Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

LA FAMILIA: DON Y COMPROMISO,
ESPERANZA DE LA HUMANIDAD

Introducción

Este tema, que expresa y condensa elementos fundamentales de la familia, abre la mente y el corazón a amplias perspectivas que parten de la seguridad de la presencia del Señor en medio de la Iglesia doméstica: "El Señor está en medio de vosotros", recordaba el Sucesor de Pedro en su carta a las Familias, Gratissimam sane (n. 18). Esta presencia del Señor, "Cabeza del cuerpo que es la Iglesia" (Ef. 5,23), y que colma los hogares de eminente energía (cf. Ef. 5,27), es la clave y razón de esa certidumbre que da consistencia a la esperanza en virtud de la cual se mira y se camina hacia el futuro que está en las manos de Dios, y que nos introduce dinámicamente en el Tercer Milenio. El Santo Padre, Juan Pablo II, ha expresado en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente: "Es por esto necesario que la preparación del Gran Jubileo pase, en cierto modo, a través de cada Familia" (n. 28). Y había expresado antes que el "futuro de la humanidad pasa a través de la familia" (FC 86).

El tema, que en algunos aspectos quisiera tan sólo abordar en forma introductoria, tiene una perspectiva cristológica que enriquece, la reflexión y la oración en este primer año del Trienio de la preparación al Jubileo del Año 2000, que tiene como tema "Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre" (TMA 40).

El tema "La Familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad", que nos proponemos comentar, será a la vez el del Encuentro mundial de las familias y del Congreso Teológico - Pastoral1.

El tema elegido se ubica en un momento histórico, después de la celebración del Año de la Familia, que ha permitido ponderar más profundamente las amplias posibilidades de la familia, así como los retos y las dificultades que enfrenta. El primer Congreso Teológico - pastoral, de octubre de 1994, en Roma, se centró sobre el tema: "La Familia: corazón de la civilización del amor". Las actas han sido publicadas.

En estos últimos años, en el mundo, han tenido lugar eventos de carácter internacional, convocados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y que podríamos enunciar en el itinerario que va de Río a Estambul, es decir, desde la Conferencia de Río de Janeiro sobre el medio ambiente, en 1992, pasando por la de El Cairo sobre Población y desarrollo, en 1994, por la de Pekín, sobre la mujer, en 1995, y que ha culminado con la Conferencia de Estambul sobre el Habitat, en 1996. Este año contó también con la celebración, en Roma, en la sede de la FAO, de la cumbre mundial sobre el hambre. Estos eventos políticos han estado de hecho, si no fuera dable hablar de una relación intencional, estrechamente ligados.

Conviene advertir que enfocamos la familia, fundada sobre el matrimonio, como institución natural, con sus fines y bienes específicos, célula primordial de la sociedad, cuya verdad está arraigada en el corazón y la experiencia de los pueblos, - hace por tanto parte de su patrimonio cultural -, realidad que se abre a todos los pueblos, de todos los siglos, a los creyentes y a los no-creyentes. Nuestra reflexión no se limita solamente a todo lo que es abordable por la razón, sino que, y de modo especial, tenemos bien presente la dimensión sacramental del matrimonio en la abundante riqueza que nos ofrece la fe. Es algo que el Concilio ha subrayado (cf. Gaudium et Spes 49).

1. LA FAMILIA

La ubicación histórica inmersa en una serie de cambios y de alteraciones en modalidades de reflexión, tantas veces llenas de ambigüedades, harto difundidas y que en cierta forma ponen en tela de juicio la razón de ser y el sentido mismo de la familia, con su fisonomía propia e insustituible, fundada en el proyecto de Dios Creador, ha hecho que sea imprescindible hoy insistir en el artículo -en singular- LA familia.

Es preciso dar toda la fuerza al uso del singular: LA FAMILIA, cuando crece un uso del plural, LAS FAMILIAS, con todo lo que comporta en el sentido de negar un modelo de la familia, fundada en el matrimonio, comunidad de amor y de vida, de un hombre y una mujer, abierta a la vida. Unida a la concepción singular y en singular de LA familia, está su filosofía, su fundamentación antropológica, sobre la cual el Papa ha aportado tantos aspectos iluminadores en su magisterio2.

Manteniendo sin confusiones ni concesiones indebidas el modelo de la familia, querido por Dios, como institución natural, nos alejamos de una visión superficial y precipitada que concibe el matrimonio y la familia como mero fruto de la voluntad humana, producto de consensos cambiantes. Consensos, acuerdos, que no ofrecen la estabilidad y la identidad, como una riqueza, sino que hacen que a la intemperie, la unidad matrimonial sufra el deterioro de sucesivas erosiones que debilitan la familia.

Citando el texto de Génesis 2, 24, el Señor declara solemnemente el proyecto de Dios, desde el principio de la creación ("ab initio": como modelo creacional). Hay un orden establecido por Dios desde la creación (AP ARCHES) (cf. Mt. 19, 4): "Hombre y mujer los creó (varón y hembra) … Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que no son dos sino una sola carne; luego, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre"3. El Catecismo de la Iglesia Católica, ofrece el comentario de Tertuliano: "Nada los separa, ni en el espíritu, ni en la carne; al contrario, … allí donde la carne es una, es uno también el espíritu" (C.E.C., n.1642). Hay que recordar que "carne" en el lenguaje bíblico, denota no sólo la parte material del hombre, sino al hombre mismo como persona. San Pablo, en la Carta a los Efesios se refiere nuevamente a este pasaje del Génesis (cf. Ef. 5, 31) y lo señala como "grande misterio (to misterion … mega)" (Ef. 5, 32), referido a Cristo y a la Iglesia. El "mega" (lo grande del misterio, en el proceso a que alude la Escritura), radica en que el hombre (anthropos: Adán), es tipo (typos) del amor de Cristo y de la Iglesia4.

El tema que comentamos toma como clave la del don que tiene su fuente en Dios mismo, de quien todo don proviene (cf. Sant. 1,17). Es don recibido en la Iglesia ("don de Iglesia") y para ella, por medio de la Iglesia doméstica.

El don que los futuros esposos se ofrecen recíprocamente, con la correspondiente acogida libre y explícita, es decir, el consentimiento, configura el elemento indispensable "que hace el matrimonio" (C.E.C., n. 1626). Ese "acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben" (C.E.C., n. 1627), es mejor que sea expresado en la fórmula que la pareja debiera aprender de memoria y saber expresar de modo personal y significativo.

Podría decirse que la insistencia de la Iglesia en una adecuada preparación del matrimonio, en las diferentes etapas, busca asegurar que el "SI" de los esposos tenga toda su seguridad y densidad (cf. C.E.C., n. 1632), y está en la base de los bienes y exigencias del amor conyugal. Allí está la clave de su felicidad, como lo expresa la bendición nupcial tercera del ritual: "que encuentren su felicidad dándose el uno al otro". La celebración litúrgica debe expresar todo lo que implica esa recíproca entrega entre los mismos esposos, entre los esposos y la Iglesia y Dios, en ese amor derramado sobre sus corazones5.

El don de los esposos, puntual y permanente, que supone y expresa una libertad madura, con la forma canónica del sacerdote que recibe el consentimiento en nombre de la Iglesia, "expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial (cf. C.E.C., nn. 1630, 1631), un compromiso público, en el "vínculo establecido por Dios" (C.E.C., n. 1640), lazo irrevocable que exige fidelidad entre los esposos y al Dios fiel en lo que su divina sabiduría dispone. Cristo está presente en el corazón de las libertades humanas, en su lozana continuidad, en un acto diariamente renovado en virtud del cual están como "veluti", consagrados (observa la Gaudium et Spes 48).

Los esposos no pueden alcanzar su felicidad y su plenitud al margen de esa verdad que enriquece el sentido de su libertad. Los esposos se otorgan recíprocamente en Cristo, quien les sale al paso, ofrece las energías necesarias que superan las limitaciones de una libertad vulnerada, necesitada, que permite expresar con sinceridad "yo … te tomo … como esposo (esposa) y te prometo serte fiel … todos los días de mi vida"6. Estas palabras que acompañan las manos de los esposos que se estrechan, están cargadas de significación y deben advertir a los esposos sobre los riesgos de un amor traicionado, que el mundo presenta como un derecho y hasta como una liberación. Así, la palabra se vuelve inexpresiva y el gesto vacío, sin dimensión de grandeza.

2. DON Y COMPROMISO

La familia, fundada sobre el matrimonio, comunidad de vida y de amor, (de "toda la vida" en la presentación del Código de Derecho Canónico, can. 1055), tiene su "elemento indispensable", que "hace el matrimonio" en el intercambio de consentimientos (cf. C.E.C., n. 1626).

El consentimiento, observa el Catecismo de la Iglesia Católica, consiste en un "acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" (GS 48) (C.E.C., n. 1627). Ese otorgarse recíprocamente se hace por medio de la palabra como solemne promesa, que va acompañada por gestos que subrayan esa voluntad de mutua entrega. El don que se ofrece, la misma persona, asume la categoría de don cuando es acogido -agrega el Catecismo-. "Yo te recibo como esposa" - "yo te recibo como esposo". Este consentimiento que une a los esposos entre si, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a formar una sola carne" (C.E.C., n. 1627).

El consentimiento, como expresión de este don, que hace el matrimonio, "la alianza matrimonial" y constituye un consorcio de toda la vida" (C.E.C., n. 1601) es un don en Dios. En El tiene su fuente y su autor. Cuando los esposos se otorgan el uno al otro, llegan a ser un regalo de Cristo que dona el hombre a la mujer y la mujer al hombre. Es "una íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador… El mismo Dios es el autor del matrimonio"(GS 48). En el matrimonio, recuerda el Concilio Vaticano II, "El Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos" (GS 48).

Es ese el proyecto de la creación querido por Dios al inicio, que el Señor santifica solemnemente y eleva a la dignidad de sacramento. Es Dios quien une en el matrimonio, en esa comunidad "estructurada con leyes propias", como instituido "establecido por ordenamiento divino", que no depende del arbitrio humano" (cf. C.E.C., n. 1603). Son bien conocidos los pasajes de la teología bíblica que muestran, dentro del marco de una definida antropología, cómo está anclada en el corazón del ser humano la llamada a compartir, a la complementariedad, a una acogida, en la realidad de la primera pareja. En esta unión, cuyo autor es Dios, El mismo se compromete y se proyecta en el horizonte de la Alianza de Dios con la humanidad, de Cristo con la Iglesia. Con especial fuerza ha escrito Max Thurian: "No es un simple contrato que se relaciona con una fidelidad recíproca. Dios en persona realiza este misterio de unión y le da una seguridad ante los peligros de desgarramiento. Es la característica primordial del matrimonio cristiano. El matrimonio es la unión en Dios y por Dios…"7.

El matrimonio cristiano tiene una relación directa con la Alianza de Cristo. En tal sentido el consentimiento no es un acto entre dos sino "triangular" (en la expresión de Carlo Rocchetta), como un "Sí" dicho al interno del "Sí" de Cristo y a la Iglesia. El consentimiento de los esposos no puede ser separado de la adhesión a Cristo. "El tradere se ipsum de Cristo a la Iglesia viene a configurar en profundidad el tradere se ipsum de los esposos"8.

Lo que Dios ha unido hasta volverse "una sola carne" el hombre no puede someterlo a sus caprichos ni invocar arbitrio alguno. El matrimonio no es un consenso, fruto de cambiantes acuerdos humanos, sino una institución que hunde sus raíces en el terreno de lo sagrado: la misma voluntad del Creador. No es gracioso regalo de los parlamentos, logro de los legisladores en las estratagemas políticas. El pleno señorío a Dios pertenece y es El quien sale al paso y ofrece el don. Comenta Joachim Gnilka: "El hombre no separe lo que Dios ha unido" (Mt.19,6) es comprensible solamente si se puede partir del presupuesto que es Dios quien une toda pareja de esposos"9.

El don expresado en el consentimiento "personal e irrevocable", que establece la Alianza del matrimonio, lleva el sello y la calidad de una donación definitiva y total de uno al otro (cf. C.E.C, n. 2364).

La donación hasta formar "una sola carne" es un otorgarse personal, no se ofrecen cosas, que se articula en la palabra-promesa y se funda en el Señor. Porque es una donación personal, no entra en juego, en su proyecto original, la dialéctica de la posesión, del dominio. Por ello no es destrucción de la persona, sino realización de la misma en la dialéctica del amor, que no ve en el otro una cosa, un instrumento que se posee, se usa, sino el misterio de la persona en cuyo rostro se delinean los perfiles de la imagen de Dios. Sólo una adecuada concepción de la "verdad del hombre", de la antropología que defiende la dignidad del hombre y de la mujer, permite superar plenamente la tentación de tratar al otro como cosa y de interpretar el amor como una empresa de seducción. No es un amor que degrada, elimina, sino que exalta y realiza. Solo así se descifra e interpreta esta categoría del don, que libera del egoísmo, de un amor vacío de contenido, que es insuficiente e instrumentalización, y que liga la unión simplemente a un gozo sin responsabilidad, sin continuidad, que es ejercicio de una libertad que se degrada lejos de la verdad.

Se impone, con toda fuerza la categórica declaración Conciliar: "El hombre que es en la tierra la sola creatura que Dios ha querido por sí misma no puede encontrarse plenamente sino a través del don sincero de Sí mismo" (GS 24). Tiene, pues, la dignidad de fin, no de instrumento o cosa, y en su calidad de persona es capaz de darse, no solo de dar.

