El Camino del Amor: la Vida Moral-Los Diez
Mandamientos |
Catecismo de la Iglesia Católica #2534 - 2557
Artículo 10
El Décimo Mandamiento
No
codiciarás... nada que sea de tu prójimo (Ex 20, 17).
No desearás... su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey
o su asno: nada que sea de tu prójimo (Dt 5, 21).
Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6, 21).
2534 El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno,
que versa sobre la concupiscencia de la carne. Prohíbe la
codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude,
prohibidos por el séptimo mandamiento. La ‘concupiscencia de los
ojos’ (cf 1 Jn 2, 16) lleva a la violencia y la injusticia
prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2, 2). La codicia tiene
su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en las
tres primeras prescripciones de la ley (cf Sb 14, 12). El décimo
mandamiento se refiere a la intención del corazón; resume, con
el noveno, todos los preceptos de la Ley.
I El desorden de la concupiscencia
2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas
agradables que no poseemos. Así, desear comer cuando se tiene
hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son
buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de
la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es
nuestro y pertenece, o es debido a otra persona.
2536 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo
de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el
deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas
y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una
injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes
temporales:
Cuando la Ley nos dice: ‘No codiciarás’, nos dice, en otros
términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos
pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa,
infinita y jamás saciada, como está escrito: ‘El ojo del avaro
no se satisface con su suerte’ (Si 5, 9) (Catec. R. 3, 37).
2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener
cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por medios
justos. La catequesis tradicional señala con realismo ‘quiénes
son los que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas’ y
a los que, por tanto, es preciso ‘exhortar más a observar este
precepto’:
Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las
mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos en
comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y
comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes
estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles...
Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan
causas y procesos importantes y numerosos... (Catec. R. 3, 37).
2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del
corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso
estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia
del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una
hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños,
envidiaba al primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12,
1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,
3-7; 1 R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia
del diablo (cf Sb 2, 24).
Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos
contra otros... Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo
de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de
Cristo... Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos
devoramos como lo harían las fieras. (S. Juan Crisóstomo, hom.
in 2 Cor. 28, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la
tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo
desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando
desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por
excelencia’ (ctech. 4,8). ‘De la envidia nacen el odio, la
maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del
prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (S. Gregorio
Magno, mor. 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de la
tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado
debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia
procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de
esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien,
alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será
glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá - porque su
siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los
méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7, 3).
II Los deseos del Espíritu
2541 La economía de la Ley y de la Gracia aparta el
corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia
en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del
Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en
guardia contra la seducción de lo que, desde entonces, aparece
como ‘bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para
lograr sabiduría’ (Gn 3, 6).
2542 “La Ley confiada a Israel nunca fue suficiente para
justificar a los que le estaban sometidos; incluso vino a ser
instrumento de la ‘concupiscencia’ (cf Rm 7, 7). La inadecuación
entre el querer y el hacer (cf Rm 7, 10) manifiesta el conflicto
entre la ‘ley de Dios’, que es la ‘ley de la razón’, y la otra
ley que ‘me esclaviza a la ley del pecado que está en mis
miembros’ (Rm 7, 23).
2543 ‘Pero ahora, independientemente de la ley, la
justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los
profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos
los que creen’ (Rm 3, 21-22.]. Por eso, los fieles de Cristo
‘han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias’ (Ga
5, 24); ‘son guiados por el Espíritu’ (Rm 8, 14) y siguen los
deseos del Espíritu (cf Rm 8, 27).
III La pobreza de corazón
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a El
respecto a todo y a todos y les propone ‘renunciar a todos sus
bienes’ (Lc 14, 33) por El y por el Evangelio (cf Mc 8, 35).
Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda
de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para
vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las
riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 ‘Todos los cristianos... han de intentar orientar
rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo
y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu
de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto’ (LG 42).
2546 ‘Bienaventurados los pobres en el espíritu’ (Mt 5,
3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de
gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los
pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
El Verbo llama ‘pobreza en el Espíritu’ a la humildad voluntaria
de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como
ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: ‘Se hizo pobre por
nosotros’ (2 Co 8, 9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran
su consuelo en la abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). ‘El
orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu
busca el Reino de los cielos’ (S. Agustín, serm. Dom. 1, 3). El
abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la
inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios
dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
IV ‘Quiero ver a Dios’
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre
del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su
plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. ‘La promesa
de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es
poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden
concebir’ (S. Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con
la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete.
Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos
mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen
las seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la
Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap 22, 17) a la comunión
perfecta con Dios:
Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por
error o por adulación; los verdaderos honores no serán ni
negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos; por
otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí
sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz,
donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros.
La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la
virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y más
grande que puede existir: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo" (Lv 26, 12)...Este es también el sentido de las palabras
del apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15, 28). El
será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin,
amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don,
este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna,
comunes a todos (S. Agustín, civ. 22,30).
RESUMEN
2551 "Donde está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt
6,21).
2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado,
nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.
2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el bien
del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado
capital.
2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad,
la humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne con
sus pasiones y sus concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por
el Espíritu y siguen sus deseos.
2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para
entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los pobres de
corazón".
2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La
sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).
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Traspasados de Jesús y María
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