Familia y
Toxicodependencia
De La
Desesperación a la Esperanza
Pontificio Consejo para
la Familia
Ver
también: adicción
INTRODUCCION
La dependencia de la droga ha sido
considerada, en diversas ocasiones por el Santo Padre, en su solicitud
pastoral. La asignación del fenómeno de la droga, como competencia
específica, al Pontificio Consejo para la Familia, subraya la
atención con la cual la Iglesia mira tales problemáticas y a sus
funestas y dramáticas consecuencias para la vida de la familia y para
el crecimiento de los jóvenes.
En el amplio y complejo fenómeno de la
droga y de la toxicodependencia, no son pocos los temas sobre los
cuales se puede reflexionar. Hemos elegido uno de particular
importancia: la relación entre Familia y Toxicodependencia.
El tema de la toxicodependencia
preocupa y atrae el interés de varias instancias sociales y
pastorales. Del 21 al 23 de noviembre de 1991, por ejemplo, el
Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios,
convocó en Roma una Conferencia Internacional con el título
específico de "Contra spem in spem: droga y alcohol contra la
vida", donde no faltaron contributos de gran realce de las
diversas facetas del fenómeno de la droga y de la familia.
La reflexión que ahora nos disponemos
a presentar es fruto del encuentro de trabajo realizado durante los
días 20, 21 y 22 de junio de 1991. Fueron examinados documentos,
investigaciones y material diverso sobre este argumento. El encuentro
ha sido llamado "en el vértice" tanto por el número
restringido de los participantes, como por el hecho de que se trata de
personas casi todas empeñadas en el contacto directo con los
toxicodependientes.
No es nuestra intención suministrar un
tratado exhaustivo del problema droga (existen numerosos y serios
estudios al respecto). Queremos solamente poner en evidencia algunos
aspectos concernientes a nuestra misión educativo-pastoral y
participar, además, a la opinión pública, una preocupación
largamente condividida y una esperanza que anima a todos, agregando
algunas consideraciones sobre la intervención de cuantos, en nombre
de la Iglesia, trabajan activamente en el ámbito de la
toxicodependencia.
Fuimos convocados como expertos en
cuanto que, a través de nuestras diversas actividades y profesiones,
acompañamos de hecho, en una experiencia cotidiana y de cercanía
continua, las víctimas de un grave flagelo, del cual el recurso a la
droga es sólo signo y síntoma.
Hemos podido constatar en tantos casos,
que es la esperanza valiente de una real liberación a empujarnos,
como creyentes y miembros de la Iglesia, a sacar adelante, no obstante
las dificultades, este servicio en favor de los hermanos necesitados
de solidaridad, de comprensión, de confianza y de ayuda.
Durante nuestro encuentro tuvimos la
alegría de saludar al Santo Padre Juan Pablo II, paternalmente
cercano a nuestra acción pastoral, y de recibir su bendición
apostólica. El Sucesor de Pedro nos ha hablado: ha definido este
servicio eclesial como un camino "de la desesperación a la
esperanza". No hubiéramos podido encontrar una expresión mejor!
Por esto la hemos tomado como título, realista y alentador, de
nuestro trabajo.
Otros aspectos son los problemas
ligados a la producción, elaboración y comercio de la droga en un
mercado internacional siempre más amplio, así como aquellos
derivantes del consumo de la droga que llega a ser el estímulo para
una demanda siempre creciente. Hay al respecto una orientación ética
y pastoral que la Iglesia debe ofrecer y que esperamos sea posible
estudiar en una próxima ocasión.
A los participantes en esta
Conferencia, el Santo Padre ha precisado la diferencia entre el
recurso a la droga y el recurso al alcohol: "... mientras, en
efecto, un uso moderado de éste (alcohol) como bebida no va contra
prohibiciones morales, y es de condenar solamente el abuso, el
drogarse, al contrario, es siempre ilícito, puesto que comporta una
renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y actuar como
personas libres. Para lo demás, el mismo recurso bajo indicaciones
médicas a sustancias psicotrópicas para mitigar, en bien
determinados casos, sufrimientos físicos o psíquicos, ha de atenerse
a criterios de gran prudencia, para evitar peligrosos hábitos y otras
formas de dependencia" (Discurso del Santo Padre a los
participantes en la VI Conferencia Internacional promovida por el
Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, 4).
I. EL FENOMENO DE LA
TOXICODEPENDENCIA
Indicamos algunos aspectos de un
fenómeno complejo y preocupante. En concreto, queremos referirnos
ahora a los siguientes puntos: la persona, la familia, la sociedad.
a) La persona
La droga no es el problema principal
del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta
falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la
toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible,
con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor del
Padre que, en su plan salvífico, llama a cada uno a la sublime
vocación de hijo en el Hijo. Sin embargo, la realización de tal
vocación es -junto a la felicidad en este mundo- gravemente
comprometida por el uso de la droga, porque ella, en la persona
humana, imagen de Dios (cfr. Gen. 1, 27), influye en modo deletéreo
sobre la sensibilidad y sobre el recto ejercicio del intelecto y de la
voluntad.
Un gran número de cuantos hacen uso de
la droga está constituido por jóvenes, y la edad de acercarse al
problema desciende siempre más. Hay, sin embargo, hoy también
numerosos adultos (35-44 años) entre los consumidores de droga y esto
constituye un cambio importante en este campo. Existen además
toxicodependientes fuertemente dependientes de las sustancias
estupefacientes y otros que hacen uso esporádico; personas
marginadas, y otras aparentemente bien integradas en la sociedad. Como
es fácil deducir, se está ante un conjunto complejo de un fenómeno
diferenciado y articulado.
Los episodios de violencia, que se
registran entre los toxicodependientes, indican que no nos encontramos
de frente al engañoso e ilusorio "viaje pacífico" de una
vez, promovido por la manipulación de masa de la cultura juvenil en
los años sesenta, sino de frente a una realidad violenta y a la
caída del carácter moral como efecto del uso de la droga.
