falta para lograr esto «y poner a toda la celebración
dominical bajo el signo pascual de la resurrección --sugirió--: pocas,
vibrantes, palabras en el momento del saludo inicial, la elección de una
fórmula de despedida final apropiada, como “El gozo del Señor sea
nuestra fuerza: id en paz”, o bien “Id y llevad a todos el gozo del
Señor resucitado”».
Respuesta de amor
Del recuerdo de Tomás y de las palabras de Cristo --«Dichosos los que no
han visto y han creído» (Jn 20,29)-- una invocación orante cierra la
estrofa meditada: «Haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y
que te ame».
«En la práctica –aclaró el predicador del Papa-- se pide un aumento de
las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad», que «no pueden
no reencenderse al contacto con aquél que es su autor y su objeto,
Jesús, Hijo de Dios y Él mismo Dios».
La «reina» de estas virtudes es el amor --recalcó--; y el «Adoro te
devote» «nos habla de un aspecto particular del amor: el amor del alma
por Jesús» --«Haz que te ame»--.
«Es de este amor de respuesta del que se pide un aumento. Una llamada
cuanto más preciosa para nosotros hoy, para “no despersonalizar” la
Eucaristía, reduciéndola a la sola dimensión comunitaria y objetiva. Una
verdadera comunión entre dos personas libres no puede realizarse sino en
el amor», concluyó el padre Cantalamessa.
¿Por qué comulgar frecuentemente?
Padre Raniero Cantalamesa, Segunda
predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia, 4, III, 2005
Zenit
Cristo está en nosotros y nosotros en Él, un efecto
eucarístico --«quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo se
encuentra unido y mezclado con Él»-- que lleva a una urgente exhortación
a la comunión frecuente, recordó este viernes en su reflexión el
predicador de la Casa Pontificia.
Juan Pablo II, ingresado por octavo día en el Policlínico Gemelli de
Roma, se vio obligado a faltar a esta meditación, otra de las que cada
año, durante cuatro viernes de Cuaresma, le ayudan junto a sus
colaboradores a prepararse para la Pascua.
Cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la familia pontificia, de
la Curia romana y del Vicariato de Roma, superiores generales o
procuradores de órdenes religiosas parte de la capilla pontificia,
fueron invitados a la Capilla «Redemtoris Mater» del Palacio Apostólico
del Vaticano, donde en el marco del Año de la Eucaristía convocado por
el Santo Padre, el padre Raniero Cantalamessa OFMcap abordó la segunda
de sus predicaciones cuaresmales, una continuación de la reflexión del
himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso en Adviento (Cf. Zenit
3, 10 y 17 de diciembre de 2004) y que reanudó el viernes pasado (Cf.
Zenit, 25 marzo 2005).
En la quinta estrofa –teológicamente «la más densa de todo el
himno»--«¡Memorial de la muerte del Señor! / Pan vivo que das vida al
hombre: / concede a mi alma que de Ti viva / y que siempre saboree tu
dulzura»-- se resume la visión eucarística paulina --«memorial de la
muerte del Señor» (Cf. 1Co 11,24; Lc 22,19)-- y joánica –la Eucaristía
como «pan vivo» (Cf. Jn 6,30 ss)--, aclara a Zenit el padre Cantalamessa
haciendo una síntesis de su predicación.
De tal forma que la Eucaristía es «presencia de la encarnación y
memorial de la Pascua», puntualiza.
«La perspectiva paulina acentúa la idea de sacrificio y de inmolación,
haciendo de la Eucaristía el anuncio de la muerte del Señor y el
cumplimiento de la Pascua --explica--: “Cada vez que coméis este pan y
bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor” (1Co 11,26) y “Cristo,
nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Co 5,7)».
Mientras que, siguiendo al predicador del Papa, «la perspectiva joánica
acentúa la idea de la Eucaristía como banquete y como comunión: “Mi
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55)».
«Una explica la Eucaristía a partir del misterio pascual, otra a partir
de la encarnación; si de hecho la carne de Cristo da la vida al mundo es
porque “el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) –prosigue el padre
Cantalamessa--. Están reconciliadas entre sí las dos dimensiones de la
Eucaristía como sacrificio y como sacramento, no siempre fáciles de
tener juntas».
Las dos visiones de la Eucaristía, la paulina --«centrada en el misterio
pascual»-- y la joánica --«centrada en la encarnación del Verbo»--,
«dieron lugar desde la antigüedad a dos teologías y dos espiritualidades
eucarísticas distintas y complementarias: la alejandrina y la
antioquena», recuerda.