Los esposos en esa entrega recíproca, en la dialéctica de una entrega total, "forman una sola carne", una unidad de personas "communio personarum", desde su propio ser, en la unidad de cuerpos y espíritus. Se dan con la energía espiritual y de sus propios cuerpos en la realidad de un amor en el cual el sexo está al servicio de un lenguaje que expresa esa entrega. El sexo, como recuerda la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, es un instrumento y signo de recíproca donación: "la sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro, con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es en efecto algo de puramente biológico sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte (FC 11).

Es bien difícil abordar toda la riqueza que contiene la expresión "una sola carne", en el lenguaje bíblico. En la Carta a las Familias, el Santo Padre profundiza en su significación a la luz de los valores de la "persona" y del "don", como lo hará también en relación con el acto conyugal, que está ya incluido en esta concepción de la Sagrada Escritura. Así escribe el Papa, quien ofrece, en diferentes escritos, un cuidadoso análisis, en la Gratissimam sane: "El Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema del hombre y de su vocación, afirma que la unión conyugal -significada en la expresión bíblica "una sola carne"-,no puede ser comprendida y explicada plenamente sino recurriendo a los valores de la "persona" y del "don". Cada hombre y cada mujer se realizan en plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo; y, para los esposos, el momento de la unión conyugal constituye una experiencia particularísima de ello. Es entonces cuando el hombre y la mujer, en la "verdad" de su masculinidad y de su feminidad, se convierten en entrega recíproca. Toda la vida en el matrimonio es un don, pero esto se hace singularmente evidente cuando los esposos, ofreciéndose recíprocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los dos "una sola carne" (Gen. 2,24). Ellos viven entonces un momento de especial responsabilidad, incluso por la potencialidad procreativa vinculada con el acto conyugal. En aquel momento, los esposos pueden convertirse en padre y madre, iniciando el proceso de una nueva existencia humana que después se de-arrollará en el seno de la mujer" (Grat. sane, 12)

En esta perspectiva, y comentando el "misterio de la feminidad", en su Catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo II, observa (en relación con Génesis 4,1): "El misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como dice el texto: "la cual concibió y dio a luz". La mujer está de frente al hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que en ella es concebida y se desarrolla, y de ella nace al mundo. Así también se revela en profundidad el misterio de la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y paterno de su cuerpo". Y luego subraya: "La paternidad es uno de los aspectos de la humanidad más sobresalientes en la Sagrada Escritura"10. Sobre el tema tornaremos al examinar el don del hijo.

A la luz de la teología de la donación, reflexiona el Papa sobre el lenguaje del cuerpo y en el conjunto de su expresividad y significación como don personal de la persona humana. "Como ministros de un sacramento que se constituye a través del consentimiento, y se perfecciona a través de la unión conyugal, el hombre y la mujer son llamados a expresar ese misterioso lenguaje de sus cuerpos en toda la verdad que le es propia. Por medio de gestos y de reacciones, por medio de todo el dinamismo, recíprocamente condicionado, de la tensión y del gozo, a través de esto habla el hombre, la persona (…). Y, precisamente en el nivel de este "lenguaje del cuerpo" -que es algo más de la sola reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las personas, está puesto bajo la exigencia de la verdad, es decir, a normas objetivas-, el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a ellos mismos en el modo más pleno y profundo, en cuanto le es consentido por la misma dimensión somática de la masculinidad y feminidad: el hombre y la mujer se expresan ellos mismos en la medida de toda la verdad de sus personas"11. Esa relación y dimensión personal, así expresada, en "una sola carne", dice relación a Dios mismo, en cuanto la pareja, como tal, es imagen de Dios. "Podemos deducir que el hombre se ha vuelto imagen y semejanza de Dios, no solamente a través de la propia humanidad, sino a través de la comunión de las personas"12.

Es esta verdad que enaltece y dignifica lo que debiera ser transmitido en un contenido digno de tal nombre, en la educación sexual, que señala la grandeza de la sexualidad, en su dimensión personal, como un lenguaje de amor: donación aceptación - compromiso, que no encierra las personas en sí mismas, o en un ciclo cerrado de goce, sin apertura, sino que se levanta hacia Dios y adquiere nuevas dimensiones de eternidad, es decir, que no se circunscribe a actos perecederos que el tiempo borra y quizás sufre en la memoria el desgaste del tiempo, sino que se eleva hasta la fuente misma del amor.

Esa expresión en un lenguaje humano, personal, de totalidad, ¿cómo no ha de marcar la existencia, en un sentido de profundo compromiso?. De alguna manera, aún después de la muerte de uno de los cónyuges, algo de esa relación permanece. No entramos ni de lejos a discutir el derecho que asiste al viudo o a la viuda para casarse de nuevo. Sin embargo, pensando sobre todo en ciertas oraciones bien significativas de la Liturgia Oriental, en el caso de nuevas nupcias, en las que no hay propiamente palabras de encomio, sino como de permisión, de tolerancia, me parece que se abre una pista de explicación por el tipo de relación asumida y que no es propiamente indiferente para la persona que se ha sumergido en la corriente del don.

Es preciso rescatar el sentido de la entrega, liberarlo, de una cultura que atenta contra la dignidad del hombre y de la mujer y que destruye la relación personal de los esposos, como si el proceso de la entrega no respondiera a resortes profundos de la personalidad y como si una ciencia, digna de tal nombre, no pudiera venir en ayuda de la verdad del hombre.

No es el momento de introducirnos en consideraciones que nuestro Dicasterio ha hecho en el Documento que lleva este título, como enunciación de su contenido central: "Sexualidad Humana: Verdad y Significado". Esta perspectiva es también reconocida fundamentalmente por las conquistas de la razón, por los logros de una ciencia que se acerca de verdad al ser del hombre. Una proyección que supera el egoísmo y tiende al otro, es altruista, no es extraña, v.g., al pensamiento de Freud. Hoy se puede hacer la denuncia de una tal banalización del sexo que se detiene en estadios y etapas previas, en donde el egoísmo encierra y aisla, con la modalidad de una inmadurez que destruye el lenguaje del amor, la verdad y cobra su víctima en el mismo hombre y en la mujer.

Muchas veces acceden al matrimonio con una personalidad severamente lesionada por una cultura falseada, que es como una bomba de tiempo para el mismo matrimonio. El hecho de que el lenguaje sexual, como comportamiento armónico y articulado, que está al inicio de la verdad, no debe reducirse a lo meramente biológico, es, a veces, traducido por escritores de la calidad de Marguerite Yourcenar en sus "Memorias de Adriano". Permitidme recoger algunas de sus expresiones que, me parece, ilustrarían la verdad que el magisterio quiere transmitir. El lenguaje de los gestos, de los contactos, pasa de la periferia de nuestro universo a su centro y se vuelve más indispensable que nosotros mismos, y tiene lugar el prodigio admirable, en el que veo más una asunción de la carne por el espíritu que un simple juego de la carne, en una especie de misterio de la dignidad del otro que consiste en ofrecerme ese punto de apoyo de otro mundo13.

Hay entonces como una intuición, no exclusiva del universo de la fe, que restituye al sexo su grandeza y lo rescata del vaciamiento y de un uso instrumental que en la cultura del consumismo se parece mucho a lo desechable: ¡se usa y se bota!. Es la globalidad de la persona la que está en juego y sus actos no le son exteriores, como si pudieran ser atribuibles a otro, en una forma de "irresponsabilidad" básica e infantil. El hombre que se siente incapaz o inseguro de responder por sus actos, que asumen el tono de juegos provocados por un ser somnoliento.

Retornemos a un pensamiento de M. Yourcenar que transmite bien una impresión ética: "Yo no soy de aquéllos que dicen que sus acciones no se les parecen. Deben parecerse, porque las acciones son la sola medida y el único medio de diseñarme en la memoria de los hombres o en la mía propia… No hay entre yo y los actos de los que soy hecho, un hiato indefinible, y la prueba, es lo que yo pruebo sin cesar en la necesidad de pesarlos, de explicarlos, de dar cuenta de ellos a mi mismo"14.

En el lenguaje sexual se expresa el hombre, de alguna manera se diseña y se modela, y configura su destino. El don, la verdad del mismo y su sentido adquieren una estatura y proporción dignas del hombre. Por eso la Familiaris Consortio subraya este valor sin el cual el sexo se vacía, pierde su verdad, hasta volverse caricatura y mueca que lacera y desfigura lo que debe brillar en el misterio de una carne: "el amor conyugal comporta una totalidad donde entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma" (FC 13).

El Consentimiento, el don recíproco, -recordábamos antes- es "personal e irrevocable"; la donación es "definitiva y total". Su lugar noble, propio, único es el matrimonio. ¡En éste la donación es verdad!.

Podríamos decir que lo definitivo es una calidad de la totalidad de la donación. Es la superación de una entrega parcial, a pedazos, por "cómodas cuotas" que son homenajes al egoísmo, al amor opacado por la realidad del pecado. Un amor así, a trozos, pierde hondura, espontaneidad y poesía. Entre los novios es otra la tonalidad. El amor que se promete o tiene ansias de duración, de "eternidad" o en el fondo no existe. La entrega es por toda la vida y sobre todas las circunstancias. Asegura contra lo provisorio, contra el desgaste, contra la mentira. ¿Qué, decir de quienes, como un nuevo paso de "pluralismo" y de actitud complaciente en el campo jurídico, se proponen ensayar legislaciones de matrimonios ad tempus, de comuniones temporales?. "Afirmar que el amor es elemento constitutivo del matrimonio es sostener que de no haber existido aquella mutua entrega irrevocable, no existiría entre los esposos el "foedus coniugale". Las leyes, por tanto, de unidad e indisolubilidad no son exigencias extrínsecas al matrimonio, sino que nacen de su mismo ser. Y así, el amor constituyente ha de ser amor conyugal, exclusivo e indisoluble"15.

El matrimonio lleva la garantía de la estabilidad, de lo permanente, de la perpetuidad. Podríamos decir que el don recíproco "que liga más fuerte y profundamente que todo lo que puede ser adquirido al precio que sea" (Grat. sane, n. 11), se expresa en una palabra de compromiso. A. Quilici observa: "uno no se da verdaderamente sino cuando primero y en verdad da su palabra. Si no eso se parece a una suerte de violación. El don del cuerpo no es verdaderamente humano sino en la medida en que cada uno da su acuerdo, en la medida en que cada uno ha permitido ir más allá en el diálogo, hasta la última intimidad"16.

Es una palabra expresiva, que permanece y que compromete profundamente a los esposos, de tal manera que una donación limitada voluntariamente en el tiempo desdibuja la misma calidad de un don total. La palabra expresa un sí profundo que surge de la raíz de un amor que quiere ser fiel a lo largo del tiempo. Así caracteriza el cardenal Ratzinger ese "Sí": "El hombre, en su totalidad, incluye la dimensión temporal. Además, el "sí" de un ser humano supera a la vez este tiempo. En su integralidad, el "sí" significa: siempre. El constituye el espacio de la fidelidad … la libertad del "sí" se hace sentir como una libertad delante de lo definitivo"17. El amor18 no está necesariamente sometido a la degradación del tiempo, como en las cosas que se desgastan y pierden paulatinamente su energía. No cae en la órbita de la ley de la entropía. El tiempo puede ayudar al crecimiento, a madurar delante de Dios, a hacer del amor un compromiso más serio y hondo. Escuché, en Caná una hermosa promesa y expresión de unos esposos avanzados en años: "te amo más que ayer, pero menos que mañana". La alegría de la serenidad, de un testimonio que recibe el espesor de los años, se descubre en tantos matrimonios de personas ancianas en las cuales se conservan la frescura y la ternura afianzadas en el tiempo.

En virtud de la donación total se comprende mejor la exigencia de la indisolubilidad que libera y protege el amor y que no es su prisión o empobrecimiento. Es falso aquello de que el matrimonio es la tumba del amor y que lo definitivo, su indisolubilidad, robe al amor su espontaneidad y su dinámica. A ello lleva, sin duda, una cultura de lo perecedero, en la cual la palabra se vacía y es por tanto liviana hasta la irresponsabilidad. No lleva el peso de la verdad que no es caprichosa y cambiante como lo hace un falso amor, que engaña. "La posible ausencia o debilitamiento de hecho en las manifestaciones del amor conyugal no destruyen las propiedades y la tendencia natural -si bien las pueden obstaculizar-, pues unas y otras reclamarán siempre ser vivificadas por el amor conyugal"19.

La donación total conduce a la exigencia de la fidelidad. Es una forma concreta de don, que empeña y libera. Un amor fiel es también y radicalmente indisoluble. Libera del temor de traicionar y ser traicionado y suministra a la fuente de la vida, la garantía y la transparencia a la que tienen derecho los hijos.

Antonio Miralles escribe: "también la mutua donación personal de los cónyuges exige la indisolubilidad del recíproco vínculo que ellos han establecido con tal donación. Ella es total y por tanto excluye toda provisoriedad, toda donación temporal. (…) el vínculo conyugal presenta un carácter definitivo, en cuanto surge de una donación integral que comprende también la temporalidad de la persona. El darse con la reserva de poder desvincular en el futuro, significaría que la donación no es total, al contrario de aquella que hace nacer un verdadero matrimonio"20.

Cabe pues decir que la fidelidad, la indisolubilidad, el carácter definitivo, son esenciales en la calidad del don. Aquí radica el compromiso, el empeñar del don, empeño que se abre también y esencialmente al don de la vida y que se vuelve testimonio público en la Iglesia y en la sociedad. Es luz, llama puesta sobre el candelero.