Los motivos personales al origen de la
toma de sustancias estupefacientes, son tantos. Pero, en todos los
toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con
que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la
ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la
persona. En todo toxicodependiente pueden verificarse diversas
combinaciones de acuerdo con las fragilidades personales que lo hacen
incapaz de vivir una vida normal. Se crea en él un estado de ánimo
"inmotivado" e "indiferente" que desencadena un
desequilibrio interior moral y espiritual del cual resulta un
carácter inmaduro y débil que empuja la persona a asumir
comportamientos inestables de frente a las propias responsabilidades.
De hecho, la droga no entra en la vida
de una persona como un rayo con el cielo sereno, sino que como la
semilla echa raíces en un terreno por largo tiempo preparado.
La mujer toxicodependiente, a
diferencia del hombre, es herida más profundamente en su identidad y
dignidad de mujer, sobre todo si es madre y por esto las consecuencias
negativas pueden ser peores.
Quien hace uso de la droga vive en una
condición mental equiparada a una adolescencia interminable, como es
señalado por algunos especialistas. Tal estado de inmadurez tiene
origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La
persona inmadura proviene con frecuencia de familias que, también
independientemente de la voluntad de los padres, no consiguen
transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad,
sea porque viven en una sociedad "pasiva", con un estilo de
vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales.
Fundamentalmente el toxicodependiente es un "enfermo de
amor"; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo
porque no ha sido amado en el modo justo.
La adolescencia interminable,
característica del toxicodependiente, se manifiesta frecuentemente en
el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El
comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un
doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas
frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen. ¿A
quién atribuir la responsabilidad si muchos jóvenes parecen no
desear llegar a ser adultos y rehusan crecer? ¿Les han sido ofrecidos
motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el
presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como
propias las raíces del pasado? Detrás de comportamientos
desconcertantes, frecuentemente aberrantes e inaceptables, se puede
percibir un rayo de ideales y de esperanza.
b) La familia
Entre los factores personales y
ambientales que favorecen de hecho el uso de la droga es, sin duda, el
principal, la falta absoluta o relativa de la vida familiar, porque la
familia es elemento clave en la formación del carácter de una
persona y de sus actitudes hacia la sociedad. Detengámonos en algunos
factores de mayor importancia.
El toxicodependiente viene
frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar al stress porque
es inestable, incompleta o dividida. Hoy van en preocupante aumento
las salidas negativas de las crisis matrimoniales y familiares:
facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de
ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes,
falta de diálogo, etc. Pueden preparar una elección de la droga, el
silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el
stress como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc.; en
síntesis, una incapacidad de impartir una educación abierta e
integral. En muchos casos los hijos se sienten no comprendidos y se
encuentran sin el apoyo de la familia. Además, la fe y los valores
del sufrimiento, tan importante para la madurez, son presentados como
antivalores. Padres no a la altura de su tarea, constituyen una
verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos.
¿Y qué decir de algunos
comportamientos distorsionados o desviados en el campo sexual de
ciertos núcleos familiares?
En no pocos casos las familias sufren
las consecuencias de la toxidependencia de los hijos (por ejemplo,
violencias, robos, etc.), pero sobre todo deben compartir las penas
psicológicas o físicas. La vergüenza, las tensiones y los
conflictos interpersonales, los problemas económicos y otras graves
consecuencias, pesan sobre la familia, debilitando y resquebrajando la
"célula fundamental" de la sociedad.
Junto a la familia de origen, ha de ser
tenida en cuenta también la familia que crean los toxicodependientes.
Se trata no raramente de parejas en las que ambos son drogadictos.
Muchos, aun siendo todavía jóvenes, son ya separados o divorciados,
o también conviven unidos de hecho. En este contexto adquieren
importancia los problemas de los hijos de los toxicodependientes,
sobre todo bajo el aspecto educativo, como también los problemas de
los hijos de toxicodependientes ya fallecidos.
Merecen particular atención las
mujeres toxicodependientes en embarazo: muchas son madres solteras o
de cualquier modo abandonadas a sí mismas. Por desgracia, en vez de
salir a su encuentro con una concreta solidaridad y asistencia para
que puedan acoger y respetar la vida del no nacido, se les propone,
como solución más oportuna, el aborto.
c) La sociedad
La toxicodependencia, tan ampliamente
difundida, es índice del estado actual de la sociedad. Hoy la persona
y la familia se encuentran en una sociedad "pasiva", es
decir, sin ideales, permisiva, secularizada, donde la búsqueda de
evasiones se manifiesta en tantos modos diversos, del cual uno es la
fuga en la toxicodependencia.
Nuestra época exalta una libertad que
"no se ve positivamente como una tensión hacia el bien...
sino... como una emancipación de todos los condicionamientos que
impiden a cada uno seguir su propia razón" (1). Se exalta el
utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el
egoísmo. La búsqueda de un bien ilusorio, bajo la marca del máximo
placer, termina por privilegiar a los más fuertes, creando en la
mayoría de los ciudadanos condiciones de frustración y de
dependencia. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios
mismo son cancelados en la sociedad y en la relación entre los
hombres.
Se ha afianzado en la sociedad actual
un consumismo artificial, contrario a la salud y a la dignidad del
hombre, que favorece la difusión de la droga (cfr. CA, 36). Tal
consumismo, creando falsas necesidades, empuja el hombre, y en
particular a los jóvenes, a buscar satisfacciones sólo en las cosas
materiales, causando una dependencia de ellas. Además, una cierta
explotación económica de los jóvenes se difunde fácilmente,
precisamente en este contexto materialístico y consumístico. En
diversas regiones, además, la desocupación de los jóvenes favorece
la difusión de la toxicodependencia.
