Santísima Virgen María - Anunciación |
“El ángel le dijo:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo (...).
Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tú
palabra.”
(Lucas 1, 30-32, 38)
Se llama "anunciación" a la visita del Arcángel Gabriel, enviado por
Dios a la Virgen María para pedirle que sea la Madre del Verbo por la
gracia del Espíritu Santo. Ella, conciente de su dignidad y al mismo
tiempo su pequeñez, consintió entregándose sin reservas a la voluntad de
Dios. El "Sí" de María Santísima abre el camino a la Encarnación que
ocurre en ese momento. En ese instante el Verbo se hizo carne. Dios
eterno vino a habitar en ella asumiendo la naturaleza humana.
Celebramos la Anunciación el
25 de Marzo por ser 9 meses antes
de la Navidad (Nacimiento del Señor)
María
Santísima un 25 de marzo le dijo a Bernardita en Lourdes: "Yo soy la
Inmaculada Concepción".
Recordamos la anunciación:
Rezando
el
Angelus, al mediodía.
Rezando
el primer misterio gozoso del
Rosario
Celebrando el día del
niño por nacer.
El día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; La Segunda Persona de
la Trinidad asumió la naturaleza humana y comenzó a vivir en el vientre
de María Santísima.
Gracias al
«sí» de Cristo y de María, Dios pudo asumir un rostro de hombre
Benedicto XVI, 25 marzo 2007
Queridos hermanos y hermanas:
El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Virgen
María. Este año, coincide con un domingo de Cuaresma y por este motivo
se celebrará mañana. De todos modos, quisiera detenerme a reflexionar
sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos cada día al
rezar el Angelus.
La Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un
acontecimiento humilde, escondido --nadie lo vio, sólo lo presenció
María--, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad.
Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue
concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que después
sería sancionada en la Pascua como «nueva y eterna Alianza».
En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de Cristo,
cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los Hebreos
interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito
en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (10, 7). La
obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este
modo, gracias al encuentro de estos dos «síes», Dios ha podido asumir un
rostro de hombre. Por este motivo la Anunciación es también una fiesta
cristológica, pues celebra un misterio central de Cristo: su
Encarnación.
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La
respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a hacer
presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia disponibilidad
para que Dios siga visitando a la humanidad con su misericordia.
El «sí» de Jesús y de María se renueva de este modo en el «sí» de los
santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del
Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo, aniversario del
asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se
celebró la Jornada de Oración y de Ayuno por los Misioneros Mártires:
obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, asesinados en el
cumplimiento de su misión de evangelización y de promoción humana.
Ellos, los misioneros mártires, como dice el tema de este año, son
«esperanza para el mundo», pues testimonian que el amor de Cristo es más
fuerte que la violencia y el odio. No han buscado el martirio, pero han
estado dispuestos a dar la vida para ser fieles al Evangelio. El
martirio cristiano sólo se justifica como supremo acto de amor a Dios y
a los hermanos.
En este período de Cuaresma contemplamos más frecuentemente a la Virgen
que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret. Unida a Jesús,
testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos
con confianza su intercesión para que la Iglesia, fiel a su misión, dé
al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.
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