Introducción
Este tema, que expresa y condensa elementos
fundamentales de la familia, abre la mente y el corazón a amplias
perspectivas que parten de la seguridad de la presencia del Señor en
medio de la Iglesia doméstica: "El Señor está en medio de
vosotros", recordaba el Sucesor de Pedro en su carta a las
Familias, Gratissimam sane (n. 18). Esta presencia del Señor,
"Cabeza del cuerpo que es la Iglesia" (Ef. 5,23), y que
colma los hogares de eminente energía (cf. Ef. 5,27), es la clave y
razón de esa certidumbre que da consistencia a la esperanza en virtud
de la cual se mira y se camina hacia el futuro que está en las manos
de Dios, y que nos introduce dinámicamente en el Tercer Milenio. El
Santo Padre, Juan Pablo II, ha expresado en la Carta Apostólica Tertio
Millennio Adveniente: "Es por esto necesario que la
preparación del Gran Jubileo pase, en cierto modo, a través de cada
Familia" (n. 28). Y había expresado antes que el "futuro de
la humanidad pasa a través de la familia" (FC 86).
El tema, que en algunos aspectos quisiera tan sólo
abordar en forma introductoria, tiene una perspectiva cristológica
que enriquece, la reflexión y la oración en este primer año del
Trienio de la preparación al Jubileo del Año 2000, que tiene como
tema "Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y
siempre" (TMA 40).
El tema "La Familia: don y compromiso,
esperanza de la humanidad", que nos proponemos comentar,
será a la vez el del Encuentro mundial de las familias y del Congreso
Teológico - Pastoral1.
El tema elegido se ubica en un momento histórico,
después de la celebración del Año de la Familia, que ha permitido
ponderar más profundamente las amplias posibilidades de la familia,
así como los retos y las dificultades que enfrenta. El primer
Congreso Teológico - pastoral, de octubre de 1994, en Roma, se
centró sobre el tema: "La Familia: corazón de la
civilización del amor". Las actas han sido publicadas.
En estos últimos años, en el mundo, han tenido lugar
eventos de carácter internacional, convocados por la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), y que podríamos enunciar en el itinerario
que va de Río a Estambul, es decir, desde la Conferencia de Río de
Janeiro sobre el medio ambiente, en 1992, pasando por la de El Cairo
sobre Población y desarrollo, en 1994, por la de Pekín, sobre la
mujer, en 1995, y que ha culminado con la Conferencia de Estambul
sobre el Habitat, en 1996. Este año contó también con la
celebración, en Roma, en la sede de la FAO, de la cumbre mundial
sobre el hambre. Estos eventos políticos han estado de hecho, si no
fuera dable hablar de una relación intencional, estrechamente
ligados.
Conviene advertir que enfocamos la familia, fundada
sobre el matrimonio, como institución natural, con sus fines y bienes
específicos, célula primordial de la sociedad, cuya verdad está
arraigada en el corazón y la experiencia de los pueblos, - hace por
tanto parte de su patrimonio cultural -, realidad que se abre a todos
los pueblos, de todos los siglos, a los creyentes y a los
no-creyentes. Nuestra reflexión no se limita solamente a todo lo que
es abordable por la razón, sino que, y de modo especial, tenemos bien
presente la dimensión sacramental del matrimonio en la abundante
riqueza que nos ofrece la fe. Es algo que el Concilio ha subrayado (cf.
Gaudium et Spes 49).
1. LA FAMILIA
La ubicación histórica inmersa en una serie de
cambios y de alteraciones en modalidades de reflexión, tantas veces
llenas de ambigüedades, harto difundidas y que en cierta forma ponen
en tela de juicio la razón de ser y el sentido mismo de la familia,
con su fisonomía propia e insustituible, fundada en el proyecto de
Dios Creador, ha hecho que sea imprescindible hoy insistir en el
artículo -en singular- LA familia.
Es preciso dar toda la fuerza al uso del singular: LA
FAMILIA, cuando crece un uso del plural, LAS FAMILIAS, con todo lo que
comporta en el sentido de negar un modelo de la familia,
fundada en el matrimonio, comunidad de amor y de vida, de un hombre y
una mujer, abierta a la vida. Unida a la concepción singular y en
singular de LA familia, está su filosofía, su fundamentación
antropológica, sobre la cual el Papa ha aportado tantos aspectos
iluminadores en su magisterio2.
Manteniendo sin confusiones ni concesiones indebidas
el modelo de la familia, querido por Dios, como institución natural,
nos alejamos de una visión superficial y precipitada que concibe el
matrimonio y la familia como mero fruto de la voluntad humana,
producto de consensos cambiantes. Consensos, acuerdos, que no ofrecen
la estabilidad y la identidad, como una riqueza, sino que hacen que a
la intemperie, la unidad matrimonial sufra el deterioro de sucesivas
erosiones que debilitan la familia.
Citando el texto de Génesis 2, 24, el Señor declara
solemnemente el proyecto de Dios, desde el principio de la creación
("ab initio": como modelo creacional). Hay un orden
establecido por Dios desde la creación (AP ARCHES) (cf. Mt.
19, 4): "Hombre y mujer los creó (varón y hembra) … Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y
serán los dos una sola carne. De modo que no son dos sino una sola
carne; luego, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre"3. El Catecismo
de la Iglesia Católica, ofrece el comentario de
Tertuliano: "Nada los separa, ni en el espíritu, ni en la carne;
al contrario, … allí donde la carne es una, es uno también el
espíritu" (C.E.C., n.1642). Hay que recordar que
"carne" en el lenguaje bíblico, denota no sólo la parte
material del hombre, sino al hombre mismo como persona. San Pablo, en
la Carta a los Efesios se refiere nuevamente a este pasaje del
Génesis (cf. Ef. 5, 31) y lo señala como "grande
misterio (to misterion … mega)" (Ef. 5, 32), referido a
Cristo y a la Iglesia. El "mega" (lo grande del misterio, en
el proceso a que alude la Escritura), radica en que el hombre (anthropos:
Adán), es tipo (typos) del amor de Cristo y de la Iglesia4.
El tema que comentamos toma como clave la del don
que tiene su fuente en Dios mismo, de quien todo don proviene (cf. Sant.
1,17). Es don recibido en la Iglesia ("don de Iglesia") y
para ella, por medio de la Iglesia doméstica.
El don que los futuros esposos se ofrecen
recíprocamente, con la correspondiente acogida libre y explícita, es
decir, el consentimiento, configura el elemento indispensable
"que hace el matrimonio" (C.E.C., n. 1626). Ese
"acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben" (C.E.C.,
n. 1627), es mejor que sea expresado en la fórmula que la pareja
debiera aprender de memoria y saber expresar de modo personal y
significativo.
Podría decirse que la insistencia de la Iglesia en
una adecuada preparación del matrimonio, en las diferentes etapas,
busca asegurar que el "SI" de los esposos tenga toda su
seguridad y densidad (cf. C.E.C., n. 1632), y está en la base
de los bienes y exigencias del amor conyugal. Allí está la clave de
su felicidad, como lo expresa la bendición nupcial tercera del
ritual: "que encuentren su felicidad dándose el uno al
otro". La celebración litúrgica debe expresar todo lo que
implica esa recíproca entrega entre los mismos esposos, entre los
esposos y la Iglesia y Dios, en ese amor derramado sobre sus
corazones5.
El don de los esposos, puntual y permanente, que
supone y expresa una libertad madura, con la forma canónica
del sacerdote que recibe el consentimiento en nombre de la Iglesia,
"expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial
(cf. C.E.C., nn. 1630, 1631), un compromiso público, en el
"vínculo establecido por Dios" (C.E.C., n. 1640),
lazo irrevocable que exige fidelidad entre los esposos y al Dios fiel
en lo que su divina sabiduría dispone. Cristo está presente en el
corazón de las libertades humanas, en su lozana continuidad, en un
acto diariamente renovado en virtud del cual están como "veluti",
consagrados (observa la Gaudium et Spes 48).
Los esposos no pueden alcanzar su felicidad y su
plenitud al margen de esa verdad que enriquece el sentido de su
libertad. Los esposos se otorgan recíprocamente en Cristo, quien les
sale al paso, ofrece las energías necesarias que superan las
limitaciones de una libertad vulnerada, necesitada, que permite
expresar con sinceridad "yo … te tomo … como esposo (esposa)
y te prometo serte fiel … todos los días de mi vida"6. Estas
palabras que acompañan las manos de los esposos que se estrechan,
están cargadas de significación y deben advertir a los esposos sobre
los riesgos de un amor traicionado, que el mundo presenta como un
derecho y hasta como una liberación. Así, la palabra se vuelve
inexpresiva y el gesto vacío, sin dimensión de grandeza.
2. DON Y COMPROMISO
La familia, fundada sobre el matrimonio, comunidad de
vida y de amor, (de "toda la vida" en la presentación del
Código de Derecho Canónico, can. 1055), tiene su "elemento
indispensable", que "hace el matrimonio" en el
intercambio de consentimientos (cf. C.E.C., n. 1626).
El consentimiento, observa el Catecismo de la
Iglesia Católica, consiste en un "acto humano por el cual
los esposos se dan y se reciben mutuamente" (GS 48) (C.E.C.,
n. 1627). Ese otorgarse recíprocamente se hace por medio de la
palabra como solemne promesa, que va acompañada por gestos que
subrayan esa voluntad de mutua entrega. El don que se ofrece, la misma
persona, asume la categoría de don cuando es acogido -agrega el
Catecismo-. "Yo te recibo como esposa" - "yo te recibo
como esposo". Este consentimiento que une a los esposos entre si,
encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a formar
una sola carne" (C.E.C., n. 1627).
El consentimiento, como expresión de este don, que
hace el matrimonio, "la alianza matrimonial" y constituye un
consorcio de toda la vida" (C.E.C., n. 1601) es un don en
Dios. En El tiene su fuente y su autor. Cuando los esposos se otorgan
el uno al otro, llegan a ser un regalo de Cristo que dona el hombre a
la mujer y la mujer al hombre. Es "una íntima comunidad de vida
y amor conyugal, fundada por el Creador… El mismo Dios es el autor
del matrimonio"(GS 48). En el matrimonio, recuerda el
Concilio Vaticano II, "El Salvador de los hombres y Esposo de la
Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos" (GS
48).
Es ese el proyecto de la creación querido por Dios al
inicio, que el Señor santifica solemnemente y eleva a la dignidad de
sacramento. Es Dios quien une en el matrimonio, en esa comunidad
"estructurada con leyes propias", como instituido
"establecido por ordenamiento divino", que no depende del
arbitrio humano" (cf. C.E.C., n. 1603). Son bien conocidos
los pasajes de la teología bíblica que muestran, dentro del marco de
una definida antropología, cómo está anclada en el corazón del ser
humano la llamada a compartir, a la complementariedad, a una acogida,
en la realidad de la primera pareja. En esta unión, cuyo autor es
Dios, El mismo se compromete y se proyecta en el horizonte de la
Alianza de Dios con la humanidad, de Cristo con la Iglesia. Con
especial fuerza ha escrito Max Thurian: "No es un simple contrato
que se relaciona con una fidelidad recíproca. Dios en persona realiza
este misterio de unión y le da una seguridad ante los peligros de
desgarramiento. Es la característica primordial del matrimonio
cristiano. El matrimonio es la unión en Dios y por Dios…"7.