A ningún atento observador escapa que
la sociedad actual favorece la promoción de un hedonismo desenfrenado
y un desordenado sentido de la sexualidad. Se ha separado el ejercicio
de la sexualidad de la comunión conyugal y de su intrínseca
orientación procreativa, permaneciendo en un superficial gozo al
cual, con frecuencia, se subordina incluso la dignidad de las
personas.
En una sociedad que busca la
gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la
cual se está más interesado en "tener" que en
"ser", no sorprende la cultura de la muerte que considera el
aborto y la eutanasia como bienes y derechos. Se ha perdido el sentido
de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la
frustración y a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así
descrita, la droga es una fácil e inmediata, pero mentirosa,
respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor.
Hoy la familia comparte la tarea de la
educación con tantas otras instituciones y agencias educativas, pero
faltan entre estas muchas veces, la necesaria unión y coordinación.
De esto resulta una falta de claridad y de coherencia entre los
valores propuestos. Dicha incoherencia en la educación de los
jóvenes es, en gran parte, responsable de la crisis de los valores
que genera confusión. De hecho, son propuestos a los jóvenes ideales
no sólo desarticulados sino contradictorios.
Los mass media ejercen un influjo con
frecuencia negativo respecto de la mentalidad que favorece la
difusión de la toxicodependencia, sobre todo en el mundo juvenil. Con
mensajes directos e indirectos, y a través de la industria del
espectáculo para los jóvenes, crean modelos, proponen ídolos y
definen la "normalidad" por medio de un sistema de pseudo-valores.
No conviene olvidar además, la violencia cotidianamente suministrada
al público por medio de ciertos video cassettes.
Algunos de nosotros, participantes al
encuentro, consideramos que existe el riesgo, por parte de los mass
media, de presentar una imagen del toxicodependiente que induce
solamente a criminizarlo como el único culpable. No se pueden negar
los talentos, la inteligencia y otras capacidades de tantos jóvenes
toxicodependientes; y conviene más bien tenerlas en cuenta para toda
iniciativa de recuperación.
Ha sido además subrayada la
responsabilidad del Estado en aquello que concierne la organización
de los medios de comunicación, y más en general, del entero sistema
legal que tutela a los ciudadanos de la amenaza proveniente de la
distribución y del consumo de la droga.
Hablando de responsabilidad no conviene
olvidar, dadas las implicaciones religiosas de los problemas ligados a
la droga, algunos silencios, faltas e insuficiencias todavía
presentes en la pastoral de la Iglesia.
El fenómeno de la droga, considerado
en la persona, en la familia y en la sociedad, hace evidente la
necesidad urgente de "sabiduría" para recuperar la
conciencia del primado de los valores morales de la persona como tal.
"Volver a comprender el sentido último de la vida y de sus
valores fundamentales", afirma el Santo Padre, Juan Pablo II,
"es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la
renovación de la sociedad... La educación de la conciencia moral que
hace a todo hombre capaz de juzgar y de discernir los modos adecuados
para realizarse según su verdad original, se convierte así en una
exigencia prioritaria e irrenunciable" (FC, 8). Con la ayuda de
esta sabiduría la nueva cultura emergente "no apartará a los
hombres de su relación con Dios, sino que los conducirá a ella de
manera más plena" (ibid., 8). Este es el auténtico "nuevo
humanismo", que no puede dejar de ser "un auténtico
humanismo familiar", al que pertenece una "nueva
mentalidad... esencialmente positiva, inspirada en los grandes valores
de la vida del hombre" (2).
Un gran número de especialistas nos
dicen que no todos los niños nacidos de madres sieropositivas y que
resultan, también ellos, sieropositivos, están por esto contaminados
del virus HIV. En efecto, la contaminación es difícilmente
diagnosticable en el momento del nacimiento puesto que no es posible
distinguir entre los anticuerpos maternos y los del niño. Los
anticuerpos maternos desaparecen solamente cuando el niño alcanza la
edad de 12-18 meses. Del 12 al 24 por ciento de los niños nacidos de
madres sieropositivas resultan tener sólo anticuerpos maternos, y por
tanto no están contaminados por el virus.
Notas
1- Intervención del Cardenal Joseph Ratzinger en el Consistorio de
los cardenales sobre "Las amenazas contra la vida", 4-7 de
abril de 1991.
2- Insegnamenti di Giovanni Paolo II,
VII, 2, p. 348.
II. TAREA ESPECIFICA DE LA IGLESIA
¿Cuál es la tarea específica de la
Iglesia de frente al fenómeno de la toxicodependencia?
a) La Iglesia y la evangelización
La Iglesia, enviada como
"sacramento universal de salvación" (LG, 48; AG, 1), es el
pueblo misionero de Dios. El compromiso misionero de la Iglesia, su
actividad evangelizadora, cae sobre todos los miembros de este pueblo,
cada uno en proporción de sus posibilidades (cfr. AG, 23): "A
todos los fieles... es impuesto el noble honor de trabajar con el fin
de que el divino mensaje de la salvación, sea conocido y aceptado por
todos los hombres, sobre toda la tierra" (AA, 3).
La Iglesia es "experta en
humanidad" (PP, 13). Al centro de sus preocupaciones está el
hombre, objeto del amor creador, redentor y santificador de Dios, Uno
y Trino. Jesucristo, "propter nos homines et propter nostram
salutem" ("por nosotros los hombres y por nuestra
salvación"), ha bajado del cielo, se ha encarnado, ha muerto y
ha resucitado.
El mensaje de la Iglesia se dirige a
toda la sociedad y a todos los hombres para señalar la alta vocación
de Dios al hombre. Hace parte, sin embargo, de este mensaje, el hecho
de que el hombre redimido lleva en sí mismo las heridas del pecado
original y por tanto la inclinación a la dependencia y a la
esclavitud del pecado.
La Iglesia anuncia que Dios salva al
hombre en Cristo, revelándole su vocación, inscrita en la verdad
sobre el hombre y desvelada plenamente en Cristo Jesús (cfr. GS, 22).