Es San Juan Crisóstomo quien comenta hermosamente el estilo de esta donación en este consejo a la pareja: "Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está reservada… pongo tu amor por encima de todo…"21. La duración, el carácter definitivo de la donación, en virtud de su totalidad, conduce a la indisolubilidad que es atribuible al matrimonio natural y que asume una dimensión más honda y expresiva en el matrimonio cristiano, delante y bajo la mirada del Señor.

Ya el matrimonio natural tenía "una cierta sacramentalidad", en sentido amplio, como signo preanunciador del misterio de tal unión esponsal, en la íntima unidad de una sola carne, inserta (de alguna manera) en el misterio de la Alianza de Dios con la humanidad, en el lenguaje de la creación, de Dios con su pueblo (cf. Os., 1-3), de Cristo con la Iglesia22. "Maridos, amad a vuestras mujeres como el Mesías amó a la Iglesia y se entregó por ella … Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, (un solo ser). Este misterio es grande; lo digo en referencia a Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5, 25. 31-33).

En este texto central de la Carta a los Efesios, en el versículo 25, el modelo es la entrega de Cristo, en el lenguaje del sacrificio en el que se expresa el mayor amor, sin límites: ¡amor crucificado!. Ese "traditit semetipsum", donación total y radical, que es el modelo, es el misterio fundamental que abarca la alianza conyugal. El misterio (cf. v. 32), es referido al proceso que tiene su "tipo", su modelo en Cristo y la Iglesia. Hay que advertir que al hablar de misterio, grande, (mega), se refiere el autor a la importancia del mismo, a su fuerza expresiva, no a la oscuridad. El misterio de la unión esponsal de Cristo y la Iglesia es reproducido en el matrimonio del hombre y de la mujer23

Estamos en el ámbito sagrado de una donación y una entrega que adquiere su plena iluminación en Cristo, en su pasión redentora. Esto es subrayado por el Concilio de Trento en la sesión XXIV, Denz. 969: "Gratiam vero quae naturalem illum amorem perficeret, et indissolubilem unitatem confirmaret, coniugesque sanctificaret: ipse Christus … sua nobis passione promeruit". Max Zerwick, comentando el texto clave que nos ocupa, escribe: "Siendo así, el matrimonio humano es algo más que una mera figura, cuando se realiza entre miembros de Cristo: debe realizar la unión amorosa de Cristo con su Iglesia. Así pues, el matrimonio no es meramente figurativo, sino que es una participación real en lo que Pablo llama el gran misterio"24.

El "tradere se ipsum" de cada uno de los cónyuges, a semejanza de Cristo, observa Carlo Rocchetta, "es un acto de naturaleza perpetua … un sacramento permanente"25.

El consenso de los esposos que se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf. C.E.C., n. 1639). El vínculo del matrimonio establecido por Dios es irrevocable, de tal manera que no está en el poder de la Iglesia pronunciarse contra esa disposición de la sabiduría divina (cf. C.E.C., n. 1640). Está por desgracia muy difundida la idea de que el Papa y los Obispos podrían, si superaran el rigorismo, introducir modificaciones y abrir las puertas a soluciones, al menos en casos excepcionales. Hay que repetir esta verdad con decisión y amor: eso no está en el poder de la Iglesia. Por tanto: ¡non possumus!. Y no podría pensarse que quedara sustraída a la divina sabiduría la situación, así fuera excepcional, de una pareja. Retorna la sentencia ligada al proyecto original y ratificado por Cristo: "lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". ¿Cómo, pues, introducir modificaciones en nombre del Dios fiel a la Alianza que en su misericordia tutela y preserva el bien del matrimonio?.

Se cree, por otra parte, que la indisolubilidad es una exigencia ideal, pero irrealizable. ¿Podría Dios cargar con semejante empeño, con esta carga que por lo irrealizable sería un peso inclemente e insoportable, a los esposos?. El, el autor del matrimonio, que sale al paso, al encuentro de los esposos cristianos, ofrece su gracia, su fuerza para que en la Iglesia doméstica sean capaces de vivir en la dimensión del Reino.

Es preciso reflexionar, llevados de la mano del Catecismo de la Iglesia Católica, en toda la riqueza del matrimonio en el plan de Dios, a lo largo de las consideraciones enmarcadas en el matrimonio en el orden de la creación, bajo la esclavitud del pecado y el matrimonio en el Señor. El proyecto original de Dios va en este sentido: "la vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador" (C.E.C., n. 1603). No es, pues, una institución meramente humana, al arbitrio del hombre. Dios mismo es el autor del matrimonio (cf. C.E.C., n. 1603).

Lo natural en la comunidad de vida y amor conyugal, provista de leyes propias, es acoger con alegría y confianza la voluntad de Dios. Bajo la esclavitud del pecado, el matrimonio es amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad. Es un desorden (opuesto al orden original) que "no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado" (C.E.C, n. 1607). Se introducen rupturas, distorsiones, relaciones de dominio y concupiscencia, pero "el orden de la creación subsiste, aunque gravemente perturbado. Es necesaria la gracia y la misericordia de Dios para realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo"" (C.E.C., n. 1608). En la pedagogía de la antigua ley, "la conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad se desarrolló". El Señor "enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer". "La insistencia en la indisolubilidad del vínculo matrimonial corresponde al restablecimiento del orden de la creación perturbado por

el pecado (cf. C.E.C., nn. 1614, 1615). En el matrimonio en el Señor, los esposos, "siguiendo a Cristo, renunciando a sí

mismos … podrán comprender el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo" (C.E.C., n. 1615).

3. EL HIJO: EL DON MAS EXCELENTE

San Agustín enseñaba: "Entre los bienes del matrimonio ocupa el primer puesto la prole. Es verdaderamente el mismo Creador del género humano quien en su bondad quiso servirse de los hombres como ministros para la propagación de la vida…"26 Y la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio señala: "La misión fundamental de la familia es realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en las generaciones la imagen divina de hombre a hombre" (FC 28). Son dos expresiones que es preciso subrayar: los padres son ministros y servidores de la vida.

La vida debe surgir en el matrimonio, como el lugar adecuado, el más excelente, en donde la vida es deseada, amada, acogida y en donde se realiza todo un proceso de formación integral.

El Concilio Vaticano II expresa: "Por su naturaleza la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48). En la forma más expresiva indica que "los hijos son, ciertamente, el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de los mismos padres" (GS 50). Hay que señalar que esta vigorosa afirmación proviene del deseo personal del Santo Padre Pablo VI, de que fuera incluida en el texto. El hijo es un don que surge del don mismo recíproco de los esposos, como expresión y plenitud de su mutua entrega. Es una maravillosa concatenación de dones que hermosamente hace resaltar el Catecismo de la Iglesia Católica: "La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos, brota del corazón mismo de ese amor recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC 30), enseña que "todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11) (…) el hombre no puede romper por iniciativa propia, entre los dos significados del amor conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (C.E.C., n. 2366). Y cita el Catecismo nuevamente la Humanae Vitae: ""salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad" (HV 12)" (C.E.C., n. 2369).

Los hijos son un "un bien común de la futura familia". Las palabras del consentimiento lo expresan: "Para mostrarlo con evidencia, la Iglesia les pregunta (a los esposos) si están dispuestos a acoger y educar cristianamente a los hijos que Dios quiera darles (…) La paternidad y la maternidad representan una tarea de naturaleza no sólo física sino espiritual" (Grat. sane, 10). Y más adelante enseña: "cuando los esposos transmiten la vida a su hijo, un nuevo "tu" humano se inscribe en la órbita de su "nosotros", una persona que llamaron con un nombre nuevo…" (Grat. sane, 11).

El Santo Padre ubica esta doctrina en el marco de la teología del don de la persona, y en la perspectiva del Concilio, del "don más precioso" (GS 50).

La existencia del hijo es un don, el primer don del Creador a la creatura: "El proceso de la concepción y del desarrollo en el seno materno, del parto, del nacimiento, de todo esto, sirve para crear como un espacio apropiado para que la nueva creatura pueda manifestarse como un don" (Grat. sane, 11). Don para los padres y para la sociedad y para los miembros de la familia. "El niño se hace don de sí mismo a sus hermanos y a sus padres y a toda la familia. Su vida se vuelve un don para los mismos autores de la vida" (Ibid).

Es preciso respetar cuanto entraña el sentido del amor mutuo y verdadero, el significado de la recíproca donación abierta a la vida. La contracepción opone objetivamente un lenguaje contradictorio al lenguaje que expresa una donación recíproca y total. El lenguaje se torna inexpresivo y, por tanto, mentiroso. Un lenguaje que no es vehículo de la verdad, sino de la mentira, en el desorden objetivo que la anticoncepción entraña se pone en sentido contrario al amor (en cierta forma no logra siquiera tutelar el "significado unitivo" en plenitud). Sólo el amor mutuo y verdadero que expresa sin recortes la donación total, tiene la fuerza propia del amor conyugal. Cuando la pareja libre y conscientemente se deja llevar por otra lógica, y toma la vía sistemática de la contracepción, ¿no pone una especie de bomba de tiempo a su propia unión conyugal?

Con particular fuerza y claridad esta verdad es expresada en la Familiaris Consortio: "Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en la plenitud personal" (FC 32) (Texto integralmente recogido por el C.E.C., n. 2370).

Un análisis penetrante entre la unión de los esposos y la procreación de los hijos, viene desarrollada en el libro de S.E. Mons. Francisco Gil Hellín, El matrimonio y la vida conyugal. Dice así: "Los significados esenciales del acto conyugal, que son el unitivo y el procreativo, expresan respectivamente la esencia y el fin del matrimonio. El amor que lleva a los esposos a la entrega formando una sola carne cuando se realiza "en la verdad", "en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a una nueva vida, a una nueva persona" (Grat. sane, 8).

La vida conyugal comporta una lógica de entrega sincera al esposo o esposa y a los hijos. "La lógica de entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la procreación" (Ibid, 12). La capacidad de esta entrega, o crece y madura con el ejercicio propio de toda la vida conyugal, o queda inhibida por el egoísmo, cuyas insidias tratan de amordazar el dinamismo de la verdad inscrita en la propia entrega. Una de las principales expresiones de este egoísmo -"egoísmo, no sólo a nivel individual sino también de pareja" (Ibid, 14)- es el que ve la procreación no como exigencia de la verdad del amor conyugal, sino como fruto gratificante y elección voluntarista añadida al amor. "En el concepto de entrega no está inscrita solamente la libre iniciativa del sujeto, sino también la dimensión del deber" (Ibid).

Un amor conyugal que no abraza la dimensión parental propia de su verdad íntima acaba asemejándose al "llamado amor libre, tanto más peligroso porque es presentado frecuentemente como fruto del sentimiento verdadero, mientras de hecho destruye el amor" (Ibid). Por esto, el rechazo a la apertura a los hijos contribuye hoy poderosamente a minar y destruir la entrega conyugal. No se trata, como siempre ha sucedido por la flaqueza humana, de actos o de períodos en los cuales los cónyuges han sido débiles para vivir con coherencia las exigencias de su paternidad o maternidad en circunstancias difíciles o especialmente heróicas.

Hoy día, muchas uniones conyugales labran su propia destrucción falseando las coordenadas de su entrega. "En el momento del acto conyugal, el hombre y la mujer están llamados a ratificar de manera responsable la recíproca entrega que han hecho de sí mismos con la alianza matrimonial. Ahora bien, la lógica de la entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la procreación" (Ibid, 12). Cuando se rechaza la capacidad del esposo o de la esposa a ser padre o madre, aquella entrega no respeta las exigencias del amor conyugal. Es por ello que el Papa afirma que es esencial a una verdadera civilización del amor, "que el hombre sienta la maternidad de la mujer, su esposa, como entrega" (Ibid, 16)27.

En las catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo II habla del "lenguaje de los cuerpos" que en la unión conyugal expresa la verdad que les es propia. En el lenguaje del cuerpo el acto conyugal significa no sólo el amor sino también la potencial fecundidad y por tanto no puede ser privado en su pleno y adecuado significado. Como no es lícito separar artificialmente el significado unitivo y el procreativo, (cf. HV 12), "el acto conyugal privado de su verdad interior, porque privado de su capacidad procreativa, deja de ser también un acto de amor"28.

El hijo se introduce en la dimensión de la espiritualidad del matrimonio que se abre a la familia. Cabría aquí seguir las pistas de una reflexión que va del amor trinitario al amor conyugal. El matrimonio que crece a imagen de la Trinidad, el "nosotros" de la familia a imagen del "nosotros" trinitario, incluye el hijo que surge del amor total y fecundo. Escribe Carlo Rocchetta: "según la afirmación de I Jn. 4,16, "Dios es amor" (agapè), la suprema plenitud del amor que dona y acoge; no un "yo" solo, encerrado en sí mismo, sino un "yo" que vive en sí mismo una existencia de amor interpersonal, una eterna generación que surge del amor y concluye en el amor, donde el intercambio de don/acogida entre las dos primeras personas alcanza su plenitud en el encuentro con la tercera … El vínculo sobrenatural entre los esposos contiene este valor trinitario. La gracia sacramental representa el don de la ontología trinitaria desplegada en el corazón de los esposos como semejanza dinámica que estructura en profundidad la vida de los esposos y los hace signos y participación en la comunión tri-personal de Dios"29.

El hijo o los hijos, el "bien de la prole", es razón de ser del matrimonio, hay que reiterarlo. Como se sabe para Doms el sentido del matrimonio y el amor de dos que encuentran su más profunda expresión, sería la más íntima y preciosa realización en el acto conyugal, en sí mismo, hecha abstracción de la ordenación al hijo. La realización de la unidad conyugal justificaría el instituto matrimonial. En una línea similar se encuentra Krempel30.