El matrimonio cristiano tiene una relación directa
con la Alianza de Cristo. En tal sentido el consentimiento no es un
acto entre dos sino "triangular" (en la expresión de Carlo
Rocchetta), como un "Sí" dicho al interno del
"Sí" de Cristo y a la Iglesia. El consentimiento de los
esposos no puede ser separado de la adhesión a Cristo. "El tradere
se ipsum de Cristo a la Iglesia viene a configurar en profundidad
el tradere se ipsum de los esposos"8.
Lo que Dios ha unido hasta volverse "una sola
carne" el hombre no puede someterlo a sus caprichos ni invocar
arbitrio alguno. El matrimonio no es un consenso, fruto de cambiantes
acuerdos humanos, sino una institución que hunde sus raíces en el
terreno de lo sagrado: la misma voluntad del Creador. No es gracioso
regalo de los parlamentos, logro de los legisladores en las
estratagemas políticas. El pleno señorío a Dios pertenece y es El
quien sale al paso y ofrece el don. Comenta Joachim Gnilka: "El
hombre no separe lo que Dios ha unido" (Mt.19,6) es
comprensible solamente si se puede partir del presupuesto que es Dios
quien une toda pareja de esposos"9.
El don expresado en el consentimiento "personal e
irrevocable", que establece la Alianza del matrimonio, lleva el
sello y la calidad de una donación definitiva y total de uno al otro
(cf. C.E.C, n. 2364).
La donación hasta formar "una sola carne"
es un otorgarse personal, no se ofrecen cosas, que se articula en la
palabra-promesa y se funda en el Señor. Porque es una donación
personal, no entra en juego, en su proyecto original, la dialéctica
de la posesión, del dominio. Por ello no es destrucción de la
persona, sino realización de la misma en la dialéctica del amor, que
no ve en el otro una cosa, un instrumento que se posee, se usa, sino
el misterio de la persona en cuyo rostro se delinean los perfiles de
la imagen de Dios. Sólo una adecuada concepción de la "verdad
del hombre", de la antropología que defiende la dignidad del
hombre y de la mujer, permite superar plenamente la tentación de
tratar al otro como cosa y de interpretar el amor como una empresa de
seducción. No es un amor que degrada, elimina, sino que exalta y
realiza. Solo así se descifra e interpreta esta categoría del don,
que libera del egoísmo, de un amor vacío de contenido, que es
insuficiente e instrumentalización, y que liga la unión simplemente
a un gozo sin responsabilidad, sin continuidad, que es ejercicio de
una libertad que se degrada lejos de la verdad.
Se impone, con toda fuerza la categórica declaración
Conciliar: "El hombre que es en la tierra la sola creatura que
Dios ha querido por sí misma no puede encontrarse plenamente sino a
través del don sincero de Sí mismo" (GS 24). Tiene,
pues, la dignidad de fin, no de instrumento o cosa, y en su calidad de
persona es capaz de darse, no solo de dar.
Los esposos en esa entrega recíproca, en la
dialéctica de una entrega total, "forman una sola carne",
una unidad de personas "communio personarum", desde
su propio ser, en la unidad de cuerpos y espíritus. Se dan con la
energía espiritual y de sus propios cuerpos en la realidad de un amor
en el cual el sexo está al servicio de un lenguaje que expresa esa
entrega. El sexo, como recuerda la Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio, es un instrumento y signo de recíproca donación:
"la sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a
otro, con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es en
efecto algo de puramente biológico sino que afecta al núcleo íntimo
de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con
el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta
la muerte (FC 11).
Es bien difícil abordar toda la riqueza que contiene
la expresión "una sola carne", en el lenguaje bíblico. En
la Carta a las Familias, el Santo Padre profundiza en su
significación a la luz de los valores de la "persona" y del
"don", como lo hará también en relación con el acto
conyugal, que está ya incluido en esta concepción de la Sagrada
Escritura. Así escribe el Papa, quien ofrece, en diferentes escritos,
un cuidadoso análisis, en la Gratissimam sane: "El Concilio
Vaticano II, particularmente atento al problema del hombre y de su
vocación, afirma que la unión conyugal -significada en la expresión
bíblica "una sola carne"-,no puede ser comprendida y
explicada plenamente sino recurriendo a los valores de la
"persona" y del "don". Cada hombre y cada
mujer se realizan en plenitud mediante la entrega sincera de sí
mismo; y, para los esposos, el momento de la unión conyugal
constituye una experiencia particularísima de ello. Es entonces
cuando el hombre y la mujer, en la "verdad" de su
masculinidad y de su feminidad, se convierten en entrega recíproca.
Toda la vida en el matrimonio es un don, pero esto se hace
singularmente evidente cuando los esposos, ofreciéndose
recíprocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los
dos "una sola carne" (Gen. 2,24). Ellos viven
entonces un momento de especial responsabilidad, incluso por la
potencialidad procreativa vinculada con el acto conyugal. En aquel
momento, los esposos pueden convertirse en padre y madre, iniciando el
proceso de una nueva existencia humana que después se de-arrollará
en el seno de la mujer" (Grat. sane, 12)
En esta perspectiva, y comentando el "misterio de
la feminidad", en su Catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo
II, observa (en relación con Génesis 4,1): "El misterio de la
feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la
maternidad, como dice el texto: "la cual concibió y dio a
luz". La mujer está de frente al hombre como madre, sujeto de la
nueva vida humana que en ella es concebida y se desarrolla, y de ella
nace al mundo. Así también se revela en profundidad el misterio de
la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y
paterno de su cuerpo". Y luego subraya: "La paternidad es
uno de los aspectos de la humanidad más sobresalientes en la Sagrada
Escritura"10. Sobre el tema tornaremos al examinar el don del
hijo.
A la luz de la teología de la donación, reflexiona
el Papa sobre el lenguaje del cuerpo y en el conjunto de su
expresividad y significación como don personal de la persona humana.
"Como ministros de un sacramento que se constituye a través del
consentimiento, y se perfecciona a través de la unión conyugal, el
hombre y la mujer son llamados a expresar ese misterioso lenguaje
de sus cuerpos en toda la verdad que le es propia. Por medio de
gestos y de reacciones, por medio de todo el dinamismo,
recíprocamente condicionado, de la tensión y del gozo, a través de
esto habla el hombre, la persona (…). Y, precisamente en el nivel de
este "lenguaje del cuerpo" -que es algo más de la sola
reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las personas,
está puesto bajo la exigencia de la verdad, es decir, a normas
objetivas-, el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a
ellos mismos en el modo más pleno y profundo, en cuanto le es
consentido por la misma dimensión somática de la masculinidad y
feminidad: el hombre y la mujer se expresan ellos mismos en la medida
de toda la verdad de sus personas"11. Esa relación y dimensión
personal, así expresada, en "una sola carne", dice
relación a Dios mismo, en cuanto la pareja, como tal, es imagen de
Dios. "Podemos deducir que el hombre se ha vuelto imagen y
semejanza de Dios, no solamente a través de la propia humanidad, sino
a través de la comunión de las personas"12.
Es esta verdad que enaltece y dignifica lo que debiera
ser transmitido en un contenido digno de tal nombre, en la educación
sexual, que señala la grandeza de la sexualidad, en su dimensión
personal, como un lenguaje de amor: donación aceptación -
compromiso, que no encierra las personas en sí mismas, o en un ciclo
cerrado de goce, sin apertura, sino que se levanta hacia Dios y
adquiere nuevas dimensiones de eternidad, es decir, que no se
circunscribe a actos perecederos que el tiempo borra y quizás sufre
en la memoria el desgaste del tiempo, sino que se eleva hasta la
fuente misma del amor.
Esa expresión en un lenguaje humano, personal, de
totalidad, ¿cómo no ha de marcar la existencia, en un sentido de
profundo compromiso?. De alguna manera, aún después de la muerte de
uno de los cónyuges, algo de esa relación permanece. No entramos ni
de lejos a discutir el derecho que asiste al viudo o a la viuda para
casarse de nuevo. Sin embargo, pensando sobre todo en ciertas
oraciones bien significativas de la Liturgia Oriental, en el caso de
nuevas nupcias, en las que no hay propiamente palabras de encomio,
sino como de permisión, de tolerancia, me parece que se abre una
pista de explicación por el tipo de relación asumida y que no es
propiamente indiferente para la persona que se ha sumergido en la
corriente del don.
Es preciso rescatar el sentido de la entrega,
liberarlo, de una cultura que atenta contra la dignidad del hombre y
de la mujer y que destruye la relación personal de los esposos, como
si el proceso de la entrega no respondiera a resortes profundos de la
personalidad y como si una ciencia, digna de tal nombre, no pudiera
venir en ayuda de la verdad del hombre.
No es el momento de introducirnos en consideraciones
que nuestro Dicasterio ha hecho en el Documento que lleva este
título, como enunciación de su contenido central: "Sexualidad
Humana: Verdad y Significado". Esta perspectiva es también
reconocida fundamentalmente por las conquistas de la razón, por los
logros de una ciencia que se acerca de verdad al ser del hombre. Una
proyección que supera el egoísmo y tiende al otro, es altruista, no
es extraña, v.g., al pensamiento de Freud. Hoy se puede hacer la
denuncia de una tal banalización del sexo que se detiene en estadios
y etapas previas, en donde el egoísmo encierra y aisla, con la
modalidad de una inmadurez que destruye el lenguaje del amor, la
verdad y cobra su víctima en el mismo hombre y en la mujer.
Muchas veces acceden al matrimonio con una
personalidad severamente lesionada por una cultura falseada, que es
como una bomba de tiempo para el mismo matrimonio. El hecho de que el
lenguaje sexual, como comportamiento armónico y articulado, que está
al inicio de la verdad, no debe reducirse a lo meramente biológico,
es, a veces, traducido por escritores de la calidad de Marguerite
Yourcenar en sus "Memorias de Adriano". Permitidme recoger
algunas de sus expresiones que, me parece, ilustrarían la verdad que
el magisterio quiere transmitir. El lenguaje de los gestos, de los
contactos, pasa de la periferia de nuestro universo a su centro y se
vuelve más indispensable que nosotros mismos, y tiene lugar el
prodigio admirable, en el que veo más una asunción de la carne
por el espíritu que un simple juego de la carne, en una especie
de misterio de la dignidad del otro que consiste en ofrecerme
ese punto de apoyo de otro mundo13.
Hay entonces como una intuición, no exclusiva del
universo de la fe, que restituye al sexo su grandeza y lo rescata del
vaciamiento y de un uso instrumental que en la cultura del consumismo
se parece mucho a lo desechable: ¡se usa y se bota!. Es la globalidad
de la persona la que está en juego y sus actos no le son exteriores,
como si pudieran ser atribuibles a otro, en una forma de
"irresponsabilidad" básica e infantil. El hombre que se
siente incapaz o inseguro de responder por sus actos, que asumen el
tono de juegos provocados por un ser somnoliento.
