En esta página: Vita Consecrata, Cap. III, conclusión y notas.

CAPITULO III
SERVITIUM CARITATIS
LA VIDA CONSAGRADA, EPIFANÍA DEL AMOR DE DIOS EN EL MUNDO

Consagrados para la misión

72. A imagen de Jesús, el Hijo predilecto «a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo» (Jn 10, 36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión. Esto vale fundamentalmente para todo discípulo. Pero es válido en especial para cuantos son llamados a seguir a Cristo «más de cerca» en la forma característica de la vida consagrada, haciendo de él el «todo» de su existencia. En su llamada está incluida, por tanto, la tarea de dedicarse totalmente a la misión; más aún, la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo, que es la fuente de toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido la vida entera de Jesús. La profesión de los consejos evangélicos, al hacer a la persona totalmente libre para la causa del Evangelio, muestra también la trascendencia que tiene para la misión. Se debe, pues, afirmar que la misión es esencial para cada instituto, no solamente en los de vida apostólica activa, sino también en los de vida contemplativa.
En efecto, antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto, éste es el quehacer principal de la vida consagrada! Cuanto más se deja conformar a Cristo, más lo hace presente y operante en el mundo para la salvación de los hombres.
Se puede decir, por tanto, que la persona consagrada está «en misión» en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio instituto. Es obvio que, cuando el carisma fundacional contempla actividades pastorales, el testimonio de vida y las obras de apostolado o de promoción humana son igualmente necesarias: ambas representan a Cristo, que es al mismo tiempo el consagrado a la gloria del Padre y el enviado al mundo para la salvación de los hermanos y hermanas174.
La vida religiosa, además, participa en la misión de Cristo con otro elemento particular y propio: la vida fraterna en comunidad para la misión. La vida religiosa será, pues, tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del instituto.

Al servicio de Dios y del hombre

73. La vida consagrada tiene la misión profética de recordar y servir al designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia. Es el proyecto de una humanidad salvada y reconciliada (cf. Col 2, 20-22). Para realizar adecuadamente este servicio, las personas consagradas han de poseer una profunda experiencia de Dios y tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu Santo. En realidad, tras los acontecimientos de la historia se esconde frecuentemente la llamada de Dios a trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro tiempo175.
El discernimiento de los signos de los tiempos, como dice el Concilio, ha de hacerse a la luz del Evangelio, de tal modo que se «pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas»176. Es necesario, pues, estar abiertos a la voz interior del Espíritu, que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia. El llama a la vida consagrada para que elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy. Son un reclamo divino que sólo las almas habituadas a buscar en todo la voluntad de Dios saben percibir con nitidez y traducir después con valentía en opciones coherentes, tanto con el carisma original, como con las exigencias de la situación histórica concreta.
Ante los numerosos problemas y urgencias que en ocasiones parecen comprometer y avasallar incluso la vida consagrada, los llamados sienten la exigencia de llevar en el corazón y en la oración las muchas necesidades del mundo entero, actuando con audacia en los campos respectivos del propio carisma fundacional. Su entrega deberá ser, obviamente, guiada por el discernimiento sobrenatural, que sabe distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario (cf. Ga 5, 16-17; 1 Jn 4,6). Mediante la fidelidad a la Regla y a las Constituciones, conservan la plena comunión con la Iglesia177.
De este modo la vida consagrada no se limitará a leer los signos de los tiempos, sino que contribuirá también a elaborar y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales. Todo esto con la certeza, basada en la fe, de que el Espíritu sabe dar las respuestas más apropiadas incluso a las más espinosas cuestiones. Será bueno a este respecto recordar algo que han enseñado siempre los grandes protagonistas del apostolado: hay que confiar en Dios como si todo dependiese de él y, al mismo tiempo, empeñarse con toda generosidad como si todo dependiera de nosotros.

Colaboración eclesial y espiritualidad apostólica

74. Se ha de hacer todo en comunión y en diálogo con las otras instancias eclesiales. Los retos de la misión son de tal envergadura que no pueden ser acometidos eficazmente sin la colaboración, tanto en el discernimiento como en la acción, de todos los miembros de la Iglesia. Difícilmente los individuos aislados tienen una respuesta completa: ésta puede surgir normalmente de la confrontación y del diálogo. En particular, la comunión operativa entre los diversos carismas asegurará, además de un enriquecimiento recíproco, una eficacia más incisiva en la misión. La experiencia de estos años confirma sobradamente que «el diálogo es el nuevo nombre de la caridad»178, especialmente de la caridad eclesial; el diálogo ayuda a ver los problemas en sus dimensiones reales y permite abordarlos con mayores esperanzas de éxito. La vida consagrada, por el hecho de cultivar el valor de la vida fraterna, representa una privilegiada experiencia de diálogo. Por eso puede contribuir a crear un clima de aceptación recíproca, en el que los diversos sujetos eclesiales, al sentirse valorizados por lo que son, confluyan con mayor convencimiento en la comunión eclesial, encaminada a la gran misión universal.
Los institutos comprometidos en una u otra modalidad de servicio apostólico han de cultivar, en fin, una sólida espiritualidad de la acción, viendo a Dios en todas las cosas, y todas las cosas en Dios. En efecto, «se ha de saber que, como el buen orden de la vida consiste en tender de la vida activa a la contemplativa, también por lo general el alma vuelve útilmente de la vida contemplativa a la activa para realizar con mayor perfección la vida activa, por lo mismo que la vida contemplativa enfervoriza a la activa»179. Jesús mismo nos ha dado perfecto ejemplo de cómo se pueden unir la comunión con el Padre y una vida intensamente activa. Sin la tensión continua hacia esta unidad, se corre el riesgo de un colapso interior, de desorientación y de desánimo. La íntima unión entre contemplación y acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles.

I. EL AMOR HASTA EL EXTREMO

Amar con el corazón de Cristo

75. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena (...) se levantó de la mesa... se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13, 1-2, 4-5).
En el gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús revela la profundidad del amor de Dios por el hombre: ¡en él, Dios mismo se pone al servicio de los hombres! Él revela al mismo tiempo el sentido de la vida cristiana y, con mayor motivo, de la vida consagrada, que es vida de amor oblativo, de concreto y generoso servicio. Siguiendo los paso del Hijo del hombre, que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28), la vida consagrada, al menos en los mejores períodos de su larga historia, se ha caracterizado por este «lavar los pies», es decir, por el servicio, especialmente a los más pobres y necesitados. Ella, por una parte, contempla el misterio sublime del Verbo en el seno del Padre (cf. Jn 1, 1), mientras que, por otra, sigue al mismo Verbo que se hace carne (cf. Jn 1, 14), se abaja, se humilla para servir a los hombres. Las personas que siguen a Cristo en la vía de los consejos evangélicos desean, también hoy, ir allá donde Cristo fue y hacer lo que él hizo.
Él llama continuamente a nuevos discípulos, hombres y mujeres, para comunicarles, mediante la efusión del Espíritu (cf. Rm 5, 5), el ágape divino, su modo de amar, apremiándolos a servir a los demás en la entrega humilde de sí mismos, lejos de cualquier cálculo interesado. A Pedro que, extasiado ante la luz de la Transfiguración, exclama: «Señor, bueno es estarnos aquí» (Mt 17,4), le invita a volver a los caminos del mundo para continuar sirviendo al reino de Dios: «Desciende, Pedro; tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor»180. La mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura.
La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfiguradas por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna181. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante. Bien convencido de ello estaba san Vicente de Paúl cuando indicaba como programa de vida a la Hijas de la Caridad el «entregarse a Dios para amar a Nuestro Señor y servirlo material y espiritualmente en la persona de los pobres, en sus casas o en otros sitios, para instruir a las jóvenes menesterosas, a los niños y, en general, a todos aquellos que os manda la divina Providencia»182.
Entre los posibles ámbitos de la caridad, el que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título especial el amor al mundo «hasta el extremo», es el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres.

Aportación específica de la vida consagrada a la evangelización

76. La aportación específica que los consagradas y consagradas ofrecen a la evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a imitación del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo. En la obra de la salvación, en efecto, todo proviene de la participación en el ágape divino. Las personas consagradas hacen visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión183. Ellas, dejándose conquistar por él (cf. Flp 3, 12), se disponen para convertirse, en cierto modo, en una prolongación de su humanidad184. La vida consagrada es una prueba elocuente de que, cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos185.

La primera evangelización: anunciar a Cristo a las gentes

77. Quien ama a Dios, Padre de todos, ama necesariamente a sus semejantes, en los que reconoce otros tantos hermanos y hermanas. Precisamente por eso no puede permanecer indiferente ante el hecho de que muchos de ellos no conocen la plena manifestación del amor de Dios en Cristo. De aquí nace principalmente, obedeciendo el mandato de Cristo, el impulso misionero ad gentes, que todo cristiano consciente comparte con la Iglesia, misionera por su misma naturaleza. Es un impulso sentido sobre todo por los miembros de los institutos, sean de vida contemplativa o activa186. Las personas consagradas, en efecto, tienen la tarea de hacer presente también entre los no cristianos187 a Cristo casto, pobre, obediente, orante y misionero188. En virtud de su más íntima consagración a Dios189, y permaneciendo dinámicamente fieles a su carisma, no pueden dejar de sentirse implicadas en una singular colaboración con la actividad misionera de al Iglesia. El deseo tantas veces repetido de Teresa de Lisieux: «amarte y hacerte amar»; el anhelo ardiente de san Francisco Javier: «Así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta de que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: "Aquí estoy Señor, ¿qué debo hacer? Envíame a donde quieras"»190; así como otros testimonios parecidos de innumerables almas santas, manifiestan la irrenunciable tensión misionera que distingue y caracteriza la vida consagrada.

Presentes en todos los rincones de la tierra

78. «El amor de Cristo nos apremia»" (2 Co 5, 14): los miembros de cada instituto deberían repetir estas palabras con el Apóstol, por ser tarea de la vida consagrada el trabajar en todo el mundo para consolidar y difundir el reino de Cristo, llevando el anuncio del Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas191. De hecho, la historia misionera testimonia la gran aportación que han dado a la evangelización de los pueblos: desde las antiguas familias monásticas hasta las más recientes fundaciones dedicadas de manera exclusiva a la misión ad gentes, desde los institutos de vida activa a los de vida contemplativa192, innumerables personas han gastado sus energías en esta «actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida»193, puesto que se dirige a la multitud creciente de aquellos que no conocen a Cristo.
Este deber continúa urgiendo hoy a los institutos de vida consagrada y a las sociedades de vida apostólica: el anuncio del Evangelio de Cristo espera de ellos la máxima aportación posible. También los institutos que surgen y que operan en las Iglesias jóvenes están invitados a abrirse a la misión entre los no cristianos, dentro y fuera de su patria. A pesar de las comprensibles dificultades que algunos de ellos puedan atravesar, conviene recordar a todos que, así como «la fe se fortalece dándola»194, también la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad. Por su parte, la actividad misionera ofrece amplios espacios para acoger las variadas formas de vida consagrada.
La misión ad gentes ofrece especiales y extraordinarias oportunidades a las mujeres consagradas, a los religiosos hermanos y a los miembros de institutos seculares, para una acción apostólica particularmente incisiva. Estos últimos, además, con su presencia en los diversos ámbitos típicos de la vida laical, pueden desarrollar una preciosa labor de evangelización de los ambientes, de las estructuras y de las mismas leyes que regulan la convivencia. Ellos pueden también testimoniar los valores evangélicos estando al lado de personas que no conocen aún a Jesús, contribuyendo de este modo específico a la misión.
Se ha de subrayar que en los países donde tienen amplia raigambre religiones no cristianas, la presencia de la vida consagrada adquiere una gran importancia, tanto con actividades educativas, caritativas y culturales, como con el signo de la vida contemplativa. Por esto se debe alentar de manera especial la fundación en las nuevas Iglesias de comunidades entregadas a la contemplación, dado que «la vida contemplativa pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia»195. Es preciso, además, promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres196.

