NOTA SOBRE LA
EXPRESION
«IGLESIAS HERMANAS»
Congregación para la
Doctrina de la Fe, VI-2000
A. CARTA A LOS PRESIDENTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES
Roma, 30 de junio, 2000
Eminencia (Excelencia):
Desde varias partes se ha llamado la atención de este Dicasterio sobre
los problemas implicados en el uso de la expresión “Iglesias hermanas”,
utilizada en importantes Documentos del Magisterio pontificio. Dicha
expresión, presente también en textos e intervenciones referidos a
iniciativas en la promoción del diálogo entre la Iglesia católica y las
Iglesias ortodoxas, se ha convertido en parte del vocabulario común para
expresar el vínculo objetivo entre la Iglesia de Roma y las Iglesias
ortodoxas.
Lamentablemente, en ciertas publicaciones y por parte de algunos
teólogos comprometidos en el diálogo ecuménico, se ha constatado
recientemente la extensión del uso del término para indicar la relación
entre la Iglesia católica, por un lado, y la Iglesia ortodoxa, por otro.
De este modo se induce a pensar que en realidad no existe una sola
Iglesia de Cristo, sino que la misma podrá ser restablecida de nuevo
sólo como consecuencia de la reconciliación entre las dos mencionadas
Iglesias hermanas. Además, la misma expresión es aplicada indebidamente
por algunos a la relación entre la Iglesia católica, de una parte, y la
Comunión anglicana y las Comunidades eclesiales no católicas, de otra.
Así, se habla de una “teología de las Iglesias hermanas” o de una
“eclesiología de las Iglesias hermanas”, caracterizadas por la
ambigüedad y la discontinuidad en el uso y el significado de esta
expresión respecto a su correcta acepción originaria, propia de los
Documentos pontificios.
Con el fin de superar tales equívocos en el uso y aplicación del término
“Iglesias hermanas”, esta Congregación ha juzgado necesario elaborar la
adjunta NOTA sobre la expresión “Iglesias hermanas”, aprobada por el
Santo Padre Juan Pablo II en la Audiencia del 9 de junio de 2000, y
cuyas indicaciones deben ser consideradas vinculantes, a pesar de que la
Nota no sea oficialmente publicada en Acta Apostolicae Sedis, a causa de
su finalidad, que es la de precisar el uso correcto de una terminología
teológica.
Mientras le envío copia del citado Documento, le ruego que tenga a bien
hacerse intérprete de las preocupaciones e indicaciones en él contenidas
ante la Conferencia Episcopal de su digna presidencia, y en particular
ante la Comisión u Organismo encargado del diálogo ecuménico, a fin de
que en las publicaciones y escritos concernientes la referida temática
emanados por esa Conferencia, se tenga cuidadosamente en cuenta de lo
prescrito en la Nota.
Agradeciéndole vivamente su inestimable colaboración, aprovecho la
circunstancia para confirmarme
Suyo devotísimo en Cristo
+ Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
B. TEXTO DE LA NOTA
1. La expresión Iglesias hermanas se repite a menudo en el diálogo
ecuménico, sobre todo entre católicos y ortodoxos, y es objeto de
profundización por ambas partes del diálogo. Aún existiendo un uso
indudablemente legítimo de la expresión, en la actual literatura
ecuménica se ha difundido un modo ambiguo de utilizarla. En conformidad
con la enseñanza del Concilio Vaticano II y el sucesivo Magisterio
pontificio, es por lo tanto oportuno recordar cuál es el uso proprio y
adecuado de tal expresión. Pero antes, parece útil señalar brevemente la
historia del término.
I. Origen y desarrollo de la expresión.
2. En el Nuevo Testamento, la expresión Iglesias hermanas, como tal, no
se encuentra; sin embargo, se hallan numerosas indicaciones que
manifiestan las relaciones de fraternidad existentes entre las Iglesias
locales de la antigüedad cristiana. El pasaje neotestamentario que en
modo más explícito refleja esa convicción es la frase final de 2 Jn 13:
«Te saludan los hijos de tu hermana Elegida». Se trata de saludos
enviados de una comunidad eclesial a otra; la comunidad que envía los
saludos se llama a sí misma “hermana” de la otra.
3. En la literatura eclesiástica, la expresión se comienza a utilizar en
Oriente cuando, a partir del siglo V, se difunde la idea de la
Pentarquía, según la cual a la cabeza de la Iglesia se encontrarían los
cinco Patriarcas, y la Iglesia de Roma tendría el primer puesto entre
las Iglesias hermanas patriarcales. Al respecto, hay que notar que
ningún Romano Pontífice reconoció esta equiparación de las sedes ni
aceptó que a la sede romana se le reconociese solamente un primado de
honor. Además, nótese que en Occidente no se desarrolló esa estructura
patriarcal que es típica de Oriente.