En esta luz, todos tienen derecho a conocer que la vida es un SI a
Dios y a la santidad, no simplemente un NO al mal.
La persona está llamada a vivir en
("ex sistere") comunión con Dios, consigo mismo, con el
prójimo, con el ambiente (cfr. GS, 13). Vivir tales relaciones, en
especial aquella con los otros, hace evidente la plena e integral
valoración de la corporeidad masculina y femenina, que desvela el
sentido profundo de la vida humana, como vocación al amor (cfr. FC,
11). Pero el pecado influye en estas relaciones. Para vivir los
valores humanos y cristianos en modo auténtico, además de la
indispensable ayuda de la gracia divina, son necesarios: la libertad
del espíritu contra el materialismo y el consumismo, la verdad sobre
el bien y sobre el hombre contra el utilitarismo y el subjetivismo
ético, la grandeza del amor, que busca siempre el bien del otro a
través también de la donación de sí, contra la banalización de la
sexualidad y el hedonismo.
El amor misericordioso de Dios mira en
modo especial a quienes necesitan más de su acción compasiva y
liberadora. El Señor ha dicho que son los enfermos los que tienen
necesidad del médico (cfr. Mt. 9, 12; Mc. 2, 17; Lc. 5, 31).
Al toxicodependiente se dirigen la
solicitud y las actividades de muchas personas e instituciones.
También diversas ciencias y disciplinas se ocupan de sus problemas.
¿Bajo qué aspecto, entonces, la Iglesia se pone al servicio de
quienes se encuentran bajo el yugo de esta nueva forma de esclavitud?
En su actitud decididamente pastoral,
empleando los instrumentos ofrecidos por las ciencias, la Iglesia se
acerca al toxicodependiente con su radiante concepción de la verdad
sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre (3).
Ella propone una respuesta específica
en cuanto poseedora de los valores morales humano-cristianos, que
miran a todos, y son disponibles para todos con métodos abiertos a
todos: creyentes o no creyentes, toxicodependiente o personas con
riesgo de serlo, jóvenes o ancianos, sujetos provenientes de familias
"sanas" o sin familia. Se trata de valores de la persona
como tal. La propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre
el hombre. Anuncia a cuantos viven el drama de la toxicodependencia y
sufren una existencia miserable, el amor de Dios que no quiere la
muerte sino la conversión y la vida (cfr. Ez. 18, 23). Aquí se trata
de la vida plena, de la vida eterna, proclamada en medio a situaciones
que la ponen en peligro o la amenazan.
Al toxicodependiente, carente
fundamentalmente de amor, hay que hacer conocer y experimentar el amor
de Cristo Jesús. En medio de una desazón atormentada, en el vacío
profundo de la propia existencia, el itinerario hacia la esperanza
pasa por el renacer de un ideal auténtico de vida. Todo esto se
manifiesta plenamente en el misterio de la revelación del Señor
Jesús. Quien toma sustancias estupefacientes debe saber que, con la
gracia de Dios, es capaz de abrirse a quien es "el camino, la
verdad y la vida" (Jn. 14, 6).
Puede así comenzar un itinerario de
liberación descubriendo que él es imagen de Dios, en la realidad de
Hijo, que debe crecer en la similitud de la imagen por excelencia que
es Cristo mismo (cfr. Col. 1, 15).
La Iglesia, con su contribución
específica, interviene en el problema de la toxicodependencia, ya
para prevenir el mal, ya para ayudar los toxicodependientes en su
recuperación y reinserción social.
Así, nosotros somos testigos de que el
prisionero de la droga, con la ayuda de la Iglesia, puede iniciar un
nuevo camino y asumir una actitud que lo abra hacia una siempre y
mayor plenitud de vida nueva.
b) La Iglesia de frente a la
toxicodependencia
La respuesta de la Iglesia al fenómeno
de la toxicodependencia es un mensaje de esperanza y un servicio que,
más allá de los síntomas, va al centro mismo del hombre; no se
limita a eliminar el mal, sino que propone rumbos de vida. Sin ignorar
ni despreciar las otras soluciones, ella se sitúa a un nivel superior
y global de intervención que tiene en cuenta su precisa visión del
hombre y en consecuencia indica nuevas propuestas de vida y de
valores. Su tarea es evangélica: anunciar la Buena Nueva. No asume
una especie de función sustitutiva respecto de otras instituciones e
instancias humanas. Su servicio está, en efecto, en la misma
"escuela evangélica" hecha a través de formas concretas de
acogida que son la traducción práctica de su propuesta de vida, de
su mensaje de amor.
Es precisamente en la misma actividad
evangelizadora de la Iglesia que se coloca su intervención sobre el
problema de la toxicodependencia. Tal actividad, sea aquella dirigida
"ad intra" que "ad extra", lleva a "servir el
hombre revelándole el amor de Dios, que se ha manifestado en
Jesucristo" (RM, 2). Este anuncio "mira a la conversión
cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su
Evangelio mediante la fe" (Ibid., n. 46): "Convertíos y
creed en el Evangelio" (Mc. 1, 15). Se trata de una conversión
que "significa aceptar, con decisión personal, la soberanía de
Cristo y llegar a ser sus discípulos" (RM, 46). Solo en El toda
persona puede encontrar el verdadero tesoro, la verdadera y definitiva
razón de toda su existencia. Adquieren un maravilloso significado
respecto a los toxicodependientes las palabras de Cristo: "Venid
a mí todos los que estéis cansados y agobiados que yo os
aliviaré" (Mt. 11, 28).