Retornemos a un pensamiento de M. Yourcenar que
transmite bien una impresión ética: "Yo no soy de aquéllos que
dicen que sus acciones no se les parecen. Deben parecerse, porque las
acciones son la sola medida y el único medio de diseñarme en la
memoria de los hombres o en la mía propia… No hay entre yo y los
actos de los que soy hecho, un hiato indefinible, y la prueba, es lo
que yo pruebo sin cesar en la necesidad de pesarlos, de explicarlos,
de dar cuenta de ellos a mi mismo"14.
En el lenguaje sexual se expresa el hombre, de alguna
manera se diseña y se modela, y configura su destino. El don, la
verdad del mismo y su sentido adquieren una estatura y proporción
dignas del hombre. Por eso la Familiaris Consortio subraya este
valor sin el cual el sexo se vacía, pierde su verdad, hasta volverse
caricatura y mueca que lacera y desfigura lo que debe brillar en el
misterio de una carne: "el amor conyugal comporta una totalidad
donde entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y
del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración
del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente
personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no
hacer más que un solo corazón y una sola alma" (FC 13).
El Consentimiento, el don recíproco, -recordábamos
antes- es "personal e irrevocable"; la donación es
"definitiva y total". Su lugar noble, propio, único es el
matrimonio. ¡En éste la donación es verdad!.
Podríamos decir que lo definitivo es una calidad de
la totalidad de la donación. Es la superación de una entrega
parcial, a pedazos, por "cómodas cuotas" que son homenajes
al egoísmo, al amor opacado por la realidad del pecado. Un amor así,
a trozos, pierde hondura, espontaneidad y poesía. Entre los novios es
otra la tonalidad. El amor que se promete o tiene ansias de duración,
de "eternidad" o en el fondo no existe. La entrega es por
toda la vida y sobre todas las circunstancias. Asegura contra lo
provisorio, contra el desgaste, contra la mentira. ¿Qué, decir de
quienes, como un nuevo paso de "pluralismo" y de actitud
complaciente en el campo jurídico, se proponen ensayar legislaciones
de matrimonios ad tempus, de comuniones temporales?.
"Afirmar que el amor es elemento constitutivo del matrimonio es
sostener que de no haber existido aquella mutua entrega irrevocable,
no existiría entre los esposos el "foedus coniugale".
Las leyes, por tanto, de unidad e indisolubilidad no son exigencias
extrínsecas al matrimonio, sino que nacen de su mismo ser. Y así, el
amor constituyente ha de ser amor conyugal, exclusivo e
indisoluble"15.
El matrimonio lleva la garantía de la estabilidad, de
lo permanente, de la perpetuidad. Podríamos decir que el don
recíproco "que liga más fuerte y profundamente que todo lo que
puede ser adquirido al precio que sea" (Grat. sane, n.
11), se expresa en una palabra de compromiso. A. Quilici observa:
"uno no se da verdaderamente sino cuando primero y en verdad da
su palabra. Si no eso se parece a una suerte de violación. El don del
cuerpo no es verdaderamente humano sino en la medida en que cada uno
da su acuerdo, en la medida en que cada uno ha permitido ir más allá
en el diálogo, hasta la última intimidad"16.
Es una palabra expresiva, que permanece y que
compromete profundamente a los esposos, de tal manera que una
donación limitada voluntariamente en el tiempo desdibuja la misma
calidad de un don total. La palabra expresa un sí profundo que surge
de la raíz de un amor que quiere ser fiel a lo largo del tiempo. Así
caracteriza el cardenal Ratzinger ese "Sí": "El
hombre, en su totalidad, incluye la dimensión temporal. Además, el
"sí" de un ser humano supera a la vez este tiempo. En su
integralidad, el "sí" significa: siempre. El constituye el
espacio de la fidelidad … la libertad del "sí" se hace
sentir como una libertad delante de lo definitivo"17. El amor18
no está necesariamente sometido a la degradación del tiempo, como en
las cosas que se desgastan y pierden paulatinamente su energía. No
cae en la órbita de la ley de la entropía. El tiempo puede ayudar al
crecimiento, a madurar delante de Dios, a hacer del amor un compromiso
más serio y hondo. Escuché, en Caná una hermosa promesa y
expresión de unos esposos avanzados en años: "te amo más que
ayer, pero menos que mañana". La alegría de la serenidad, de un
testimonio que recibe el espesor de los años, se descubre en tantos
matrimonios de personas ancianas en las cuales se conservan la
frescura y la ternura afianzadas en el tiempo.
En virtud de la donación total se comprende mejor la
exigencia de la indisolubilidad que libera y protege el amor y que no
es su prisión o empobrecimiento. Es falso aquello de que el
matrimonio es la tumba del amor y que lo definitivo, su
indisolubilidad, robe al amor su espontaneidad y su dinámica. A ello
lleva, sin duda, una cultura de lo perecedero, en la cual la palabra
se vacía y es por tanto liviana hasta la irresponsabilidad. No lleva
el peso de la verdad que no es caprichosa y cambiante como lo hace un
falso amor, que engaña. "La posible ausencia o debilitamiento de
hecho en las manifestaciones del amor conyugal no destruyen las
propiedades y la tendencia natural -si bien las pueden obstaculizar-,
pues unas y otras reclamarán siempre ser vivificadas por el amor
conyugal"19.
La donación total conduce a la exigencia de la
fidelidad. Es una forma concreta de don, que empeña y libera. Un
amor fiel es también y radicalmente indisoluble. Libera del temor de
traicionar y ser traicionado y suministra a la fuente de la vida, la
garantía y la transparencia a la que tienen derecho los hijos.
Antonio Miralles escribe: "también la mutua
donación personal de los cónyuges exige la indisolubilidad del
recíproco vínculo que ellos han establecido con tal donación. Ella
es total y por tanto excluye toda provisoriedad, toda donación
temporal. (…) el vínculo conyugal presenta un carácter definitivo,
en cuanto surge de una donación integral que comprende también la
temporalidad de la persona. El darse con la reserva de poder
desvincular en el futuro, significaría que la donación no es total,
al contrario de aquella que hace nacer un verdadero
matrimonio"20.
Cabe pues decir que la fidelidad, la indisolubilidad,
el carácter definitivo, son esenciales en la calidad del don.
Aquí radica el compromiso, el empeñar del don, empeño que se abre
también y esencialmente al don de la vida y que se vuelve testimonio
público en la Iglesia y en la sociedad. Es luz, llama puesta sobre el
candelero.
Es San Juan Crisóstomo quien comenta hermosamente el
estilo de esta donación en este consejo a la pareja: "Te he
tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida
presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal
manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos
está reservada… pongo tu amor por encima de todo…"21. La
duración, el carácter definitivo de la donación, en virtud de su
totalidad, conduce a la indisolubilidad que es atribuible al
matrimonio natural y que asume una dimensión más honda y expresiva
en el matrimonio cristiano, delante y bajo la mirada del Señor.
Ya el matrimonio natural tenía "una cierta
sacramentalidad", en sentido amplio, como signo preanunciador del
misterio de tal unión esponsal, en la íntima unidad de una sola
carne, inserta (de alguna manera) en el misterio de la Alianza de Dios
con la humanidad, en el lenguaje de la creación, de Dios con su
pueblo (cf. Os., 1-3), de Cristo con la Iglesia22.
"Maridos, amad a vuestras mujeres como el Mesías amó a la
Iglesia y se entregó por ella … Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne, (un solo ser). Este misterio es grande; lo digo en referencia a
Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5, 25. 31-33).
En este texto central de la Carta a los Efesios, en el
versículo 25, el modelo es la entrega de Cristo, en el lenguaje del
sacrificio en el que se expresa el mayor amor, sin límites: ¡amor
crucificado!. Ese "traditit semetipsum", donación
total y radical, que es el modelo, es el misterio fundamental que
abarca la alianza conyugal. El misterio (cf. v. 32), es referido al
proceso que tiene su "tipo", su modelo en Cristo y la
Iglesia. Hay que advertir que al hablar de misterio, grande, (mega),
se refiere el autor a la importancia del mismo, a su fuerza expresiva,
no a la oscuridad. El misterio de la unión esponsal de Cristo y la
Iglesia es reproducido en el matrimonio del hombre y de la mujer23
Estamos en el ámbito sagrado de una donación y una
entrega que adquiere su plena iluminación en Cristo, en su pasión
redentora. Esto es subrayado por el Concilio de Trento en la sesión
XXIV, Denz. 969: "Gratiam vero quae naturalem illum amorem
perficeret, et indissolubilem unitatem confirmaret, coniugesque
sanctificaret: ipse Christus … sua nobis passione promeruit".
Max Zerwick, comentando el texto clave que nos ocupa, escribe:
"Siendo así, el matrimonio humano es algo más que una mera
figura, cuando se realiza entre miembros de Cristo: debe realizar la
unión amorosa de Cristo con su Iglesia. Así pues, el matrimonio no
es meramente figurativo, sino que es una participación real en lo que
Pablo llama el gran misterio"24.
El "tradere se ipsum" de cada uno de
los cónyuges, a semejanza de Cristo, observa Carlo Rocchetta,
"es un acto de naturaleza perpetua … un sacramento
permanente"25.
El consenso de los esposos que se dan y se reciben
mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf. C.E.C., n. 1639).
El vínculo del matrimonio establecido por Dios es irrevocable, de tal
manera que no está en el poder de la Iglesia pronunciarse contra esa
disposición de la sabiduría divina (cf. C.E.C., n. 1640).
Está por desgracia muy difundida la idea de que el Papa y los Obispos
podrían, si superaran el rigorismo, introducir modificaciones y abrir
las puertas a soluciones, al menos en casos excepcionales. Hay que
repetir esta verdad con decisión y amor: eso no está en el poder de
la Iglesia. Por tanto: ¡non possumus!. Y no podría pensarse
que quedara sustraída a la divina sabiduría la situación, así
fuera excepcional, de una pareja. Retorna la sentencia ligada al
proyecto original y ratificado por Cristo: "lo que Dios ha unido
no lo separe el hombre". ¿Cómo, pues, introducir modificaciones
en nombre del Dios fiel a la Alianza que en su misericordia tutela y
preserva el bien del matrimonio?.
Se cree, por otra parte, que la indisolubilidad es una
exigencia ideal, pero irrealizable. ¿Podría Dios cargar con
semejante empeño, con esta carga que por lo irrealizable sería un
peso inclemente e insoportable, a los esposos?. El, el autor del
matrimonio, que sale al paso, al encuentro de los esposos cristianos,
ofrece su gracia, su fuerza para que en la Iglesia doméstica sean
capaces de vivir en la dimensión del Reino.