«La visión alejandrina de la Eucaristía –continúa el predicador de la
Casa Pontificia-- está estrechamente ligada a un cierto modo de entender
al encarnación y es como su corolario: “Y el Verbo se hizo carne: no
dijo que se ha hecho en la carne, sino, repetidamente, que se ha hecho
carne, para demostrar su unión... Así que quien come la santa carne de
Cristo tiene la vida eterna: la carne tiene, de hecho, en sí misma el
Verbo, que es Vida por naturaleza”».
«Todo aquí asume un carácter extremadamente concreto y realista
–constata el padre Cantalamessa--. Quien come el cuerpo y bebe la sangre
de Cristo viene a hallarse “unido y mezclado en Él, como cera unida a
cera”. Como la levadura hace fermentar toda la masa, así una pequeña
porción de pan eucarístico llena todo nuestro cuerpo de la energía
divina. Él está en nosotros y nosotros en Él, como la levadura en la
masa y la masa en la levadura. Gracias a la Eucaristía nos hacemos
“corpóreos” de Cristo».
«La consecuencia práctica de todo ello es una urgente exhortación a la
comunión frecuente», alerta el predicador del Papa.
De la visión joánica podemos valorar «otros elementos que mientras tanto
se han hecho de gran actualidad» --propone--, como «la insistencia sobre
el servicio que impulsa al evangelista Juan a situar el lavatorio de los
pies donde los sinópticos ponen la institución de la Cena», o resaltar
«el papel del Padre en la Eucaristía»: «“No fue Moisés quien os dio el
pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”,
dice Jesús a los judíos (Jn 6,32)».
En la perspectiva antioquena la Eucaristía es presentada «en su aspecto
de sacrificio»; es vista «como memorial de un evento, la muerte y
resurrección de Cristo». «Todo está centrado en el misterio pascual»,
apunta.
«Nosotros podemos hoy completar y actualizar también esta segunda visión
patrística de la Eucaristía a la luz de la doctrina del cuerpo místico y
del sacerdocio universal de todos los bautizados», invita el padre
Cantalamessa.
«La doctrina del cuerpo místico –recuerda-- nos asegura que, en la Misa,
la Iglesia no es sólo la que ofrece el sacrificio, sino también la que
se ofrece en sacrificio junto a su cabeza»; «a su vez, la verdad del
sacerdocio universal permite extender esta participación a todos los
fieles, no sólo a los sacerdotes».
Finalmente, «tan sencilla como profunda», la conclusión orante de esta
estrofa --«concede a mi alma que de Ti viva»-- encierra por su parte un
«valor causal y final», tanto de «proveniencia como de destino», observa
el padre Cantalamessa.
«Significa --dice-- que quien come el cuerpo de Cristo vive “desde” Él,
esto es, a causa de Él, en fuerza de la vida que proviene de Él», pero
también vive «en vista de Él, por su gloria, su amor y su Reino».
Mientras que el último verso nos hace pedir «saborear la dulzura» de
Cristo. Y es que «la Eucaristía ha sido siempre uno de los lugares
privilegiados de la experiencia mística», reconoce el padre Cantalamessa.
«El texto que mejor resume» «esta dulzura de la Eucaristía es la
antífona al Magnificat de las Vísperas de la fiesta del Corpus Domini:
“O qual suavis est Dominus espiritus tuus”: “¡Qué bueno es, Señor, tu
espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado un pan
delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos y deja
vacíos a los ricos hastiados”», concluye.
La
Eucaristía, permanente «no» de Dios a la violencia
P. Cantalamesa, 3ra predicación de Cuaresma a la Casa
Pontificia, 11-III-2005. Zenit.org
Gracias a la Eucaristía, «el “no” absoluto de Dios a la violencia,
pronunciado en la Cruz, se mantiene vivo en los siglos», recordó en la
mañana de este viernes el predicador de la Casa Pontificia.
Y es que con su sacrificio, «Cristo venció la violencia: no oponiendo a
ella una violencia mayor, sino sufriéndola y poniendo al desnudo toda la
injusticia y la inutilidad», constató al ofrecer su tercera meditación
de Cuaresma a la Curia Romana, una reflexión a la que se vio obligado a
faltar Juan Pablo II, quien recupera la salud en el Policlínico Gemelli.