El Concilio arroja una amplia luz para mostrar el sentido pleno del matrimonio y contrarrestar estas u otras posiciones similares: "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza ("indole sua") a la procreación y educación de los hijos. Desde luego, los hijos son don excelentísimo ("sunt praestantissimum matrimonii donum") y contribuyen grandemente al amor de los padres … Por tanto el auténtico amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que nace de aquél, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar valerosamente con el amor del Creador y Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece su familia" (GS 50)31.

La Familiaris Consortio afirma categóricamente que "el cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del

Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre" (FC 28).

En la familia, Santuario de la vida, señala la Encíclica Evangelium Vitae, "dentro del pueblo de la vida y para la vida", es decisiva la responsabilidad de la familia, es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza", y másadelante subraya: "Por esto el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible. Como Iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida. Es una tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la procreación como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser dado" (EV 92).

La familia anuncia el Evangelio de la vida mediante la educación de los hijos (cf. EV, 92), celebra el Evangelio de la vida con la oración cotidiana, celebración que abarca también la vida de cada día, y está al servicio por medio de la solidaridad (cf. EV 93). Todo esto hace parte de una integral pastoral familiar: "Redescubrir y vivir con alegría su misión en relación con el Evangelio de la vida" (EV 94).

No puede, pues, ser separada la familia de su servicio esencial de la vida, con tan clara raigambre conciliar (cf. GS 50), y confirmada también en el conjunto del magisterio y en la pastoral de la familia: "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados -séame permitido repetirlo- por su propia naturaleza a la procreación y educación de los hijos" (GS 50). La relación de la familia con la vida es la más completa, directa e integral. A la proclamación y defensa de la vida, en un servicio adecuado, todos están invitados. "Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una cultura de la vida" (EV 95). Pero, son diversas las formas de aproximación al objeto formal. "Todos tienen un papel importante que desempeñar". Alude el Papa a la misión de profesores y educadores, de los intelectuales, de los medios de comunicación. Indica el Santo Padre la creación de la Academia Pontificia para la Vida, con sus peculiares funciones (cf. EV 98)32.

A esta perspectiva de la unión estrechísima entre familia y vida, ha obedecido, sin duda, la creación del Pontificio Consejo para la Familia, en la intuición del Santo Padre Juan Pablo II, quien lo erigió el 13 de mayo de 1981 no sólo en relación con la institución familiar, sino con la misión especial, como Dicasterio de la Santa Sede, indicada en el art. 141, 3 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana Pastor Bonus: "Se esfuerza [el Pontificio Consejo para la Familia], para que sean reconocidos y defendidos los derechos de la familia, también en la vida social y política; sostiene y coordina las iniciativas para la tutela de la vida humana desde su concepción y en favor de la procreación responsable".

De la integralidad del servicio a la vida, de la familia y desde la familia, suministra una sólida base doctrinal y pastoral la Carta del Santo Padre a las Familias, Gratissimam sane. Recordemos algunos aspectos más sobresalientes. En el número nueve, dedicado a la genealogía de la persona, escribe: "La familia está ligada a la genealogía de todo hombre: la genealogía de la persona. La paternidad y la maternidad humanas hunden sus raíces en la biología y al mismo tiempo la superan". Se ubica, pues, en referencia a Dios: "Dios está presente según un modo diferente en relación con toda otra generación"sobre la tierra"" (Ibid).

El carácter de don que es el hijo, así sea una forma lacónica, es referido en el texto bíblico: Adán conoció Eva, su mujer, la cual concibió y dió a luz a Caín, y dijo: "He adquirido un hombre del Señor" (Gen. 4,1). Es como una ganancia, no obstante el hijo que concretamente concibe, que será asesino de su hermano. ¡Es una gozosa exclamación por un nuevo hombre!. En el Nuevo Testamento, el nacimiento de un hombre, que un ser humano ha venido al mundo" (Jn 16,21), constituye un signo Pascual, como el Papa lo recuerda, al contraponer, hablando a sus discípulos antes de su pasión y muerte, la tristeza de los discípulos semejante a los dolores de parto, los cuales se tornan en la alegría de dar a luz un hombre que viene al mundo (gozo y alegría de frente a la vida que surge y que, por el contrario, en la cultura de la muerte, en la desconfianza creciente que de tal cultura emana el mundo de hoy, con sociedades enfermas, corre el riesgo de ser experimentados cada vez menos). La alegría que en la espera y la acogida del nuevo hijo debe llenar de alegría los hogares se vuelve un proceso gris, a veces indeseado, como si el canto de los ángeles y de los pastores en Belén no tuviera su eco en cada hogar, con toda la humana "pobreza", como heridas producidas a la humanidad, que tal actitud comporta y que contrasta con la de aquellos que en cambio quieren el hijo a todo precio! Contraste que sin embargo, no debe conducir a que el don del hijo sea interpretado como un "derecho" que puede ser invocado incluso con el recurso a actos reñidos con la moral, en última instancia, porque no expresan de verdad la donación, en el acto conyugal personal.

Normalmente el hijo concebido, y su nacimiento más que aparecer como un empeño que pesa, no obstante la responsabilidad y sacrificio que conlleva, es, de parte del nuevo ser, una invitación a la fiesta. ¡Hay alegría pascual!. Es la verdad de la expresión de San Ireneo: "Gloria Dei vivens homo". Esta atmósfera en nada reduce la fuerza del compromiso que el don del hijo encarna, como una grande, dignificante e ineludible responsabilidad (cf. Grat. sane, 12).

En el cumplimiento gozoso de esa responsabilidad, de la capacidad de responder, en primer lugar a Dios, se juega la propia coherencia y por tanto su felicidad. En el sacramento de la reconciliación el ejercicio ministerial de la Iglesia que absuelve y perdona a los hombres de sus pecados es concorde con su misión profética de anunciar la verdad. Cuando el Evangelio es proclamado y viene acogido en el corazón, fructifica en el dolor saludable que prepara para recibir el perdón. Sólo una conmiseración que no nace del amor cristiano puede inducir a desenfocar la verdad que quizá hiere, pero es herida saludable que salva, y a paliar las exigencias morales derivantes de la revelación.

Tal actitud ciertamente no llevará a los creyentes al sufrimiento ante las propias obras desordenadas, pero tampoco les conducirá a la alegría del perdón con el que Dios les acoge como a hijos que vuelven a la casa paterna. Estas son las características que han guiado la redacción del Vademecum para los confesores, preparado por el Pontificio Consejo para la Familia. En él se presenta la actitud con la que los ministros deben siempre acoger y ejercer este sacramento, llena de comprensión y de misericordia, y a la vez la claridad, verdad y competencia doctrinal con la que deben formar e instruir a quienes puedan estar desorientados o en error.

Es un prejuicio y un error difundido querer oponer la verdad y la misericordia. Una "misericordia" sin verdad sería una caricatura de lo que el Señor confía como misión a la Iglesia. La Iglesia no puede en nombre de la "comprensión" (mal entendida), por así decirlo, "cerrar un ojo", pasar sin ver, sin denunciar, precisamente como exigencia de verdadera reconciliación, reencuentro con el Señor en la verdad y en el perdón.

El regalo que es el hijo para la familia que centra su atención en él y sigue de corazón todo el proceso, desde la concepción, el nacimiento, la educación, con ternura y sentido de reconocimiento, con capacidad de maravillarse, de sorprenderse, de descubrir en los diversos momentos el afirmarse de un nuevo ser, exige una pedagogía para que la rutina no devore lo hermoso y gratificante de la misión de los esposos y la "carga" no recorte la intensidad legítima de la plenitud, de la alegría. Un conocido moralista pone en labios del niño estas palabras que gustoso transcribo: "No temáis acogerme, de asumir mi vida como una tarea!. Esto no será para nosotros una tarea pesada; más aún será una tarea tan leve incluso hasta lograr aliviar, (hacer menos pesado) vuestra vida oprimida. Yo no soy un patrón despótico (…). Seré capaz de un reconocimiento tal de convertirme para vosotros en una recompensa más grande que vuestras fatigas"33.

Es el Señor quien nos enseña con la palabra y con los gestos: toma un niño, lo pone en medio de El y los discípulos y dice: "quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a mí me acoge, y quien a mí no me acoge, no me acoge a mí sino al Padre que me ha enviado" (Mc 9,36-37). El signo de la acogida ya lleva el mensaje del don ofrecido y en la acogida remite al Dador de todo bien. Los hijos son ante todo una bendición, un mensaje transmitido en la espontanea ternura que especialmente en el hogar suscita, y antes que sean vistos como una carga, son portadores de la "Buena nueva" que en ellos se proclama y despunta. Diríamos que el Evangelio de la familia y el Evangelio de la vida que resuenan en la Iglesia Doméstica, Santuario de la vida, son el lugar desde el cual el hijo mismo proclama su dignidad. "Dios lo ha llamado "por él mismo", y, cuando viene al mundo, el hombre comienza en la familia, su "grande aventura", la aventura de la vida. "Este hombre", en todo caso, tiene el derecho de afirmarse él mismo en razón de su dignidad humana. Es precisamente esta dignidad la que debe determinar el lugar de la persona en medio de los hombres, y ante todo, en la familia" (Grat. sane, 11).

Este, "ante todo, en la familia", que meramente nos remite a la inseparabilidad entre familia y vida, soporta la verdadera alegría que palpita en cada vida nueva con tonalidad original.

"El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio

de la dignidad de la persona, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio" (EV 2). En la familia este Evangelio se vive como una aventura que sorprende y suscita la capacidad de maravillarse, conservando, como María, todo en su corazón. El misterio de Belén y Nazaret es portador de una verdad antropológica, de la vida como un don, en la dignidad que el amor de Dios sostiene y alimenta: "El hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, a todo hombre" (GS 22).

Bien ha podido expresar Hans Urs Von Balthasar: "… En todas las culturas no cristianas el niño tiene una importancia tan sólo marginal, porque es simplemente un estadio que precede al hombre adulto. Se necesita la encarnación de Cristo para que podamos ver no solamente la importancia antropológica, sino también aquella teológica y eterna del nacer, la bienaventuranza definitiva del ser a partir de un seno que genera y da a luz"34.

Hay algunos que llegan a presentar la hipótesis de que "el sentimiento de la infancia" surgió apenas en la mitad del siglo XVI (Es la posición de Philippe Ariés). Campanini comenta: "más allá de la verificabilidad o no de la hipótesis de partida de Ariés … no hay duda de que se dió en occidente una larga estación en la cual el niño ha estado en la periferia, y una más breve, pero igualmente rica y significativa fase (que abraza cerca de los tres últimos siglos de la historia de occidente) en la cual el niño ha sido puesto al centro de la familia y, de alguna manera, al interior de la vida social. Ha sido la estación del "puericentrismo", que quizás se está consumando bajo nuestros ojos por efecto de un desarrollo tecnológico siempre más avanzado dentro del cual no parece que haya puesto para el niño"35. El profundo sociólogo de la universidad de Parma, en la peculiar claridad y síntesis en sus observaciones, manifiesta su preocupación de que la técnica borre las relaciones personales y que, a la postre, cuenta más la tecla que se oprime en la que llama "Sociedad digitálica" que el acercamiento a las personas, la aproximación al niño.

En la educación se estima más la inteligencia, (diría yo un tipo de inteligencia) que la entera personalidad: El encuentro con el "bottone", (la tecla del computador o de los juegos electrónicos) toma el puesto de las personas. El fenómeno que Campanini caracteriza como "pérdida del centro", acarrea la pérdida de los puntos de referencia respecto de valores fundamentales, sobre todo éticos y religiosos, mientras surge otro cuadro de "valores". El computador puede ser un campo abierto a la fantasía, a una fantasía programada y "pre-codificada", pero el niño está en medio a un mundo en donde su "mundo vital" se reduce. Se erosionan estructuras fundamentales de mediación. La principal de ellas, la familia, en la cual en la sociedad del pasado se adquirían la mayor parte de los conocimientos. La misma escuela abre más y más espacio a la "información" por la máquina. ¿Podrán dejar de ser la familia y la escuela núcleos de protección?36. Sobre el tema de las mediaciones sociales y familia retornaremos más adelante para dar curso, ya en referencia al conjunto social, a las preocupaciones de Pierpaolo Donati.

Impresiona ver cómo se pierde un terreno en el cual se daban pasos promisorios para el reconocimiento del niño en su puesto central, no periférico o marginal. El niño es un ser amenazado, ya desde el vientre de la madre, que los parlamentos convierten en el lugar de la más injusta de las sentencias de muerte!. Mientras se dan pasos firmes en la Convención de los Derechos del niño de las Naciones Unidas (sin entrar a considerar ahora las relaciones y oscilaciones en algunas partes, justamente sometidas al tratamiento de las "reservas" por la Delegación de la Santa Sede), y la Iglesia se bate para que haya códigos de protección del niño, proliferan los atentados, de toda índole, y no se ve que haya siempre la debida coherencia entre lo que se suscribe y promete y la conducta concreta. Hay un abismo de separación entre la Convención de Naciones Unidas y ciertas recomendaciones del Parlamento Europeo… Es bien tímida todavía la actitud frente a escándalos que golpean y sacuden saludablemente la conciencia de los pueblos, aunque a tales situaciones haya conducido una difusa permisividad. ¡Son los niños las principales víctimas!. Esa actitud puede representar un camino de retorno después de la postración.