Anuncio de Cristo e inculturación

79. El anuncio de Cristo tiene la prioridad permanente en la misión de la Iglesia197 y tiende a la conversión, esto es, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio198. Forman parte también de la actividad misionera el proceso de inculturación y el diálogo interreligioso. El reto de la inculturación ha de ser asumido por las personas consagradas como una llamada a colaborar con la gracia para lograr un acercamiento a las diversas culturas. Esto supone una seria preparación personal, dotes de maduro discernimiento, adhesión fiel a los indispensables criterios de ortodoxia doctrinal, de autenticidad y de comunión eclesial199. Apoyados en el carisma de los fundadores y fundadoras, muchas personas consagradas han sabido acercarse a las diversas culturas con la actitud de Jesús que «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7) y, con un esfuerzo audaz y paciente de diálogo, han establecido provechosos contactos con las gentes más diversas, anunciando a todos el camino de la salvación. Cuántas de ellas saben buscar y son capaces de encontrar en la historia de las personas y de los pueblos huellas de la presencia de Dios, que guía a la humanidad entera hacia el discernimiento de los signos de su voluntad redentora. Tal búsqueda es ventajosa para las mismas personas consagradas: en efecto, los valores descubiertos en las diversas civilizaciones pueden animarlas a incrementar su compromiso de contemplación y de oración, a practicar más intensamente el compartir comunitario y la hospitalidad, a cultivar con mayor diligencia el interés por la persona y el respeto por la naturaleza.
Para una auténtica inculturación es necesaria una actitud parecida a la del Señor, cuando se encarnó y vino con amor y humildad entre nosotros. En este sentido la vida consagrada prepara a las personas para hacer frente a la compleja y ardua tarea de la inculturación, porque las habitúa al desprendimiento de las cosas, incluidos muchos aspectos de la propia cultura. Aplicándose con estas actitudes al estudio y a la comprensión de las culturas, los consagrados pueden discernir mejor en ellas los valores auténticos y el modo en que pueden ser acogidos y perfeccionados, con ayuda del propio carisma200. De todos modos, no se ha de olvidar que en muchas culturas antiguas la expresión religiosa está de tal modo integrada en ellas, que la religión representa frecuentemente la dimensión trascendente de la cultura misma. En este caso, una verdadera inculturación conlleva necesariamente un serio y abierto diálogo interreligioso, que «no está en contraposición con la misión ad gentes: y que no dispensa de la evangelización»201.

Inculturación de la vida consagrada

80. La vida consagrada, por su parte, es de por sí portadora de valores evangélicos y, consiguientemente, allí donde es vivida con autenticidad, puede ofrecer una aportación original a los retos de la inculturación. En efecto, siendo un signo de la primacía de Dios y del Reino, la vida consagrada es una provocación que, en el diálogo, puede interpelar la conciencia de los hombres. Si la vida consagrada mantiene su propia fuerza profética se convierte, en el entramado de una cultura, en fermento evangélico capaz de purificarla y hacerla evolucionar. Lo demuestra la historia de tantos santos y santas que, en épocas diversas, ha sabido vivir en el propio tiempo sin dejarse dominar por él, señalando nuevos caminos a su generación. El estilo de vida evangélico es una fuente importante para proponer un nuevo modelo cultural. Cuántos fundadores y fundadoras, al percatarse de ciertas exigencias de su tiempo, han sabido dar una respuesta que, aun con las limitaciones que ellos mismos han reconocido, se ha convertido en una propuesta cultural innovadora.
Las comunidades de los institutos religiosos y de las sociedades de vida apostólica pueden plantear perspectivas culturales concretas y significativas cuando testimonian el modo evangélico de vivir la acogida recíproca en la diversidad y el ejercicio de la autoridad, la común participación en los bienes materiales y espirituales, la internacionalidad, la colaboración intercongregacional y la escucha de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El modo de pensar y de actuar por parte de quien sigue a Cristo más de cerca da origen, en efecto, a una auténtica cultura de referencia, pone al descubierto lo que hay de inhumano, y testimonia que sólo Dios da fuerza y plenitud a los valores. A su vez, una auténtica inculturación ayudará a las personas consagradas a vivir el radicalismo evangélico según el carisma del propio instituto y la idiosincrasia del pueblo con el cual entran en contacto. De esta fecunda relación surgirán estilos de vida y métodos pastorales que pueden ser una riqueza para todo el instituto, si se demuestran coherentes con el carisma fundacional y con la acción unificadora del Espíritu Santo. En este proceso, hecho de discernimiento y de audacia, de diálogo y de provocación evangélica, la Santa Sede es una garantía para seguir el recto camino, y a ella compete la función de animar la evangelización de las culturas, de autentificar su desarrollo, y de sancionar los logros en orden a la inculturación202, tarea ésta «difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a la tradición apostólica en la evolución constante de las culturas»203.

La nueva evangelización

81. Para hacer frente de manera adecuada a los grandes desafíos que la historia actual plantea a la nueva evangelización, se requiere que la vida consagrada se deje interpelar continuamente por la Palabra revelada y por los signos de los tiempos204. El recuerdo de las grandes evangelizadoras y de los grandes evangelizadores, que fueron antes grandes evangelizados, pone de manifiesto cómo, para afrontar el mundo de hoy, hacen falta personas entregadas amorosamente al Señor y a su Evangelio. «Las personas consagradas, en virtud de su vocación específica, están llamadas a manifestar la unidad entre autoevangelización y testimonio, entre renovación interior y apostólica, entre ser y actuar, poniendo de relieve que el dinamismo deriva siempre del primer elemento del binomio»205. La nueva evangelización, como la de siempre, será eficaz si sabe proclamar desde los tejados lo que ha vivido en la intimidad con el Señor. Para ello se requieren personalidades sólidas, animadas por el fervor de los santos. La nueva evangelización exige de los consagrados y consagradas una plena conciencia del sentido teológico de los retos de nuestro tiempo. Estos retos han de ser examinados con cuidadoso y común discernimiento, para lograr una renovación de la misión. La audacia con que se anuncia al Señor Jesús debe estar acompañada de la confianza en la acción de la Providencia, que actúa en el mundo y que «hace que todas las cosas, incluso los fracasos del hombre, contribuyan al bien de la Iglesia»206.
Para una provechosa inserción de los institutos en el proceso de la nueva evangelización es importante la fidelidad al carisma fundacional, la comunión con todos aquellos que en la Iglesia están comprometidos en la misma empresa, especialmente con los pastores, y la cooperación con todos los hombres de buena voluntad. Esto exige un serio discernimiento de las llamadas que el Espíritu dirige a cada instituto, tanto en aquellas regiones en las que no se vislumbran grandes progresos inmediatos, como en otras zonas donde se percibe un rebrote esperanzador. Las personas consagradas han de ser pregoneras entusiastas del Señor Jesús en todo tiempo y lugar, y estar dispuestas a responder con sabiduría evangélica a los interrogantes que hoy brotan de la inquietud del corazón humano y de sus necesidades más urgentes.

Predilección por los pobres y promoción de la justicia

82. En los comienzos de su ministerio, Jesús proclama, en la sinagoga de Nazaret, que el Espíritu lo ha consagrado para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos, restituir la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos, y predicar un año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 16-19). Haciendo propia la misión del Señor, la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, para su salvación integral. Pero se dirige con una atención especial, con una auténtica «opción preferencial», a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad: «Pobres», en las múltiples dimensiones de la pobreza, son los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos son considerados y tratados como los «últimos» en la sociedad.
La opción por los pobres es inherente a la dinámica misma del amor vivido según Cristo. A ella están, pues, obligados todos los discípulos de Cristo; no obstante, aquellos que quieren seguir al Señor más de cerca, imitando sus actitudes, deben sentirse implicados en ella de una manera del todo singular. La sinceridad de su respuesta al amor de Cristo les conduce a vivir como pobres y abrazar la causa de los pobres. Esto implica para cada instituto, según su carisma específico, la adopción de un estilo de vida humilde y austero, tanto personal como comunitariamente. Las personas consagradas, cimentadas en este testimonio de vida, estarán en condiciones de denunciar, de la manera más adecuada a su propia opción y permaneciendo libres de ideologías políticas, las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios, y de comprometerse en la promoción de la justicia en el ambiente social en el que actúan207. De este modo, incluso en las actuales situaciones será renovada, a través del testimonio de innumerables personas consagradas, la entrega que caracterizó a fundadores y fundadoras que gastaron su vida para servir al Señor presente en los pobres. En efecto, Cristo «es indigente aquí en la persona de sus pobres (...). En cuanto Dios, rico; en cuanto hombre, pobre. Ciertamente ese Hombre subió ya rico al cielo donde, se halla sentado a la derecha del Padre; mas aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez»208.
El Evangelio se hace operante mediante la caridad, que es gloria de la Iglesia y signo de su fidelidad al Señor. Lo demuestra toda la historia de la vida consagrada, que se puede considerar como una exégesis viviente de la palabra de Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Muchos institutos, especialmente en la época moderna, han surgido precisamente para atender a una u otra necesidad de los pobres. Pero aun en los casos en que ésta no haya sido la finalidad determinante, la atención y la solicitud por los necesitados, manifestada a través de la oración, la acogida y la hospitalidad, han acompañado naturalmente las diversas formas de vida consagrada, incluidas las de vida contemplativa. ¿Cómo podría ser de otro modo, dado que el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres? En este sentido la historia de la vida consagrada está llena de maravillosos ejemplos, a veces geniales. San Paulino de Nola, después de haber distribuido sus bienes para consagrarse enteramente a Dios, hizo levantar las celdas de su monasterio sobre un hospicio destinado precisamente a los menesterosos. Gozaba al pensar en este singular «intercambio de dones»: los pobres que socorría afianzaban con sus plegarias los «fundamentos» mismos de su casa, entregada totalmente a la alabanza de Dios209. A San Vicente de Paúl, por su parte, le gustaba decir que, cuando se está obligado a dejar la oración para atender a un pobre en necesidad, en realidad la oración no se interrumpe, porque «se deja a Dios por Dios»210.
Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada, puesto que, como dice san Gregorio Magno, «cuando uno se abaja a lo más bajo de sus prójimos, entonces se eleva admirablemente a la más alta caridad, ya que, si con benignidad desciende a lo inferior, valerosamente retorna a lo superior»211.

El cuidado de los enfermos

83. Siguiendo una gloriosa tradición, un gran número de personas consagradas, sobre todo mujeres, ejercen su apostolado en el sector de la sanidad según el carisma del propio instituto. Muchas son las personas consagradas que han sacrificado su vida a lo largo de los siglos en el servicio a las víctimas de enfermedades contagiosas, demostrando que la entrega hasta el heroísmo pertenece a la índole profética de la vida consagrada.

