La Virginidad de María
Según el
magisterio de Juan Pablo II el Grande
Ver también:
•María siempre Virgen
(Virginidad Perpetua)
"Es un hecho bien sabido que algunos
Padres de la Iglesia establecieron un significante paralelo entre el
engendramiento de Jesús del vientre intacto... ellos testifican la
convicción que entre los dos eventos de salvación --
la generación-nacimiento de Cristo y Su
Resurrección de los muertos --- existe una conexión intrínseca que
corresponde a un plan preciso de Dios: una conexión que la Iglesia,
guiada por el Espíritu, ha descubierto, no creado. " -JPII, 1992,Capua.
Audiencia
general de Juan Pablo II, 10 de julio de 1996
1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe,
acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y,
probablemente también san Juan.
En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas llama a María «Virgen»,
refiriéndose tanto a su intención de perseverar en la virginidad como al designio
divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación de la
concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier
hipótesis de partogénesis natural y rechaza los intentos de explicar la narración
lucana como explicitación de un tema judío o como derivación de una leyenda mitológica
pagana.
La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no admite ninguna
interpretación reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente mutilaciones de
los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del
Espíritu Santo.
2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual
que san Lucas, la concepción por obra «del Espíritu Santo» (Mt 1,20),
excluyendo las relaciones conyugales.
Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento:
no se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción
del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la
cooperación de la madre. Sólo se le invita aceptar libremente su papel de esposo de la
Virgen y su misión paterna con respecto al niño.
San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía de
Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre
Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros» (Mt 1,23; cf. Is
7,14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción virginal
fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, que comprendió su conformidad
con el designio divino de salvación y su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con
nosotros».
3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de san Marcos no habla de la
concepción y del nacimiento de Jesús; sin embargo, es digno de notar que san Marcos
nunca menciona a José esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «el hijo de
María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dios (Mc 3,11; 5,7; cf.
1,1.11; 9,7; 14,61-62;15,39). Estos datos están en armonía con la fe en el misterio de
su generación virginal. Esta verdad, según un reciente redescubrimiento exegético,
estaría contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san
Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no
presentan en la forma plural usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre,
ni de deseo de carne, no de deseo de hombre, sino que nació de Dios». Esta traducción
en singular convertiría el Prólogo del evangelio de san Juan en uno de los mayores
testimonios de la generación virginal de Jesús, insertada en el contexto del misterio de
la Encarnación.
La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
si Hijo, nacido de mujer (
), para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga
4,4-5), abre el camino al interrogante sobre la personalidad de ese Hijo, y, por
tanto, sobre su nacimiento virginal.
Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal
de Jesús estaba enraizada firmemente en los ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso
carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consideran la
concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o
metafórico: designaría a Jesús como don de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir
de la opinión de otros, según los cuales el relato de la concepción virginal sería,
por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo de expresar una doctrina
teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación
mitológica.
Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción
virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya
esta verdad ya desde las primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Iglesia
católica, n. 496).
4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la
tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la
afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano está de
acuerdo con san Ignacio de Antioquia, que proclama a Jesús «nacido verdaderamente de
una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores hablan explícitamente de una
generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad
solamente moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en el nacimiento del niño.
Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio
pontificio, que siguen a las primeras fórmula breves de fe, están en perfecta sintonía
con esta verdad. El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada
esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo «en lo
últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen,
Madre de Dios, en cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el tercer
concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «nació del Espíritu Santo y de
María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS
555). Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II)
declaran a María «siempre virgen», subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423,
801 y 852). El concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de
que María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre,
ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (Lumen
gentium, 63).
A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a
la Inmaculada Concepción de la «santísima Virgen María» (DS 2.803) y a la
Asunción de la «Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903).
5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del
año 649, convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido del apelativo
«virgen», se ve claramente que este término se usa en su sentido habitual: la
abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integridad corporal.
En todo caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de fe de la
concepción virginal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 496).
La designación de María como «santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la
atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal,
porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.
La expresión que se usa en la definición de la Asunción, «La Inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen», sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad de
María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero
Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su
maternidad divina y a su santidad perfecta.
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los Corazones Traspasados de Jesús y María.