Es preciso reflexionar, llevados de la mano del Catecismo
de la Iglesia Católica, en toda la riqueza del matrimonio en el
plan de Dios, a lo largo de las consideraciones enmarcadas en el
matrimonio en el orden de la creación, bajo la esclavitud del pecado
y el matrimonio en el Señor. El proyecto original de Dios va en este
sentido: "la vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza
misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del
Creador" (C.E.C., n. 1603). No es, pues, una institución
meramente humana, al arbitrio del hombre. Dios mismo es el autor del
matrimonio (cf. C.E.C., n. 1603).
Lo natural en la comunidad de vida y amor conyugal,
provista de leyes propias, es acoger con alegría y confianza la
voluntad de Dios. Bajo la esclavitud del pecado, el matrimonio es
amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad.
Es un desorden (opuesto al orden original) que "no se
origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza
de sus relaciones, sino en el pecado" (C.E.C, n. 1607). Se
introducen rupturas, distorsiones, relaciones de dominio y
concupiscencia, pero "el orden de la creación subsiste,
aunque gravemente perturbado. Es necesaria la gracia y la misericordia
de Dios para realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios
los creó "al comienzo"" (C.E.C., n. 1608). En
la pedagogía de la antigua ley, "la conciencia moral relativa a
la unidad e indisolubilidad se desarrolló". El Señor
"enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del
hombre y la mujer". "La insistencia en la indisolubilidad
del vínculo matrimonial corresponde al restablecimiento del orden de
la creación perturbado por
el pecado (cf. C.E.C., nn. 1614, 1615). En el
matrimonio en el Señor, los esposos, "siguiendo a Cristo,
renunciando a sí
mismos … podrán comprender el sentido original del
matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo" (C.E.C., n.
1615).
3. EL HIJO: EL DON MAS EXCELENTE
San Agustín enseñaba: "Entre los bienes del
matrimonio ocupa el primer puesto la prole. Es verdaderamente
el mismo Creador del género humano quien en su bondad quiso servirse
de los hombres como ministros para la propagación de la vida…"26
Y la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio señala:
"La misión fundamental de la familia es realizar a lo largo de
la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en las
generaciones la imagen divina de hombre a hombre" (FC 28).
Son dos expresiones que es preciso subrayar: los padres son ministros
y servidores de la vida.
La vida debe surgir en el matrimonio, como el lugar
adecuado, el más excelente, en donde la vida es deseada, amada,
acogida y en donde se realiza todo un proceso de formación integral.
El Concilio Vaticano II expresa: "Por su
naturaleza la institución misma del matrimonio y el amor conyugal
están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con
ellas son coronados como su culminación" (GS 48). En la
forma más expresiva indica que "los hijos son, ciertamente, el
don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de los
mismos padres" (GS 50). Hay que señalar que esta vigorosa
afirmación proviene del deseo personal del Santo Padre Pablo VI, de
que fuera incluida en el texto. El hijo es un don que surge del don
mismo recíproco de los esposos, como expresión y plenitud de su
mutua entrega. Es una maravillosa concatenación de dones que
hermosamente hace resaltar el Catecismo de la Iglesia Católica:
"La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el
amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de
fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos, brota del corazón
mismo de ese amor recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por
eso la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC
30), enseña que "todo acto matrimonial debe quedar abierto a la
transmisión de la vida" (HV 11) (…) el hombre no puede
romper por iniciativa propia, entre los dos significados del amor
conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (C.E.C.,
n. 2366). Y cita el Catecismo nuevamente la Humanae Vitae:
""salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y
procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor
mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre
a la paternidad" (HV 12)" (C.E.C., n. 2369).
Los hijos son un "un bien común de la futura
familia". Las palabras del consentimiento lo expresan: "Para
mostrarlo con evidencia, la Iglesia les pregunta (a los esposos) si
están dispuestos a acoger y educar cristianamente a los hijos que
Dios quiera darles (…) La paternidad y la maternidad representan una
tarea de naturaleza no sólo física sino espiritual" (Grat.
sane, 10). Y más adelante enseña: "cuando los esposos transmiten
la vida a su hijo, un nuevo "tu" humano se inscribe en la
órbita de su "nosotros", una persona que llamaron con
un nombre nuevo…" (Grat. sane, 11).
El Santo Padre ubica esta doctrina en el marco de la
teología del don de la persona, y en la perspectiva del
Concilio, del "don más precioso" (GS 50).
La existencia del hijo es un don, el primer don del
Creador a la creatura: "El proceso de la concepción y del
desarrollo en el seno materno, del parto, del nacimiento, de todo
esto, sirve para crear como un espacio apropiado para que la nueva
creatura pueda manifestarse como un don" (Grat. sane, 11).
Don para los padres y para la sociedad y para los miembros de la
familia. "El niño se hace don de sí mismo a sus hermanos y a
sus padres y a toda la familia. Su vida se vuelve un don para
los mismos autores de la vida" (Ibid).
Es preciso respetar cuanto entraña el sentido del
amor mutuo y verdadero, el significado de la recíproca donación
abierta a la vida. La contracepción opone objetivamente un lenguaje
contradictorio al lenguaje que expresa una donación recíproca y
total. El lenguaje se torna inexpresivo y, por tanto, mentiroso. Un
lenguaje que no es vehículo de la verdad, sino de la mentira, en el
desorden objetivo que la anticoncepción entraña se pone en sentido
contrario al amor (en cierta forma no logra siquiera tutelar el
"significado unitivo" en plenitud). Sólo el amor mutuo y
verdadero que expresa sin recortes la donación total, tiene la fuerza
propia del amor conyugal. Cuando la pareja libre y conscientemente se
deja llevar por otra lógica, y toma la vía sistemática de la
contracepción, ¿no pone una especie de bomba de tiempo a su propia
unión conyugal?
Con particular fuerza y claridad esta verdad es
expresada en la Familiaris Consortio: "Al lenguaje natural
que expresa la recíproca donación total de los esposos, el
anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es
decir, el no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo
de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la
verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en la plenitud
personal" (FC 32) (Texto integralmente recogido por el C.E.C.,
n. 2370).
Un análisis penetrante entre la unión de los esposos
y la procreación de los hijos, viene desarrollada en el libro de S.E.
Mons. Francisco Gil Hellín, El matrimonio y la vida conyugal.
Dice así: "Los significados esenciales del acto conyugal, que
son el unitivo y el procreativo, expresan respectivamente la
esencia y el fin del matrimonio. El amor que lleva a los esposos a la
entrega formando una sola carne cuando se realiza "en la
verdad", "en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a
una nueva vida, a una nueva persona" (Grat. sane, 8).
La vida conyugal comporta una lógica de entrega
sincera al esposo o esposa y a los hijos. "La lógica de entrega
total del uno al otro implica la potencial apertura a la
procreación" (Ibid, 12). La capacidad de esta entrega, o
crece y madura con el ejercicio propio de toda la vida conyugal, o
queda inhibida por el egoísmo, cuyas insidias tratan de amordazar el
dinamismo de la verdad inscrita en la propia entrega. Una de las
principales expresiones de este egoísmo -"egoísmo, no sólo a
nivel individual sino también de pareja" (Ibid, 14)- es
el que ve la procreación no como exigencia de la verdad del amor
conyugal, sino como fruto gratificante y elección voluntarista
añadida al amor. "En el concepto de entrega no está inscrita
solamente la libre iniciativa del sujeto, sino también la dimensión
del deber" (Ibid).
Un amor conyugal que no abraza la dimensión parental
propia de su verdad íntima acaba asemejándose al "llamado amor
libre, tanto más peligroso porque es presentado frecuentemente
como fruto del sentimiento verdadero, mientras de hecho destruye el
amor" (Ibid). Por esto, el rechazo a la apertura a los
hijos contribuye hoy poderosamente a minar y destruir la entrega
conyugal. No se trata, como siempre ha sucedido por la flaqueza
humana, de actos o de períodos en los cuales los cónyuges han sido
débiles para vivir con coherencia las exigencias de su paternidad o
maternidad en circunstancias difíciles o especialmente heróicas.
Hoy día, muchas uniones conyugales labran su propia
destrucción falseando las coordenadas de su entrega. "En el
momento del acto conyugal, el hombre y la mujer están llamados a
ratificar de manera responsable la recíproca entrega que han hecho de
sí mismos con la alianza matrimonial. Ahora bien, la lógica de la
entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la
procreación" (Ibid, 12). Cuando se rechaza la capacidad
del esposo o de la esposa a ser padre o madre, aquella entrega no
respeta las exigencias del amor conyugal. Es por ello que el Papa
afirma que es esencial a una verdadera civilización del amor,
"que el hombre sienta la maternidad de la mujer, su esposa, como
entrega" (Ibid, 16)27.
En las catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo II
habla del "lenguaje de los cuerpos" que en la unión
conyugal expresa la verdad que les es propia. En el lenguaje del
cuerpo el acto conyugal significa no sólo el amor sino también la
potencial fecundidad y por tanto no puede ser privado en su pleno y
adecuado significado. Como no es lícito separar artificialmente el
significado unitivo y el procreativo, (cf. HV 12), "el
acto conyugal privado de su verdad interior, porque privado de
su capacidad procreativa, deja de ser también un acto de amor"28.
El hijo se introduce en la dimensión de la
espiritualidad del matrimonio que se abre a la familia. Cabría aquí
seguir las pistas de una reflexión que va del amor trinitario al amor
conyugal. El matrimonio que crece a imagen de la Trinidad, el
"nosotros" de la familia a imagen del "nosotros"
trinitario, incluye el hijo que surge del amor total y fecundo.
Escribe Carlo Rocchetta: "según la afirmación de I Jn.
4,16, "Dios es amor" (agapè), la suprema plenitud del amor
que dona y acoge; no un "yo" solo, encerrado en sí mismo,
sino un "yo" que vive en sí mismo una existencia de amor
interpersonal, una eterna generación que surge del amor y concluye en
el amor, donde el intercambio de don/acogida entre las dos primeras
personas alcanza su plenitud en el encuentro con la tercera … El
vínculo sobrenatural entre los esposos contiene este valor
trinitario. La gracia sacramental representa el don de la ontología
trinitaria desplegada en el corazón de los esposos como semejanza
dinámica que estructura en profundidad la vida de los esposos y los
hace signos y participación en la comunión tri-personal de
Dios"29.
El hijo o los hijos, el "bien de la prole",
es razón de ser del matrimonio, hay que reiterarlo. Como se sabe para
Doms el sentido del matrimonio y el amor de dos que encuentran su más
profunda expresión, sería la más íntima y preciosa realización en
el acto conyugal, en sí mismo, hecha abstracción de la ordenación
al hijo. La realización de la unidad conyugal justificaría el
instituto matrimonial. En una línea similar se encuentra Krempel30.
El Concilio arroja una amplia luz para mostrar el
sentido pleno del matrimonio y contrarrestar estas u otras posiciones
similares: "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por
su propia naturaleza ("indole sua") a la procreación y
educación de los hijos. Desde luego, los hijos son don excelentísimo
("sunt praestantissimum matrimonii donum") y
contribuyen grandemente al amor de los padres … Por tanto el
auténtico amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que
nace de aquél, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio,
tienden a capacitar a los esposos para cooperar valerosamente con el
amor del Creador y Salvador, quien por medio de ellos aumenta y
enriquece su familia" (GS 50)31.