La Iglesia admira y agradece a las personas consagradas que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a su misión. Prolongan el ministerio de misericordia de Cristo, que pasó «haciendo el bien y curando a todos» (Hch 10, 38). Que, siguiendo las huellas de Cristo, divino Samaritano, médico del cuerpo y del alma212, y a ejemplo de los respectivos fundadores y fundadoras, las personas consagradas que se dedican a estos menesteres en virtud del carisma del propio instituto, perseveren en su testimonio de amor hacia los enfermos, dedicándose a ellos con profunda comprensión y participación. Que en sus decisiones otorguen un lugar privilegiado a los enfermos más pobres y abandonados, así como a los ancianos, incapacitados, marginados, enfermos terminales y víctimas de la droga y de las nuevas enfermedades contagiosas. Han de fomentar que los enfermos ofrezcan su dolor en comunión con Cristo crucificado y glorificado para la salvación de todos213 y, más aún, que alimenten en ellos la conciencia de ser, con la palabra y con las obras, sujetos activos de pastoral a través del peculiar carisma de la cruz214.
La Iglesia también recuerda a los consagrados y consagradas que es parte de su misión el evangelizar los ambientes sanitarios en que trabajan, tratando de iluminar, a través de la comunicación de los valores evangélicos, el modo de vivir, sufrir y morir de los hombres de nuestro tiempo. Es tarea propia dedicarse a la humanización de la medicina y a la profundización de la bioética, al servicio del Evangelio de la vida. Que promuevan por tanto, ante todo, el respeto de la persona y de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, en plena conformidad con las enseñanzas morales de la Iglesia215, instituyendo también para ello centros de formación216 y colaborando fraternalmente con los organismos eclesiales de la pastoral sanitaria.

II. UN TESTIMONIO PROFÉTICO ANTE LOS GRANDES RETOS

El profetismo de la vida consagrada

84. Los padres sinodales han destacado el carácter profético de la vida consagrada como una forma de especial participación en la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu Santo a todo el pueblo de Dios. Es un profetismo inherente a la vida consagrada en cuanto tal, por el radical seguimiento de Jesús y la consiguiente entrega a la misión que la caracteriza. La función de signo, que el concilio Vaticano II reconoce a la vida consagrada217, se manifiesta en el testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos en la vida cristiana. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que él vive218.
La tradición patrística ha visto una figura de la vida religiosa monástica en Elías, profeta audaz y amigo de Dios219. Vivía en su presencia y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres contra los poderosos del mundo (cf. 1 R 18-19). En la historia de la Iglesia, junto con otros cristianos, no han faltado hombres y mujeres consagrados a Dios que, por un singular don del Espíritu, han ejercido un auténtico ministerio profético, hablando a todos en nombre de Dios, incluso a los pastores de la Iglesia. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado. El testimonio profético exige la búsqueda apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión eclesial, el ejercicio del discernimiento espiritual y el amor por la verdad. También se manifiesta en la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y en el escudriñar nuevos caminos de actuación del Evangelio para la construcción del reino de Dios220.

Su importancia para el mundo contemporáneo

85. En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rastro de Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de las personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas. La misma vida fraterna es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras. La fidelidad al propio carisma conduce a las personas consagradas a dar por doquier un testimonio cualificado, con la lealtad del profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida.
Una especial fuerza persuasiva de la profecía deriva de la coherencia entre el anuncio y la vida. Las personas consagradas serán fieles a su misión en la Iglesia y en el mundo en la medida que sean capaces de hacer un examen continuo de sí mismas a la luz de la palabra de Dios221. De este modo podrán enriquecer a los demás fieles con los bienes carismáticos recibidos, dejándose interpelar a su vez por las voces proféticas provenientes de los otros miembros eclesiales. En este intercambio de dones, garantizado por la plena sintonía con el Magisterio y la disciplina de la Iglesia, brillará la acción del Espíritu Santo que «la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos»222.

Fidelidad hasta el martirio

86. En este siglo, como en otras épocas de la historia, hombres y mujeres consagrados han dado testimonio de Cristo, el Señor, con la entrega de la propia vida. Son miles los que obligados a vivir en clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos, obstaculizados en las actividades misioneras, en la ayuda a los pobres, en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven su consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente a dar su sangre, en perfecta conformación con Cristo crucificado. La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de algunos de ellos y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su ejemplo, interceden por nuestra fidelidad y nos esperan en la gloria.
Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación. Los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica han de contribuir a esta tarea recogiendo los nombres y los testimonios de las personas consagradas que puedan ser inscritas en el Martirologio del siglo XX223.

Los grandes retos de la vida consagrada

87. El cometido profético de la vida consagrada surge de tres desafíos principales dirigidos a la Iglesia misma: son desafíos de siempre, que la sociedad contemporánea, al menos en algunas partes del mundo, lanza con formas nuevas y tal vez más radicales. Atañen directamente a los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y alientan a la Iglesia y especialmente a las personas consagradas a clarificar y dar testimonio de su profundo significado antropológico. En efecto, la elección de estos consejos, lejos de ser un empobrecimiento de los valores auténticamente humanos, se presenta más bien como una transfiguración de los mismos. Los consejos evangélicos no han de ser considerados como una negación de los valores inherentes a la sexualidad, al legítimo deseo de disponer de los bienes materiales y de decidir autónomamente de sí mismo. Estas inclinaciones, en cuanto fundadas en la naturaleza, son buenas en sí mismas. La criatura humana, no obstante, al estar debilitada por el pecado original, corre el peligro de secundarlas de manera desordenada. La profesión de castidad, pobreza y obediencia supone una voz de alerta para no infravalorar las heridas producidas por el pecado original, al mismo tiempo que, aun afirmando el valor de los bienes creados, los relativiza, presentando a Dios como el bien absoluto. Así, aquellos que siguen los consejos evangélicos, al mismo tiempo que buscan la propia santificación, proponen, por así decirlo, una «terapia espiritual» para la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y hacen visible de algún modo al Dios viviente. La vida consagrada, especialmente en los momentos de dificultad, es una bendición para la vida humana y para la misma vida eclesial.

El reto de la castidad consagrada

88. La primera provocación proviene de una cultura hedonista, que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos: prevaricaciones de todo tipo, a las que siguen innumerables daños psíquicos y morales para los individuos y las familias. La respuesta de la vida consagrada consiste ante todo en la práctica gozosa de la castidad perfecta, como testimonio de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas! Este testimonio es necesario hoy más que nunca, precisamente porque es algo casi incomprensible en nuestro mundo. Es un testimonio que se ofrece a cada persona -a los jóvenes, a los novios, a los esposos y a las familias cristianas- para manifestar que la fuerza del amor de Dios puede obrar grandes cosas precisamente en las vicisitudes del amor humano, que trata de satisfacer una creciente necesidad de transparencia interior en las relaciones humanas.
Es necesario que la vida consagrada presente al mundo de hoy ejemplos de una castidad vivida por hombres y mujeres que demuestren equilibrio, dominio de sí mismos, iniciativa, madurez psicológica y afectiva224. Gracias a este testimonio se ofrece al amor humano un punto de referencia seguro, que la persona consagrada encuentra en la contemplación del amor trinitario, que nos ha sido revelado en Cristo. Precisamente porque está inmersa en este misterio, la persona consagrada se siente capaz de un amor radical y universal, que le da la fuerza del autodominio y de la disciplina necesarios para no caer en la esclavitud de los sentidos y de los instintos. La castidad consagrada aparece de este modo como una experiencia de alegría y de libertad. Iluminada por la fe en el Señor resucitado y por la esperanza en los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. Ap 21, 1), ofrece también estímulos valiosos para la educación en la castidad propia de otros estados de vida.

El reto de la pobreza

89. La segunda provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad.
¡Cuántos institutos se dedican a la educación, a la instrucción y formación profesional, preparando a los jóvenes y a los no tan jóvenes para ser protagonistas de su futuro! ¡Cuántas personas consagradas se desgastan sin escatimar esfuerzos en favor de los últimos de la tierra! ¡Cuántas se afanan en formar a los futuros educadores y responsables de la vida social, de tal modo que éstos se comprometan en la supresión de las estructuras opresivas y en la promoción de proyectos de solidaridad en favor de los pobres! Estas personas consagradas luchan para vencer el hambre y sus causas, animando las actividades del voluntariado y de las organizaciones humanitarias, y sensibilizando a los organismos públicos y privados para propiciar así una equitativa distribución de las ayudas internacionales. Mucho deben las naciones a estos emprendedores agentes de la caridad que, con su incansable generosidad, han dado y siguen dando una significativa aportación a la humanización del mundo.

La pobreza evangélica al servicio de los pobres

90. En realidad, antes aún que un servicio a los pobres, la pobreza evangélica es un valor en sí misma, en cuanto evoca la primera de las bienaventuranzas en la imitación de Cristo pobre225. Su primer significado, en efecto, consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Pero justamente por esto, la pobreza evangélica contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas. Por este motivo, hoy más que en otros tiempos, esta voz atrae la atención de aquellos que, conscientes de los limitados recursos de nuestro planeta, propugnan el respeto y la defensa de la naturaleza creada mediante la reducción del consumo, la sobriedad y una obligada moderación de los propios apetitos.
Se pide a las personas consagradas, pues, un nuevo y decidido testimonio evangélico de abnegación y de sobriedad, un estilo de vida fraterna inspirado en criterios de sencillez y de hospitalidad, para que sean así un ejemplo también para todos los que permanecen indiferentes ante las necesidades del prójimo. Este testimonio acompañara naturalmente el amor preferencial por los pobres, y se manifestará de manera especial en el compartir las condiciones de vida de los más desheredados. No son pocas las comunidades que viven y trabajan entre los pobres y los marginados, compartiendo su condición y participando de sus sufrimientos, problemas y peligros.
Páginas importantes de la historia de la solidaridad evangélica y de la entrega heroica han sido escritas por personas consagradas en estos años de cambios profundos y de grandes injusticias, de esperanzas y desilusiones, de importantes conquistas y de amargas derrotas. Otras páginas no menos significativas han sido y están siendo escritas aún hoy por innumerables personas consagradas que viven plenamente su vida «oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3) para la salvación del mundo, bajo el signo de la gratuidad, de la entrega de la propia vida a causas poco reconocidas y aún menos vitoreadas. A través de estas formas, diversas y complementarias, la vida consagrada participa de la extrema pobreza abrazada por el Señor, y desempeña su papel específico en el misterio salvífico de su encarnación y de su muerte redentora226.

El reto de la libertad en la obediencia

91. La tercer provocación proviene de aquellas concepciones de libertad que, en esta fundamental prerrogativa humana, prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral227. En realidad, la cultura de la libertad es un auténtico valor, íntimamente unido con el respeto de la persona humana. Pero ¿cómo no ver las terribles consecuencias de injusticia en incluso de violencia a las que conduce, en la vida de las personas y de los pueblos, el uso deformado de la libertad?
Una respuesta eficaz a esta situación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Ésta hace presente de modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y, precisamente basándose en este misterio, testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. En efecto, la actitud del Hijo desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre, y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad. Esto es lo que quiere expresar la persona consagrada de manera específica con este voto, con el cual pretende atestiguar la conciencia de una relación de filiación, que desea asumir la voluntad paterna como alimento cotidiano (cf. Jn 4,34), como su roca, su alegría, su escudo y baluarte (cf. Sal 18/17,3). Demuestra así que crece en la plena verdad de sí misma, permaneciendo unida a la fuente de su existencia y ofreciendo el mensaje consolador: «Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos» (Sal 119/118, 165).

