Influencia de María en la vida de la Iglesia
Audiencia General, Juan
Pablo II
miércoles 22 de noviembre de 1995
1. Después de haber reflexionado sobre la dimensión mariana de la
vida eclesial, nos disponemos ahora a poner de relieve la inmensa
riqueza espiritual que María comunica a la Iglesia con su ejemplo y su
intercesión.
Ante todo, deseamos considerar brevemente algunos aspectos
significativos de la personalidad de María, que a cada uno de los
fieles brindan indicaciones valiosas para acoger y realizar plenamente
su propia vacación.
María nos ha precedido en el camino de la fe; al creer en el mensaje
del ángel, es la primera en acoger, y de modo perfecto, el misterio de
la encarnación (cf. Redemptoris Mater, 13). Su itinerario de creyente
empieza incluso antes del inicio de su maternidad divina, y se
desarrolla y profundiza durante toda su experiencia terrenal. Su fe es
una fe audaz que, en la anunciación, cree lo humanamente imposible, y
en Caná impulsa a Jesús a realizar su primer milagro, provocando la
manifestación de sus poderes mesiánicos (cf. Jn 2, 1-5).
María educa a los cristianos para que vivan la fe como un camino que
compromete e implica, y que en todas las edades y situaciones de la vida
requiere audacia y perseverancia constante.
2. A la fe de María está unida su docilidad a la voluntad
divina. Creyendo en la palabra de Dios, pudo acogerla plenamente en su
existencia, y mostrándose disponible al soberano designio divino,
aceptó todo lo que se le pedía de lo alto.
Así, la presencia de la Virgen en la Iglesia anima a los cristianos
a ponerse cada día a la escucha de la palabra del Señor, para
comprender su designio de amor en las diversas situaciones diarias,
colaborando fielmente en su realización.
3. De ese modo, María educa a la comunidad de los creyentes para que
miren al futuro con pleno abandono en Dios. En la experiencia personal
de la Virgen la esperanza se enriquece con motivaciones siempre nuevas.
Desde la anunciación, María concentra las expectativas del antiguo
Israel en el Hijo de Dios encarnado en su seno virginal. Su esperanza se
refuerza en las fases sucesivas de la vida oculta en Nazaret y del
ministerio público de Jesús. Su gran fe en la palabra de Cristo, que
había anunciado su resurrección al tercer día, evitó que vacilara
incluso frente al drama de la cruz; conservó su esperanza en el
cumplimiento de la obra mesiánica, esperando sin titubear la mañana de
la resurrección, después de las tinieblas del Viernes Santo.
En su arduo camino a lo largo de la historia, entre el ya de
la salvación recibida y el todavía no de su plena realización,
la comunidad de los creyentes sabe que puede contar con la ayuda de la Madre
de la esperanza, quien habiendo experimentado la victoria de Cristo
sobre el poder de la muerte, le comunica una capacidad siempre nueva de
espera del futuro de Dios y de abandono en las promesas del Señor.
4. El ejemplo de María permite que la Iglesia aprecie mejor el valor
del silencio. El silencio de María no es sólo sobriedad al
hablar, sino sobre todo capacidad sapiencial de recordar y abarcar con
una mirada de fe el misterio del Verbo hecho hombre y los
acontecimientos de su existencia terrenal.
María transmite al pueblo creyente este silencio-acogida de la
palabra, esta capacidad de meditar en el misterio de Cristo. En un mundo
lleno de ruidos y de mensajes de todo tipo, su testimonio permite
apreciar un silencio espiritualmente rico y promueve el espíritu
contemplativo.