El Evangelio une la proclamación de la
Buena Nueva a las buenas obras, como por ejemplo, a la curación de
"toda enfermedad y toda dolencia" (Mt. 4, 23). La Iglesia es
"fuerza dinámica", "signo y animadora de los valores
evangélicos entre los hombres" (RM, 20). Por tanto, la Iglesia,
"teniendo siempre firme la prioridad de las realidades
trascendentes y espirituales, premisas de la salvación
escatológica", ha ofrecido siempre su testimonio evangelizador
junto a sus actividades: diálogo, promoción humana, compromiso por
la justicia y la paz, educación y atención de los enfermos,
asistencia a los pobres y a los pequeños (cfr. Ibid.). Sin embargo,
ha de estar muy claro que en la proclamación de la Buena Nueva del
amor de Dios, ella no coarta la libertad humana: se detiene ante el
sagrario de la conciencia; propone, pero no impone nada (cfr. Ibid.).
El Santo Padre recuerda que el
testimonio evangelizador de la Iglesia consiste en proclamar la Buena
Nueva, como quien ha reconocido en Jesucristo la meta del propio
destino y la razón de toda su esperanza. (4)
Refiriéndose al toxicodependiente, el
Sumo Pontífice afirma que es necesario "llevarlo al
descubrimiento o al redescubrimiento de la propia dignidad de hombre;
ayudarlo a hacer resurgir y crecer, como un sujeto activo, aquellos
recursos personales que la droga había sepultado, mediante una
confiada reactivación de los mecanismos de la voluntad, orientada
hacia seguros y nobles ideales" (5).
Siguiendo esta línea de la formación del carácter del toxicómano,
el Santo Padre continúa: "Ha sido concretamente probada la
posibilidad de recuperación y de redención de la pesante
esclavitud... con métodos que excluyen rigurosamente cualquier
concesión a la droga, legal o ilegal, con carácter sustitutivo"
(6).
Luego concluye: "La droga no se vence con la droga" (7)
¿Pero cuáles son los "seguros y
nobles ideales" necesarios para el crecimiento del
toxicodependiente como sujeto activo? Son aquellos que responden a la
necesidad extrema del hombre de "saber si hay un por qué que
justifique su existencia terrena" (7).
Por este motivo, "es necesaria la luz de la Trascendencia y de la
Revelación cristiana. La enseñanza de la Iglesia, anclada en la
palabra indefectible de Cristo, da una respuesta iluminadora y segura
a los interrogantes sobre el sentido de la vida, enseñando a
construirla sobre la roca de la certeza doctrinal y sobre la fuerza
moral que proviene de la oración y de los sacramentos. La serena
convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de
los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos es el
método más seguro también para prevenir el mal terrible de la
droga, para curar y rehabilitar sus pobres víctimas, para
fortalecerlas en la perseverancia y en la firmeza sobre las vías del
bien" (8).
Hoy, con la vasta difusión de la
droga, la Iglesia se encuentra frente a un nuevo reto: debe
evangelizar tal situación concreta. Por esto indica: 1. el anuncio
del amor paterno de Dios para salvar al hombre, un amor que supera
todo sentido de culpa; 2. la denuncia de los males personales y de los
males sociales, que causan y favorecen el fenómeno de la droga; 3. el
testimonio de aquellos creyentes que se dedican a la atención de los
toxicodependientes según el ejemplo de Cristo Jesús, que no ha
venido para ser servido, sino para servir y dar la vida (cfr. Mt. 20,
28; Fil. 2, 7). Esta triple actividad comporta:
- Una tarea de anuncio y profecía que
presenta la visión evangélica original del hombre;
- Una tarea de servicio humilde a
imagen del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.
- Una tarea de formación moral hacia
las personas, las familias y las comunidades humanas, a través de los
principios naturales y sobrenaturales para llegar al hombre pleno y
total.
Notas:
3- Cfr. Discurso de Juan Pablo II en la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Angeles, enero 28 de
1979. En L'Osservatore Romano, año CXIX, enero 29-30, n. 23.
4- Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Plaza Sordello en Mantova, junio 23
de 1991.
5- Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2, p. 347.
6- Ibid.
7- Ibid., p. 349.
8- Ibid., p. 350.
9- Ibid.
III. PRESENCIA EVANGELIZADORA DE LA
IGLESIA
Después de haber examinado cuál es la
misión específica de la Iglesia frente al fenómeno de la droga,
deseamos considerar los sujetos llamados a intervenir en la atención
pastoral de la Iglesia en combatir el mal de la toxicodependencia y
ayudar a las víctimas.
a) Presencia en la familia
La Iglesia siente el deber de reservar
una atención privilegiada a la familia, núcleo central de toda
estructura social, y debe "anunciar con alegría y convicción la
Buena Nueva sobre la familia" (FC, 86) para promover una auténtica
cultura de la vida. Aunque la familia es asediada por tantos peligros
hoy en una sociedad secularizada, hay que tener confianza en ella.
"La familia -afirma Juan Pablo II- posee y comunica todavía hoy
energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de
mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con
profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e
irrepetibilidad en el tejido de la sociedad" (FC, 43).
Más aún, según el Santo Padre, la
Iglesia debe tener una particular solicitud pastoral "hacia los
individuos cuyas existencias están marcadas por tragedias personales
y devastadoras y hacia las sociedades que se encuentran ante el deber
dominar un fenómeno siempre más peligroso" como es la
toxicodependencia (10).
La familia es un núcleo vital e
imprescindible de la misma existencia humana, dado que el hombre es a
la vez sujeto personal y comunitario (reflejo del Dios Uno y Trino).
Ahora bien, si la Iglesia quiere hacer frente de modo eficaz al
fenómeno de la droga, debe centrar en la familia su prioridad
pastoral: "el futuro de la humanidad se fragua en la
familia!" (FC, 86). La familia es "La primera estructura
fundamental a favor de la ecología humana" ... y "Santuario
de la vida" (CA, 39), célula crucial de la sociedad, porque en
ella se reflejan en el bien y en el mal, los diversos aspectos de la
vida y de la cultura.