En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano,
en su meditación --otra de las que cada año, durante cuatro viernes de
Cuaresma, ayudan al Papa y a sus colaboradores a prepararse para la
Pascua-- el padre Raniero Cantalamessa OFMcap prosiguió la reflexión del
himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso en Adviento (Cf. Zenit
3, 10 y 17 de diciembre de 2004) y que ha reanudado estos últimos
viernes (Cf. Zenit, 25 febrero y 4 marzo 2005 2005).
En la época en que se compuso el «Adoro te devote» «muchos factores
acabaron por hacer tácitamente de la Eucaristía el sacramento del Cuerpo
de Cristo y mucho menos de su sangre», explica a Zenit el padre
Cantalamesa haciendo una síntesis de su predicación.
Pero un símbolo, el pelícano, introduce el tema de la Sangre de Cristo
en la sexta estrofa del himno eucarístico: «Señor Jesús, Pelícano bueno,
/ Límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, / De la que una sola gota puede
liberar / De todos los crímenes al mundo entero».
Y es que «era creencia común en la antigüedad y en la Edad Media que el
pelícano se abriera, con el pico, una herida en el pecho para alimentar,
con su propia sangre, a sus pequeños hambrientos o incluso para
despertarles a la vida si estaban muertos», aclara.
Apunta el religioso que «el contenido teológico de esta estrofa es un
solemne acto de fe en el valor universal de la sangre de Cristo, de la
que una sola gota basta para salvar al mundo entero», pero la
«dificultad más actual que plantea» el himno «se refiere al medio
elegido para realizar esta salvación universal».
«¿Por qué precisamente la sangre? ¿Hay que pensar tal vez que el
sacrificio de Cristo –y por lo tanto, la Eucaristía, que lo renueva
sacramentalmente— no hace sino confirmar la afirmación según la cual “la
violencia es el corazón y el alma secreta de lo sagrado”?», plantea.
Pero «nosotros tenemos hoy la posibilidad de arrojar una luz nueva y
liberadora sobre la Eucaristía, precisamente siguiendo el camino que
llevó a René Girard de la afirmación de que la violencia es intrínseca a
lo sagrado, a la convicción de que el misterio pascual de Cristo ha
desenmascarado y roto para siempre la alianza entre lo sagrado y
violencia», asegura.
«Con su doctrina y su vida, Jesús, según este pensador, desenmascara y
despedaza el mecanismo del chivo expiatorio que sacraliza la violencia,
haciéndose él inocente, la víctima de toda violencia», recuerda el padre
Cantalamessa.
En este sentido es «emblemático el hecho de que sobre su muerte se
aliaron “Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de
Israel” (Hch 4,27); los enemigos de antes se hicieron amigos,
exactamente como en cada crisis de chivo expiatorio», constata.
«Cristo venció la violencia --expresa--: no oponiendo a ella una
violencia mayor, sino sufriéndola y poniendo al descubierto la
injusticia y la inutilidad. Inauguró un nuevo género de victoria que San
Agustín condensó en tres palabras: “Victor quia victima”: vencedor
porque es víctima».
Y «resucitándolo de la muerte, el Padre declaró, de una vez por todas,
de qué parte está la verdad y la justicia y de qué parte el error y la
mentira», puntualiza el predicador del Papa.
Incide en que «la novedad del sacrificio de Cristo se pone de relevancia
desde distintos puntos de vista en la Carta a los Hebreos: Cristo no
tiene necesidad de ofrecer víctimas primero por sus propios pecados,
como cada sacerdote (7,27); no tiene necesidad de repetir más veces el
sacrifico, sino que “que se ha manifestado ahora una sola vez, en la
plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante el
sacrificio de sí mismo” (9,26)».
Refiriéndose a los textos sobre el sacrificio de Cristo y la redención,
para el predicador de la Casa Pontificia «los sucesos y las experiencias
del siglo XX, nunca antes vividos en estas proporciones por la
humanidad, plantearon a la Escritura interrogantes nuevos, y la
Escritura, como siempre, se reveló capaz de respuestas a la medida de
los interrogantes».
«También la abolición de la pena de muerte recibe una luz nueva del
análisis sobre la violencia y lo sagrado. Algo del mecanismo del chivo
expiatorio está en marcha en toda ejecución capital, incluso en las
avaladas por la ley», alerta.
«“Uno murió por todos” (2Co 5, 14): el creyente tiene un motivo más,
eucarístico, para oponerse a la pena de muerte. ¿Cómo pueden los
cristianos, en ciertos países, aprobar y alegrarse de la noticia de que
un criminal haya sido condenado a muerte, cuando leemos en la Biblia:
“Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor
Yahveh-- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva”? (Ez
18,23)», interroga el padre Cantalamessa.
