LA SALVACIÓN ACTUADA EN LA HISTORIA
Ver también: Jesús: único Salvador

 Audiencia general del Papa Juan Pablo Ii, miércoles 11 de marzo 98 (ZENIT).

¿Cómo se realiza la salvación integral obrada por Jesucristo en su progresiva actuación en la historia de la humanidad? Reflexionando sobre esta pregunta Juan Pablo II, durante la audiencia general de esta mañana, dijo: «Precisamente sobre este problema los discípulos preguntan a Jesús antes de la Ascensión: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?" (Hch 1, 6)».

«La pregunta así formulada revela cómo todavía están condicionados por las perspectivas de una esperanza que concibe el Reino de Dios como un evento estrechamente vinculado al destino nacional de Israel. Durante los cuarenta días entre la Resurrección y la Ascensión, Jesús les había hablado del "Reino de Dios" (Hch 1, 3). Pero ellos sólo después de la gran efusión del Espíritu en Pentecostés estarán capacitados para captar las dimensiones más profundas. Mientras tanto Jesús corrige su impaciencia, empujada por el deseo de un reino de perfiles demasiado políticos y terrenos, invitándoles a someterse a los designios misteriosos de Dios: "A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7)».

«Este aviso de Jesús sobre los "tiempos de Dios" --prosiguió Juan Pablo II-- se revela más actual que nunca, tras dos mil años de cristianismo. De cara al crecimiento más bien lento del Reino de Dios en el mundo, se nos pide fiarnos del plan del Padre misericordioso, que todo lo guía con sabiduría trascendente. Jesús nos invita a admirar la "paciencia" del Padre, que adapta su acción transformadora a la lentitud de la naturaleza humana herida por el pecado. Esta paciencia ya se había manifestado en el Antiguo Testamento, en la larga historia que había preparado la venida de Jesús (cf. Rm 3, 26). Ella continúa manifestándose después de Cristo, en el desarrollo de la Iglesia (cf. 2P 3, 9)».

«En su respuesta a los discípulos, Jesús habla de los "tiempos" (en griego, crónos) y de los "momentos" (en griego, kairos). Estas dos expresiones del lenguaje bíblico sobre el tiempo presentan dos matices que es bueno recordar. El "cronos" es el tiempo en su transcurso ordinario, incluido también bajo el influjo de la Providencia divina que todo lo dirige. Pero en este transcurso ordinario de la historia, Dios pone sus intervenciones especiales, que confieren a determinados tiempos un valor salvífico del todo particular. Son precisamente los "kairos", los momentos de Dios, que el hombre ha de discernir y por los cuales se debe dejar interpelar».

El Santo Padre explicó cómo «a la luz de esta distinción entre "crónos" y "kairos" es posible releer también la historia de la Iglesia. Enviada a toda la humanidad, la Iglesia conoce momentos diversos en su desarrollo. En algunos lugares y períodos encuentra especiales dificultades y obstáculos, en otros su progreso es mucho más veloz. Se registran largos tiempos de espera, en los que los esfuerzos intensos de los misioneros parecen ineficaces. Son tiempos que ponen a prueba la fuerza de la esperanza, orientándola hacia un futuro más lejano. Sin embargo, existen también momentos favorables, en los que la Buena Nueva encuentra una acogida benévola y las conversiones se multiplican. El primero y fundamental momento de gracia más abundante lo constituye Pentecostés. Muchos otros han venido después y seguirán viniendo».

«Cuando llega uno de estos momentos --precisó el Pontífice-- quienes tienen una especial responsabilidad de la evangelización son llamados a reconocerlo, para aprovechar mejor las posibilidades ofrecidas por la gracia. Pero no es posible determinar con antelación las fechas. La respuesta de Jesús (cf. Hch 1, 7) no se limita a frenar la impaciencia de los discípulos, sino que subraya también su responsabilidad. Ellos experimentan la tentación de esperar que Jesús provea a todo. Reciben, por el contrario, una misión que los llama a un generoso empeño: "Seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Si con la Ascensión se aleja de su mirada, Jesús quiere sin embargo, precisamente mediante sus discípulos, seguir haciéndose presente en el mundo. A ellos les confía la tarea de la difusión del Evangelio por todo el universo, impulsándoles a salir de la angosta perspectiva limitada a Israel. Ensancha su horizonte, invitándoles a ser testigos "en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8). Todo se realizará por tanto en el nombre de Cristo, pero sobre todo a través de la obra personal de estos testigos».

«Ante esta comprometedora misión --concluyó Juan Pablo II-- los discípulos podrían haberse retirado amedrentados, juzgándose incapaces de asumir una responsabilidad tan grave. Pero Jesús les indica el secreto que les permitirá estar a la altura de la tarea: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros (Hch 1, 8)". Con esta fuerza los discípulos lograrán ser, a pesar de la debilidad humana, auténticos testigos de Cristo en todo el mundo. En Pentecostés, el Espíritu Santo colma a cada uno de los discípulos y a la comunidad entera con la abundancia y la diversidad de sus dones. Jesús revela la importancia del don de la "fuerza" (en griego, dínamis), que sostendrá su acción apostólica. En la Anunciación, el Espíritu Santo había descendido sobre María como "fuerza del Altísimo" (cf Lc 1, 35), realizando en su seno la maravilla de la Encarnación. La misma potencia del Espíritu Santo producirá nuevas maravillas de gracia en la obra de la evangelización de los pueblos».

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