No obstante el desinterés, los
prejuicios y hasta la hostilidad que hoy amenazan la institución
familiar, la experiencia de cuantos trabajan con especial competencia
en el mundo de la toxicodependencia (psiquiatras, psicólogos,
sociólogos, médicos, asistentes sociales, etc.), confirma en modo
unánime que el modelo cristiano de la familia permanece como el punto
de referencia prioritario sobre el cual insistir en toda acción de
prevención, recuperación e inserción de la vitalidad del individuo
en la sociedad.
Este modelo radica en el amor
auténtico: único, fiel, indisoluble de los cónyuges. Es necesario
volver a la concepción cristiana del matrimonio como comunidad de
vida y de amor, porque de otra manera se cae en modelos de egoísmo e
individualismo. Esto exige una educación en el don recíproco y en la
generosidad junto a una constante educación espiritual y
religioso-moral.
Somos bien conscientes que tal proyecto
divino choca contra la actual cultura narcisística, autosuficiente y
efímera. Es entonces indispensable una estrategia de sostenimiento,
de solidaridad, de apertura entre las diversas familias, en una obra
de paciente y recíproca acogida.
En el esfuerzo de prevención y en la
lucha contra la droga, la familia debe hacer un llamado, frente a las
dificultades de la vida cotidiana, a los recursos interiores de todos
sus miembros. Desde la primera adolescencia los hijos miran a los
padres y a la familia como modelos de vida. Luego tienden a separarse
y casi a oponerse a ellos, para buscar una propia y autónoma
realización fuera de la familia, siguiendo modelos con frecuencia en
contraste con aquellos familiares. La familia, debe regresar a ser el
lugar donde ellos puedan tener la experiencia de la unidad que los
refuerza en su peculiar personalidad. Las familias deben ser objeto y
sujeto de educación en la solidaridad y en el amor-don.
Es necesario recuperar el sentido de la
vida de cada día; por tanto la familia debe reaccionar ante los
grandes llamados publicitarios que falsean la prospectiva de la vida.
La acción pastoral de la Iglesia,
centrada en la prioridad de la familia, interesa a todos y no
solamente a aquellos que trabajan en tantos sectores de "malestar
social". La pastoral familiar constituye la mejor prevención
porque se interesa de la educación, informa la catequesis, orienta
los cursos de preparación al matrimonio, da vida a institutos de
formación familiar, suscita grupos de reflexión y de oración,
promueve formas concretas de empeño como el voluntariado, implicando
a todo componente de la comunidad cristiana.
La familia, "Iglesia
Doméstica" (cfr. LG, 11), es capaz de afrontar todo a la luz de
la Palabra de Dios interpretada por el Magisterio, y si Dios ocupa
realmente el primer puesto, llega a ser el lugar del crecimiento y de
la esperanza pues en ella cada día se reconstruye la vida cristiana
con amor, fe, paciencia y oración. El Magisterio afirma que "la
familia, como la Iglesia, debe ser un espacio en el cual el Evangelio
es transmitido y de donde el Evangelio se irradia" (EN, 71).
La familia crea "un ambiente de
vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus
potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a
afrontar su destino único e irrepetible" (CA, 39). En ella los
adultos descubren su papel educativo para la formación del carácter
de los hijos, y el niño se presenta a la vida y aprende a amar. El
hombre recibe "las primeras nociones sobre la verdad y el bien;
aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente qué
quiere decir en concreto ser una persona" (Ibid.). Los adultos
son educados en respetar los hijos como personas únicas e
irrepetibles, con sus dones y una propia vocación. Deben formarlos en
la autoestima, en el descubrimiento de sus propias capacidades para
discernir los valores morales. La familia debe continuamente
sensibilizarles en modo formativo sobre el fenómeno de la droga y los
peligros del descarrilamiento. Recuérdese sin embargo que
"educar" no es sólo "informar": la sola
información podría despertar el deseo de probar, la curiosidad y la
imitación. En el proceso formativo es importante tener presente las
diversas etapas del desarrollo de la personalidad del individuo que se
ha de educar. Si la familia, posteriormente, descubre que está
directamente implicada en el drama de la toxicodependencia no debe
absolutamente cerrarse, ni tener miedo de hablar de manera clara de lo
que está viviendo. Debe tener el valor de pedir ayuda a quien está
en grado de ayudar y puede válidamente aconsejarla. Cerrándose, en
efecto, en la propia pena a causa de una malentendida vergüenza,
terminaría por hacer el juego del toxicodependiente.
Todo esto no es fácil. Pero solamente
se crece a través de la superación de las dificultades, en un
entrenamiento constante, hecho también de derrotas. En este caso los
padres ven el sufrimiento y los sacrificios como sinvalores, pero no
es así. El sufrimiento y los sacrificios ayudan a crecer y a madurar,
reforzando la voluntad y el carácter. Nos lo ha enseñado quien, a
través del sufrimiento, ha redimido la humanidad. A veces los padres
deben saber tomar decisiones dolorosas para ayudar al hijo
toxicodependiente. Decisiones que, sin embargo, nunca están
desprovistas de afecto. Y de afecto tienen ciertamente necesidad
también los padres. Cuánto es elocuente la observación de tantos
padres cuando manifiestan que les es necesario ante todo cargarse
ellos de afecto para poderlo luego dar a sus hijos tan necesitados de
amor!
b) Presencia en la parroquia
El trabajo pastoral de la parroquia
coopera en edificar la Iglesia, comunidad de salvación, y en sanar el
corazón del hombre. Y a esto tiende a través de toda su actividad.