Cumplir juntos la voluntad del Padre

92. Este testimonio de las personas consagradas tiene un significado particular en la vida religiosa por la dimensión comunitaria que caracteriza. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntos en unión de espíritu y de corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une a los miembros de un instituto en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad y la diversidad de dones. En la fraternidad animada por el Espíritu, cada uno entabla con el otro un diálogo precioso para descubrir la voluntad del Padre, y todos reconocen en quien preside la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de él, al servicio del discernimiento y de la comunión228.
La vida de comunidad es, además, de modo particular, signo, ante la Iglesia y la sociedad, del vínculo que surge de la misma llamada y de la voluntad común de obedecerla, por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua y cultura. Contra el espíritu de discordia y división, la autoridad y la obediencia brillan como un signo de la única paternidad que procede de Dios, de la fraternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien se fía de Dios a pesar de los límites humanos de los que lo representan. Mediante esta obediencia, asumida por algunos como regla de vida, se experimenta y anuncia en favor de todos la bienaventuranza prometida por Jesús a «los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11, 28). Además, quien obedece tiene la garantía de estar en misión, siguiendo al Señor y no buscando los propios deseo o expectativas. Así es posible sentirse guiados por el Espíritu del Señor y sostenidos, incluso en medio de grandes dificultades, por su mano segura (cf. Hch 20,22).

Un decidido compromiso de vida espiritual

93. Una de las preocupaciones manifestadas varias veces en el Sínodo ha sido el que la vida consagrada se nutra en las fuentes de una sólida y profunda espiritualidad. Se trata, en efecto, de una exigencia prioritaria arraigada en la esencia misma de la vida consagrada, desde el momento que, como cualquier bautizado pero por motivos aún más apremiantes, quien profesa los consejos evangélicos está obligado a aspirar con todas sus fuerzas a la perfección de la caridad229. Éste es un compromiso subrayado vigorosamente por los innumerables ejemplos de santos fundadores y fundadoras, y de tantas personas consagradas que han testimoniado la fidelidad a Cristo hasta llegar al martirio. Aspirar a la santidad: éste es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio. Un programa que debe empezar dejando todo por Cristo (cf. Mt 4, 18-22; 19, 21; Lc 5, 11), anteponiéndolo a cualquier otra cosa para poder participar plenamente en su misterio pascual.

San Pablo lo había entendido bien cuando exclamaba: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús (...) y conocerle a él, el poder de su resurrección» (Flp 3, 8. 10). Es también la senda indicada desde el principio por los Apóstoles, como recuerda la tradición cristiana en Oriente y en Occidente: «Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por él, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como apostólica vivendi forma»230. La misma tradición ha puesto también de relieve en la vida consagrada la dimensión de una peculiar alianza con Dios, más aún, de una alianza esponsal con Cristo, de la que san Pablo fue maestro con su ejemplo (cf. 1 Co 7,7) y con su doctrina proclamada bajo la guía del Espíritu (cf. 1 Co 7,40).
Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia.
Todos estos elementos, calando hondo en las varias formas de vida consagrada, generan una espiritualidad peculiar, esto es, un proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único misterio de Cristo. Cuando la Iglesia reconoce una forma de vida consagrada o un instituto, garantiza que en su carisma espiritual y apostólico se dan todos los requisitos objetivos para alcanzar la perfección evangélica personal y comunitaria.
La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa de las familias de vida consagrada, de tal modo que cada instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica. De esta opción prioritaria, desarrollada en el compromiso personal y comunitario, depende la fecundidad apostólica, la generosidad en el amor a los pobres y el mismo atractivo vocacional ante las nuevas generaciones. Lo que puede conmover a las personas de nuestro tiempo, también sedientas de valores absolutos, es precisamente la calidad espiritual de la vida consagrada, que se transforma así en un fascinante testimonio.

A la escucha de la palabra de Dios

94. La palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la lectio divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento de los institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría, que es don del Espíritu. Aun cuando toda la sagrada Escritura se «útil para enseñar» (2 Tim 3, 16) y «fuente límpida y perenne de vida espiritual»231, una particular veneración merecen los escritos del Nuevo Testamento, sobre todo los Evangelios, que son «el corazón de todas las Escrituras»232. Será, pues, de gran ayuda para las personas consagradas la meditación asidua de los textos evangélicos y de los demás escritos neotestamentarios, que ilustran las palabras y los ejemplos de Cristo y de la Virgen María, y la apostólica vivendi forma. A ellos se han referido constantemente fundadores y fundadoras a la hora de acoger la vocación y de discernir el carisma y la misión del propio instituto.
La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las posibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la palabra de Dios, gracias a la cual los hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan a progresar en la vida espiritual. Conviene incluso que se proponga esta práctica también a los otros miembros del pueblo de Dios, sacerdotes y laicos, promoviendo del modo más acorde al propio carisma escuelas de oración, de espiritualidad y de lectura orante de la Escritura en la que Dios «habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía»233.
Como enseña la tradición espiritual, de la meditación de la palabra de Dios y de los misterios de Cristo en particular, nace la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica. Tanto en la vida religiosa contemplativa como en la activa, siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la palabra de Dios han obtenido la luz necesaria que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural que ha hecho posible el que, en vez de doblegarse a la mentalidad del mundo, hayan renovado la propia mente, para poder discernir la voluntad de Dios, aquello que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rm 12, 2).

En comunión con Cristo

95. El medio fundamental para alimentar eficazmente la comunión con el Señor es sin duda la sagrada liturgia, especialmente la celebración eucarística y la liturgia de las Horas.
Ante todo la Eucaristía, que «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de vida, que da la vida a los hombres»234, corazón de la vida eclesial y también de la vida consagrada. Quien ha sido llamado a elegir a Cristo como único sentido de su vida en la profesión de los consejos evangélicos, ¿cómo podría no desear instaurar con él una comunión cada vez más íntima mediante la participación diaria en el sacramento que lo hace presente, en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota, en el banquete que alimenta y sostiene al pueblo de Dios peregrino? Por su naturaleza la Eucaristía ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria. Ella es viático cotidiano y fuente de la espiritualidad de cada instituto. En ella cada consagrado está llamado a vivir el misterio pascual de Cristo, uniéndose a él en el ofrecimiento de la propia vida al Padre mediante el Espíritu. La asidua y prolongada adoración de la Eucaristía permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfiguración: «Bueno es estarnos aquí» En la celebración del misterio del Cuerpo y Sangre del Señor se afianza e incrementa la unidad y la caridad de quienes han consagrado su existencia a Dios.
Junto con la Eucaristía, y en íntima relación con ella, la liturgia de las Horas, celebrada comunitaria o individualmente según la índole de cada instituto y en unión con la oración de la Iglesia, manifiesta la vocación a la alabanza y a la intercesión propia de las personas consagradas.
También el esfuerzo de una continua conversión y de una necesaria purificación, que las personas consagradas realizan mediante el sacramento de la reconciliación, está íntimamente vinculado a la Eucaristía. Ellas, a través del encuentro frecuente con la misericordia de Dios, renuevan y acrisolan su corazón, al mismo tiempo que, reconociendo humildemente sus pecados, hacen transparente la propia relación con él. La gozosa experiencia del perdón sacramental, en el camino compartido con los hermanos y hermanas, hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una creciente fidelidad.
Para progresar en el camino evangélico, especialmente en el período de formación y en ciertos momentos de la vida, es de gran ayuda el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual, merced a la cual la persona recibe ánimos para responder con generosidad a las mociones del Espíritu y orientarse decididamente hacia la santidad. Exhorto, en fin, a todas las personas consagradas a que renueven cotidianamente, según las propias tradiciones, su unión espiritual con la Virgen María, recorriendo con ella los misterios del Hijo, particularmente con el rezo del santo rosario.

III. ALGUNOS AREÓPAGOS DE LA MISIÓN

Presencia en el mundo de la educación

96. La Iglesia ha sido siempre consciente de que la educación es un elemento esencial de su misión. Su maestro interior es el Espíritu Santo, que penetra en las profundidades más recónditas del corazón de cada hombre y conoce el secreto dinamismo de la historia. Toda la Iglesia está animada por el Espíritu y con él lleva a cabo su acción educativa. Dentro de la Iglesia, no obstante, a las personas consagradas les corresponde una tarea específica en este campo, pues están llamadas a introducir en el horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino, propuestos a todo hombre en espera del encuentro definitivo con el Señor de la historia. Por su especial consagración, por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo por el propio instituto, por el profundo conocimiento de la verdad espiritual (cf. Ef 1, 17), las personas consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz, contribuyendo específicamente a las iniciativas de los demás educadores y educadoras.
Las personas consagradas, con este carisma, pueden dar vida a ambientes educativos impregnados del espíritu evangélico de libertad y de caridad, en los que se ayude a los jóvenes a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu235. De este modo la comunidad educativa se convierte en experiencia de comunión y lugar de gracia, en la que el proyecto pedagógico contribuye a unir en una síntesis armónica lo divino y lo humano, Evangelio y cultura, fe y vida.
En la historia de la Iglesia, desde la antigüedad hasta nuestros días, abundan ejemplos admirables de personas consagradas que han vivido y viven la aspiración a la santidad mediante la labor pedagógica y que, a su vez, proponen la santidad como meta educativa. De hecho, muchas de ellas han alcanzado la perfección de la caridad educando. Éste es uno de los dones más preciados que las personas consagradas pueden ofrecer hoy también a la juventud, brindándole un servicio pedagógico rico de amor, según la sabia advertencia de san Juan Bosco: «Los jóvenes no han de ser únicamente amados, sino que han de saber que son amados»236.

Necesidad de un renovado compromiso en el campo educativo

97. Con un delicado respeto, pero con arrojo misionero, los consagrados y consagradas pongan de manifiesto que la fe en Jesucristo ilumina todo el campo de la educación sin prejuicios sobre los valores humanos, sino más bien confirmándolos y elevándolos. De este modo se convierten en testigos e instrumentos del poder de la Encarnación y de la fuerza del Espíritu. Esta tarea es una de las expresiones más significativas de la Iglesia que, a imagen de María, ejerce su maternidad para con todos su hijos237.
Es este el motivo que ha llevado al Sínodo a exhortar insistentemente a las personas consagradas a que asuman con renovada entrega la misión educativa, allí donde sea posible, con escuelas de todo tipo y nivel, con universidades e institutos superiores238. Haciendo mía la indicación sinodal, invito a todos los miembros de los institutos que se dedican a la educación a que sean fieles a su carisma originario y a sus tradiciones, conscientes de que el amor preferencial por los pobres tiene una singular aplicación en la elección de los medios adecuados para liberar a los hombres de esa grave miseria que es la falta de formación cultural y religiosa.
Dada la importancia que revisten las universidades y facultades católicas y eclesiásticas, en el campo de la educación y la evangelización, los institutos que las dirigen han de ser muy conscientes de su responsabilidad, haciendo que en ellas, a la vez que se dialoga activamente con la cultura actual, se conserve la índole católica que les es peculiar, en plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Los miembros de estos institutos y sociedades, además, y según las circunstancias de cada lugar, han de estar preparados y dispuestos para entrar en las estructuras educativas estatales. A este tipo de presencia están especialmente llamados, por su vocación específica, los miembros de los institutos seculares.