En su opinión, «el debate moderno sobre la violencia y lo sagrado nos
ayuda así a acoger una dimensión nueva de la Eucaristía», gracias a la
cual «el “no” absoluto de Dios a la violencia, pronunciado sobre la
cruz, se mantiene vivo en los siglos. ¡La Eucaristía es el sacramento de
la no-violencia!».
Al mismo tiempo --añade--, la Eucaristía «aparece, positivamente, como
el “sí” de Dios a las víctimas inocentes, el lugar donde cada día la
sangre derramada sobre la tierra se une a la de Cristo que grita a Dios
“con voz más poderosa que la de Abel” (Hb 12,24)».
«De aquí se entiende también qué se quita a la Misa (¡y al mundo!) si se
le quita este carácter dramático, expresado desde siempre con el término
de sacrificio», concluye.
Con la
Eucaristía «pre-saboreamos» ya la vida eterna
18-III-2005, ZENIT.org
Padre Raniero Cantalamessa OFMcap
La última estrofa --«Jesús, a quien ahora veo oculto,
/ te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: / que al mirar tu rostro
cara a cara, / sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.»-- dio oportunidad
al padre Cantalamessa de abordar la dimensión escatológica de la
Eucaristía.
«Es el modo mismo de presencia de Jesús en el sacramento lo que hace
nacer en el corazón la esperanza y el deseo de algo más», pero «la
Eucaristía no se limita a suscitar el deseo de la gloria futura, sino
que es de ella la prenda», explica el predicador del Papa a Zenit
haciendo una síntesis de su meditación.
Es «el sacramento que a nosotros, peregrinos en la tierra, nos revela el
sentido cristiano de la vida» --prosigue-- y, «como el maná» --«alimento
de los que están en camino hacia la tierra prometida»--, «recuerda
constantemente al cristiano que él es “peregrino y forastero” en este
mundo; que su vida es un éxodo»; el pan eucarístico «sostiene durante
todo el camino de esta vida».
Dos orientaciones «distintas y complementarias» ha tomado la escatología
cristiana a partir del Nuevo Testamento –aclara el padre Cantalamessa--:
la escatología «consiguiente» --de los sinópticos y de Pablo, «que sitúa
el cumplimiento en el futuro, en la segunda venida de Cristo, y acentúa
fuertemente la dimensión de la expectativa y de la esperanza»-- y la
escatología «realizada» --de Juan, «que sitúa el cumplimiento esencial
en el pasado, en la venida de Cristo de la encarnación y ve ya iniciada,
en la fe y en los sacramentos, la experiencia de la vida eterna»--.
«La Eucaristía refleja ambas perspectivas» --constata--: «la escatología
“consiguiente”, en cuanto que hace vivir “en la espera de su venida”,
impulsa a mirar constantemente adelante y a sentirse caminantes en este
mundo», y también «la escatología “realizada”», pues «permite saborear,
ya ahora, las primicias de la vida eterna; es como una ventana abierta a
través de la cual el mundo futuro hace irrupción en el presente, la
eternidad entra en el tiempo y las criaturas comienzan su “retorno a
Dios”».
Al recordar «adónde nos dirigimos, el destino final de gloria que nos
espera, y haciéndonos ya “pre-saborear” algo de esta gloria futura», «la
Eucaristía es, por eso mismo, la fuente donde se renueva cada día la
esperanza y la gloria del cristiano», subraya el predicador de la Casa
Pontificia.
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, (...) son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón», recuerda el
padre Cantalamessa citando «Gaudium et spes» (Cf. n.1).
Y propone: «Nada existe –podríamos añadir-- que no halle un eco en la
Eucaristía», pues en ella «es recogido y ofrecido a Dios, al mismo
tiempo, todo el dolor, pero también todo el gozo de la humanidad».
«Encontramos muy natural dirigirnos a Dios en el dolor», pero «las
alegrías en cambio preferimos disfrutarlas solos, a escondidas, casi a
espaldas de Dios». «Qué bello sería si aprendiéramos a vivir también los
gozos de la vida eucarísticamente, o sea, en acción de gracias a Dios»,
exhorta.
Y es que «la presencia y la mirada de Dios no ofuscan nuestras alegrías
honestas, al contrario, las amplifican. Con él, las pequeñas alegrías se
convierten en un incentivo para aspirar al gozo imperecedero cuando,
como canta nuestra estrofa, le contemplemos cara a cara y seamos felices
por la eternidad», concluye.
ZS05031803