María testimonia el valor de una existencia humilde y escondida. Todos
exigen normalmente, y a veces incluso pretenden, poder valorizar de modo
pleno la propia persona y las propias cualidades. Todos son sensibles
ante la estima y el honor. Los evangelios refieren muchas veces que los
Apóstoles ambicionaban los primeros puestos en el Reino, que discutían
entre ellos sobre quién era el mayor y que, a este respecto, Jesús
debió darles lecciones sobre la necesidad de la humildad y del
servicio. (cf. Mt 18, 1-5; 20, 20-28; Mc 9, 33-37; 10, 35-45; Lc 9,
46-48; 22, 24-27). María, por el contrario, no deseó nunca los honores
y las ventajas de una posición privilegiada, sino que trató siempre de
cumplir la voluntad divina, llevando una vida según el plan salvífico
del Padre.
A cuantos sienten con frecuencia el peso de una existencia
aparentemente insignificante, María
les muestra cuán valiosa es la vida, si se la vive por amor a Cristo
y a los hermanos.
5. Además, María testimonia el valor de una vida pura y
llena de ternura hacia todos los hombres. La belleza de su alma,
entregada totalmente al Señor, es objeto de admiración para el pueblo
cristiano. En María la comunidad cristiana ha visto siempre un ideal de
mujer, llena de amor y de ternura, porque vivió la pureza del corazón
y de la carne.
Frente al cinismo de cierta cultura contemporánea, que muy a menudo
parece desconocer el valor de la castidad y trivializa la sexualidad,
separándola de la dignidad de la persona y del proyecto de Dios, la
Virgen María propone el testimonio de una pureza que ilumina la
conciencia y lleva hacia un amor más grande a las criaturas y al
Señor.
6. Más aún; María se presenta a los cristianos de todos los
tiempos, como aquella que experimenta una viva compasión por los
sufrimiento de la humanidad. Esta compasión no consiste sólo en una
participación afectiva, sino que se traduce en una ayuda eficaz y
concreta ante las miserias materiales y morales de la humanidad.
La Iglesia, siguiendo a María, está llamada a tener su misma
actitud con los pobres y con todos los que sufre en esta tierra. La
atención materna de la Madre del Señor a las lágrimas, a los dolores
y a las dificultades de los hombres y mujeres de todos los tiempos, debe
estimular a los cristianos, de modo particular al aproximarse el tercer
milenio, a multiplicar los signos concretos y visibles de un amor que
haga participar a los humildes y a os que sufre hoy en las promesas y
las esperanzas del mundo nuevo que nace de la Pascua.
7. El efecto y la devoción de los hombres y la Madre de Jesús
superan los confines visibles de la Iglesia y mueven a los corazones a
tener sentimientos de reconciliación. Como una madre, María quiere la
unión de todos sus hijos. Su presencia en la Iglesia constituye una
invitación a conservar la unidad de corazón que reinaba en la primera
comunicad (cf. Hch. 1,14), y en consecuencia a buscar también los
caminos de la unidad y de la paz entre todos los hombre y mujeres de
buena voluntad.
María, en su intercesión ante el Hijo pide la gracia de la unidad
del género humano, con vistas a la construcción de la civilización
del amor, superando las tendencias a la división, las tentaciones de la
venganza y el odio, y la fascinación perversa de la violencia.
8. La sonrisa materna de la Virgen reproducida en tantas
imágenes de la iconografía mariana, manifiesta una plenitud de gracia
y paz que quiere comunicarse. Esta manifestación de serenidad del
espíritu contribuye eficazmente a conferir un rostro alegre a la
Iglesia.
María, acogiendo en la anunciación la invitación del ángel a
alegrarse (chatre= alégrate; Lc 1,28), es la primera en participar en
la alegría mesiánica, ya anunciada por los profetas para la “hija de
Sión” (cf. Is 12, 6; So 3, 14-15; Za 9, 8), y la trasmite a la
humanidad de todos los tiempos.
El pueblo cristiano, que la invoca como causa nostrae laetitiae, descubre
en ella la capacidad de comunicar la alegría que nace de la esperanza,
incluso en medio de las pruebas de la vida, y de guiar a quien se
encomienda a ella hacia la alegría que no tendrá fin.
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