Evangelizar la cultura

98. Los institutos de vida consagrada han tenido siempre un gran influjo en la formación y en la transmisión de la cultura. Así ocurrió en la Edad Media, cuando los monasterios eran el lugar en que se conservaba la riqueza cultural del pasado y en los que se construía una nueva cultura humanista y cristiana. Esto se ha verificado también siempre que la luz del Evangelio ha llegado a nuevos pueblos. Son muchas las personas consagradas que han promovido la cultura, investigando y defendiendo frecuentemente las culturas autóctonas. La Iglesia es hoy muy consciente de la necesidad de contribuir a la promoción de la cultura y al diálogo entre cultura y fe239.
Los consagrados han de sentirse interpelados ante esta urgencia. Están llamados también a encontrar, en el anuncio de la palabra de Dios, los métodos más apropiados a las exigencias de los diversos grupos humanos y de los múltiples ámbitos profesionales, a fin de que la luz de Cristo alcance a todos los sectores de la existencia humana, y el fermento de la salvación transforme desde dentro la vida social, favoreciendo una cultura impregnada de los valores evangélicos240. En los umbrales del tercer milenio cristiano, la vida consagrada podrá también con este cometido renovar su respuesta a los deseos de Dios, que viene al encuentro de todos aquellos que, consciente o inconscientemente, caminan como a tientas en busca de la Verdad y de la Vida (cf. Hch 17, 27).
Pero más allá del servicio prestado a los otros, la vida consagrada necesita también en su interior un renovado amor por el empeño cultural, una dedicación al estudio como medio para la formación integral y como camino ascético, extraordinariamente actual, ante la diversidad de las culturas. Una disminución de la preocupación por el estudio puede tener graves consecuencias también en el apostolado, generando un sentido de marginación y de inferioridad, o favoreciendo la superficialidad y ligereza en las iniciativas.
En la diversidad de los carismas y de las posibilidades reales de cada instituto, la dedicación al estudio no puede reducirse a la formación inicial o a la consecución de títulos académicos y de competencias profesionales. El estudio es más bien manifestación del insaciable deseo de conocer siempre más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana. Por este motivo no es algo que aísla a la persona consagrada en un intelectualismo abstracto, ni la aprisiona en las redes de un narcisismo sofocante; por el contrario, fomenta el diálogo y la participación, educa la capacidad de juicio, alienta la contemplación y la plegaria en la búsqueda de Dios y de su actuación en la compleja realidad del mundo contemporáneo.
La persona consagrada, dejándose transformar por el Espíritu, se capacita para ampliar el horizonte de los angostos deseos humanos y para captar, al mismo tiempo, los aspectos más hondos de cada individuo y de su historia, que van más allá de las apariencias más vistosas quizás, pero frecuentemente marginales. Los retos que emergen hoy de las diversas culturas son innumerables. Retos provenientes de los campos en los que tradicionalmente ha estado presente la vida consagrada o de los nuevos ámbitos. Con todos ellos es urgente mantener fecundas relaciones, con una actitud de vigilante sentido crítico, pero también de atención confiada hacia quien se enfrenta a las dificultades típicas del trabajo intelectual, especialmente cuando, ante la presencia de los problemas inéditos de nuestro tiempo, es preciso intentar nuevos análisis y nuevas síntesis241. No se puede realizar una seria y válida evangelización de los nuevos ámbitos en los que se elabora y se transmite la cultura sin una colaboración activa con los laicos presentes en ellos.

Presencia en el mundo de las comunicaciones sociales

99. De igual manera que en el pasado las personas consagradas han sabido servir a la evangelización con todos los medios, afrontando con genialidad los obstáculos, también hoy están llamadas nuevamente por la exigencia de testimoniar el Evangelio a través de los medios de comunicación social. Estos medios han adquirido una capacidad de difusión cósmica mediante poderosas tecnologías capaces de llegar hasta el último rincón de la tierra. Las personas consagradas, especialmente cuando por su carisma institucional trabajan en este campo, han de adquirir un serio conocimiento del lenguaje propio de estos medios, para hablar de Cristo de manera eficaz al hombre actual, interpretando sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias242, y contribuir de este modo a la construcción de una sociedad en la que todos se sientan hermanos y hermanas en camino hacia Dios.
No obstante, dado su extraordinario poder de persuasión, es preciso estar alerta ante el uso inadecuado de tales medios, sin ignorar los problemas que se pueden derivar para la vida consagrada misma, que ha de afrontarlos con el debido discernimiento243. Sobre este punto, la respuesta de la Iglesia es ante todo educativa: tiende a promover una actitud de correcta comprensión de los mecanismos subyacentes y de atenta valoración ética de los programas, y la adopción de sanas costumbres en su uso244. En esta tarea educativa, orientada a formar receptores entendidos y comunicadores expertos, las personas consagradas están llamadas a dar su particular testimonio sobre la relatividad de todas las realidades visibles, ayudando a los hermanos a valorarlas según el designio de Dios, pero también a liberarse de la influencia obsesiva de la escena de este mundo que pasa (cf, 1 Co 7, 31).
Todos los esfuerzos en este nuevo e importante campo apostólico han de ser alentados, con el fin de que el Evangelio de Cristo se transmita también a través de estos medios modernos. Los diversos institutos han de estar disponibles para cooperar en la realización de proyectos comunes en los varios sectores de la comunicación social, aportando fuerzas, medios y personas. Que las personas consagradas, además, y especialmente los miembros de los institutos seculares, presten de buen grado sus servicios, según las oportunidades pastorales, en la formación religiosa de los responsables de la comunicación social pública o privada, para que se eviten, de una parte, los daños y, de otra, se promueva una mejor calidad de las transmisiones, con mensajes respetuosos de la ley moral y ricos en valores humanos y cristianos.

IV. COMPROMETIDOS EN EL DIÁLOGO CON TODOS

Al servicio de la unidad de los cristianos

100. La oración de Cristo al Padre antes de la Pasión, para que sus discípulos permanezcan en la unidad (cf Jn 17, 21-23), se prolonga en la oración y en la acción de la Iglesia. ¿Cómo no han de sentirse implicados los llamados a la vida consagrada? En el Sínodo se ha percibido claramente la herida de la desunión todavía existente entre los creyentes en Cristo, y la urgencia de orar y de trabajar en la promoción de la unidad de todos los cristianos. La sensibilidad ecuménica de los consagrados y consagradas se reaviva también al constatar que el monacato se conserva y florece en otras Iglesias y comunidades eclesiales, como es el caso de las Iglesias orientales, o que se renueva la profesión de los consejos evangélicos, como en la Comunión anglicana y en las comunidades de la Reforma.
El Sínodo ha puesto de relieve la profunda vinculación de la vida consagrada con la causa del ecumenismo y la necesidad de un testimonio más intenso en este campo. En efecto, si el alma del ecumenismo es la oración y la conversión245, no cabe duda de que los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica tienen un deber particular de cultivar este compromiso. Es urgente, pues, que en la vida de las personas consagradas se dé un mayor espacio a la oración ecuménica y al testimonio auténticamente evangélico, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, sea posible derribar los muros de las divisiones y de los prejuicios entre los cristianos.

Formas de diálogo ecuménico

101. Son formas del diálogo ecuménico el compartir la lectio divina en busca de la verdad; la participación en la oración común, en la que el Señor garantiza su presencia (cf. Mt 18, 20); el diálogo en amistad y caridad que hace experimentar la dulzura de convivir los hermanos unidos (cf. Sal 133/132); la hospitalidad cordial con los hermanos y hermanas de las diversas confesiones cristianas; el conocimiento mutuo y el intercambio de bienes; la colaboración en iniciativas comunes de servicio y de testimonio. Todas estas formas son expresiones gratas al Padre común y signos de la voluntad de caminar juntos hacia la unidad perfecta por el camino de la verdad y del amor246. Una acción ecuménica más incisiva se verá también favorecida por el conocimiento de la historia, de la doctrina, de la liturgia y de la actividad caritativa y apostólica de los otros cristianos247.
Deseo alentar a los institutos que, por su origen o por una llamada posterior, se dedican a la promoción de la unidad de los cristianos y con este fin promueven iniciativas de estudio y de acción concreta. En realidad, ningún instituto de vida consagrada ha de sentirse dispensado de trabajar en favor de esta causa. Me dirijo también a las Iglesias orientales católicas, esperando que, a través del monacato masculino y femenino, cuyo florecimiento es una gracia que se ha de implorar siempre, favorezcan la unidad con las Iglesias ortodoxas, merced al diálogo de la caridad y la participación de la espiritualidad común, que es patrimonio de la Iglesia indivisa del primer milenio.
Confío particularmente a los monasterios de vida contemplativa el ecumenismo espiritual de la oración, de la conversión del corazón y de la caridad. A este respecto les invito a que se hagan presentes allí donde viven comunidades cristianas de diversas confesiones, para que su total entrega a lo «único necesario» (cf. Lc 10,42), al culto de Dios y a la intercesión por la salvación del mundo, junto con su testimonio de vida evangélica según el propio carisma, sean para todos un estímulo a vivir, a imagen de la Trinidad, en la unidad que Jesús ha querido y ha suplicado al Padre para todos sus discípulos.

El diálogo interreligioso

102. Desde el momento que «el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia»248, los institutos de vida consagrada no pueden dejar de comprometerse en este campo, cada uno según su propio carisma y siguiendo las indicaciones de la autoridad eclesiástica. La primera forma de evangelizar a los hermanos y hermanas de otra religión consistirá en el testimonio mismo de una vida pobre, humilde y casta, impregnada de amor fraterno hacia todos. Al mismo tiempo, la libertad de espíritu propia de la vida consagrada favorecerá el «diálogo de vida»249, con el que se lleva a cabo un modelo fundamental de misión y de anuncio del Evangelio de Cristo. Para favorecer el conocimiento mutuo y el recíproco respeto y caridad, los institutos religiosos podrán cultivar, además, oportunas formas de diálogo, en un clima de amistosa cordialidad y de sinceridad recíproca, con los ambientes monásticos de otras religiones.
Otro ámbito de colaboración con hombres y mujeres de diversa tradición religiosa consiste en la solicitud por la vida humana, que se manifiesta tanto en la compasión por el sufrimiento físico y espiritual, como en el empeño por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación. En estos sectores serán sobre todo los institutos de vida activa los que han de buscar un entendimiento con los miembros de otras religiones, en un «diálogo de las obras»250, que prepara el camino para una participación más profunda.
Un ámbito particular de encuentro fructífero con otras tradiciones religiosas es el de la búsqueda y promoción de la dignidad de la mujer. En este punto las mujeres consagradas pueden prestar un precioso servicio, en la perspectiva de la igualdad y de la justa reciprocidad entre hombre y mujer251.
Estos y otros compromisos de las personas consagradas en su servicio al diálogo interreligioso requieren una adecuada preparación en la formación inicial y permanente, así como en el estudio y en la investigación252, dado que en este sector nada fácil se precisa un profundo conocimiento del cristianismo y de las otras religiones, acompañado de una fe sólida y de gran madurez espiritual y humana.

