1. La Biblia usa con frecuencia la expresión hija de Sión para referirse a los habitantes de la ciudad de Jerusalén, cuya parte histórica y religiosamente más significativa es el monte Sión (cf. Mi 4, 10-13; So 3, 14-18; Za 2, 14; 9, 9-10). Esta personalización en femenino hace más fácil la interpretación esponsal de las relaciones de amor entre Dios e Israel, señalado a menudo con los términos novia o esposa. La historia de la salvación es la historia del amor de Dios, pero en ocasiones también de la infidelidad del ser humano. La palabra del Señor reprocha a menudo a la esposa-pueblo el hecho de haber violado la alianza nupcial establecida con Dios: «Como engaña una mujer a su compañero, así me ha engañado la casa de Israel» (Jr 3, 20) e invita a los hijos de Israel a acusar a su madre: «¡Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido!» (Os 2, 4). ¿En qué consiste el pecado de infidelidad con el que se mancha Israel, la esposa de Yahveh? Consiste, sobre todo, en la idolatría: según el texto sagrado, para el Señor, cuando el pueblo elegido recurre a los ídolos comete un adulterio. 2. El profeta Óseas es quien desarrolla, con imágenes fuertes y dramáticas, el tema de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo, y el de la traición por parte de éste: la historia personal de Óseas se convierte en símbolo elocuente de esa traición. En efecto, cuando nace su hija, recibe la orden siguiente: «Ponle por nombre "No-compadecida", porque yo no me compadeceré más de la casa de Israel» (Os 1, 6) y un poco más adelante: «Ponle el nombre de "No-mi-pueblo", porque vosotros no sois mi pueblo ni yo soy para vosotros El-que-soy» (Os 1, 9). El reproche del Señor y el fracaso de la experiencia del culto a los ídolos hacen recapacitar a la esposa infiel que, arrepentida, dice: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora» (Os 2, 9). Pero Dios mismo desea restablecer la alianza, y entonces su palabra se hace memoria, misericordia y ternura: «Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (Os 2, 16). En efecto, el desierto es el lugar donde Dios, después de la liberación de la esclavitud, estableció la alianza definitiva con su pueblo. Mediante estas imágenes de amor, que vuelven a proponer la difícil relación entre Dios e Israel, el profeta ilustra el gran drama del pecado, la infelicidad del camino de la infidelidad y los esfuerzos del amor divino para hablar al corazón de los hombres y llevarlos de nuevo a la alianza. 3. A pesar de las dificultades del presente, Dios anuncia, por boca del profeta, una alianza más perfecta para el futuro: «Y sucederá aquel día -oráculo del Señor- que ella me llamará: "Marido mío", y no me llamará más: "Baal mío" (...). Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor» (Os 2,18. 21-22). El Señor no se desalienta ante las debilidades humanas, sino que responde a las infidelidades de los hombres proponiendo una unión más estable y más íntima: «Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de "No-compadecida", y diré a "No-mi-pueblo": Tú "Mi pueblo", y él dirá: "¡Mi Dios!"» (Os 2, 25). La misma perspectiva de una nueva
alianza es propuesta, una vez más, por Jeremías al pueblo en el exilio: «En
aquel tiempo -oráculo del Señor- seré el Dios de todas las familias de Israel,
y ellos serán mi pueblo». Así dice el Señor: «Halló gracia en el desierto el
pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel». De lejos se le
aparece el Señor: «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia
para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel» (Jr 31
1-4). 4. También Ezequiel e Isaías utilizan la imagen de la mujer infiel perdonada. A través de Ezequiel, el Señor dice a la esposa: «Pero yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una alianza eterna» (Ez 16, 60). El libro de Isaías recoge un oráculo lleno de ternura: «Tu esposo es tu Hacedor (...). Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice el Señor, tu redentor» (Is 54, 5. 7-8). El amor prometido a la hija de Sión es un amor nuevo y fiel, una magnífica esperanza que supera el abandono de la esposa infiel: «Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará "Pueblo santo", "Rescatados por el Señor"; y a ti se te llamará "Buscada", "Ciudad no abandonada"» (Is 62, 11-12). El profeta precisa: «No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia", y a tu tierra, "Desposada". Porque el Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios» (Is 62, 45). El Cantar de los cantares sintetiza esas imágenes y actitudes de amor en la expresión: «Yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (Ct 6, 3). Así se vuelve a proponer en términos ideales la relación entre Yahveh y su pueblo. 5. Cuando escuchaba la lectura de los oráculos proféticos, María debía de pensar en esta perspectiva, alimentando así en su corazón la esperanza mesiánica. Los reproches dirigidos al pueblo infiel debían de suscitar en ella un compromiso más ardiente de fidelidad a la alianza, abriendo su espíritu a la propuesta de una comunión esponsal definitiva con el Señor en la gracia y en el amor. De esa nueva alianza vendría la salvación del mundo entero.
Esta página es obra de Las Siervas de
los Corazones Traspasados de Jesús y María. |