Historias Vocacionales

 

Hna. Laura de los Ángeles de Jesús Crucificado y María Dolorosa

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Mi nombre es Hermana Laura de los Ángeles García. Mi familia es una familia numerosa. Soy la hija numero cuatro de una familia de 8 hijos. Nuestra familia vivía en Managua, Nicaragua. Éramos una familia de escasos recursos, pero nunca fallaba la fe. Siempre acudíamos a la Misa, aun con el inconveniente de caminar de doce a trece cuadras. Tuve una niñez preciosa; entre los hermanos nos divertíamos mucho. Siempre tuve un gran amor por mi mamá; yo no deseaba despegarme de ella nunca y por eso pienso que la iniciativa de dejar a mis padres a los 15 años era de Dios.
Ni siendo niña, ni de adolescente, manifesté atracción hacia la vida religiosa. Tampoco tuve la oportunidad de  educarme en una escuela católica. Aunque mis padres lo intentaron, nunca se pudo lograr, por el hecho de la distancia que había que caminar para llegar a la escuela. Por esta razón, no hubo mucha presencia de la vida religiosa en mi niñez, es decir un encuentro más cercano con religiosos.
A la edad de 15 años, enviudó una tía muy cercana a mí, le pedí permiso a mis padres para ir a vivir con ella para acompañarla. Mis padres me dieron permiso y me fui a vivir con ella.  Para ella, yo era como la hija que ella nunca tuvo. Años después pude percibir que al irme a vivir a la casa de mi tía, el Señor me entrenó en la renuncia a la familia.

Cuando empiezo a estudiar en la Universidad es cuando comienzo a tener algunos pensamientos sobre la vida religiosa. No estaba muy feliz con mi carrera de Mercadeo. Entonces conocí el seminario mayor de Managua. Conocí a los seminaristas y me interesaba la elección de su vocación; sabía que era algo especial.
En 1989, mi tía, que era mi tutora, decidió mandarme a los Estados Unidos, buscando algo mejor para mí, a lo que yo accedí.  Antes de salir hacia los Estados Unidos un sacerdote, amigo de la familia, me bendijo. Ese detalle para mí fue muy importante; sentía como si el Señor me preparase para algo.

Al llegar a Miami, echaba de menos a mi familia. Fue una etapa muy difícil. Busqué trabajo cuidando niños y limpiando casas, pero pronto tuve la idea de volverme a Nicaragua. Al pensar en mi regreso, algo me detenía; sentía que había llegado a este país por otra razón, una razón que todavía no conocía. Comencé a ir a un grupo de oración. Era una Comunidad de Alianza. En este grupo fue donde conocí al Señor, donde tuve mi encuentro personal con Él.
Mi experiencia, durante este tiempo, fue como si Dios me convenciera de que yo tenía una misión en este país. Yo experimentaba lo que dice el Profeta Oseas: "La llevaré al desierto y ahí le hablaré al corazón”. Dios utilizó el exilio para hablarme de su amor.
Hubo dos personas muy especiales en mi vida, por la cuales llegué a conocer a las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.  Una de las personas fue mi tía, que dispuso que yo viniese a Estados Unidos, y por medio de ella conocí a Cecilia Jarquin, que vivía en Miami.  Cecilia fue la que me llevó a la Comunidad de Alianza, donde conocí a las Siervas. La Comunidad para mi era la familia que había dejado, me enseñaban a amar a Dios y cómo tomar pasos concretos en mi búsqueda de Dios. Todavía no me daba cuenta de que tenía la llamada a la vocación religiosa, aunque todos a mi alrededor lo presentían. Fue entonces cuando, por los consejos de las personas, me puse a pensar más en la vocación religiosa.

Creo que, si no hubiera salido de mi país, nunca me hubiera dado cuenta de que tenía vocación. Fue en el exilio donde me abrí a ella. Pasaron varios años de pruebas y purificaciones.  Me sentía incapaz de poder ser fiel al Señor, veía todo muy difícil, y no sabía a quién acudir. Al mismo tiempo, deseaba la maternidad humana,  la miraba muy santa, pero amaba mucho más la maternidad espiritual, y había una indecisión muy grande en mi corazón.