Una respuesta de espiritualidad a la búsqueda de lo sagrado y a la nostalgia de Dios

103. Los que abrazan la vida consagrada, hombres y mujeres, son por la naturaleza misma de su opción interlocutores privilegiados de aquella búsqueda de Dios, cuya presencia aletea siempre en el corazón humano, llevándolo a múltiples formas de ascesis y de espiritualidad. Esta búsqueda aparece hoy con insistencia en muchas regiones, precisamente como respuesta a culturas que tienden, si no a negar del todo la dimensión religiosa de la existencia, sí a marginarla.
Las personas consagradas, viviendo con coherencia y en plenitud los compromisos libremente asumidos, pueden ofrecer una respuesta a los anhelos de sus contemporáneos, rescatándolos de soluciones que son generalmente ilusorias y que niegan frecuentemente la encarnación salvífica de Cristo (cf 1 Jn 4, 2-3), como son, por ejemplo, las propuestas por las sectas. Practicando una ascesis personal y comunitaria que purifica y transforma toda la existencia, las personas consagradas, contra la tentación del egocentrismo y la sensualidad, dan testimonio de las características que revisten la auténtica búsqueda de Dios, advirtiendo del peligro de confundirla con la búsqueda sutil de sí mismas o con la fuga en la gnosis. Toda persona consagrada está comprometida a cultivar el hombre interior, que no es ajeno a la historia ni se encierra en sí mismo. Viviendo en la escucha obediente de la Palabra, de la cual la Iglesia es depositaria e intérprete, encuentra en Cristo sumamente amado y en el misterio trinitario el objeto del anhelo profundo del corazón humano y la meta de todo itinerario religioso sinceramente abierto a la trascendencia.
Por eso las personas consagradas tienen el deber de ofrecer con generosidad acogida y acompañamiento espiritual a todos aquellos que se dirigen a ellas, movidos por la sed de Dios y deseosos de vivir las exigencias de su fe253.

CONCLUSIÓN

La sobreabundancia de la gratitud

104. No son pocos los que hoy se preguntan con perplejidad: ¿Para qué sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este género de vida cuando hay tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma evangelización a las que se pueden responder también sin asumir los compromisos peculiares de la vida consagrada? ¿No representa quizás la vida consagrada una especie de «despilfarro» de energías humanas que serían, según un criterio de eficiencia, mejor utilizadas en bienes más provechosos para la humanidad y la Iglesia?
Estas preguntas son más frecuentes en nuestro tiempo, avivadas por una cultura utilitarista y tecnocrática, que tiende a valorar la importancia de las cosas y de las mismas personas en relación con su «funcionalidad» inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre, como demuestra elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania: «María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos, Y la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12, 3). A Judas que, con el pretexto de la necesidad de los pobres, se lamentaba de tanto derroche, Jesús le responde: «Déjala» (Jn 12, 7). Esta es la respuesta siempre válida a la pregunta que tantos, aun de buena fe, se plantean sobre la actualidad de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la propia existencia de manera más eficiente y racional para mejorar la sociedad? He aquí la respuesta de Jesús: «Déjala».
A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que pueda entregar a él toda la vida y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración «utilitarista», es signo de una sobreabundancia de gratitud, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida «derramada» sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada.
Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.
«Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino, Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría las otras criaturas, sino a si mismo, y con todo su ser amaría a este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el Dios-hombre, que es el sumamente amado»254.

La vida consagrada al servicio del reino de Dios

105. «¿Qué sería del mundo si no fuese por los religiosos?»255. Más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero. «Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la "sal" de la fe de disolverse en un mundo de secularización»256. La vida de la Iglesia y la sociedad misma tienen necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los otros por amor de Dios.
La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada, porque expresa de manera elocuente su íntima esencia «esponsal». En ella encuentra nuevo impulso y fuerza el anuncio del Evangelio a todo el mundo. En efecto, se necesitan personas que presenten el rostro paterno de Dios y el rostro materno de la Iglesia, que se jueguen la vida para que los otros tengan vida y esperanza. La Iglesia tiene necesidad de personas consagradas que, aun antes de comprometerse por la gracia de Dios y se conformen plenamente al Evangelio.
Toda la Iglesia tiene en sus manos este gran don y, agradecida, se dedica a promoverlo con la estima, la oración y la invitación explícita a acogerlo. Es importante que los obispos, presbíteros y diáconos, convencidos de la excelencia evangélica de este género de vida, trabajen para descubrir y apoyar los gérmenes de vocación con la predicación, el discernimiento y un competente acompañamiento espiritual. Se pide a todos los fieles una oración constante en favor de las personas consagradas, para que su fervor y su capacidad de amar aumenten continuamente, contribuyendo a difundir en la sociedad de hoy el buen perfume de Cristo (cf. 2 Co 2,15 ). Toda la comunidad cristiana -pastores, laicos y personas consagradas- es responsable de la vida consagrada, de la acogida y del apoyo que se han de prestar a las nuevas vocaciones257.

A la juventud

106. A vosotros, jóvenes, os digo: si sentís la llamada del Señor, ¡no la rechacéis! Entrad más bien con valentía en las grandes corrientes de santidad, que insignes santos y santas han iniciado siguiendo a Cristo. Cultivad los anhelos característicos de vuestra edad, pero responded con prontitud al proyecto de Dios sobre vosotros si él os invita a buscar la santidad en la vida consagrada. Admirad todas las obras de Dios en el mundo, pero fijad la mirada en las realidades que nunca perecen.
El tercer milenio espera la aportación de la fe y de la iniciativa de numerosos jóvenes consagrados, para que el mundo sea más sereno y más capaz de acoger a Dios y, en él, a todos sus hijos e hijas.

A las familias

107. Me dirijo a vosotros, familias cristianas. Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor -como lo ha sido siempre- que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?
Es preciso recordar que si los padres no viven los valores evangélicos, será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar. En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da a Dios y a los demás. También es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades espirituales según su propia vocación.
Ruego para que vosotras familias cristianas, unidas al Señor con la oración y la vida sacramental, seáis hogares acogedores de vocaciones.

A todos los hombres y mujeres de buena voluntad

108. Deseo hacer llegar a todos los hombres y mujeres que quieran escuchar mi voz la invitación a buscar los caminos que conducen al Dios vivo y verdadero también a través de las sendas trazadas por la vida consagrada. Las personas consagradas testimonian que «quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace también más hombre»258. ¡Cuántas de ellas se han inclinado y continúan inclinándose como buenos samaritanos sobre las innumerables llagas de los hermanos y hermanas que encuentran en su camino!
Mirad a estas personas seducidas por Cristo que con dominio de sí, sostenido por la gracia y e amor de Dios, señalan el remedio contra la avidez del tener, del gozar y del dominar. No olvidéis los carismas que han forjado magníficos «buscadores de Dios» y benefactores de la humanidad, que han abierto rutas seguras a quienes buscan a Dios con sincero corazón. ¡Considerad el gran número de santos que han crecido en este género de vida, considerad el bien que han hecho al mundo, hoy como ayer, quienes se han dedicado a Dios! Este mundo nuestro, ¿no tiene acaso necesidad de alegres testigos y profetas del poder benéfico del amor de Dios? ¿No necesita también hombres y mujeres que, con su vida y con su actuación, sepan sembrar semillas de paz y de fraternidad?259.

A las personas consagradas

109. Pero es sobre todos a vosotros, hombres y mujeres consagrados, a quienes al final de esta exhortación dirijo mi llamada confiada: vivid plenamente vuestra entrega a Dios, para que no falte a este mundo un rayo de la divina belleza, que ilumine el camino de la existencia humana. Los cristianos, inmersos en las ocupaciones y preocupaciones de este mundo, pero llamados también a la santidad, tienen necesidad de encontrar en vosotros corazones purificados que «ven» a Dios en la fe, personas dóciles a la acción del Espíritu Santo que caminan libremente en la fidelidad al carisma de la llamada y de la misión.
Bien sabéis que habéis emprendido un camino de conversión continua, de entrega exclusiva al amor de Dios y de los hermanos, para testimoniar cada vez con mayor esplendor la gracia que transfigura la existencia cristiana. El mundo y la Iglesia buscan auténticos testigos de Cristo. La vida consagrada es un don que Dios ofrece para que todos tengan ante sus ojos «lo único necesario» (cf. Lc 10, 42 ). La misión peculiar de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo es testimoniar a Cristo con la vida, con las obras y con las palabras.
Sabéis en quién habéis confiado (cf. 2 Tm 1,12 ): ¡dadle todo! Los jóvenes no se dejan engañar: acercándose a vosotros quieren ver lo que no ven en otra parte. Tenéis una tarea inmensa de cara al futuro: especialmente los jóvenes consagrados, dando testimonio de su consagración, pueden inducir a sus coetáneos a la renovación de su vida260. El amor apasionado a Jesucristo es una fuerte atracción para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le sigan de cerca y para siempre. Nuestros contemporáneos quieren ver en las personas consagradas el gozo que proviene de estar con el Señor.
Personas consagradas, ancianas y jóvenes, vivid la fidelidad a vuestro compromiso con Dios edificándoos mutualmente y ayudándoos unos a otros. A pesar de las dificultades que a veces hayáis podido encontrar y el escaso aprecio por la vida consagrada que se refleja en cierta opinión pública, vosotros tenéis la tarea de invitar nuevamente a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a mirar hacia lo alto, a no dejarse arrollar por las cosas de cada día, sino a ser atraídos por Dios y por el Evangelio de su Hijo. ¡No os olvidéis que vosotros, de manera muy particular, podéis y debéis decir no sólo que sois de Cristo, sino que habéis «llegado a ser Cristo mismo»!261.

Mirando al futuro

110. ¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.
Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo, yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del Esposo. Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro instituto y al hombre de nuestro tiempo262. De este modo Cristo os renovará día a día, para construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con él los pies a los pobres y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo.
Que este nuestro mundo confiado a la mano del hombre, y que esta entrando en el nuevo milenio, sea cada vez más humano y justo, signo y anticipación del mundo futuro, en el cual él, el Señor humilde y glorificado, pobre y exaltado, será el gozo pleno y perdurable para nosotros y para nuestros hermanos y hermanas, junto con el Padre y el Espíritu Santo.

Oración a la Trinidad

111. Trinidad Santísima, beata y beatificante, haz dichosos a tus hijos e hijas que has llamado a confesar la grandeza de tu amor, de tu bondad misericordiosa y de tu belleza.
Padre Santo, santifica a los hijos e hijas que se han consagrado a ti para la gloria de tu nombre. Acompáñales con tu poder, para que puedan dar testimonio de que tú eres el origen de todo, la única fuente de amor y la libertad. Te damos gracias por el don de la vida consagrada, que te busca en la fe y, en su misión universal, invita a todos a caminar hacia ti.
Jesús Salvador, Verbo encarnado, así como has dado tu forma de vivir a quienes has llamado, continúa atrayendo hacia ti personas que, para la humanidad de nuestro tiempo, sean depositarias de misericordia, anuncio de tu retorno y signo viviente de los bienes de la resurrección futura. ¡Ninguna tribulación los separe de ti y de tu amor!
Espíritu Santo, Amor derramado en los corazones, que concedes gracia e inspiración a las mentes; Fuente perenne de vida, que llevas la misión de Cristo a su cumplimiento con numerosos carismas, te rogamos por todas las personas consagradas. Colma su corazón con la íntima certeza de haber sido escogidas para amar, alabar y servir. Haz que gusten de tu amistad, llénalas de tu alegría y de tu consuelo, ayúdalas a superar los momentos de dificultad y a levantarse con confianza tras las caídas, haz que sean espejo de la belleza divina. Dales el arrojo para hacer frente a los retos de nuestro tiempo y la gracia de llevar a los hombres la benevolencia y la humanidad de nuestro Salvador Jesucristo (cf. Tt 3,4 ).