En la línea de la Familiaris Consortio, n. 26, sobre los derechos del Niño, el Pontificio Consejo para la Familia ha venido desplegando, con medios bien limitados, una movilización de conciencias, especialmente, en cuanto a la "autoridad" del niño en la familia y en la sociedad. Ya el Santo Padre había expresado en la Audiencia general de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979: "la solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre" (FC 26). El "test" que atestigua acerca del estado de salud de la familia y la sociedad es el cuidado amoroso de los niños. Me asalta la duda de si la excesiva preocupación de los esposos por "sus" problemas (como si el hijo pudiera quedar al margen) y por la búsqueda de una felicidad que se torna esquiva e inaccesible, lejos de los puntos de referencia que han de regular toda vida y más de quienes deciden compartirla, relega a un segundo término las situaciones del hijo. ¿No es el divorcio una prueba apabullante, en la que el hijo sufre el desamparo "afectivo"?

La preocupación del hijo imprime, en un proceso normal, un nuevo sentido de responsabilidad y no puede la pareja resolver "sus problemas" en desventaja, y en daño de quien se vuelve testigo de la calidad de su amor y de los quilates de la personalidad de quienes le dieron la vida37. El niño puede volverse también una víctima que reclama sus derechos, aunque lo haga en el silencio.

Crece la preocupación sobre los costos sociales y destrucción de sus derechos, pero no se ve cómo darle cauce en una sociedad que padece un letargo pesado. Contemplando el niño como

don, en la trasparencia de una inocencia que invita a volverse a él con un amor privilegiado, comprometido y tierno, es más penoso el contraste de su negación, de hecho!. Diríamos que junto al portal de Belén son más sombríos los rasgos de los propósitos de Herodes, como lo son los de las masacres físicas y morales, que cobran víctimas las más inermes.

M. Zundel ofrece un hermoso texto que sirve también para ver el horroroso contraste: "¿quién no se ha sentido como transportado en oración delante del espectáculo maravilloso de un niño que duerme?. Las posibilidades innumerables que él encierra tienen la pureza original del don"38. ¡Y pensar en las terribles matanzas en curso!. Visité una Parroquia en Ruanda: durante el genocido (que con otras modalidades no termina) fueron asesinados en el templo e inmediaciones 6000 mujeres y niños. La humanidad prosigue en su "autogenocidio", con el alud de abortos que sepulta su mismo futuro!.

Si es verdad aquello que dice Platón, según el cual "la educación de los niños, la Paideia, es el principio de que se vale toda comunidad humana para conservarse a sí misma", observa un periodista, hemos de decir que las comunidades que, en lugar de educar a los hijos, los usan para el sexo, para la guerra, el mercado, la publicidad, han decidido ya su extinción y bien que lo saben.

Ser hijo, por otra parte, exige una manera de vivir, un comportamiento: el hijo, se enorgullece de su padre y se manifiesta en el gesto de ponerse en sus manos, como acto que expresa la suprema confianza en que el padre reajustará todo lo que es erróneo y desordenado. Se reconoce como hijo cuando dialoga con su padre y lo invoca en la confiada apelación como Abba!. Es la relación de Jesús con su Padre, que va desde la infancia hasta la muerte, hasta el último grito del Hijo del Padre abandonado sobre la cruz. Jesús entra en una especial relación, en el marco familiar, con su madre, de cuyo seno proviene. "Bendito el fruto de tu vientre". Es una relación que va mucho más allá de los límites biológicos, y que alcanza las dimensiones insospechadas de un diálogo que fructifica en la obediencia pronta, tierna, decidida a cumplir la voluntad de Dios. Una mujer levantó la voz en medio de la multitud: "Bienaventurado el vientre que te portó y los senos que te amamantaron!". Pero Él dijo: "Bienaventurados más bien aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc. 11,27-28). Es un aforismo corriente que el Tangum Yeronshami recogió parafraseando la bendición de Juda sobre José. Jesús no contradice esta Bienaventuranza, que bien sabe merece plenamente su madre, sino que enuncia una bienaventuranza superior39.

Los hijos, que son un don de Dios (salmo 126, 3) tienen la responsabilidad de configurarse como don a los padres, obedientes a la voluntad de Dios, confiando en ellos, en la misma corriente que lleva hasta Dios. Jesús "vivía sujeto a ellos" (Lc. 2,51) y vive en la más perfecta armonía con el mandamiento; "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen sus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex. 20,12; Dt. 5, 16). "La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo" (C.E.C., n. 2205).

El hijo es un don que fortalece notablemente el vínculo matrimonial y sirve de cemento a la comprensión de los esposos que miran juntos a su proyecto común, que los hace salir de ellos mismos para encontrarse en su futuro: La vida nueva que de ellos, aliados al Dios Creador, ha surgido. Proyectados hacia el hijo, construyen su futuro. En cierto modo, ellos que son los primeros evangelizadores de sus hijos, son también por ellos evangelizados. El cuidado de los hijos se traduce en confianza, como actitud humana fundamental. Escribe Giuseppe Angelini: "Es conocido de todos … el grandísimo valor que los hijos acuerdan a la comprensión recíproca ("intesa") entre los progenitores. Más aún que ese grandísimo valor, es necesario hablar de una incapacidad radical de los hijos pequeños a imaginar su vida y el mundo entero sin esa "intesa"… También los hijos muestran ser una bendición … una iluminación del sentido de conjunto de la vida"40. Es una exigencia para recibir el don de los hijos que compromete, saberse empeñar: "La verdad en el acto generativo exige que, desde el comienzo, el hombre y la mujer se prometen ellos mismos a aquel que debe venir…"41.

Todos estos aspectos, que nos hemos limitado a enunciar y que merecen ser profundizados en una teología de los valores de la "persona y del don", que alcanzan tan altos grados de grandeza para el creyente, no eran propiamente desconocidos por la sabiduría, en la cultura secular. Oigamos a Aristóteles: "Los progenitores aman en efecto los hijos, porque los consideran una parte que de ellos deriva … Los progenitores aman a los hijos como a ellos mismos, ya que los hijos de ellos nacidos son como ellos mismos … y los hijos aman a sus padres porque de ellos han tenido su origen … En fin, los hijos son estimados un vínculo y por esto los cónyuges sin hijos se separan más rápidamente; los hijos son un bien común para ambos y lo que es común mantiene unido"42.

Las relaciones en la familia observa Giorgio Campanini, a la luz del Evangelio adquieren otras dimensiones: "Honra el padre y la madre" (Deut. 15,4) puede llevar a formas variadas de sumisión de los hijos; según diversos contextos el cuidado de los hijos no era siempre desinteresado. "El Evangelio introduce en el ámbito de las relaciones entre padres e hijos la nueva categoría del "servicio", que no excluye sino que supera definitivamente aquella de la "autoridad" (Mt.20,26), cambiando la tradicional relación de sumisión". Diríamos tal vez que es enriquecida la concepción y enfoque de una autoridad puesta al servicio del crecimiento de los hijos. Y es esta, me parece, la perspectiva del autor al recordar: "Entender el ejercicio de la autoridad como realización de un servicio implica que aquel que está en alto haga de quien está abajo el centro de sus preocupaciones"43. Es una subordinación transitoria, en el Señor, que realiza y lleva a madurar. Nuevamente, el amor busca el bien del otro, no su dominio. El amor de los padres no debe ser "posesivo", pues le roba oxígeno a los hijos e impide su crecimiento. En tal sentido, la autoridad familiar es "ex-céntrica" en cuanto tiene fuera de ella su centro.

El hijo, centro de las preocupaciones, hace que los padres se inclinen a ese bien común en el que se encuentran en personal convergencia, como profunda urgencia vital, existencial, una forma característica de propósito común que desde su íntima comunión se realza hacia el fruto de su amor, fruto bendito en el doble carácter de "servicio" ya "promisorio". Proyecto y propósito común que va desde la procreación hasta la educación consolidada.

En el pensamiento de Santo Tomás, como en un útero integral, "el tipo de relación de "sumisión" evangélica, (para no olvidar el "les estaba sujeto" o "les era sumiso") se torna en valor ejemplar para la misma sociedad y para el ejercicio de la autoridad. Así puede ser propuesta como tipo de toda forma de autoridad ejercitada en el espíritu del Evangelio"44.

El Catecismo de la Iglesia Católica observa, dentro de esta perspectiva: " … La estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad" (C.E.C., n. 2207).

El compromiso de la educación de los hijos pone en tal perspectiva la autoridad, superando la tendencia instintiva a transferir o moldear en los hijos la propia personalidad y las propias expectativas, y requiere que haya un real empeño de educación en la fe (cf. GS 48).

4. LA FAMILIA, DON PARA LA SOCIEDAD

"La familia "célula original de la vida social", es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí mismos en el amor… la vida familiar es fundamento de la sociedad e iniciación en la misma" (C.E.C., n. 2207).

En esta necesaria dimensión no debo extenderme, ya que ha sido tratado en otros momentos y reflexiones. Me limitaré tan sólo a algunas consideraciones de carácter general.

Ya el Concilio subrayaba, al comienzo mismo del capítulo "Dignidad del matrimonio y la familia": "El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a una favorable situación de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47). Y más adelante, con términos no menos expresivos, declara: "Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana" (GS 48).

La familia es un don para la sociedad y exige de ésta un adecuado reconocimiento y apoyo, lo mismo que para los hogares asumir su misión política.

La exhortación apostólica Familiaris Consortio, dedica el capítulo III, de la tercera parte, a la "participación en el desarrollo de la sociedad" (nn. 42 - 48), pues la familia "célula primaria y vital de la sociedad", (A.A., 11), posee vínculos vitales y orgánicos, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida … Lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social" (FC 42).

No son fáciles y trasparentes las relaciones entre la familia y la sociedad, en la mediación del Estado. Y esto por varios aspectos. El Estado invade campos que antes estaban reservados a la familia. Y mientras la democracia despliega la bandera del respeto y de la participación, la familia se ve cada vez más confinada a un espacio reducido, en donde difícilmente respira y se siente acosada y hostigada. El poder del Estado se vuelve omnipotente. De alguna manera el movimiento de privatización, en el reducto de la intimidad, que bien puede representar una forma de huida, y de refugio, respecto de los compromisos que la familia tiene con la sociedad. Pierpaolo Donati indica: "La familia se vuelve, en un punto de vista "psicologístico", una forma de particular convivencia, de comunicación privatizada y "subjetivizada", de pura manifestación de intimidad y afecto, que no incide -y no debe incidir- en modo significativo, si no por otras razones de retraso social y cultural"45.

Es este un fenómeno complejo que aborda en una de sus dimensiones Paul Moreau, siguiendo de cerca a F. Chirpaz: en el mundo de "afuera" hay que producir y luchar para vivir. Es el mundo de la competencia económica y de los conflictos políticos. En cambio -es la puntualización de Chirpaz-, "el mundo familiar puede aparecer, por contrapartida, y en oposición al mundo público, el lugar de lo privado, el de la relación humana verdadera"46. La intimidad como refugio ante la sociedad amenazante, o ante el mismo Estado hostil, ante un mundo público que genera pena, sería el lugar de la autenticidad de la verdad y de la paz. Curiosamente la ciudad atrae, pero a la vez produce desafección, molestias y alimenta y nutre el sueño virgiliano del campo frente a la ciudad insoportable, agresiva y desorganizada. Esa concepción de la privatización que sustrae a la familia de su función de cara a la sociedad, puede enmascararse con toda clase de razones y comportar actitudes individualistas, egoístas de despreocupación. Es la oportuna denuncia de Moreau: "Huyendo de este mundo, en la deserción de las gentes honestas como yo, lo abandono a gentes sin fe ni ley"47. Es objetivamente un acto de irresponsabilidad en donde se deserta de la "politeia": "… Huir del peligro no es afrontarlo y quien se contenta con huir del mundo público, (démissioner de sa qualitè de citoyen) (es renuncia intolerable) llega a ser objetivamente cómplice de la degradación que afecta al mundo público"48.

Exilarse en el refugio de lo privado y no oponerse, es una tentación que facilita la ambición de nuevo dominio del Estado, que termina no sólo por no reconocer en la familia algo "soberano", anterior al mismo Estado, sino por confinarla a la impotencia de un reducto sin fuerza.

Es la legítima preocupación de Campanini: "La moral familiar no tiene como exclusivo ámbito de ejercicio las paredes domésticas … Existe, de parte de la familia, el preciso deber de concurrir a la humanización de la humanidad y a la promoción del hombre. Precisamente porque es, en cuanto estructura, punto de encuentro entre lo público y lo privado, la familia no puede aislarse en su propia intimidad (que, entendida como privatización, sería falseada y deformada), sino que está llamada a hacerse cargo de los problemas de la sociedad que la circundan … Sobre todo, la instauración de esta relación aparece -en las sociedades industriales avanzadas- caracterizadas por una fuerte incidencia de la esfera pública en la vida familiar - condición casi que necesaria para el mismo correcto cumplimiento de la misión educativa"49.

El Santo Padre Juan Pablo II subraya la importancia de la familia, la cual es preciso sea reconocida como "sociedad primordial y, en cierto sentido, soberana". Este concepto, bien interesante, es explicado por el Papa en la Carta a las Familias, Gratissimam sane, con sus contornos precisos y sus matices, tratando de la familia y la sociedad (cf. Grat. Sane, 17).