No quisiera pasar por alto otro detalle que me pareció muy significativo. Cuando la familia más cercana que tenía en Miami, que era mi madrina de confirmación con su esposo y sus dos hijos, se fueron a Nicaragua, yo no tenía donde vivir. Una joven de la comunidad, que estaba preparándose para entrar a la vida religiosa, me abrió las puertas de su casa. Yo no vi esto como una casualidad. Pasado un año, me tuve que mudar por circunstancias de trabajo, y una señora de la comunidad me abrió también las puertas de su casa. Ella había sido religiosa Pasionista, y, aunque hablaba muy poco de sí misma, me enseñó a amar a Jesús Crucificado. Por esto adopté el nombre de Jesús Crucificado en mi profesión religiosa. Cuando viví en su casa, fue cuando empecé a darme cuenta de la lucha que había en mi corazón. Viví en su casa tres años, antes de entrar en el convento.

Mi lucha interior era la inseguridad. Quería ser religiosa, pero quería estar segura. Yo sólo quería hacer  la voluntad de Dios. Decidí tomar un retiro. Después de este retiro, sólo me quedó un interrogante. Sabía que el Señor me llamaba a ser suya, pero no sabía cómo iba a suceder esto. También puedo decir que el Señor me hizo recordar un sueño que tuve constantemente alrededor de los 20 a 25 años de edad. Soñaba que era el día de mi boda, y que en el altar sólo estaba yo, vestida de blanco. Esperaba al esposo, que todavía no conocía, esperaba conocer al Señor. Comencé a ir a misa diaria. Al cabo de unos seis meses el Señor me había fortalecido para mi "sí".
En el año de 1992, entró el huracán Andrew en Miami. Recuerdo que, a las dos semanas, se celebró una Misa en la Parroquia de San Joaquín. Asistieron muchos religiosos y religiosas de todo Miami. Toda la celebración la pasé con el corazón a punto de estallar. Sentía un gran sufrimiento. Entonces recibí una gracia especial. El Señor me hizo ver, como buen maestro, cuándo mi dolor era más grande: si era cuando pensaba que no sería una madre de familia o cuando pensaba que no sería religiosa. Reconocí que mi sufrimiento era más fuerte cuando pensaba que no sería religiosa. Luego me dije: ¿por qué no vivir como religiosa, dado que eso no será sólo obra mía, sino ante todo don y obra de Dios? Desde este momento hasta hoy, no he vuelto a tener dudas de mi vocación.
Después le pedí al Señor que me enseñara la comunidad que el deseaba para mí. Aquí entra un detalle importante: yo quería ser religiosa con hábito. Las carmelitas me atraían mucho, pero  buscaba cumplir la voluntad de Dios. Llamé a las Carmelitas, me puse en contacto para hacer la visita inicial, pero siempre hubo un inconveniente. Sentía que el Señor no deseaba esa comunidad para mí. Escribí a una persona de mucha oración, para que rezara por mí y mi intención de entrar en la vida religiosa. Al mes siguiente, recibí una carta, y verdaderamente fue una respuesta de Dios. La carta me hablaba de la Madre Adela y su congregación naciente. Lo más sorprendente es que yo no había mencionado a las Siervas en mi carta. Lloré tanto, al leer la carta y sentir el amor de Dios y todo su cuidado hacia mí. Entendí la voluntad de Dios para mi vida.
Luego me acerqué a las Siervas y comencé el proceso de conocer más profundamente a la comunidad y la vida religiosa. El 16 de octubre de 1996, día de Santa Margarita María Alacoque, tomé mis primeros votos.
Ojalá que este pequeño pasaje de mi vida pueda ayudar a los que, como yo, buscan hacer la voluntad de Dios.

¡Dios les bendiga!
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