Invocación a la Virgen María

112. María, figura de la Iglesia, Esposa sin arruga y sin mancha, que imitándote «conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero»263, sostén a las personas consagradas en el deseo de llegar a la eterna y única bienaventuranza.
Las encomendamos a ti, Virgen de la Visitación, para que sepan acudir a las necesidades humanas con el fin de socorrerlas, pero sobre todo para que lleven a Jesús. Enséñales a proclamar las maravillas que el Señor hace en el mundo, para que todos los pueblos ensalcen su nombre. Sosténlas en sus obras en favor a los pobres, de los hambrientos, de los que no tienen esperanza, de los últimos y de todos aquellos que buscan a tu Hijo con sincero corazón.
A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tú, que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas, hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso.
Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado, bendito y amado el sumo Señor de todas las cosas, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 25 de Marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor,
del año 1996, decimoctavo de mi pontificado.


NOTAS

1 Cf. Propositio 2.

2 Conc. Ecum. Vat. II , Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18

3 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44; Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica Testificatio (29 de junio de 1971), 7: AAS 63 (1971), 501-502; Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

4 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

5 Cf. Discurso en la audiencia general (28 de septiembre de 1994), 5: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 30 de septiembre de 1994, 3.

6 Cf. Propositio 1.

7 Cf. S. Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, p. I, c. 3, Oeuvres, t. Annecy 1893, 19-20.

8 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 43.

9 Cf. Homilía durante solemne concelebración conclusiva de la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos (29 de octubre de 1994), 3: AAS 87 (1995), 580.

10 Cf. Sínodo de Obispos, IX Asamblea general ordinaria, Mensaje del Sínodo (27 de octubre de 1994), VII: L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 4 de noviembre de 1994, 6.

11 Cf. Propositio 5, B.

12 Cf. Regula, 4, 21 y 72, 11.

13 Cf. Propositio 12.

14 Cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 570.

15 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 7; Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 40.

16 Cf. Propositio 6.

17 Cf. ib., 4.

18 Cf. ib., 7.

19 Cf. ib.,11

20 Cf. ib., 14.

21 Cf. Código de derecho canónico, c. 605; Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 571; Propositio 13.

22 Cf. Propositiones 3; 4; 6; 7; 8; 10; 13; 28; 29; 30; 35; 48.

23 Cf. ib., 3, A y B.

24 Cf. ib., 3, C.

25 Cf. Casiano: «Secessit tamen solus in montem orare, per hoc scilicet nos instruens suae secessionis exemplo... ut similiter secedamus» (Conlat. 10, 6: PL 49, 827); S. Jeronimo: «Et Christum quaeras in solitudine et ores solus in monte cum Iesu» (Ep. ad Paulinum, 58, 4, 2: PL 22, 582); Guillermo de S. Therry: «(Vita solitaria) ab ipso Domino familiarissime celebrata, ab eius discipulis ipso praesente concupita: cuius transfigurationis gloriam cum vidissent qui cum eo in monte sancto erant, continuo Petrus... optimum sibi iudicavit in hoc semper esse» (Ad fratres de Monte Dei, I, 1: PL 184, 310).

26 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 1.

27 Ib., 44.

28 Cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Instr. Essential elementes in the Church’s teaching on religious life as applied to institutes dedicated to works of the apostolate (31 de mayo de 1983), 5: Ench. Vat., 9. 184.

29 Cf. Summa Theologiae, II-II, q. 186, a. 1.

30 Cf. Propositio 16.

31 Cf. Exhort. ap. Redemptionis Donum (25 de marzo de 1984), 3: AAS 76 (1984), 515-517.

32 S. Francisco de Asis, Regula bullata, I, 1.

33 «Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine; Spiritus in nube clara»: S. Tomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 45, a. 4, ad 2.

34 Conc. Ecum. Vat II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 1.

35 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

36 Simeón el nuevo teólogo, Himnos, II, vv. 19-27: SCh 156, 178-179.

37 Cf. Discurso en la audiencia general (9 de noviembre de 1994), 4: L'Osservatore Romano, edición semana en lengua española, 11 de noviembre de 1994, 3.

38 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

39 S. Ignacio de Antioquia, Carta a los Magnesios 8, 2: Patres Apostolici, edición F.X. Funk, II, 237.

40 Cf. Propositio 3.

41 S. Agustín, Enarr. in Psal. 44, 3: PL 36, 495-496.

42 Cf. Propositio 25; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 17.

43 Cf. Propositio 25.

44 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 42.

45 Ib., 44

46 B. Isabel de la trinidad, Le ciel dans la foi. Traité Spirituel, I, 14: Oeuvres completes, Paris, 1991, 106.

47 Cf. S. Agustín, Confesiones I, 1: PL 32, 661.

48 Discurso en la audiencia general (29 de marzo de 1995), 1: L'Obsservatore Romano, edición semanal en lengua española, 31 de marzo de 1995, 23.

49 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 53.

50 Ib., 46.

51 Cf. Propositio 55

52 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

53 Cf. Exhort. ap. Redemptionis Donum (25 de marzo de 1984), 7: AAS 76 (1984), 522-524.

54 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44; Discurso en la audiencia general (26 de octubre de 1994), 5: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 28 de octubre de 1994, 3.

55 Cf. ib., 42.



56 Cf. Ritual Romano, Rito de la profesión religiosa: Solemne bendición o consagración de los profesos, n. 67, y de las profesas, n. 72; Pontifical Romano, Rito de la consagración de las Vírgenes, n. 38: Solemne oración de consagración; Eucologion sive Rituale Graecorum, Officium parvi habitum id est Mandiae, 384-385; Pontificale iuxta ritum Ecclesiae Syrorum Occidentalium id est antiochiae, Ordo rituum monasticorum, Typis Polyglottis Vaticanis 1942, 307-309.

57 Cf. S. Pedro Damiani Liber qui appellatur «Dominis vobiscum» ad Leonem eremitan: PL 145, 231-252.

58 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 32; Código de derecho canónico, c. 208; Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 11.

59 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4; Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 4; 12; 13; Const. past. Gadium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 32; Decr. Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 3; Exhort. ap. postsinodal Christifideles Laici (30 de diciembre de 1988), 20-21: AAS 81 (1989), 425-428; Congregación para la doctrina de la fe, Carta Communionis Notio, a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia entendida como comunión (28 de mayo de 1992), 15: AAS 85 (1993), 847.

60 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 31.

61 Cf. ib., Exhort. ap. postsinodal Christifidelis Laici (30 de diciembre de 1988) , 20-21: AAS 81 (1989), 425-428.

62 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 5.

63 Cf. Concilio de Trento, ses. XXXIV, c. 10: DS 1810; Pio XII, Carta enc. Sacra Virginitas (25 de marzo de 1954), AAS 46 (1954), 176.

64 Cf. Propositio 17.

65 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 41.

66 Cf. ib., 46.

67 Ib.

68 Cf. Pío XII, Motu proprio Primo feliciter (12 de marzo de 1948), 6: AAS 40 (1948), 285.

69 Código de derecho canónico, c. 713 § 1; cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 563 § 2.

70 Código de derecho canónico, c. 713 § 2. En este mismo c. 713 § 3 se habla específicamente de los «miembros clérigos».

71 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 31.

72 S. Teresa del Niño Jesús, Manuscrits autobiographiques, B, 2 v: «Ser tu esposa, oh Jesús... ser en mi unión contigo, madre de las almas».

73 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 8; 10; 12.

74 Sínodo de los Obispos, II Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7 de diciembre de 1985), II A, 4: Ench. Vat. 9, 1753.

75 Sínodo de los Obispos, IX Asamblea ordinaria, Mensaje del Sínodo (27 de octubre de 1994), IX: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 4 de noviembre de 1994, 6.

76 Cf. S. Tomas de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 184, a, 5, ad 2; II-II, q. 186, a. 2, ad 1.

77 Cf. Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum. Acta Canonizationis Sancti Dominici: Monumenta Ordinis Praedicatorum historica 16 (1935), 30.

78 Carta ap. Orientale Lumen (2 de mayo de 1995), 12: AAS 87 (1995), 758.

79 Congregación para los religiosos e institutos seculares y Congregación para los Obispos, Criterios pastorales sobre relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia Mutuae Relationes (14 de mayo de 1978), 51: AAS 70 (1978), 500.

80 Cf. Propositio 26.

81 Cf. ib., 27.

82 Cf. Conc. Ecum. Vat II, Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 2.

83 Carta ap. Orientale Lumen (2 de Mayo de 1995), 16: AAS 87 (1975), 762.

84 Carta ap. Tertio Millennio Adveniente (10 de Noviembre de 1994), 42: AAS 87 (1995), 32.

85 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 58.

86 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 15; S. Agustín, Regula ad servos Dei, 1, 1: PL 32, 1372.

87 S. Cipriano, De Oratione Dominica, 23: PL 4, 553; cf. Conc. ecum. Vat. II, Const .dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 4.

88 Cf. Propositio. 20.

89 S. Basilio, Las reglas más amplias, Interrog. 7: PG 31, 931.

90 S.Basilio, Las reglas más breves, Interrog. 225: PG 31, 1231.

91 Cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Instr. Essential elements in the Church's teaching on religious life as applied to institutes dedicated to works of the apostolate (31 de mayo de 1983), 51: Ench. Vat. 9, 235-237; Código de derecho canónico, c.631 § 1; Código los cánones de las Iglesias Orientales, c. 512 § 1.

92 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 47-53: Ciudad del Vaticano 1994, 43-47; Código de derecho canónico, 618; Propositio 19.

93 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 68: Ciudad del Vaticano 1994, 63-64; Propositio 21.

94 Propositio 28.

95 Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Doc. Vida y misión de los religiosos en la Iglesia, I. Religiosos y promoción humana (12 de agosto de 1980), II, 24: Ench. Vat. 7, 455.

96 Exhort. ap. postsinodal Christifidelis Laici (30 de diciembre de 1988), 31-32: AAS 81 (1989), 451-452.

97 Regula Bullata, I, 1.

98 Cartas 109, 171, 196.

99 Cf. Ejercicios espirituales, Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener, en particular la Regla 13.

100 Dichos, n. 217.

101 Manuscrits autobiographiques, B, 3 v.

102 Cf. Propositio 30, A.

103 Cf. Exhort. ap. Redemptionis Donum (25 de marzo de 1984), 15: AAS 76 (1984), 541-542.

104 Cf Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 1.

105 Cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta Communionis Notio, a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 de Mayo de 1992), 16: AAS 85 (1993), 847-848.

106 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la iglesia, 13.

107 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos, 11.


108 Congregación para los religiosos y los institutos seculares y Congregación para los obispos, Criterios pastorales sobre las relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia Mutuae Relationes (14 de Mayo de 1978), 11: AAS 70 (1978), 480.

