Corazones de Jesús y María- Divina Misericordia-JPII
en Santuario |
La Misericordia Divina
Homilía de S.S. Juan Pablo II, en Santa Misa de consagración del Santuario de
la Divina Misericordia,
17-VIII-02.
"Hoy, en este santuario, quiero consagrar el mundo a la Misericordia
divina."
"Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios, ¿quién te puede
adorar y exaltar de modo digno? Oh sumo atributo de Dios omnipotente,
tú eres la dulce esperanza de los pecadores" (Diario, 951, ed. it.
2001, p. 341).
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Repito hoy estas sencillas y sinceras palabras de santa Faustina,
para adorar juntamente con ella y con todos vosotros el misterio
inconcebible e insondable de la misericordia de Dios. Como ella,
queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe
otra fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe:
Jesús, confío en ti.
De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de
Dios, tenemos particularmente necesidad en nuestro tiempo, en el que
el hombre se siente perdido ante las múltiples manifestaciones del
mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de
lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e
incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible
de esperanza. Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagiewniki,
para redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es "Padre
misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Co 1, 3). Con los ojos
del alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para
descubrir en la profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así
como la luz de la gracia que hemos recibido ya tantas veces, y que
Dios nos reserva para todos los días y para el último día.
2. Estamos a punto de dedicar este nuevo templo a la Misericordia de
Dios. Antes de este acto, quiero dar las gracias de corazón a los que
han contribuido a su construcción. Doy las gracias de modo especial al
cardenal Franciszek Macharski, que ha trabajado tanto por esta
iniciativa, manifestando su devoción a la Misericordia divina. Abrazo
con afecto a las Religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la
Misericordia y les agradezco su obra de difusión del mensaje legado
por santa Faustina. Saludo a los cardenales y a los obispos de
Polonia, encabezados por el cardenal primado, así como a los obispos
procedentes de diversas partes del mundo. Me alegra la presencia de
los sacerdotes diocesanos y religiosos, así como de los seminaristas.
Saludo de corazón a todos los que participan en esta celebración y, de
modo particular, a los representantes de la Fundación del santuario de
la Misericordia Divina, que se ocupó de su construcción, y a los
obreros de las diversas empresas. Sé que muchos de los aquí presentes
han sostenido materialmente con generosidad esta construcción. Pido a
Dios que recompense su magnanimidad y su compromiso con su bendición.
3. Hermanos y hermanas, mientras dedicamos esta nueva iglesia, podemos
hacernos la pregunta que afligía al rey Salomón cuando estaba
consagrando como morada de Dios el templo de Jerusalén: "¿Es que
verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los
cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos
esta casa que yo te he construido!" (1 R 8, 27). Sí, a primera vista,
vincular determinados "espacios" a la presencia de Dios podría parecer
inoportuno. Sin embargo, es preciso recordar que el tiempo y el
espacio pertenecen totalmente a Dios. Aunque el tiempo y todo el mundo
pueden considerarse su "templo", existen tiempos y lugares que Dios
elige para que en ellos los hombres experimenten de modo especial su
presencia y su gracia. Y la gente, impulsada por el sentido de la fe,
acude a estos lugares, segura de ponerse verdaderamente delante de
Dios, presente en ellos.
Con este mismo espíritu de fe he venido a Lagiewniki, para dedicar
este nuevo templo, convencido de que es un lugar especial elegido por
Dios para derramar la gracia de su misericordia. Oro para que esta
iglesia sea siempre un lugar de anuncio del mensaje sobre el amor
misericordioso de Dios; un lugar de conversión y de penitencia; un
lugar de celebración de la Eucaristía, fuente de la misericordia; un
lugar de oración y de imploración asidua de la misericordia para
nosotros y para el mundo. Oro con las palabras de Salomón: "Atiende a
la plegaria de tu siervo y a su petición, Señor Dios mío, y escucha el
clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu presencia, que tus
ojos estén abiertos día y noche sobre esta casa. (...) Oye, pues, la
plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar.
Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y
perdona" (1 R 8, 28-30).
4. "Pero llega la hora, ya está aquí, en que los adoradores verdaderos
adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque el Padre desea que
le den culto así" (Jn 4, 23). Cuando leemos estas palabras de nuestro
Señor Jesucristo en el santuario de la Misericordia Divina, nos damos
cuenta de modo muy particular de que no podemos presentarnos aquí si
no es en Espíritu y en verdad. Es el Espíritu Santo, Consolador y
Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la
Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo "en lo referente al
pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn
16, 8), al mismo tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo.
Este convencer en lo referente al pecado tiene lugar en una doble
relación con la cruz de Cristo. Por una parte, el Espíritu Santo nos
permite reconocer, mediante la cruz de Cristo, el pecado, todo pecado,
en toda la dimensión del mal, que encierra y esconde en sí. Por otra,
el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante la cruz de Cristo,
el pecado a la luz del "mysterium pietatis", es decir, del amor
misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem, 32).
Y así, el "convencer en lo referente al pecado", se transforma al
mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede ser perdonado y el
hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo predilecto de
Dios. En efecto, la cruz "es la inclinación más profunda de la
Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor
eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del
hombre" (Dives in misericordia, 8). La piedra angular de este
santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la
cruz en la que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará
siempre esta verdad.
Creo firmemente que en este nuevo templo las personas se presentarán
siempre ante Dios en Espíritu y en verdad. Vendrán con la confianza
que asiste a cuantos abren humildemente su corazón a la acción
misericordiosa de Dios, al amor que ni siquiera el pecado más grande
puede derrotar. Aquí, en el fuego del amor divino, los corazones
arderán anhelando la conversión, y todo el que busque la esperanza
encontrará alivio.
5. "Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el alma y la
divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por los
pecados nuestros y del mundo entero; por su dolorosa pasión, ten
misericordia de nosotros y del mundo entero" (Diario, 476, ed. it., p.
193). De nosotros y del mundo entero... ¡Cuánta necesidad de la
misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes,
desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la
invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de
venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes
se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los
corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la
dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya
luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se
necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo
termine en el resplandor de la verdad.
Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo
a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el
mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de
santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su
corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a
toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa
del Señor Jesús: de aquí debe salir "la chispa que preparará al mundo
para su última venida" (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso
encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al
mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el
mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta
tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la Iglesia que
está en Cracovia y en Polonia, y a todos los devotos de la
Misericordia divina que vengan de Polonia y del mundo entero. ¡Sed
testigos de la misericordia!
6. Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo
Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo,
Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota
todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu
misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la
fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten
misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.