La familia es una sociedad soberana, reconocida en su identidad de sujeto social. Es una soberanía específica y espiritual , como realidad sólidamente arraigada, aunque sea condicionada por diversos puntos de vista. Los derechos de la familia, estrechamente ligados a los derechos del hombre, han de ser reconocidos, en su calidad de sujeto, que realiza el diseño de Dios, y exige derechos particulares y específicos, consignados en la Carta de los Derechos de la Familia. Recuerda el Papa su raigambre en los pueblos, en su cultura (aquí inscribe el concepto de "nación" y sus relaciones con el Estado que reviste una estructura menos "familiar" como estructurada políticamente y más "burocrática"), pero que tiene como "un alma" en la medida en que responde a su naturaleza de comunidad política. Es aquí precisamente donde se ubica, en la relación de la familia con el "alma" del Estado, el principio de subsidiaridad, en el cuadro de la Doctrina Social de la Iglesia. El Estado no debe ocupar el puesto y la misión que la familia tiene, hiriendo su autonomía. Es categórica la posición de la Iglesia, fundada en una experiencia que no le puede ser negada: "una intervención excesiva del Estado se mostraría no sólo irrespetuosa sino nociva … La intervención se justifica, dentro de los límites del mencionado principio, cuando ella no es suficiente para atender lo que le corresponde" (Grat. Sane, 17).

La familia, bien necesario para la sociedad, cuando no es respetada, ayudada, sino obstaculizada, deja un vacío inmenso, desastroso para los pueblos (vg. El divorcio, la nivelación del matrimonio, "la mera unión que puede ser confirmada como matrimonio en la sociedad, la permisividad, etc.). Concluye el Papa: "La familia se sitúa en el centro de todos los problemas y de todas las tareas: relegarla a un papel subalterno y secundario … significa causar un gran daño al crecimiento auténtico del cuerpo social" (Grat. Sane, 17).

Como aplicación del principio de subsidiaridad en el campo educativo, hay que acordar que la Iglesia no puede delegar del todo esta misión!.

Debo contentarme aquí con la simple enunciación del problema de las mediaciones sociales, que van desalojando la familia de campos en los cuales su presencia era beneficiosa y requerida.

Pierpaolo Donati reflexiona sobre "las nuevas mediaciones familiares", tras de proponer esta pregunta: "¿La familia no media más en lo social?". En algunos campos la familia es tratada como un "residuo" llamado en causa sólo en casos problemáticos. Se difunde la sensación de que la familia desaparezca de la escena política. Hasta se llega a calificar de "supervivencias" el empeño matrimonial, la valorización de la estabilidad50. Sin embargo, Pierpaolo Donati advierte con razón: "De hecho, ninguna investigación en el campo confirma hoy la irrelevancia de la pertenencia familiar en las esferas no familiares … Si por algunos aspectos y en algunos ámbitos, las mediaciones familiares disminuyen o se han perdido, por otros aspectos y en otros ámbitos, las mediaciones aumentan y surgen otras nuevas. En el conjunto, la importancia de la familia en las esferas no familiares … no solamente continúa, sino que crece sea en los comportamientos de hecho, sea en las exigencias de legitimación cultural y también política"51. Hay más bien una configuración del todo nueva. Si la familia no define el estado social (y puede ser algo positivo), hay otras formas de mediación imprevista.

Hoy se entiende que el hijo no es un átomo aislado, o una mónada en el esquema de Leibnitz, una isla, una molécula que fluctúa en el vacío. Resurge la preocupación por los derechos de los niños. Se busca el derecho a la identidad biológica del hijo, como también las raíces culturales, étnicas e históricas. Observa Donati: "En el pasado era la sociedad la que imponía a la familia las mediaciones que ésta debía ejercitar; hoy, es el individuo el que goza del derecho de valerse de las mediaciones, de hacerlas emerger y de valorizarlas"52. Observa además: "Las más diversas investigaciones ponen en evidencia que la familia media, en modo diverso del pasado, una cantidad de relaciones y de posiciones sociales, que lejos de ser menos importantes de un tiempo, son incluso más decisivas para el destino social y la calidad de vida"53.

Reconoce este sociólogo campos en donde el desconocimiento se extiende en forma alarmante, especialmente en el campo político, que debiera tener el mayor interés, a no ser en circunstancias en que no pueden ocultarse efectos y reacciones negativas54. Es acentuada la separación en el campo educativo55.

Hay nuevas formas de mediación que proceden de un descubrimiento más hondo de la familia, como sujeto y esto particularmente en el campo de una visión humanizadora, personalizadora, por ejemplo en todo lo que la familia representa necesariamente para el crecimiento armónico del hijo: la mediación del amor en el hogar, o el calor humano en el acompañamiento del anciano y su rico aporte de experiencia en la familia concebida en forma más amplia, en cuanto a la solidaridad entre las generaciones56. La "subjetividad" de la familia cuenta en gran medida para la formación de la identidad personal del niño, el cual necesita de un ambiente de familia, como un derecho fundamental57.

Así las cosas, cabe decir que si se olvida, por algunos aspectos la familia como bien social, surge el valor de la familia, por otros, como un nuevo bien58.

Todo esto que viene a subrayar aspectos medulares de la mediación de la familia, quizás puede liberar a la institución familiar de otras mediaciones accidentales que el tiempo revela como prescindibles, sin que se afecte ni el núcleo familiar, ni el tejido social. Puede ser la familia transmisora de unos valores, o centro de mediación que resulten más decisivos para la calidad de la vida social y para la ética pública. Coincide esta perspectiva con lo que señala la Carta de los derechos de la Familia: "La familia constituye, más que una unidad jurídica, y económica, una comunidad de amor y solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desenvolvimiento y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad"59.

Se configura en las nuevas mediaciones una nueva ciudadanía de la familia60. En tal sentido la incorporación en la sociedad no se haría desde la familia a la que se pertenece, (como en el pasado), como una especie de pasaporte o carta de crédito, a partir de los "apellidos". Esta etapa, en principio parece superada y si fuera así, sería algo positivo. En cambio, la incorporación se haría desde la identidad, la armonía del desarrollo de la personalidad adquiridas sobre todo en la familia. No se daría aquello de que hay quienes descansan "mientras sus apellidos trabajan", sino por la calidad adquirida y lograda de la calidad personal, de su capacidad, de su integridad. Es a esto a lo que apunta que la familia es la primera escuela de virtudes. En una nueva ciudadanía ocupa lugar destacado el conjunto de nuevas relaciones en que la mujer sea ampliamente valorizada con sus derechos y deberes y no como "sometida" a una dependencia masculina que con razón temen algunos movimientos feministas, (no en la versión radical). Es este un sector en el cual se expresa algo más amplio, como es el respeto de los derechos fundamentales de la persona humana, que en referencia con la familia no se limita al reconocimiento de menos derechos individuales61.

En términos de mediación para los valores de auténtica humanidad en y desde la familia, hoy se habla de los altos costos sociales del no reconocimiento debido a la institución familiar. Desde la sociología, Donati pone así el dedo en la llaga: "Se puede observar que de hecho, una cantidad creciente de problemas sociales nacen de la falta de reconocimiento y de apoyo de las funciones de mediación social de la familia. Lo testimonian el aumento de desagrado, de malestar, de las enfermedades mentales, de drogadicción, de suicidios y tentativos de suicidio en los jóvenes, del mismo modo en que es indicativa de carencias familiares la persistencia de la dispersión en la escuela…"62.

La sociedad moderna -observa el mismo autor- ha intentado eliminar toda mediación entre el individuo y la sociedad. Buscó la autorealización del "puro individuo", en una "sociedad abierta", hecha de meros individuos. Lo que ha obtenido es perder el individuo, y negada la mediación familiar, dejarlo "sin casa", con graves consecuencias. El "individuo" que fabricaron es débil, por lo cual se dan cuenta ahora de la necesidad de construir "ex novo", formas de mediación sin las cuales no pueden existir ni "sociedad" ni "sujeto humano"63. Se necesita de una nueva casa en donde se vuelva a colocar en toda su importancia la familia. No pueden coherentemente quejarse de que no funcione una "unidad - nosotros" universal, o ser altruistas, cuando se niegan los valores de la identidad de nosotros en la familia, en las "pequeñas solidaridades cotidianas""64. La familia es necesaria para la supervivencia y existencia de la misma ciudadanía política. Nadie puede dejar de lado "una relación de confianza, de ayuda y de apoyo primario en el curso de la propia vida"65.

Quedar "sin casa", sin familia por caprichos suicidas del Estado, es dejar en la calle, en la intemperie al ser humano y amenazarlo en la raiz de su personalidad. Seamos sinceros: esos individuos débiles son la prueba del fracaso de hipótesis aventureras, de una pésima antropología, de un vacío insondable en la concepción del ser humano como persona y de la misma sociedad. De no alterar a fondo tal rumbo, ¿cómo evitar un colapso universal?. Este peligro en un nivel universal o en una nación ha de fortalecer la reacción saludable y la función política y social de la familia66. Exige también que sea reconocido el derecho de la familia de "poder contar con una adecuada política familiar por parte de las autoridades públicas en el terreno jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación alguna" (Art. IX). Tiene la familia derecho de existir y progresar como tal, v.g., como familia (cf. Art. VI).

La sola aproximación a los individuos no basta, pues desconoce "la subjetividad familiar", la casa como centro y fuente de relaciones, sin las cuales la sociedad se pierde!.

Los costos sociales del no reconocimiento de las mediaciones familiares, con los obstáculos que tienen el peligro de inmovilizarla políticamente y en su influencia social, lo repetimos, tienen sus víctimas por excelencia en los niños. Impresionan las informaciones y datos que ofrece la Revista Concilium dedicada al tema, "¿Dónde están los niños?", en torno de lo que con razón se califica de "catástrofe silenciosa"67, más penosa cuanto contrasta con un abanico imponente de soluciones posibles. ¿Cómo no denunciar un terrible vacío de solidaridad y la falta de voluntad política para aportar remedios prontos?.

Al amplio fenómeno de una violencia injusta que genera muerte, a unas desigualdades y desequilibrios de oportunidades que cobra millones y millones de víctimas inocentes (sin contar la abominable matanza del aborto), una eficaz movilización al alcance de la mano, posible, podría dar una respuesta histórica: "Si se pusiera a disposición de los principales objetivos de la política para el desarrollo una décima parte de los medios que en estos dos decenios han sido utilizados en el mundo para los armamentos, hoy viviríamos con poca o ninguna mala nutrición, con un número mucho menor de enfermedades y de invalidez, con un nivel de alfabetización y de instrucción mucho más alto, con réditos más elevados"68. Se fundamenta esta conclusión en datos del Comité Alemán para la UNICEF, sobre la situación de los niños en el mundo69. El informe a que aludo abre, por otros aspectos una puerta a la esperanza: "las condiciones sanitarias han mejorado en el mundo en el curso de los últimos 40 años más que durante toda la precedente historia de la humanidad"70. "En la última década, el emerger de la niñez como argumento de interés público y político ha sido de verdad impresionante … La atención actualmente orientada a los niños no se agota en el principio de que son "los niños los ciudadanos más vulnerables" de la sociedad o el "recurso más precioso de la humanidad" … El siglo XXI pertenece a los niños"71. Dilatemos el corazón, pues, a la esperanza!.

Hay otras formas de "pobreza" que cobran víctimas en la niñez, como si se pasara un rastrillo sobre sus espaldas y que no se limitan sólo a cuestiones económicas o de salud física y que son hoy objeto de estudio y de análisis v.g. en Estados Unidos, de tal manera que, como reza un artículo, "La familia es un "tema " liberal" allí. En el campo político "los liberales se interesan, (es un subtítulo) en las cuestiones morales. He aquí algunos dramáticos testimonios: "la prueba de la pobreza creciente de las madres solas y del deterioro de la salud mental y física de los niños, representa el factor más importante de este cambio de mentalidad. El crecimiento del número de divorcios y de nacimientos fuera del matrimonio es hoy considerado la causa próxima que está detrás de estas tendencias. Si se toma el dirvorcio: los años 70 y 80 vieron un enorme crecimiento del porcentaje de divorcios en Estados Unidos. Actualmente se ubica en torno al cincuenta por ciento …"72. Es enorme la incidencia también en el deterioro económico. Se alude a recientes investigaciones que dan a entender que el divorcio conduce a un grave deterioro económico73. Y ¡qué decir de los nacimientos fuera del matrimonio!

Abundan los estudios serios sobre el impacto inclemente de la ausencia de familia en la niñez y en la juventud. ¿Cómo no podrían sentirse gravemente interpelados los dirigentes de un país, más allá de las denominaciones políticas?. Se establece sin rodeos: "La correlación entre el crimen en la edad de la adolescencia y la disgregación de la familia es clara. Louis Sullivan, exsecretario del Departamento de salud … refiere que más del setenta por ciento de los jóvenes varones que se encuentran en las cárceles provienen de familias en las cuales faltaba el padre"74. En cambio "los niños obtienen resultados mejores cuando el compromiso personal y el apoyo material de un padre y de una madre, y cuando ambos progenitores cumplen con la responsabilidad de quienes cuidan su misión con amor … Indices crecientes de divorcio, de embarazos extramatrimoniales, y de ausencia de genitores, no son sólo manifestación de estilos de vida alternativos, sino de esquemas de comportamiento adulto que aumentan el riesgo de consecuencias negativas para el niño"75.

Estas informaciones apenas sumarias, extraidas de fuentes de la mayor credibilidad, nos hacen ver la magnitud del problema y la necesidad de fortalecer y de ayudar la familia en el cumplimiento de sus capitales mediaciones sociales, sin las cuales, (y no es retórica apocalíptica), las civilizaciones se desmoronan. Está en el centro del problema una cuestión de valores, de estilos de vida, de comportamientos que inciden en la sociedad a través de la familia existente o ausente. Conviene, a todas luces, al Estado, ayudar a la Familia, para que haya "una vigorosa ética familiar". Galston76 cree que una democracia justa requiere ciudadanos virtuosos y la religión es esencial para la creación de la ética de la motivaciones77 que se nutren en la familia.