109 Cf. ib.

110 Cf. Código de derecho canónico, c. 576.

111 Cf. Código de derecho canónico, c. 586; Congregación para los religiosos y los institutos seculares y Congregación para los obispos, Criterios pastorales sobre las relaciones entre los obispos y religiosos en la Iglesia Mutuae Relationes (14 de Mayo de 1978), 13: AAS 70 (1978), 481-482.

112 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18.

113 Cf. Código de derecho canónico, cc. 586 § 2; 591; Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 412 § 2.

114 Cf. Propositio 29, 4.

115 Cf. ib., 49, B.

116 Ib., 54.

117 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de Febrero de 1994), 56: Ciudad del Vaticano, 1994, 48-49.

118 Apología a Guillermo de Saint Thierry, IV, 8: PL 182, 903-904.

119 Cf. Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 23.

120 Congregación para los religiosos y los institutos seculares y Congregación para los obispos, Criterios pastorales sobre las relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia Mutuae Relationes (14 de Mayo de 1978), 21, 61: AAS 70 (1978), 486; 503-504; Código de derecho canónico, cc. 708-709.

121 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 1; Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 46.

122 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 4.

123 Mensaje a la XIV Asamblea general de Conferencia de religiosos de Brasil (1 de Julio de 1986), 4: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 16 de Noviembre de 1986, 9.

124 Cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y Congregación para los Obispos, Criterios pastorales sobre las relaciones en la Iglesia Mutuae Relationes (14 de Mayo de 1978), 63; 65: AAS 70 (1978), 504-505.

125 Cf. Conc.. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 31.

126 S. Antonio M. Zaccaria, Scritti. Sermone II, Roma 1975, 129.

127 Cf. Propositio 33, A y C.

128 Cf. Ib., 33, B.

129 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de Febrero de 1994), 62: Ciudad del Vaticano 1994, 55-56; Instr. Potissimum institutioni (2 de Febrero de 1990), 92-93: AAS 82 (1990), 123-124.

130 Cf. Propositio 9, A.

131 Cf. ib., 9.

132 Carta enc. Evangelium Vitae (25 de Marzo de 1995), 99: AAS 87 (1995), 514.

133 Congregación para los religiosos y los Institutos Seculares, Instr. Venite seorsum, acerca de la vida contemplativa y de la clausura de las monjas (15 de agosto de 1969), V: AAS 61 (1969), 685.

134 Cf. ib., I: l.c., 674.

135 Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 2.

136 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la iglesia, 6.

137 Cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual, estr. 29, 1.

138 Cf. Código de derecho canónico, c. 667 § 4; Propositio 22, 4.

139 Cf. Pablo VI, Motu proprio Ecclesiae Sanctae (8 de junio de 1966), II, 30-31; AAS 58 (1966), 780; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 7 y 16; Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Instr. Venite seorsum, acerca de la vida contemplativa y de la clausura de las monjas (15 de agosto de 1969), VI: AAS 61 (1969) 686.

140 Cf. Pio XII, Const. ap. Sponsa Christi (21 de noviembre de 1950), VII: AAS 43 (1951), 18-19; Conc. Ecum. Vat. II, Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 22.

141 Cf. Código de derecho canónico, c. 588 § 1.

142 Cf. Conc. Ecum. Vat .II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 10.

143 Cf. ib., 8; 10.

144 Cf. Código de derecho canónico, c. 588 § 3; Conc. Ecum. Vat. II Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 10.

145 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 31.

146 Cf. Propositio 8.

147 Discurso en la audiencia general (22 de febrero de 1995), 6: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 24 de febrero de 1995, 3.

148 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 10.

149 Cf. Código de derecho canónico, c. 588 § 2.

150 Cf. Propositio 10; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 15.

151 Cf. Código de derecho canónico, c. 573; Código de los cánones de las iglesias orientales, c. 410.

152 Cf. Propositio 13, B.

153 Cf. ib., 13, C.

154 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.

155 Cf. Propositio 13, A.

156 Cf. ib., 13, B.

157 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 1.

158 Cf. Propositio 24.

159 Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 67: Ciudad del Vaticano 1994, 62-63.

160 Cf. Propositio 48, A.

161 Cf. ib., 48, B.

162 Cf. ib., 48, C.

163 Cf. ib., 49, A.

164 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum Institutioni (2 de febrero de 1990), 29: AAS 82 (1990), 493.

165 Cf. Propositio 49, B.

166 Cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Instr. Essential elements in the Church's teaching on religious life as applied to institutes dedicated to works of the apostolate (31 de mayo de 1983), 45: Ench. Vat. 9, 229.

167 Cf. Código de derecho canónico, c. 607 § 1.

168 Cf. Propositio 50.

169 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 32-33: Ciudad del Vaticano 1994, 30-32.

170 Cf. Propositio 51.

171 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 43-45: Ciudad del Vaticano 1994, 39-42.

172 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum Institutioni (2 de febrero de 1990), 70: AAS 82 (1990), 513-514.

173 Cf. ib., 68: l.c, 512.

174 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 46.

175 Cf. Propositio 35, A.

176 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 4.

177 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 12.

178 Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam Suam ( 6 de agosto de 1964), III: AAS 56 (1964), 639.

179 S. Gregorio Magno, Hom. in Ezech., II, II, 11: PL 76, 954-955.

180 S. Agustín, Sermo 78, 6: PL 38, 492.

181 Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Doc. Nueva evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana, Conclusión 178, CELAM 1992.

182 Corréspondance, Entretiens, Documents. Conference «Sur l'esprit de la Compagnie» (9 de febrero de 1653), Coste IX, Paris 1923, 592.

183 Cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Instr. Essential elements in the Church's teaching on religious life as applied to institutes dedicated to works of the apostolate (31 de mayo de 1983), 23-24: Ench. Vat. 9, 202-204.

184 Cf. B. Isabel de la Trinidad, O mon Dieu, Trinité que j'adore, Oeuvres completes, Paris 1991, 199-200.

185 Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

186 Cf. Propositio 37, A.

187 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 46; Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

188 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44; 46.

189 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18;4.

190 Carta a los compañeros residentes en Roma (Cochin, 15 de enero de 1544): Monumenta Historica Societatis Iesu 67 (1944), 166-167.

191 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

192 Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 69: AAS 83 (1991), 317-318; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 927.

193 Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 31: AAS 83 (1991), 277.

194 Ib., 2: l.c., 251

195 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18; cf. Carta enc. Redenptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 69: AAS 83 (1991), 317-318.

196 Cf. Propositio 38.

197 Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 44: AAS 83 (1991), 290.

198 Cf. ib., 6: l.c., 292.

199 Cf. ib., 52-54: l.c., 299-302.

200 Cf. Propositio 40, A.

201 Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 55: AAS 83 (1991), 302; cf. Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Diálogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 45-46: AAS 84 (1992), 429-430.

202 Cf. Propositio 40, B.

203 Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in África (14 de septiembre de 1995), 62: L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 15 de septiembre de 1995, 12.

204 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68 (1976), 13-15.

205 Sínodo de los Obispos, IX Asamblea general ordinaria, Relatio ante disceptationem, 22: L’ Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 14 de octubre de 1994, 7.

206 Juan XXIII, Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962), 789.

207 Cf. Propositio 18.

208 S. Agustín, Sermo 123, 3-4: PL 38, 685-686.

209 Cf. Poema XXI, 386-394: PL 61, 587.

210 Corréspondance, Entretiens, Documents. Conférence «Sur les Regles» (30 de mayo de 1647), Coste IX, Paris 1923, 319.

211 Regula pastoralis 2, 5: PL 77, 33.

212 Cf. Carta ap. Salvifici Doloris (11 de febrero de 1984), 28-30: AAS 76 (1984), 242-248.

213 Cf. ib., 18: l.c., 221-224; Exhort. ap. postsinodal Christifidelis Laici (30 de diciembre de 1988), 52-53: AAS 81 (1989), 496-500.

214 Cf. Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo Vobis (25 de marzo de 1992), 77: AAS 84 (1992), 794-795.

215 Cf. Carta enc. Evangelium Vitae (25 de mazo de 1995), 78-101: AAS 87 (1995), 490-518.

216 Cf. Propositio 43.

217 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

218 Cf. Homilía durante la misa de clausura de la IX Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos (29 de octubre de 1994, 3: AAS 87 (1995), 580.

219 Cf. S. Atanasio, Vida de Antonio, 7: PG 26, 854.

220 Cf. Propositio 39 A.

221 Cf. ib., 15, A y 39, C.

222 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 4; cf. Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el misterio y vida de los presbíteros, 2.

223 Cf. Propositio 53; Carta ap. Tertio Millennio Adveniente (10 de noviembre de 1994), 37: AAS 87 (1995), 29-30.

224 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 12.

225 Cf. Propositio 18, A.

226 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 13.

227 Cf. Carta enc. Veritatis Splendor (6 de agosto de 1993), 31-35: AAS 85 (1993), 1158-1162.

228 Cf. Propositio 19, A;. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 14.

229 Cf. Propositio 15

230 Discurso en la audiencia general (8 de febrero de 1995), 2: L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 10 de febrero de 1995, 3.

231 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 21; cf. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 6.

232 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 125; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 18.

233 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 2.

234 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

235 Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Gravissimum Educationis, sobre la educación cristiana, 8.

236 Scritti pedagogici e spirituali, Roma, 1987, 294.

237 Const. Ap. Sapienta Christiana (15 de abril de 1979), II; AAS 71 (1979), 471.

238 Cf. Propositio 41.

239 Const. Ap. Sapienta Christiana (15 de abril de 1979), II; AAS 71 (1979), 470.

240 Cf. Propositio 36.

241 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gadium et Specs, sobre la Iglesia en el mundo actual, 5.

242 Ib., 1.

243 Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en comunidad «Congregavit nos in unum Christi amor» (2 de febrero de 1994), 34: Ciudad del Vaticano 1994, 32.

244 Cf. Mensaje para la XXVIII Jornada de las comunicaciones sociales (24 de enero de 1994): L’Osservatore Romano, edición semanal de la legua española, 28 de enero de 1994, 12.

245 Cf. Carta enc. Ut Unum Sint (25 de mayo de 1995), 21: AAS 87 (1995), 934.

246 Cf. ib., 28: l.c., 938-939.

247 Cf. Propositio 45

248 Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 55: AAS 83 (1991), 302-304.

249 Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Dialogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 42, a: AAS 84 (1992), 428.

250 Ib., 42, b.

251 Cf. Propositio 46

252 Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Dialogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 42: c: AAS 84 (1992), 428.

253 Cf. Propositio 47

254 B. Angela de Foligno, Il libro della Beata Angela da Foligno, Grotaferrata 1985, 683.

255 S. Teresa de Jesús, Libro de la Vida, c. 32, 11.

256 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica Testificatio (29 de junio de 1971), 3: AAS 63 (1971), 498.

257 Cf. Propositio 48.

258 Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gadium et Specs, sobre la Iglesia en el mundo actual, 41.

259 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica Testificatio (29 de junio de 1971), 53: AAS 63 (1971), 524; Exhort. ap. Evangelium Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

260 Cf. Propositio 16.

261 S. Agustín, In Joannis Evang., XXI, 8: PL 35, 1568.

262 Cf. Congregación para los religiosos los institutos seculares, Doc. Religiosos y promoción humana (12 de agosto de 1980), 13-21: Ench. Vat. 7, 445-453.

263 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 64.

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