Ante todo, en el anuncio de la Palabra
de Dios: un anuncio fuerte y comprometido en todas sus formas
(catequesis, homilía, enseñanza de la religión en la escuela, etc.)
que favorece el crecimiento de la fe. La palabra proclamada, cuando es
acogida, renueva al hombre y lo convierte en verdadero testigo del
Evangelio. En el Evangelio se aprende la caridad de Cristo, reveladora
de la justicia y de la misericordia del Padre celeste, evitando así,
juzgar al propio hermano (cfr. Sant. 4, 11-12). Se forman además
conciencias críticas respecto a los falsos valores y a los ídolos
propuestos por la sociedad consumista y hedonista. Se comprende mejor
que las vías para una calidad de vida digna del hombre, no son
aquellas que hacen de la eficiencia y del suceso el primer y absoluto
criterio, sino aquellas que presentan al hombre propuestas exigentes y
empeños valerosos, abriéndolo al horizonte de la verdadera libertad,
lejos de las abundantes dependencias y placeres que lo hacen esclavo.
La palabra de Dios da a los jóvenes valor, fuerza, comprensión y
esperanza.
En la liturgia se hace presente el
misterio salvífico de Cristo. Toda comunidad, al celebrarla
gozosamente, recibe los dones de su Redentor, y descubre las
indigencias de los necesitados y de los pobres.
Al recibir en la Eucaristía al Señor,
descubre la exigencia de abrirse a los hermanos. La Iglesia, además,
medita el ejemplo de Cristo que no vino a buscar los sanos sino a los
enfermos, a llamar no a los justos, sino a los pecadores a la
conversión (cfr. Mc. 2, 15. 17). Esto implica, para las comunidades
eclesiales, la disponibilidad a prestar una atención concreta a las
diversas formas de pobreza presentes en su propio ámbito. Hacerse
cargo de estas pobrezas en nombre de la solidaridad activa, es la
primera vía para prevenir estas desgracias y dar sentido a la vida.
La pastoral de la prevención es para
la parroquia una prioridad pues ella es comunidad educadora. Los
adultos deberían sentirse en la comunidad educadores y
corresponsables de la formación de cada hijo, de cada joven. En este
ámbito debe revalorizarse la corrección fraterna como recíproco
estímulo al bien y a lo mejor. A la base de todo está el amor
abierto a todo hombre, especialmente a los más pobres. Este amor se
manifiesta en la solidaridad.
En cuanto a los jóvenes es necesaria
una pastoral exigente:
- En el plan espiritual del crecimiento
en la santidad;
- En el adiestramiento al servicio
gratuito y generoso;
- En las actividades de formación
juvenil y en general de "educación a la vida sana", bajo el
aspecto deportivo, sanitario, cultura y espiritual.
La presencia de toxicodependientes
llama toda la parroquia al empeño que sobrepasa la simple ayuda
económica o la fácil delegación a las estructuras especializadas.
En la comunidad cristiana, deberían las familias o los grupos de
familias, hacerse disponibles para acoger o asistir un
toxicodependiente en la fase de reinserción social o laborativa. Así
pues, deberían surgir, como ya se está dando de hecho, comunidades
educativas de voluntariado abiertas al territorio (parroquia, barrio,
municipio). Toma cuerpo de tal manera un servicio evangélico y se
ofrece un mensaje de esperanza, concretizado por medio de precisos
gestos de acogida y de amor.
c) Presencia en las comunidades para
la atención de los toxicodependientes
En la Iglesia existen también
múltiples iniciativas para la prevención, la acogida y la
recuperación de los toxicodependientes, y su reinserción social.
Mientras su fuente de inspiración es única, diversas son las
capacidades creativas de quienes la concretizan. Pero si la fuente es
el Evangelio, y su servicio es un mensaje de amor y de esperanza,
todas estas iniciativas no pueden ser sino de comunión, teniendo como
punto de referencia la regeneración de la persona y de la familia y
la llamada del hombre a vivir en relación.
La comunidad para la atención de los
toxicodependientes no es solamente una estructura, sino un estilo de
vida que debe encarnarse en todas partes: en casa, por la calle, en la
escuela, en el trabajo, en la diversión. El elemento indispensable, y
punto de fuerza del empeño eclesial en este campo, permanece la
recuperación del hombre mediante una acción inspirada por una
propuesta evangélica que se hace posible a través de varias formas
de acogida en la cual se hace concreto el mensaje de amor y de
salvación de la Iglesia.
Somos conscientes, desde luego, de
cómo, en tantas comunidades, personas que han superado la
toxicodependencia se convierten en apoyos válidos y testigos
creíbles para otros; son como maestros de prevención con el ejemplo
de esperanza y de recuperación positiva. Los ex-toxicodependientes
llegan a ser especialistas en afrontar el problema de la droga puesto
que han vivido en su propia piel el sufrimiento; han sabido acepta la
propuesta evangélica, y por consiguiente son los más adecuados para
transmitir cuanto han recibido a quien está en la situación en la
que ellos mismos se encontraban.
Otras características específicas de
las comunidades para la recuperación de los toxicodependientes se
confían a la creatividad y a los diversos carismas y concepciones de
cuantos participan en ella. En el respeto de las diversas formas de
iniciativa, la Iglesia por medio de tales estructuras, ofrece un
servicio eficaz a los toxicodependientes permaneciendo siempre fiel a
la propia misión; y exige una propuesta de clara coherencia a cuantos
pretenden seguirla. Ante estas múltiples obras e iniciativas, la
Iglesia tiene también la tarea del discernimiento. La adhesión al
Evangelio y al Magisterio de la Iglesia, constituye el parámetro para
definir la identidad cristiana de cada comunidad, que tal pretende
ser.
En un texto de esta naturaleza, no
podemos adentrarnos en valorar la variedad de los métodos utilizados
en la atención de las víctimas de la toxicodependencia. Esas
dependen también del contexto cultural de las naciones, del estado
particular de las familias y de los toxicodependientes mismos. Pueden
existir acentuaciones, de acuerdo con el grado de secularización, de
presencia de los valores cristianos en la comunidad y en la persona,
víctima de esta esclavitud. (11).
La Iglesia, respetando la autonomía de
las ciencias, y su propia metodología, se interesa más en el
esfuerzo de la evangelización, sobre todo cuando el trabajo se
desarrolla en las instituciones que pertenecen o que son puestas bajo
la inspiración y la dirección de agentes pastorales de la Iglesia.