La Familiaris Consortio afirma categóricamente
que "el cometido fundamental de la familia es el servicio a la
vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del
Creador, transmitiendo en la generación la imagen
divina de hombre a hombre" (FC 28).
En la familia, Santuario de la vida, señala la
Encíclica Evangelium Vitae, "dentro del pueblo de la vida
y para la vida", es decisiva la responsabilidad de la familia,
es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza", y
másadelante subraya: "Por esto el papel de la familia en la
edificación de la cultura de la vida es determinante e
insustituible. Como Iglesia doméstica, la familia está
llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida.
Es una tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a
transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado
de la procreación como acontecimiento privilegiado en el cual se
manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser dado"
(EV 92).
La familia anuncia el Evangelio de la vida mediante la
educación de los hijos (cf. EV, 92), celebra el Evangelio de la
vida con la oración cotidiana, celebración que abarca también la
vida de cada día, y está al servicio por medio de la solidaridad (cf.
EV 93). Todo esto hace parte de una integral pastoral
familiar: "Redescubrir y vivir con alegría su misión en
relación con el Evangelio de la vida" (EV 94).
No puede, pues, ser separada la familia de su
servicio esencial de la vida, con tan clara raigambre conciliar (cf.
GS 50), y confirmada también en el conjunto del magisterio y
en la pastoral de la familia: "El matrimonio y el amor conyugal
están ordenados -séame permitido repetirlo- por su propia
naturaleza a la procreación y educación de los hijos" (GS
50). La relación de la familia con la vida es la más completa,
directa e integral. A la proclamación y defensa de la vida, en un
servicio adecuado, todos están invitados. "Es urgente una
movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético
para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos
juntos debemos construir una cultura de la vida" (EV 95).
Pero, son diversas las formas de aproximación al objeto formal.
"Todos tienen un papel importante que desempeñar". Alude el
Papa a la misión de profesores y educadores, de los intelectuales, de
los medios de comunicación. Indica el Santo Padre la creación de la
Academia Pontificia para la Vida, con sus peculiares funciones (cf. EV
98)32.
A esta perspectiva de la unión estrechísima entre
familia y vida, ha obedecido, sin duda, la creación del Pontificio
Consejo para la Familia, en la intuición del Santo Padre Juan Pablo
II, quien lo erigió el 13 de mayo de 1981 no sólo en relación con
la institución familiar, sino con la misión especial, como
Dicasterio de la Santa Sede, indicada en el art. 141, 3 de la
Constitución Apostólica sobre la Curia Romana Pastor Bonus:
"Se esfuerza [el Pontificio Consejo para la Familia], para que
sean reconocidos y defendidos los derechos de la familia, también en
la vida social y política; sostiene y coordina las iniciativas
para la tutela de la vida humana desde su concepción y en favor de la
procreación responsable".
De la integralidad del servicio a la vida, de la
familia y desde la familia, suministra una sólida base doctrinal y
pastoral la Carta del Santo Padre a las Familias, Gratissimam sane.
Recordemos algunos aspectos más sobresalientes. En el número nueve,
dedicado a la genealogía de la persona, escribe: "La familia
está ligada a la genealogía de todo hombre: la genealogía de la
persona. La paternidad y la maternidad humanas hunden sus raíces en
la biología y al mismo tiempo la superan". Se ubica, pues, en
referencia a Dios: "Dios está presente según un modo diferente
en relación con toda otra generación"sobre la
tierra"" (Ibid).
El carácter de don que es el hijo, así sea una forma
lacónica, es referido en el texto bíblico: Adán conoció Eva, su
mujer, la cual concibió y dió a luz a Caín, y dijo: "He
adquirido un hombre del Señor" (Gen. 4,1). Es como una
ganancia, no obstante el hijo que concretamente concibe, que será
asesino de su hermano. ¡Es una gozosa exclamación por un nuevo
hombre!. En el Nuevo Testamento, el nacimiento de un hombre, que un
ser humano ha venido al mundo" (Jn 16,21), constituye un signo
Pascual, como el Papa lo recuerda, al contraponer, hablando a sus
discípulos antes de su pasión y muerte, la tristeza de los
discípulos semejante a los dolores de parto, los cuales se tornan en
la alegría de dar a luz un hombre que viene al mundo (gozo y alegría
de frente a la vida que surge y que, por el contrario, en la cultura
de la muerte, en la desconfianza creciente que de tal cultura emana el
mundo de hoy, con sociedades enfermas, corre el riesgo de ser
experimentados cada vez menos). La alegría que en la espera y la
acogida del nuevo hijo debe llenar de alegría los hogares se vuelve
un proceso gris, a veces indeseado, como si el canto de los ángeles y
de los pastores en Belén no tuviera su eco en cada hogar, con toda la
humana "pobreza", como heridas producidas a la humanidad,
que tal actitud comporta y que contrasta con la de aquellos que en
cambio quieren el hijo a todo precio! Contraste que sin embargo, no
debe conducir a que el don del hijo sea interpretado como un
"derecho" que puede ser invocado incluso con el recurso a
actos reñidos con la moral, en última instancia, porque no expresan
de verdad la donación, en el acto conyugal personal.
Normalmente el hijo concebido, y su nacimiento más
que aparecer como un empeño que pesa, no obstante la responsabilidad
y sacrificio que conlleva, es, de parte del nuevo ser, una invitación
a la fiesta. ¡Hay alegría pascual!. Es la verdad de la expresión de
San Ireneo: "Gloria Dei vivens homo". Esta atmósfera
en nada reduce la fuerza del compromiso que el don del hijo encarna,
como una grande, dignificante e ineludible responsabilidad (cf.
Grat. sane, 12).
En el cumplimiento gozoso de esa responsabilidad, de
la capacidad de responder, en primer lugar a Dios, se juega la propia
coherencia y por tanto su felicidad. En el sacramento de la
reconciliación el ejercicio ministerial de la Iglesia que absuelve y
perdona a los hombres de sus pecados es concorde con su misión
profética de anunciar la verdad. Cuando el Evangelio es proclamado y
viene acogido en el corazón, fructifica en el dolor saludable que
prepara para recibir el perdón. Sólo una conmiseración que no nace
del amor cristiano puede inducir a desenfocar la verdad que quizá
hiere, pero es herida saludable que salva, y a paliar las exigencias
morales derivantes de la revelación.
Tal actitud ciertamente no llevará a los creyentes al
sufrimiento ante las propias obras desordenadas, pero tampoco les
conducirá a la alegría del perdón con el que Dios les acoge como a
hijos que vuelven a la casa paterna. Estas son las características
que han guiado la redacción del Vademecum para los confesores,
preparado por el Pontificio Consejo para la Familia. En él se
presenta la actitud con la que los ministros deben siempre acoger y
ejercer este sacramento, llena de comprensión y de misericordia, y a
la vez la claridad, verdad y competencia doctrinal con la que deben
formar e instruir a quienes puedan estar desorientados o en error.
Es un prejuicio y un error difundido querer oponer la
verdad y la misericordia. Una "misericordia" sin verdad
sería una caricatura de lo que el Señor confía como misión a la
Iglesia. La Iglesia no puede en nombre de la "comprensión"
(mal entendida), por así decirlo, "cerrar un ojo", pasar
sin ver, sin denunciar, precisamente como exigencia de verdadera
reconciliación, reencuentro con el Señor en la verdad y en el
perdón.
El regalo que es el hijo para la familia que centra su
atención en él y sigue de corazón todo el proceso, desde la
concepción, el nacimiento, la educación, con ternura y sentido de
reconocimiento, con capacidad de maravillarse, de sorprenderse, de
descubrir en los diversos momentos el afirmarse de un nuevo ser, exige
una pedagogía para que la rutina no devore lo hermoso y gratificante
de la misión de los esposos y la "carga" no recorte la
intensidad legítima de la plenitud, de la alegría. Un conocido
moralista pone en labios del niño estas palabras que gustoso
transcribo: "No temáis acogerme, de asumir mi vida como una
tarea!. Esto no será para nosotros una tarea pesada; más aún será
una tarea tan leve incluso hasta lograr aliviar, (hacer menos pesado)
vuestra vida oprimida. Yo no soy un patrón despótico (…). Seré
capaz de un reconocimiento tal de convertirme para vosotros en una
recompensa más grande que vuestras fatigas"33.
Es el Señor quien nos enseña con la palabra y con
los gestos: toma un niño, lo pone en medio de El y los discípulos y
dice: "quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a mí me
acoge, y quien a mí no me acoge, no me acoge a mí sino al Padre que
me ha enviado" (Mc 9,36-37). El signo de la acogida ya
lleva el mensaje del don ofrecido y en la acogida remite al Dador de
todo bien. Los hijos son ante todo una bendición, un mensaje
transmitido en la espontanea ternura que especialmente en el hogar
suscita, y antes que sean vistos como una carga, son portadores de la
"Buena nueva" que en ellos se proclama y despunta. Diríamos
que el Evangelio de la familia y el Evangelio de la vida que resuenan
en la Iglesia Doméstica, Santuario de la vida, son el lugar desde el
cual el hijo mismo proclama su dignidad. "Dios lo ha llamado
"por él mismo", y, cuando viene al mundo, el hombre
comienza en la familia, su "grande aventura", la aventura de
la vida. "Este hombre", en todo caso, tiene el derecho de
afirmarse él mismo en razón de su dignidad humana. Es precisamente
esta dignidad la que debe determinar el lugar de la persona en medio
de los hombres, y ante todo, en la familia" (Grat. sane,
11).
Este, "ante todo, en la familia", que
meramente nos remite a la inseparabilidad entre familia y vida,
soporta la verdadera alegría que palpita en cada vida nueva con
tonalidad original.
"El Evangelio del amor de Dios al hombre, el
Evangelio
de la dignidad de la persona, y el Evangelio de la
vida son un único e indivisible Evangelio" (EV 2). En la
familia este Evangelio se vive como una aventura que sorprende y
suscita la capacidad de maravillarse, conservando, como María, todo
en su corazón. El misterio de Belén y Nazaret es portador de una
verdad antropológica, de la vida como un don, en la dignidad que el
amor de Dios sostiene y alimenta: "El hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, en cierto modo, a todo hombre" (GS
22).
Bien ha podido expresar Hans Urs Von Balthasar: "…
En todas las culturas no cristianas el niño tiene una importancia tan
sólo marginal, porque es simplemente un estadio que precede al hombre
adulto. Se necesita la encarnación de Cristo para que podamos ver no
solamente la importancia antropológica, sino también aquella
teológica y eterna del nacer, la bienaventuranza definitiva del ser a
partir de un seno que genera y da a luz"34.