Como se sabe, en los siglos siguientes las divergencias entre Roma y
Constantinopla llevaron a excomuniones mutuas, que tuvieron
«consecuencias, que, por cuanto podemos juzgar, fueron más allá de las
intenciones y las previsiones de sus autores, cuyas censuras concernían
a las personas afectadas, no a las Iglesias, y no tenían la intención de
romper la comunión eclesiástica entre las sedes de Roma y de
Constantinopla»[1].
4. La expresión aparece de nuevo en dos cartas del Metropolita Nicetas
de Nicomedia (año 1136) y del Patriarca Juan X Camateros (desde 1198 a
1206), en las cuales ambos protestaban contra Roma, la cual,
presentándose como madre y maestra, habría anulado su autoridad. Según
ellos, Roma es solamente la primera entre hermanas de igual dignidad.
5. En época reciente, el primero en utilizar nuevamente la expresión
Iglesias hermanas fue el Patriarca ortodoxo de Constantinopla Atenágoras
I. Acogiendo los gestos fraternos y la llamada a la unidad a él
dirigidos por Juan XXIII, expresa a menudo en sus cartas el auspicio de
ver pronto restablecida la unidad entre las Iglesias hermanas.
6. El Concilio Vaticano II usa la expresión Iglesias hermanas para
calificar la relación fraterna entre las Iglesias particulares:
«…existen en Oriente muchas iglesias particulares o locales, entre las
cuales ocupan el primer lugar las iglesias patriarcales, y de las cuales
no pocas tienen origen en los mismos Apóstoles. Por este motivo ha
prevalecido y prevalecen entre los orientales la diligencia y el cuidado
de conservar en la comunión de la fe y de la caridad aquellas relaciones
fraternas, que deben observarse entre las iglesias locales como entre
hermanas».[2]
7. El primer documento pontificio en el cual de halla el apelativo de
hermanas aplicado a las Iglesias es el Breve Anno ineunte, de Pablo VI
al Patriarca Atenágoras I. Tras haber manifestado su voluntad de hacer
lo posible para «restablecer la plena comunión entre la Iglesia de
Occidente y la Iglesia de Oriente», el Papa se pregunta: «Puesto que en
cada Iglesia local se opera este misterio del amor divino, ¿no es tal
vez éste el origen de aquella expresión tradicional, en virtud de la
cual las Iglesias de varios lugares comenzaron a llamarse entre ellas
como hermanas? Nuestras Iglesias han vivido por siglos como hermanas,
celebrando juntas los concilios ecuménicos, que han defendido el
depósito de la fe contra toda alteración. Ahora, después de un largo
período de división y de incomprensión recíproca, el Señor, a pesar de
las dificultades que en el pasado han surgido entre nosotros, nos da la
posibilidad de redescubrirnos como Iglesias hermanas».[3]
8. Después la expresión ha sido utilizada por Juan Pablo II en numerosos
discursos y documentos entre los cuales serán recordados aquí los
principales, siguiendo un orden cronológico.
Encíclica Slavorum Apostoli: «Para nosotros [Cirilo y Metodio] son
paladines y a la vez patronos en el esfuerzo ecuménico de las Iglesias
hermanas de Oriente y Occidente para volver a encontrar, mediante el
diálogo y la oración, la unidad visible en la comunión perfecta y
total».[4]
Carta de 1991 a los Obispos europeos: «Con aquellas Iglesias [las
Iglesias ortodoxas] se fomentan relaciones como entre Iglesias hermanas,
según la expresión del Papa Pablo VI en el Breve al Patriarca de
Constantinopla Atenágoras I».[5]
En la Encíclica Ut unum sint, el tema es desarrollado sobre todo en el
n. 56, que inicia así: «Después del Concilio Vaticano II y con
referencia a aquella tradición, se ha restablecido el uso de llamar
Iglesias hermanas a las Iglesias particulares o locales congregadas en
torno a su Obispo. La supresión, además, de las excomuniones recíprocas,
quitando un doloroso obstáculo de orden canónico y psicológico, ha sido
un paso muy significativo en el camino hacia la plena comunión». El
número termina auspiciando: «El término tradicional de Iglesias hermanas
debería acompañarnos incesantemente en este camino». El tema es retomado
en el n. 60, en el cual se observa: «Más recientemente, la Comisión
mixta internacional ha dado un paso significativo en la cuestión tan
delicada del método a seguir en la búsqueda de la comunión plena entre
la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, cuestión que ha alterado con
frecuencia las relaciones entre católicos y ortodoxos. La Comisión ha
puesto las bases doctrinales para una solución positiva del problema,
que se fundamenta en la doctrina de las Iglesias hermanas».[6]
II. Indicaciones sobre el uso de la expresión.
9. Las referencias históricas expuestas en los párrafos precedentes
muestran la relevancia que ha asumido la expresión Iglesias hermanas en
el diálogo ecuménico. Esto hace aun más importante que de ella se haga
un uso teológicamente correcto.