5. ESPERANZA DE LA HUMANIDAD

El tema del Encuentro mundial del Santo Padre con las familias abre el corazón a la esperanza.

Se mira al futuro con segura confianza, no obstante las dificultades y la hostilidad concertada, que entorpece la institución matrimonial.

La esperanza nos sitúa en la perspectiva del tercer milenio, que ofrece una ocasión para mirar al pasado, para hacer balances, para recoger tantas lecciones de la historia en el peregrinar de la Iglesia bajo la mirada de Dios en el seno de la humanidad, y sobre todo para celebrar la fe con firmes compromisos, tomando en las manos el futuro, que a Dios pertenece, pero frente al cual hemos de tomar nuestra responsabilidad. No podemos desertar en las batallas decisivas de la humanidad.

La familia "se vincula estrechamente con el misterio de la Encarnación y con la historia misma del hombre", observa el Santo Padre en la Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente (cf. n. 28), con ocasión del Año de la Familia. Desde Nazaret, en donde "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14), llega el mensaje sublime de la Sagrada Familia, modelo de las familias, fuente inagotable de espiritualidad y de las nuevas energías que vienen desde el Resucitado, quien actúa, en dinámica transformadora, en el corazón mismo de la historia, en esa especial revelación del misterio, en la plenitud de los tiempos, que se identifica con el misterio de la Encarnación (cf. TMA 1).

En Cristo, en quien "se manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su vocación" (GS 22), se descifra también el misterio de esa célula primordial de la sociedad, comunidad de toda la vida y de amor, en la cual, como en las bodas de Caná, el Señor está presente.

El Señor sigue saliendo al encuentro de las familias, iluminándolas, fortaleciendo y redimiendo su amor, caminando junto a ellas, en un diálogo de tierna solicitud, que hay que descubrir en la fe, en la oración. En no pocas circunstancias, es una peregrinación difícil, en donde se percibe la amargura de lo no logrado, tal vez de combates perdidos, y de la erosión de muchos hogares, pero en donde gracias al contacto con el Salvador de los hombres, como aconteció con los peregrinos de Emaús, en una causa que parecía hecha añicos, renace la esperanza.

El amor redimido conserva energías maravillosas para responder a los desafíos y asumir las necesarias responsabilidades, que el señor confía a la familia y sin las cuales la humanidad y aun la misma Iglesia estarán condenadas al fracaso. Si el futuro de la humanidad pasa por la familia, se hace necesario ponderar las vastas oportunidades que el futuro depara y pensar que en buena parte, respondiendo al Señor de la historia, la familia es arquitecto de su propio destino. El Papa indica: "Es por esto necesario que la preparación del gran Jubileo pase, en cierto modo, a través de la familia … Acaso no fue por medio de una familia, la de Nazaret, que el Hijo de Dios quiso entrar en la historia del hombre?" (TMA 28).

El Señor, que puso su morada entre nosotros (Jn 1,14), que montó, por así decirlo, como lo sugiere el lenguaje bíblico, su tienda, (su carpa de beduino) en medio de nosotros, quiso hacerlo en ese hogar concreto de Nazaret, en donde Jesús recogió las primeras lecciones, en obediente cercanía a sus padres.

La celebración del Encuentro mundial de Río requiere esa actitud abierta, gozosa, contemplativa, en la que el misterio de la familia se descubre y se profundiza en el Señor. Esta es la razón por la cual hemos querido que la preparación de tal evento asuma la forma de unas "catequesis", sobre las cuales millones de familias están reflexionando en diversas partes del mundo, guiadas por la doctrina de la Iglesia, en ambiente de oración, con el convencimiento de que el Señor las acompaña.

Esperar es algo que está inscrito en el dinamismo humano. Forma parte de la índole esencial del hombre y es factor determinante, escribe un filósofo, el esperar y el modo como se espera78. La existencia humana está determinada no solo por la asunción del presente, sino también por la memoria del pasado y por la expectativa del futuro, en el sentido de la esperanza activa, que nos abre hacia un bien, o conjunto de bienes que deseamos. Es, pues, proprio del hombre, esperar, tener esperanza. Para el cristiano esta esperanza se proyecta hacia Dios, de tal forma que cuando la confianza no se pone en Dios, comenta un autor, la confianza es irresponsable certeza, destinada a ser destruida79.

Si bien, por una parte, como anotaba un escritor español, Eugenio D'Ors, la esperanza era "la virtud que tenía la peor prensa", y Chamfort, se atrevía a decir que "es un charlatán que nos engaña sin cesar", vivimos un momento de la historia en que es preciso recomponer las coordenadas de esa esperanza, la verdadera, que como la verdad y el amor auténtico, no engañan, porque a la postre no son construcción hecha por mano humana, y en tal sentido, no es "irresponsable certeza", frágil y traicionera, sino dimensión necesaria que se cimenta en el absoluto de Dios.

En virtud de la firme certeza del triunfo de Cristo, Salvador de los hombres, triunfo que es nuestro porque nos hace partícipes del mismo, la esperanza nos ofrece la tónica, el talante y la garantía de la confianza. Da vigor y orientación al caminar, como comportamiento moral. San Juan de la Cruz hablaba por ello de un "revestimiento de color verde"80. Esta firme esperanza y confianza son absolutas porque reposan en las promesas divinas81.

Enseña el Catecismo de la Iglesia católica : "La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege el desaliento, sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad" (n. 1818).

Por la esperanza lanzamos hacia los cielos nuestra áncora, allí donde el Señor ya llegó. Jesús, que ya penetró en la eternidad, es quien regresa en esa cita definitiva con la humanidad, que es la parusía. Por eso la esperanza nos sitúa en el terreno de la historia y de la escatología.

¿Cómo levantar los corazones a la esperanza, mientras un conjunto de signos más bien llevan a dudas, para algunos fundadas, sobre su supervivencia, al menos según los esquemas actuales? Hay síntomas evidentes de erosión, especialmente en algunos países, y se anuncian grietas preocupantes en las estructuras familiares en espacios más amplios. Recordemos cómo la duda sobre la continuidad de la familia en el futuro era alimentada en foros internacionales, durante el Año Internacional de la Familia, en la corriente de "la familia incierta" según los planteamientos de L. Rousell82.

Sin embargo, puede ocurrir que las proyecciones representen mas bien una ampliación indebida en un plano universal de fenómenos que revisten características preocupantes en determinados países. Incluso en los más afectados por la sistemática destrucción de la familia con "la conspiración" del Estado, cabe preguntarse si no surgirán en el futuro nuevas tendencias y reacciones firmes que empujen a las fuerzas políticas, empezando con más comprometidos esfuerzos pastorales de los cristianos, hacia nuevos rumbos y modificaciones. Se dan signos esperanzadores, que revelan una nueva dinámica.

En todo caso, ¿será posible que pueblos que han recogido abundantes lecciones de la historia, caminen hacia una aventura con trágico final?

Hemos visto cómo ciertas conclusiones derrotistas tienen poco en cuenta que una preocupación fundamental para la familia persiste y que hay abundantes datos en las encuestas sociológicas, sobre todo en las respuestas de los jóvenes, que anhelan en amplia mayoría formar un hogar estable. Otro aspecto sería ver, si de hecho la conducta es la adecuada a lo que expresan como ideal83. Las amargas experiencias de un descalabro social sugieren ya a algunos políticos consecuentes políticas financieras y actitudes de apoyo y protección de la familia.

En las etapas finales del Año Internacional de la Familia se respiraba una atmósfera más positiva que la enrarecida, con la que se dieron los primeros pasos y más libres respecto de las premisas, con las que apresuradamente muchos trabajaron.

Hemos aludido al nuevo tratamiento, que comienza a darse a la familia, v. gr., en Estados Unidos, ya que la familia vuelve a recuperar un interés político84.

No podemos dejarnos llevar por una especie de "determinismo" de sabor fatalista, de tal forma que haya una rendición sin lucha ante lo que parecería ser una tendencia ineluctable de eclipse de la familia. Si se trata de una institución, querida expresamente por el Creador, ¿no se manifestaría en el corazón de los pueblos y de las personas una búsqueda del bien necesario para los esposos, para los hijos y para la sociedad?

Hemos considerado cómo no es objetivo que la familia haya dejado de ser centro de mediación social, y que hay mediaciones esenciales en orden a reconocer y preservar a la familia como espacio privilegiado de la humanidad y de salvaguarda de la misma. Se revela, con la ayuda de las ciencias, una nueva semblanza de "la ciudadanía de la familia", inseparable de su misión educadora al servicio de la identidad de la persona humana. Es aquí donde seguramente hemos de ahondar en las más ricas posibilidades de la familia, sin aferrarnos a otras formas de presencia y mediación de ella, más sujetas a otros momentos de la historia y de modalidades culturales.

Esta mediación necesaria nos conduce a privilegiar la dimensión del hijo, como camino real para el rescate de la institución familiar y para su fortalecimiento, precisamente porque los hijos son quienes revelan los perfiles y el modo de ser, de vivir en el hogar.

Permitidme una anécdota. En un Congreso mundial de las familias en Malta - noviembre de 1993 -, promovido por las Naciones Unidas, el principal (y era síntomático) ponente invitado fue el sociólogo francés L. Rousell. Los pronósticos sobre el futuro de la familia estuvieron cargados de sombras. Diríase que moría la esperanza. Lo interrogué al final, como si me moviera el "spes contra spem", por lo cual Abrahám mereció el elogio. Le pregunté si de verdad no veía ninguna salida, porque, de ser así las cosas, la humanidad caminaría hacia el vacío. Reflexionó un momento. Me ofreció su libro, que yo había leído con interés. Y me repuso: "Comienzo a pensar en una luz al final del túnel y es el hijo". Sí, en los hijos hay una luz y una salida. Aunque todavía esa "salida" no se perciba en su obra, confieso que es esta una pista fundamental.

Es el servicio de los hijos, su atención amorosa, lo que puede liberar de los tentáculos del egoísmo, que atenaza a tantas parejas en un "egoísmo entre dos", y a la sociedad que con la asfixia de los valores provoca las crisis de inhumanidad. Los hijos, frutos del amor, evangelizan y liberan a los propios autores, unidos a Dios, de su vida. La pareja desde su misión central, que no se opone, sino que da plenitud al amor conyugal, es liberada por los hijos de reducirse a pensar en solucionar "sus problemas", sin dejar espacio a los del hijo, con sus derechos y sufrimientos.

En tantas partes sociedades, que tienen el riesgo de envejecimiento, sobre todo en el espíritu, (sin detenernos en consideraciones referidas al "invierno demográfico"), la luz viene de lo alto, en la nueva vida que viene desde Dios, como vino "desde lo alto" el Señor, Salvador del mundo.

Séame permitida una alusión de carácter artístico. Un prestigioso escultor español, Luis Antonio Sangüino, ha regalado generosamente al Pontificio Consejo para la Familia su obra "Sanctuarium vitae". Es una hermosa escultura, como un canto a la vida. Desde las manos de Cristo, traspasadas por los clavos - manos de Dios, alfarero del hombre - en forma de cuna, surge la vida en el recinto luminoso de una mujer, la madre: es el vientre en el que el "nasciturus" duerme… Surge como un árbol, el de la vida, en la familia: son niños y niñas de todas las razas. Con rostros sonrientes levantan sus brazos en señal de victoria hacia el cielo, hacia la luz. La luz que en el vientre bendito de las madres ilumina el amor de los esposos, de las familias, del mundo, con más poesía y realismo que la sola luz que se adivina al final del túnel. Es la luz de quien, desde Nazaret y Belén, ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9).

Quiero concluir este postrero recorrido artístico con otra mención y como reconocimiento al don que hemos recibido.

El célebre artista religioso italiano Enrico Manfrini ha regalado para el Encuentro mundial un bellísimo bajorrelieve de la Sagrada Familia de Nazaret. El escultor, que ha enriquecido el patrimonio artístico cristiano con numerosas obras, tiene 83 años y trabaja con entusiasmo juvenil en su taller de Milán, al lado de su esposa. Es un vivo testimonio de un hogar realizado en la serena felicidad de una pareja, que, como canta el libro de Tobías, envejece bajo la mirada de Dios (cf. Tob. 14, 2). Me preguntaba a mí mismo: ¿Cómo a esa edad pueden las manos ser tan dóciles a la inspiración que las mueve, laboriosas y minuciosas como las de un joven, hasta plasmar esos rostros admirables del Dios - Niño, de José y de María, que llenan de luz la humilde casa - taller de Nazaret?

Me parece que el secreto de la lozanía de este artista está en el amor conyugal y de los hijos, con que el Señor los bendice. Nazaret, Belén, Caná nos hablan de la familia y de la activa presencia del Señor que se prolonga en la historia. En la Carta a las familias Gratissimam sane, el Sucesor de Pedro apuntaba al "esposo", que está dentro de la familia. Es El quien une a los esposos en el misterio de su Alianza; El quien renueva el amor en esa recíproca entrega en la comunión familiar, don-compromiso, que hunde sus raíces en Dios; El quien transforma el agua en vino y acude en ayuda del nuevo hogar, en esa cadena de novedades que continúa a lo largo de los años; El que contagia la esperanza, porque es El la Esperanza.