Hay algunos que llegan a presentar la hipótesis de
que "el sentimiento de la infancia" surgió apenas en la
mitad del siglo XVI (Es la posición de Philippe Ariés). Campanini
comenta: "más allá de la verificabilidad o no de la hipótesis
de partida de Ariés … no hay duda de que se dió en occidente una
larga estación en la cual el niño ha estado en la periferia, y una
más breve, pero igualmente rica y significativa fase (que abraza
cerca de los tres últimos siglos de la historia de occidente) en la
cual el niño ha sido puesto al centro de la familia y, de alguna
manera, al interior de la vida social. Ha sido la estación del "puericentrismo",
que quizás se está consumando bajo nuestros ojos por efecto de un
desarrollo tecnológico siempre más avanzado dentro del cual no
parece que haya puesto para el niño"35. El profundo sociólogo
de la universidad de Parma, en la peculiar claridad y síntesis en sus
observaciones, manifiesta su preocupación de que la técnica borre
las relaciones personales y que, a la postre, cuenta más la tecla que
se oprime en la que llama "Sociedad digitálica" que el
acercamiento a las personas, la aproximación al niño.
En la educación se estima más la inteligencia,
(diría yo un tipo de inteligencia) que la entera personalidad: El
encuentro con el "bottone", (la tecla del computador o de
los juegos electrónicos) toma el puesto de las personas. El fenómeno
que Campanini caracteriza como "pérdida del centro",
acarrea la pérdida de los puntos de referencia respecto de valores
fundamentales, sobre todo éticos y religiosos, mientras surge otro
cuadro de "valores". El computador puede ser un campo
abierto a la fantasía, a una fantasía programada y "pre-codificada",
pero el niño está en medio a un mundo en donde su "mundo
vital" se reduce. Se erosionan estructuras fundamentales de
mediación. La principal de ellas, la familia, en la cual en la
sociedad del pasado se adquirían la mayor parte de los conocimientos.
La misma escuela abre más y más espacio a la
"información" por la máquina. ¿Podrán dejar de ser la
familia y la escuela núcleos de protección?36. Sobre el tema de las
mediaciones sociales y familia retornaremos más adelante para dar
curso, ya en referencia al conjunto social, a las preocupaciones de
Pierpaolo Donati.
Impresiona ver cómo se pierde un terreno en el cual
se daban pasos promisorios para el reconocimiento del niño en su
puesto central, no periférico o marginal. El niño es un ser
amenazado, ya desde el vientre de la madre, que los parlamentos
convierten en el lugar de la más injusta de las sentencias de
muerte!. Mientras se dan pasos firmes en la Convención de los
Derechos del niño de las Naciones Unidas (sin entrar a considerar
ahora las relaciones y oscilaciones en algunas partes, justamente
sometidas al tratamiento de las "reservas" por la
Delegación de la Santa Sede), y la Iglesia se bate para que haya
códigos de protección del niño, proliferan los atentados, de toda
índole, y no se ve que haya siempre la debida coherencia entre lo que
se suscribe y promete y la conducta concreta. Hay un abismo de
separación entre la Convención de Naciones Unidas y ciertas
recomendaciones del Parlamento Europeo… Es bien tímida todavía la
actitud frente a escándalos que golpean y sacuden saludablemente la
conciencia de los pueblos, aunque a tales situaciones haya conducido
una difusa permisividad. ¡Son los niños las principales víctimas!.
Esa actitud puede representar un camino de retorno después de la
postración.
En la línea de la Familiaris Consortio, n. 26,
sobre los derechos del Niño, el Pontificio Consejo para la Familia ha
venido desplegando, con medios bien limitados, una movilización de
conciencias, especialmente, en cuanto a la "autoridad" del
niño en la familia y en la sociedad. Ya el Santo Padre había
expresado en la Audiencia general de las Naciones Unidas, el 2 de
octubre de 1979: "la solicitud por el niño, incluso antes de su
nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a
continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la
verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el
hombre" (FC 26). El "test" que atestigua acerca
del estado de salud de la familia y la sociedad es el cuidado amoroso
de los niños. Me asalta la duda de si la excesiva preocupación de
los esposos por "sus" problemas (como si el hijo pudiera
quedar al margen) y por la búsqueda de una felicidad que se torna
esquiva e inaccesible, lejos de los puntos de referencia que han de
regular toda vida y más de quienes deciden compartirla, relega a un
segundo término las situaciones del hijo. ¿No es el divorcio una
prueba apabullante, en la que el hijo sufre el desamparo
"afectivo"?
La preocupación del hijo imprime, en un proceso
normal, un nuevo sentido de responsabilidad y no puede la pareja
resolver "sus problemas" en desventaja, y en daño de quien
se vuelve testigo de la calidad de su amor y de los quilates de la
personalidad de quienes le dieron la vida37. El niño puede volverse
también una víctima que reclama sus derechos, aunque lo haga en el
silencio.
Crece la preocupación sobre los costos sociales y
destrucción de sus derechos, pero no se ve cómo darle cauce en una
sociedad que padece un letargo pesado. Contemplando el niño como
don, en la trasparencia de una inocencia que invita a
volverse a él con un amor privilegiado, comprometido y tierno, es
más penoso el contraste de su negación, de hecho!. Diríamos que
junto al portal de Belén son más sombríos los rasgos de los
propósitos de Herodes, como lo son los de las masacres físicas y
morales, que cobran víctimas las más inermes.
M. Zundel ofrece un hermoso texto que sirve también
para ver el horroroso contraste: "¿quién no se ha sentido como
transportado en oración delante del espectáculo maravilloso de un
niño que duerme?. Las posibilidades innumerables que él encierra
tienen la pureza original del don"38. ¡Y pensar en las terribles
matanzas en curso!. Visité una Parroquia en Ruanda: durante el
genocido (que con otras modalidades no termina) fueron asesinados en
el templo e inmediaciones 6000 mujeres y niños. La humanidad prosigue
en su "autogenocidio", con el alud de abortos que sepulta su
mismo futuro!.
Si es verdad aquello que dice Platón, según el cual
"la educación de los niños, la Paideia, es el principio de que
se vale toda comunidad humana para conservarse a sí misma",
observa un periodista, hemos de decir que las comunidades que, en
lugar de educar a los hijos, los usan para el sexo, para la guerra, el
mercado, la publicidad, han decidido ya su extinción y bien que lo
saben.
Ser hijo, por otra parte, exige una manera de
vivir, un comportamiento: el hijo, se enorgullece de su padre y se
manifiesta en el gesto de ponerse en sus manos, como acto que expresa
la suprema confianza en que el padre reajustará todo lo que es
erróneo y desordenado. Se reconoce como hijo cuando dialoga con su
padre y lo invoca en la confiada apelación como Abba!. Es la
relación de Jesús con su Padre, que va desde la infancia hasta la
muerte, hasta el último grito del Hijo del Padre abandonado sobre la
cruz. Jesús entra en una especial relación, en el marco familiar,
con su madre, de cuyo seno proviene. "Bendito el fruto de tu
vientre". Es una relación que va mucho más allá de los
límites biológicos, y que alcanza las dimensiones insospechadas de
un diálogo que fructifica en la obediencia pronta, tierna, decidida a
cumplir la voluntad de Dios. Una mujer levantó la voz en medio de la
multitud: "Bienaventurado el vientre que te portó y los senos
que te amamantaron!". Pero Él dijo: "Bienaventurados más
bien aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc.
11,27-28). Es un aforismo corriente que el Tangum Yeronshami recogió
parafraseando la bendición de Juda sobre José. Jesús no contradice
esta Bienaventuranza, que bien sabe merece plenamente su madre, sino
que enuncia una bienaventuranza superior39.
Los hijos, que son un don de Dios (salmo 126, 3)
tienen la responsabilidad de configurarse como don a los padres,
obedientes a la voluntad de Dios, confiando en ellos, en la misma
corriente que lleva hasta Dios. Jesús "vivía sujeto a
ellos" (Lc. 2,51) y vive en la más perfecta armonía con
el mandamiento; "Honra a tu padre y a tu madre, para que se
prolonguen sus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a
dar" (Ex. 20,12; Dt. 5, 16). "La familia
cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la
comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo" (C.E.C.,
n. 2205).
El hijo es un don que fortalece notablemente el
vínculo matrimonial y sirve de cemento a la comprensión de los
esposos que miran juntos a su proyecto común, que los hace salir de
ellos mismos para encontrarse en su futuro: La vida nueva que de
ellos, aliados al Dios Creador, ha surgido. Proyectados hacia el hijo,
construyen su futuro. En cierto modo, ellos que son los primeros
evangelizadores de sus hijos, son también por ellos evangelizados. El
cuidado de los hijos se traduce en confianza, como actitud humana
fundamental. Escribe Giuseppe Angelini: "Es conocido de todos …
el grandísimo valor que los hijos acuerdan a la comprensión
recíproca ("intesa") entre los progenitores. Más aún que
ese grandísimo valor, es necesario hablar de una incapacidad radical
de los hijos pequeños a imaginar su vida y el mundo entero sin esa
"intesa"… También los hijos muestran ser una bendición
… una iluminación del sentido de conjunto de la vida"40. Es
una exigencia para recibir el don de los hijos que compromete, saberse
empeñar: "La verdad en el acto generativo exige que, desde el
comienzo, el hombre y la mujer se prometen ellos mismos a aquel que
debe venir…"41.
Todos estos aspectos, que nos hemos limitado a
enunciar y que merecen ser profundizados en una teología de los
valores de la "persona y del don", que alcanzan tan altos
grados de grandeza para el creyente, no eran propiamente desconocidos
por la sabiduría, en la cultura secular. Oigamos a Aristóteles:
"Los progenitores aman en efecto los hijos, porque los consideran
una parte que de ellos deriva … Los progenitores aman a los hijos
como a ellos mismos, ya que los hijos de ellos nacidos son como ellos
mismos … y los hijos aman a sus padres porque de ellos han tenido su
origen … En fin, los hijos son estimados un vínculo y por esto los
cónyuges sin hijos se separan más rápidamente; los hijos son un
bien común para ambos y lo que es común mantiene unido"42.
Las relaciones en la familia observa Giorgio Campanini,
a la luz del Evangelio adquieren otras dimensiones: "Honra el
padre y la madre" (Deut. 15,4) puede llevar a formas
variadas de sumisión de los hijos; según diversos contextos el
cuidado de los hijos no era siempre desinteresado. "El Evangelio
introduce en el ámbito de las relaciones entre padres e hijos la
nueva categoría del "servicio", que no excluye sino que
supera definitivamente aquella de la "autoridad" (Mt.20,26),
cambiando la tradicional relación de sumisión". Diríamos tal
vez que es enriquecida la concepción y enfoque de una autoridad
puesta al servicio del crecimiento de los hijos. Y es esta, me parece,
la perspectiva del autor al recordar: "Entender el ejercicio de
la autoridad como realización de un servicio implica que aquel que
está en alto haga de quien está abajo el centro de sus
preocupaciones"43. Es una subordinación transitoria, en el
Señor, que realiza y lleva a madurar. Nuevamente, el amor busca el
bien del otro, no su dominio. El amor de los padres no debe ser
"posesivo", pues le roba oxígeno a los hijos e impide su
crecimiento. En tal sentido, la autoridad familiar es
"ex-céntrica" en cuanto tiene fuera de ella su centro.
