La Virgen María, cooperadora en
la obra de la Redención
Catequesis
de
Juan Pablo II el miércoles 9 de abril de 1997
Ver también: Cooperadora
con Obra de Redención
1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha
reflexionado en la cooperación de María en la obra de la salvación,
profundizando el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo.
Ya san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la
Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; PL 40, 399), título que subraya la
acción conjunta y subordinada de María a Cristo redentor.
La reflexión se ha desarrollado
en este sentido, sobre todo desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera
poner a María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de la
Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el Hijo en la obra
de la salvación, ilustrando la subordinación de la Virgen, en cuanto
cooperadora, al único Redentor.
Por lo demás, el apóstol Pablo,
cuando afirma: «Somos colaboradores de Dios» (1 Co 3, 9), sostiene la efectiva
posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La cooperación de los
creyentes, que excluye obviamente toda igualdad con él, se expresa en el
anuncio del Evangelio y en su aportación personal para que se arraigue en el
corazón de los seres humanos.
2. El término «cooperadora»
aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La
cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del
acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la
oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se
realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se
extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue
asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos
los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la
gracia de la salvación a toda la humanidad.
El particular papel de
cooperadora que desempeñó la Virgen tiene como fundamento su maternidad
divina. Engendrando a Aquel que estaba destinado a realizar la redención del
hombre, alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con él,
mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente singular en la obra
del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunque la llamada de Dios a cooperar en la
obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre
del Salvador en la redención de la humanidad representa un hecho único e
irrepetible.
A pesar de la singularidad de esa
condición, María es también destinataria de la salvación. Es la primera
redimida, rescatada por Cristo «del modo más sublime» en su concepción
inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1, 605), y llena de la
gracia del Espíritu Santo.
3. Esta afirmación nos lleva
ahora a preguntarnos: ¿cuál es el significado de esa singular cooperación de
María en el plan de la salvación? Hay que buscarlo en una intención
particular de Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llama
con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber, en Caná y al
pie de la cruz (cf. Jn 2, 4; 19, 26). María está asociada a la obra salvífica
en cuanto mujer. El Señor, que creó al hombre «varón y mujer» (cf, Gn 1,
27), también en la Redención quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva
Eva. La pareja de los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva
pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madre, devolvería al género
humano su dignidad originaría.
María, nueva Eva, se convierte
así en icono perfecto de la Iglesia. En el designio divino, representa al pie
de la cruz a la humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede dar una
contribución al desarrollo de la obra salvífica.
4. El Concílio tiene muy
presente esta doctrina y la hace suya, subrayando la contribución de la Virgen
santísima no sólo al nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su
Cuerpo místico a lo largo de los siglos y hasta el ªFP"J@<: en la
Iglesia, María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium, 53 y 63) en la
obra de la salvación. Refiriéndose al misterio de la Anunciación, el Concilio
declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la voluntad salvadora de Dios (
... ), se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona
y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia
de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención» (ib., 56).
Además, el Vaticano II no sólo
presenta a María como la «madre del Redentor», sino también como
«compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas», que
colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvador con su
obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerda, asimismo, que el fruto
sublime de esa colaboración es la maternidad universal: «Por esta razón es
nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).
Por tanto, podemos dirigirnos con
confianza a la Virgen santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión
singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, misión que
cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie de la cruz.