1 El Encuentro Mundial del Santo Padre con las Familias, se realizará en Río de Janeiro el 4 y 5 de octubre de 1997 y será precedido del Congreso Teológico - Pastoral que tendrá lugar durante los días 1, 2, 3 de octubre de 1997, y que congregará 2500 participantes delegados de las Conferencias Episcopales, teólogos, pastores y representantes de movimientos apostólicos de la familia y de la vida, grupos, asociaciones empeñados y comprometidos en la causa trascendental de la Iglesia doméstica, santuario de la vida.

2 cf. v.gr. Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, nn. 11 - 16; Carta a los Jefes de Estado del mundo, del 14 de marzo de 1994; Carta a las Familias, Gratissimam sane, nn. 6 - 12.

3 Algunos traducen "un solo ser", profundizando en el sentido de la expresión bíblica.

4 cf. H. Schlier, La Lettera agli Efesini Paideia, Brescia, 1973, pag. 414 - 415.

5 cf. Rituale Romanum, Ordo celebrandi matrimonium, n. 74.

6 Ritual de la celebración del matrimonio, citado en Gratissimam sane, carta a las Familias, n. 11.

7 M. Thurian, Mariage et Celibat. Dons et appels, Taizé, 1977, pag. 27-28.

8 C. Rocchetta, Il sacramento della coppia , EDB, Bologna, 1996, pag. 42.

9 Joachim Gnilka, Il Vangelo di Matteo, Parte I-II Paideia, Brescia, 1990, pag. 229.

10 Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò. Catechesi sull'amore umano, Città Nuova Editrice - Libreria Editrice Vaticana, Roma, 1985, pag. 97.

11 Ibid., pag. 468, n. 4.

12 Ibid., pag. 59.

13 cf. M. Yourcenar, Mèmoires d'Hadrien, Gallimard, Paris 1974, pag. 21-22.

14 Ibid., pag. 34.

15 Francisco Gil Hellín, "El matrimonio: amor e institución", en Aa.Vv., Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, Universidad de Navarra, Pamplona, 1980, pag. 239.

16 A. Quilici, Les fiançailles. Paris, Le Sarment / Fayard, 1993, pag. 135.

17 J. Ratzinger, Le mariage et la famille…, pag. 311.

18 "El amor de que aquí se habla es el "amor coniugalis", es decir, no el mero sentimiento e impulso ciego e irresistible expuesto a la inestabilidad de la pasión, sino aquel afecto "eminentemente humano" que por proceder de la voluntad asume y ennoblece todas las manifestaciones de la tendencia natural. Parte de lo más noble de la persona -el afecto de la voluntad- y se dirige hacia su término, abrazando todo el bien de la persona amada" (Francisco Gil Hellín, op. cit., pag. 236-237).

19 Ibid, pag. 240.

20 Antonio Miralles, Il matrimonio. Ediz. S. Paolo, Milano, 1996, pag. 82.

21 S. Joannes Chrisostomus, Homilia in Eph. 20, 8.

22 cf. A. Miralles, op. cit., pag. 81.

23 cf. H. Schlier, op. cit., pag. 415.

24 M. Zerwick, Carta a los Efesios, Herder, pag. 166.

25 C. Rocchetta, op. cit., pag. 42.

26 San Agustín, De Bono coniugali, 24, 32.

27 Francisco Gil Hellín, El Matrimonio y la vida conyugal, Edicep, Valencia 1995, pag. 230 y 236.

28 Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò, pag. 468.

29 C. Rocchetta, op. cit., pag. 161.

30 cf. Antonio Miralles, op. cit., pag. 74-75.

31 Ya el entonces Santo Oficio, en el decreto del 1º de abril de 1944 había rechazado la posición representada por Doms y Krempel (Dz-Sch., n. 3838) y Pío XII había enseñado el fin primario e íntimo de la procreación, en el discurso a los obstetras del 29 de octubre de 1951, y había subrayado que "todo lo que hay de más espiritual y profundo en el amor conyugal como tal, fue puesto, por voluntad de la naturaleza y del Creador, al servicio de la descendencia" (Matrimonio e famiglia nel magistero della Chiesa, n. 264).

32 Así, con el uso escolástico del objeto formal, el Pontificio Consejo para la Pastoral de los agentes sanitarios se refiere a la salud en el enfoque de la enfermedad, por tanto de la salud que debe ser curada, cuidada, y es enfocada la enfermedad y el dolor humano (cf. Pastor Bonus, art. 152, 153).

33 Giuseppe Angelini, Il figlio, una benedizione, un compito, Vita e Pensiero, Milano, 1991, pag 164.

34 Hans Urs Von Balthasar, Homo creatus est, Morcelliana, Brescia, 1991, pag. 186.

35 Giorgio Campanini, Realtà e problemi della famiglia contemporanea, Ediz. Paoline, Torino, 1989, pag. 105.

36 cf. ibid., cap VII, pag. 104-111.

37 El Pontificio Consejo para la Familia ha realizado los siguientes Encuentros Pastorales relacionados con el tema del niño:.

• Los derechos de los niños, en Roma, Junio 18 - 19 de 1992.

• La explotación de los niños en la prostitución y la pornografía. Bangkok (Tahilandia), sept. 9 -11 de 1992.

• El trabajo de los niños, Manila (Filipinas), julio 1 - 3 de 1993.

• La adopción infantil, Sevilla (España), febrero 25 - 27 de 1994.

• Los niños de la calle, Rio de Janeiro (Brasil), julio 27-29 de 1994.

38 M. Zundel, Recherche de la personne, Desclée, Paris, 1990, pag. 54.

39 cf. Pierre Grelot, Jesus de Nazareth. Christe Le Segneiur, vol. I, Ed. du Cerf, Paris, 1997, pag. 298.

40 G. Angelini, op. cit., pag. 172.

41 Ibid., pag. 180.

42 Aristóteles, Etica Nicomachea, VIII, 12.

43 G. Campanini, Famiglia, in Nuovo Dizionario di Teologia Morale, San Paolo, Milano 1990, pag. 410.

44 Ibid., pag. 410.

45 Pierpaolo Donati, La nuova cittadinanza di famiglia, in Terzo rapporto sulla famiglia in Italia, CISF, edizioni Paoline, Cinisello Balsamo, 1993, pag. 26.

46 F. Chirpaz, Difficile rencontre, Ed. du Cerf, Paris, 1982, pag. 70.

47 Paul Moreau, Les valeurs familiales. Essai de critique philosophique, Ed. du Cerf, Paris, 1991, pag. 145.

48 ibid., pag. 149.

49 G. Campanini, op cit., pag. 411.

50 N. Luhmann, ha querido dar voz científica a la hipótesis de que los individuos no deben ser ligados a la pertenencia familiar. Su papel es irrelevante (N. Luhmann, Il sistema sociale famiglia, in La ricerca sociale, 1989, n. 39, pag. 235-352). Menos aún debe ser tomada la familia como un "subsistema social". (Es la negación concreta de la familia como sujeto soberano, con derechos específicos). No debe mediar nada entre individuo y sociedad, ni siquiera en la relación entre sexos (cf. N. Luhmann, Donne, Uomini, Iusea, Parigi-Lecce, 1992, pag. 52-70).

51 P. Donati, op cit., pag. 28.

52 ibid., pag. 31.

53 Ibid., pag. 59.

54 cf. ibid., pag. 61.

55 Reconoce Donati la dificultad creciente de algunas mediaciones o su carácter reductivo, vg. La escuela, los servicios de salud, la hacienda (economía),-referida la cuestión a Italia-. En general, mirando algunos países, cabría pensar que "parece que la familia no existe: existen "la pareja", "las mujeres", "los niños", "los ancianos", es decir, sólamente categorías genéricas" (op. cit., pag. 61). Resurge el interés, sin embargo, por ver la importancia en el campo económico (en la micro y en la macro economía) (cf. Familia et Vita, Revista del Pontificio Consejo para la Familia, n. 2/1996).

56 cf. P. Donati, op. cit., pag. 65.

57 Cabría aquí recoger valiosas apreciaciones de Buttiglione al tratar el tema de la familia como comunión de personas, y concretamente en cuanto a la función de la madre y del padre (cf. R. Buttiglione, L'uomo e la famiglia, Dino Editore, Roma 1991, pag. 121, 141).

58 Donati anota: "Subjetividad de la familia significa, a la postre, que la familia es un bien de mediación, y viene a ser un "nuevo bien" que es sentido, vivido y buscado con intencionalidad de sentido proprio, no subordinado o dependiente de otros contenidos o contactos variables" (op. cit., pag. 70).

59 Carta de los derechos de la Familia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 1983, Preámbulo, E.

60 Comenta Donati que "si la familia no tuviera ninguna referencia de ciudadanía, vendrían a menos reglas fundamentales de convivencia interhumana, y, con ellas, desaparecería la orientación hacia la persona humana como sentido de pertenencia e identidad" (op. cit., pag. 71).

61 Se abre a un conjunto de relaciones personales al interior de la familia y en relación con la sociedad. El profesor en Bolonia observa: "promover la ciudadanía de la familia, significa optar por decisiones que se muevan en la dirección de una más lograda democracia: una democracia de solidaridad, compartir, participación y autonomía de las personas individuales como individuos en relación unos con otros" (ibid., pag. 73). Algo de esta perspectiva estaba inscrita en el lema del Año Internacional de la Familia, convocado por la ONU: "Construir la más pequeña de las democracias".

62 Ibid., pag. 76.

63 Ibid., pag. 80.

64 Ibid., pag. 79.

65 Ibid., pag. 77.

66 cf. Carta de los derechos de la Familia, art. VIII.

67 cf. Concilium 2/1996. Se aborda la tragedia de la pobreza, como "catástrofe silenciosa" de los "40.000 niños que mueren cada día por desnutrición o enfermedades, los 150 millones de niños que viven con salud y crecimiento precarios y los 100 millones de niños de 6 a 10 años que no van a la escuela". Las injusticias seculares, la falta de solidaridad y oportunidades, no obstante cambios favorables y nuevas posibilidades (Concilium, 2/1996, pag. 22).

68 Ibid, pag. 20.

69 El párrafo que recojo continúa: "Y con más baja taza de natalidad, con menores problemas sociales y ambientales, con menos guerras civiles y refugiados y con menores conflictos internacionales" (Ibid). Como tengo serias dudas acerca de lo de la taza de natalidad, que parece desprenderse de una menos correcta visión demográfica, he preferido ubicar aquí esta aseveración. Cabría observar que si los enormes recursos económicos que hoy se dedican a un control natal sin contemplaciones, se orientara a la formación a fondo de la familia, se caminaría por mejores sendas.

70 Concilium, op cit.

71 Ibid, pag. 22, 23.

72 Don Browning, "In che modo negli Stati Uniti la famiglia è divenuta un tema liberale", in Concilium 2/1996, pag. 52-53.

73 "Un diez por ciento de niños blancos y catorce por ciento de negros con progenitores separados cayeron en la pobreza en el año sucesivo (…) El cuarenta y cinco por ciento de las familias con prole por debajo de los 18 años, cuya conducción cae bajo la responsabilidad de una mujer, son pobres, al contrario del siete por ciento de las familias con prole cuya conducción está confiada a una pareja casada" (Ibid).

74 Op. cit., pag. 54. No podemos detenernos en los datos sobre suicidios, desórdenes mentales, que son aleccionadores!… Lo mismo que la caída en el aprovechamiento académico. Enormes son los costos!. El deterioro, también en lo económico tiene correlaciones evidentes, en ciertos cambios culturales con la tendencia "cada vez mas acentuada a resolver el conflicto de intereses entre los adultos y los niños en favor de los primeros" (ibid., pag. 55).

75 Beyond Rhetoric: A New American Agenda for children and families, U.S. Government Printing office, Washington, D.C., 1991, XIX. In Concilium 2/1996, pag. 59.

76 Galston es un famoso filósofo moral, autor del libro Liberal Purposes (Cambridge University, prees Cambridge, 1990) (y que inspiraría ciertos cambios en la política Clinton). Estudia la democracia aristotélica que presupone que los ciudadanos posean un elevado grado de virtud y de carácter moral.

77 cf. Don Browning, Concilium 2/1996, pag. 65.

78 cf. H.G. Gadames, Plato dialektische Ethik, 1931, pag. 138.

79 cf. R. Bultmann, Elpis, in Grande Lessico del N.T., Paideia, Brescia, II, pag. 518.

80 San Juan de la Cruz, La Noche oscura, III, 21, 6.

81 La esperanza no es algo marginal, ni mucho menos, en el mundo de la filosofía. Kant recordaba que toda filosofía se relacionaba con cuatro interrogaciones fundamentales, de las cuales la tercera sería: "¿Qué me es permitido esperar?". En el fondo, comenta J.L. Bruges, toda religión nace de una interrogación sobre el porvenir (cf. Dictionnaire de la morale catholique, CLD, 1991, pag. 153). Cobra también nuevos bríos en la teología (ibid.).

82 Sus hipótesis han sido objeto de consideración en otras ponencias mías. Enfoca especialmente la situación de Francia y quizás de algunos otros países de Europa occidental.

83 Otros estudios muestran cómo crece el número de las relaciones prematrimoniales y si dan el paso hacia el matrimonio, es una decisión que aplazan. Varios factores los llevan a no abandonar el hogar. Es nuevo y preocupante el fenómeno de "la adolescencia prolongada".

84 Si las políticas demográficas y abortistas son lamentables, se observa un esfuerzo por presentarse, de parte de políticos liberales, como defensores de la familia (cf. Concilium, 2 / 1996, pag. 48-65).

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