El hijo, centro de las preocupaciones, hace que los
padres se inclinen a ese bien común en el que se encuentran en
personal convergencia, como profunda urgencia vital, existencial, una
forma característica de propósito común que desde su íntima
comunión se realza hacia el fruto de su amor, fruto bendito en el
doble carácter de "servicio" ya "promisorio".
Proyecto y propósito común que va desde la procreación hasta la
educación consolidada.
En el pensamiento de Santo Tomás, como en un útero
integral, "el tipo de relación de "sumisión"
evangélica, (para no olvidar el "les estaba sujeto" o
"les era sumiso") se torna en valor ejemplar para la misma
sociedad y para el ejercicio de la autoridad. Así puede ser propuesta
como tipo de toda forma de autoridad ejercitada en el espíritu del
Evangelio"44.
El Catecismo de la Iglesia Católica observa,
dentro de esta perspectiva: " … La estabilidad y la vida de
relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la
libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la
sociedad" (C.E.C., n. 2207).
El compromiso de la educación de los hijos pone en
tal perspectiva la autoridad, superando la tendencia instintiva a
transferir o moldear en los hijos la propia personalidad y las propias
expectativas, y requiere que haya un real empeño de educación en la
fe (cf. GS 48).
4. LA FAMILIA, DON PARA LA SOCIEDAD
"La familia "célula original de la vida
social", es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son
llamados al don de sí mismos en el amor… la vida familiar es
fundamento de la sociedad e iniciación en la misma" (C.E.C.,
n. 2207).
En esta necesaria dimensión no debo extenderme, ya
que ha sido tratado en otros momentos y reflexiones. Me limitaré tan
sólo a algunas consideraciones de carácter general.
Ya el Concilio subrayaba, al comienzo mismo del
capítulo "Dignidad del matrimonio y la familia": "El
bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligado a una favorable situación de la comunidad
conyugal y familiar" (GS 47). Y más adelante, con
términos no menos expresivos, declara: "Pues es el mismo Dios el
autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios,
todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género
humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su
suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la
misma familia y de toda la sociedad humana" (GS 48).
La familia es un don para la sociedad y exige de ésta
un adecuado reconocimiento y apoyo, lo mismo que para los hogares
asumir su misión política.
La exhortación apostólica Familiaris Consortio,
dedica el capítulo III, de la tercera parte, a la "participación
en el desarrollo de la sociedad" (nn. 42 - 48), pues la
familia "célula primaria y vital de la sociedad", (A.A.,
11), posee vínculos vitales y orgánicos, porque constituye su
fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la
vida … Lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás
familias y a la sociedad, asumiendo su función social" (FC
42).
No son fáciles y trasparentes las relaciones entre la
familia y la sociedad, en la mediación del Estado. Y esto por varios
aspectos. El Estado invade campos que antes estaban reservados a la
familia. Y mientras la democracia despliega la bandera del respeto y
de la participación, la familia se ve cada vez más confinada a un
espacio reducido, en donde difícilmente respira y se siente acosada y
hostigada. El poder del Estado se vuelve omnipotente. De alguna manera
el movimiento de privatización, en el reducto de la intimidad, que
bien puede representar una forma de huida, y de refugio, respecto de
los compromisos que la familia tiene con la sociedad. Pierpaolo Donati
indica: "La familia se vuelve, en un punto de vista "psicologístico",
una forma de particular convivencia, de comunicación privatizada y
"subjetivizada", de pura manifestación de intimidad y
afecto, que no incide -y no debe incidir- en modo significativo, si no
por otras razones de retraso social y cultural"45.
Es este un fenómeno complejo que aborda en una de sus
dimensiones Paul Moreau, siguiendo de cerca a F. Chirpaz: en el mundo
de "afuera" hay que producir y luchar para vivir. Es el
mundo de la competencia económica y de los conflictos políticos. En
cambio -es la puntualización de Chirpaz-, "el mundo familiar
puede aparecer, por contrapartida, y en oposición al mundo público,
el lugar de lo privado, el de la relación humana verdadera"46.
La intimidad como refugio ante la sociedad amenazante, o ante el mismo
Estado hostil, ante un mundo público que genera pena, sería el lugar
de la autenticidad de la verdad y de la paz. Curiosamente la ciudad
atrae, pero a la vez produce desafección, molestias y alimenta y
nutre el sueño virgiliano del campo frente a la ciudad insoportable,
agresiva y desorganizada. Esa concepción de la privatización que
sustrae a la familia de su función de cara a la sociedad, puede
enmascararse con toda clase de razones y comportar actitudes
individualistas, egoístas de despreocupación. Es la oportuna
denuncia de Moreau: "Huyendo de este mundo, en la deserción de
las gentes honestas como yo, lo abandono a gentes sin fe ni
ley"47. Es objetivamente un acto de irresponsabilidad en donde se
deserta de la "politeia": "… Huir del peligro no es
afrontarlo y quien se contenta con huir del mundo público, (démissioner
de sa qualitè de citoyen) (es renuncia intolerable) llega a ser
objetivamente cómplice de la degradación que afecta al mundo
público"48.
Exilarse en el refugio de lo privado y no oponerse, es
una tentación que facilita la ambición de nuevo dominio del Estado,
que termina no sólo por no reconocer en la familia algo
"soberano", anterior al mismo Estado, sino por confinarla a
la impotencia de un reducto sin fuerza.
Es la legítima preocupación de Campanini: "La
moral familiar no tiene como exclusivo ámbito de ejercicio las
paredes domésticas … Existe, de parte de la familia, el preciso
deber de concurrir a la humanización de la humanidad y a la
promoción del hombre. Precisamente porque es, en cuanto estructura,
punto de encuentro entre lo público y lo privado, la familia no puede
aislarse en su propia intimidad (que, entendida como privatización,
sería falseada y deformada), sino que está llamada a hacerse cargo
de los problemas de la sociedad que la circundan … Sobre todo, la
instauración de esta relación aparece -en las sociedades
industriales avanzadas- caracterizadas por una fuerte incidencia de la
esfera pública en la vida familiar - condición casi que necesaria
para el mismo correcto cumplimiento de la misión educativa"49.
El Santo Padre Juan Pablo II subraya la importancia de
la familia, la cual es preciso sea reconocida como "sociedad
primordial y, en cierto sentido, soberana". Este
concepto, bien interesante, es explicado por el Papa en la Carta a las
Familias, Gratissimam sane, con sus contornos precisos y sus
matices, tratando de la familia y la sociedad (cf. Grat. Sane,
17).
La familia es una sociedad soberana, reconocida en su identidad
de sujeto social. Es una soberanía específica y espiritual
, como realidad sólidamente arraigada, aunque sea condicionada por
diversos puntos de vista. Los derechos de la familia,
estrechamente ligados a los derechos del hombre, han de ser
reconocidos, en su calidad de sujeto, que realiza el diseño de Dios,
y exige derechos particulares y específicos, consignados en la Carta
de los Derechos de la Familia. Recuerda el Papa su raigambre en los
pueblos, en su cultura (aquí inscribe el concepto de
"nación" y sus relaciones con el Estado que reviste una
estructura menos "familiar" como estructurada políticamente
y más "burocrática"), pero que tiene como "un
alma" en la medida en que responde a su naturaleza de comunidad
política. Es aquí precisamente donde se ubica, en la relación de la
familia con el "alma" del Estado, el principio de
subsidiaridad, en el cuadro de la Doctrina Social de la Iglesia.
El Estado no debe ocupar el puesto y la misión que la familia tiene,
hiriendo su autonomía. Es categórica la posición de la Iglesia,
fundada en una experiencia que no le puede ser negada: "una
intervención excesiva del Estado se mostraría no sólo irrespetuosa
sino nociva … La intervención se justifica, dentro de los límites
del mencionado principio, cuando ella no es suficiente para atender lo
que le corresponde" (Grat. Sane, 17).
La familia, bien necesario para la sociedad, cuando no
es respetada, ayudada, sino obstaculizada, deja un vacío inmenso,
desastroso para los pueblos (vg. El divorcio, la nivelación del
matrimonio, "la mera unión que puede ser confirmada como
matrimonio en la sociedad, la permisividad, etc.). Concluye el Papa:
"La familia se sitúa en el centro de todos los problemas y de
todas las tareas: relegarla a un papel subalterno y secundario …
significa causar un gran daño al crecimiento auténtico del cuerpo
social" (Grat. Sane, 17).
Como aplicación del principio de subsidiaridad en el
campo educativo, hay que acordar que la Iglesia no puede delegar del
todo esta misión!.
Debo contentarme aquí con la simple enunciación del
problema de las mediaciones sociales, que van desalojando la familia
de campos en los cuales su presencia era beneficiosa y requerida.
Pierpaolo Donati reflexiona sobre "las nuevas
mediaciones familiares", tras de proponer esta pregunta:
"¿La familia no media más en lo social?". En algunos
campos la familia es tratada como un "residuo" llamado en
causa sólo en casos problemáticos. Se difunde la sensación de que
la familia desaparezca de la escena política. Hasta se llega a
calificar de "supervivencias" el empeño matrimonial, la
valorización de la estabilidad50. Sin embargo, Pierpaolo Donati
advierte con razón: "De hecho, ninguna investigación en el
campo confirma hoy la irrelevancia de la pertenencia familiar en las
esferas no familiares … Si por algunos aspectos y en algunos
ámbitos, las mediaciones familiares disminuyen o se han perdido, por
otros aspectos y en otros ámbitos, las mediaciones aumentan y surgen
otras nuevas. En el conjunto, la importancia de la familia en las
esferas no familiares … no solamente continúa, sino que crece sea
en los comportamientos de hecho, sea en las exigencias de
legitimación cultural y también política"51. Hay más bien una
configuración del todo nueva. Si la familia no define el estado
social (y puede ser algo positivo), hay otras formas de mediación
imprevista.
Hoy se entiende que el hijo no es un átomo aislado, o
una mónada en el esquema de Leibnitz, una isla, una molécula que
fluctúa en el vacío. Resurge la preocupación por los derechos de
los niños. Se busca el derecho a la identidad biológica del hijo,
como también las raíces culturales, étnicas e históricas. Observa
Donati: "En el pasado era la sociedad la que imponía a la
familia las mediaciones que ésta debía ejercitar; hoy, es el
individuo el que goza del derecho de valerse de las mediaciones, de
hacerlas emerger y de valorizarlas"52. Observa además: "Las
más diversas investigaciones ponen en evidencia que la familia media,
en modo diverso del pasado, una cantidad de relaciones y de posiciones
sociales, que lejos de ser menos importantes de un tiempo, son incluso
más decisivas para el destino social y la calidad de vida"53.
Reconoce este sociólogo campos en donde el
desconocimiento se extiende en forma alarmante, especialmente en el
campo político, que debiera tener el mayor interés, a no ser en
circunstancias en que no pueden ocultarse efectos y reacciones
negativas54. Es acentuada la separación en el campo educativo55.