La verdad sobre el hombre y sobre Cristo debe estar en el centro de
una recuperación integral. Es necesario leer con atención la
afirmación del Santo Padre, Juan Pablo II: "Los hombres tienen
necesidad de la verdad; tienen la necesidad absoluta de saber por qué
viven, mueren, sufren! Pues bien, vosotros sabéis que la verdad es
Jesucristo! El mismo lo ha afirmado categóricamente: "Yo soy la
verdad" (Jn. 14, 6). "Yo soy la luz del mundo: quien me
sigue, no camina en las tinieblas" (Jn. 8, 12). Amad, pues, la
verdad! Llevad la verdad al mundo! Testimoniad la verdad que es
Jesús, con toda la doctrina revelada por El mismo y enseñada por la
Iglesia divinamente asistida e inspirada. Es la verdad que salva
nuestros jóvenes: la verdad toda entera, iluminadora y exigente, como
es! No tengáis miedo de la verdad y oponed solo y siempre a
Jesucristo ante tantos maestros del absurdo y del recelo, que pueden
tal vez fascinar, pero que luego llevan fatalmente a la destrucción"
(12).
d) Presencia en la cultura
Existe una interdependencia entre el
perfeccionamiento de la persona humana y el desarrollo de la misma
sociedad (cfr. GS, 25). Desde el momento en que el hombre y la
sociedad tienden, en el interior del orden temporal, al bien común,
por medio de la cultura, de manera especial, el desarrollo y la
transmisión de esta se encuentran entre los principales campos de
servicio a la humanidad en la que la Iglesia debe estar presente.
La cultura contribuye al desarrollo y a
la perfección de las capacidades del hombre, tanto mentales como
físicas. A través de la cultura el hombre promueve el bien común de
la sociedad creando aquellas condiciones sociales aptas para
satisfacer con facilidad sus necesidades y sus legítimos deseos.
Tales condiciones sociales, si quieren corresponder a la verdadera
vocación del hombre, deben basarse en la eminente dignidad de la
persona humana que puede ser completamente comprendida sólo a la luz
de la trascendencia de la revelación cristiana.
Por esto la Iglesia debe
"evangelizar -no de manera decorativa, a semejanza de un barniz
superficial, sino de modo vital, en profundidad y hasta las raíces-
la cultura y las culturas del hombre..., partiendo siempre de la
persona y regresando a las relaciones de las personas que entre ellas
y con Dios" (EN, 20). A través de esta evangelización, la
Iglesia mira a la conversión, es decir, a la transformación de las
conciencias, sea individuales que colectivas. Al hacer esto, la
Iglesia no destruye, sino que transforma interiormente la cultura,
regenerando "los criterios de juicio, los valores determinantes,
los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en
contraste con la Palabra de Dios y con el diseño de salvación"
(EN, 19).
Por otra parte, la toxicodependencia es
el resultado de una cultura que, vacía de tantos valores humanos,
compromete la promoción del bien común y, por tanto, la auténtica
promoción de la persona. De aquí el empeño que pide el Santo Padre
a los laicos en promover el ámbito del bien común que protege la
solidez de tantas personas en el bien. Es por tanto la misión de la
Iglesia reevangelizar esta cultura y animar este orden temporal que la
hace posible. Esto es sobre todo tarea de los fieles laicos en su
participación en el orden social en sus diversos aspectos (cfr. CL,
42).
Es necesaria la presencia
evangelizadora de la Iglesia en los puestos privilegiados de la
cultura como las instituciones educativas (escuela, universidad,
etc.), para una eficaz acción de prevención. Tales centros son
también lugares fundamentales para la formación del carácter donde
los educadores son llamados a detectar a tiempo aquellos que pueden
ser víctimas de la droga. La escuela debe obrar siempre en estrecha
colaboración con los padres en cuanto participa, en modo subsidiario,
en la formación de los jóvenes.
Dada la importancia de los medios de
comunicación social, sea para la formación que para la transmisión
de la cultura, no puede faltar la presencia de la Iglesia en este
campo. La Iglesia evangelizadora debe hacer una obra de prevención
promoviendo, a través de ellos, un "nuevo humanismo" (cfr.
FC, 7).
Notas:
10-
Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1, 1984, p. 115.
11- Se ha hecho referencia, entre otros, al método empleado por Víctor
Frankl, llamado logoterapia. Este subraya los valores que dan sentido
a la vida. Tiene, pues, un fuerte contenido ético y puede ayudar en
el proceso de recuperación. En un cierto momento puede ser
conveniente abrirse hacia una evangelización explícita, donde el
centro es Cristo Logos. Así podremos también hablar de Logos-terapia
(Palabra del Padre).
12- Homilía de Juan Pablo II al Centro Italiano de Solidaridad, 9 agosto
de 1980, en L'Osservatore Romano, año CXX, n. 185/10-VIII-80.
CONCLUSION
Estas páginas, fruto del encuentro de
personas con muchos años de experiencia, proponen algunas reflexiones
para el trabajo de prevención de la toxicodependencia y la
recuperación de los toxicodependientes. Objetivo final del presente
estudio es que el hombre, dejando a un lado las falaces dependencias,
reencuentre la verdadera libertad en la dependencia filial del Padre
celestial.
Al concluir, nos dirigimos a la Madre
de Dios, que ha vivido en modo armonioso sus relaciones fundamentales
de acuerdo con el querer de Dios. Ayude, María, a cuantos son
amenazados por el azote de la droga y a aquellos que han llegado a ser
sus víctimas, guiándolos al Padre en el conocimiento y en el amor de
su Hijo, Jesucristo. El, Señor de la vida, haga pasar tantas
personas, esclavas de la droga, de la desesperación a la esperanza.
Alfonso Cardenal López Trujillo
Presidente
+ Jean-Francois Arrighi
Vice-Presidente
Obispo titular de Vico Equense