10. En efecto, en sentido proprio, Iglesias hermanas son exclusivamente
las Iglesias particulares (o las agrupaciones de Iglesias particulares:
por ejemplo, los Patriarcados y las Metropolías).[7] Debe quedar siempre
claro, incluso cuando la expresión Iglesias hermanas es usada en este
sentido propio, que la Iglesia universal, una, santa, católica y
apostólica, no es hermana sino madre de todas las Iglesias
particulares[8].
11. Se puede hablar de Iglesias hermanas, en sentido propio, también en
referencia a Iglesias particulares católicas y no católicas; y por lo
tanto también la Iglesia particular de Roma puede ser llamada hermana de
todas las Iglesias particulares. Pero, como ya ha sido recordado, no se
puede decir propiamente que la Iglesia católica sea hermana de una
Iglesia particular o grupo de Iglesias. No se trata solamente de una
cuestión terminológica, sino sobre todo de respetar una verdad
fundamental de la fe católica: la de la unicidad de la Iglesia de
Jesucristo. Existe, en efecto, una única Iglesia,[9] y por eso el plural
Iglesias se puede referir solamente a las Iglesias particulares.
En consecuencia es de evitar, como fuente de malentendidos y de
confusión teológica, el uso de fórmulas como “nuestras dos Iglesias”,
que insinúan –cuando se aplican a la Iglesia católica y al conjunto de
las Iglesias ortodoxas (o de una Iglesia ortodoxa)– un plural no
solamente al nivel de Iglesias particulares, sino también al nivel de la
Iglesia una, santa, católica y apostólica, confesada en el Credo, cuya
existencia real aparece así ofuscada.
12. En fin, se debe también tener presente que la expresión Iglesias
hermanas en sentido proprio, como es testimoniado por la Tradición común
de Occidente y Oriente, puede ser aplicada exclusivamente a aquellas
comunidades que han conservado válidamente el Episcopado y la
Eucaristía.
Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 30 de
junio de 2000, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
+ Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
+ Tarcisio Bertone, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
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Notas
[1] Pablo VI y Atenágoras I, Declaración común Pénétrés de
reconnaissance (7-XII-1965), n. 3: AAS 58 (1966) 20. Las excomuniones
fueron recíprocamente levantadas en 1965: «el Papa Pablo VI y el
Patriarca Atenágoras I en su Sínodo (…) declaran de común acuerdo (…)
que es de deplorar también, y de cancelar de la memoria y del seno de la
Iglesia, las sentencias de excomunión» (ibid., n. 4); cf. también Pablo
VI, Carta Apostólica Ambulate in dilectione (7-XII-1965): AAS 58 (1966)
40-41; Atenágoras I, Tomos Agapis (7-XII-1965), Vatican-Phanar 1958-1970
(Romae et Istanbul 1970) 388-390.
[2] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 14
[3] Pablo VI, Breve Anno ineunte (25-VII-1987): AAS 59 (1967) 852-854.
[4] Juan Pablo II, Encíclica Slavorum apostoli (2-VI-1985), n. 27: AAS
77 (1985) 807-808.
[5] Juan Pablo II, Carta a los Obispos del continente europeo sobre Las
relaciones entre católicos y ortodoxos en la nueva situación de la
Europa central y oriental (31-V-1991), n. 4: AAS 84 (1992) 167.
[6] Juan Pablo II, Encíclica Ut unum sint (25-V-1995), nn. 56 y 60: AAS
87 (1995) 921-982.
[7] Cf. los textos del Decreto Unitatis redintegratio, n. 14, y del
Breve Anno ineunte de Pablo VI a Atenágoras I, citados arriba en las
notas 2 y 3.
[8] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio
(28-V-1992), n. 9: AAS 85 (1993) 838-850.
[9] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n.
8; Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Mysterium
Ecclesiae (24-VI-1973), n. 1: AAS 65 (1973) 396-408.