Hay nuevas formas de mediación que proceden de un
descubrimiento más hondo de la familia, como sujeto y esto
particularmente en el campo de una visión humanizadora,
personalizadora, por ejemplo en todo lo que la familia representa
necesariamente para el crecimiento armónico del hijo: la mediación
del amor en el hogar, o el calor humano en el acompañamiento del
anciano y su rico aporte de experiencia en la familia concebida en
forma más amplia, en cuanto a la solidaridad entre las
generaciones56. La "subjetividad" de la familia cuenta en
gran medida para la formación de la identidad personal del niño,
el cual necesita de un ambiente de familia, como un derecho
fundamental57.
Así las cosas, cabe decir que si se olvida, por
algunos aspectos la familia como bien social, surge el valor de la
familia, por otros, como un nuevo bien58.
Todo esto que viene a subrayar aspectos medulares de
la mediación de la familia, quizás puede liberar a la institución
familiar de otras mediaciones accidentales que el tiempo revela como
prescindibles, sin que se afecte ni el núcleo familiar, ni el tejido
social. Puede ser la familia transmisora de unos valores, o centro de
mediación que resulten más decisivos para la calidad de la vida
social y para la ética pública. Coincide esta perspectiva con lo que
señala la Carta de los derechos de la Familia: "La familia
constituye, más que una unidad jurídica, y económica, una comunidad
de amor y solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión
de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos,
esenciales para el desenvolvimiento y bienestar de sus propios
miembros y de la sociedad"59.
Se configura en las nuevas mediaciones una nueva
ciudadanía de la familia60. En tal sentido la incorporación en la
sociedad no se haría desde la familia a la que se pertenece, (como en
el pasado), como una especie de pasaporte o carta de crédito, a
partir de los "apellidos". Esta etapa, en principio parece
superada y si fuera así, sería algo positivo. En cambio, la
incorporación se haría desde la identidad, la armonía del
desarrollo de la personalidad adquiridas sobre todo en la familia. No
se daría aquello de que hay quienes descansan "mientras sus
apellidos trabajan", sino por la calidad adquirida y lograda de
la calidad personal, de su capacidad, de su integridad. Es a esto a lo
que apunta que la familia es la primera escuela de virtudes. En una
nueva ciudadanía ocupa lugar destacado el conjunto de nuevas
relaciones en que la mujer sea ampliamente valorizada con sus derechos
y deberes y no como "sometida" a una dependencia masculina
que con razón temen algunos movimientos feministas, (no en la
versión radical). Es este un sector en el cual se expresa algo más
amplio, como es el respeto de los derechos fundamentales de la persona
humana, que en referencia con la familia no se limita al
reconocimiento de menos derechos individuales61.
En términos de mediación para los valores de
auténtica humanidad en y desde la familia, hoy se habla de los altos
costos sociales del no reconocimiento debido a la institución
familiar. Desde la sociología, Donati pone así el dedo en la llaga:
"Se puede observar que de hecho, una cantidad creciente de
problemas sociales nacen de la falta de reconocimiento y de apoyo de
las funciones de mediación social de la familia. Lo testimonian el
aumento de desagrado, de malestar, de las enfermedades mentales, de
drogadicción, de suicidios y tentativos de suicidio en los jóvenes,
del mismo modo en que es indicativa de carencias familiares la
persistencia de la dispersión en la escuela…"62.
La sociedad moderna -observa el mismo autor- ha
intentado eliminar toda mediación entre el individuo y la sociedad.
Buscó la autorealización del "puro individuo", en una
"sociedad abierta", hecha de meros individuos. Lo que ha
obtenido es perder el individuo, y negada la mediación familiar,
dejarlo "sin casa", con graves consecuencias. El
"individuo" que fabricaron es débil, por lo cual se dan
cuenta ahora de la necesidad de construir "ex novo",
formas de mediación sin las cuales no pueden existir ni
"sociedad" ni "sujeto humano"63. Se necesita de
una nueva casa en donde se vuelva a colocar en toda su
importancia la familia. No pueden coherentemente quejarse de que no
funcione una "unidad - nosotros" universal, o ser
altruistas, cuando se niegan los valores de la identidad de nosotros
en la familia, en las "pequeñas solidaridades
cotidianas""64. La familia es necesaria para la
supervivencia y existencia de la misma ciudadanía política. Nadie
puede dejar de lado "una relación de confianza, de ayuda y de
apoyo primario en el curso de la propia vida"65.
Quedar "sin casa", sin familia por caprichos
suicidas del Estado, es dejar en la calle, en la intemperie al ser
humano y amenazarlo en la raiz de su personalidad. Seamos sinceros:
esos individuos débiles son la prueba del fracaso de hipótesis
aventureras, de una pésima antropología, de un vacío insondable en
la concepción del ser humano como persona y de la misma sociedad. De
no alterar a fondo tal rumbo, ¿cómo evitar un colapso universal?.
Este peligro en un nivel universal o en una nación ha de fortalecer
la reacción saludable y la función política y social de la
familia66. Exige también que sea reconocido el derecho de la familia
de "poder contar con una adecuada política familiar por parte de
las autoridades públicas en el terreno jurídico, económico, social
y fiscal, sin discriminación alguna" (Art. IX). Tiene la familia
derecho de existir y progresar como tal, v.g., como familia (cf. Art.
VI).
La sola aproximación a los individuos no basta, pues
desconoce "la subjetividad familiar", la casa como centro y
fuente de relaciones, sin las cuales la sociedad se pierde!.
Los costos sociales del no reconocimiento de las
mediaciones familiares, con los obstáculos que tienen el peligro de
inmovilizarla políticamente y en su influencia social, lo repetimos,
tienen sus víctimas por excelencia en los niños. Impresionan las
informaciones y datos que ofrece la Revista Concilium dedicada
al tema, "¿Dónde están los niños?", en torno de lo que
con razón se califica de "catástrofe silenciosa"67,
más penosa cuanto contrasta con un abanico imponente de soluciones
posibles. ¿Cómo no denunciar un terrible vacío de solidaridad y la
falta de voluntad política para aportar remedios prontos?.
Al amplio fenómeno de una violencia injusta que
genera muerte, a unas desigualdades y desequilibrios de oportunidades
que cobra millones y millones de víctimas inocentes (sin contar la
abominable matanza del aborto), una eficaz movilización al alcance de
la mano, posible, podría dar una respuesta histórica: "Si se
pusiera a disposición de los principales objetivos de la política
para el desarrollo una décima parte de los medios que en estos
dos decenios han sido utilizados en el mundo para los armamentos, hoy
viviríamos con poca o ninguna mala nutrición, con un número mucho
menor de enfermedades y de invalidez, con un nivel de alfabetización
y de instrucción mucho más alto, con réditos más elevados"68.
Se fundamenta esta conclusión en datos del Comité Alemán para la
UNICEF, sobre la situación de los niños en el mundo69. El informe a
que aludo abre, por otros aspectos una puerta a la esperanza:
"las condiciones sanitarias han mejorado en el mundo en el curso
de los últimos 40 años más que durante toda la precedente historia
de la humanidad"70. "En la última década, el emerger de la
niñez como argumento de interés público y político ha sido de
verdad impresionante … La atención actualmente orientada a los
niños no se agota en el principio de que son "los niños los
ciudadanos más vulnerables" de la sociedad o el "recurso
más precioso de la humanidad" … El siglo XXI pertenece a los
niños"71. Dilatemos el corazón, pues, a la esperanza!.
Hay otras formas de "pobreza" que cobran
víctimas en la niñez, como si se pasara un rastrillo sobre sus
espaldas y que no se limitan sólo a cuestiones económicas o de salud
física y que son hoy objeto de estudio y de análisis v.g. en Estados
Unidos, de tal manera que, como reza un artículo, "La familia es
un "tema " liberal" allí. En el campo político
"los liberales se interesan, (es un subtítulo) en las cuestiones
morales. He aquí algunos dramáticos testimonios: "la prueba de
la pobreza creciente de las madres solas y del deterioro de la salud
mental y física de los niños, representa el factor más importante
de este cambio de mentalidad. El crecimiento del número de
divorcios y de nacimientos fuera del matrimonio es hoy considerado
la causa próxima que está detrás de estas tendencias. Si se toma el
dirvorcio: los años 70 y 80 vieron un enorme crecimiento del
porcentaje de divorcios en Estados Unidos. Actualmente se ubica en
torno al cincuenta por ciento …"72. Es enorme la incidencia
también en el deterioro económico. Se alude a recientes
investigaciones que dan a entender que el divorcio conduce a un grave
deterioro económico73. Y ¡qué decir de los nacimientos fuera del
matrimonio!
Abundan los estudios serios sobre el impacto
inclemente de la ausencia de familia en la niñez y en la juventud.
¿Cómo no podrían sentirse gravemente interpelados los dirigentes de
un país, más allá de las denominaciones políticas?. Se establece
sin rodeos: "La correlación entre el crimen en la edad de la
adolescencia y la disgregación de la familia es clara. Louis Sullivan,
exsecretario del Departamento de salud … refiere que más del
setenta por ciento de los jóvenes varones que se encuentran en las
cárceles provienen de familias en las cuales faltaba el
padre"74. En cambio "los niños obtienen resultados mejores
cuando el compromiso personal y el apoyo material de un padre y de una
madre, y cuando ambos progenitores cumplen con la responsabilidad de
quienes cuidan su misión con amor … Indices crecientes de divorcio,
de embarazos extramatrimoniales, y de ausencia de genitores, no son
sólo manifestación de estilos de vida alternativos, sino de esquemas
de comportamiento adulto que aumentan el riesgo de consecuencias
negativas para el niño"75.
Estas informaciones apenas sumarias, extraidas de
fuentes de la mayor credibilidad, nos hacen ver la magnitud del
problema y la necesidad de fortalecer y de ayudar la familia en el
cumplimiento de sus capitales mediaciones sociales, sin las cuales, (y
no es retórica apocalíptica), las civilizaciones se desmoronan.
Está en el centro del problema una cuestión de valores, de estilos
de vida, de comportamientos que inciden en la sociedad a través de la
familia existente o ausente. Conviene, a todas luces, al Estado,
ayudar a la Familia, para que haya "una vigorosa ética
familiar". Galston76 cree que una democracia justa requiere
ciudadanos virtuosos y la religión es esencial para la creación de
la ética de la motivaciones77 que se nutren en la familia.
5. ESPERANZA DE LA HUMANIDAD
El tema del Encuentro mundial del Santo Padre con las
familias abre el corazón a la esperanza.
Se mira al futuro con segura confianza, no obstante
las dificultades y la hostilidad concertada, que entorpece la
institución matrimonial.
La esperanza nos sitúa en la perspectiva del tercer
milenio, que ofrece una ocasión para mirar al pasado, para hacer
balances, para recoger tantas lecciones de la historia en el
peregrinar de la Iglesia bajo la mirada de Dios en el seno de la
humanidad, y sobre todo para celebrar la fe con firmes compromisos,
tomando en las manos el futuro, que a Dios pertenece, pero frente al
cual hemos de tomar nuestra responsabilidad. No podemos desertar en
las batallas decisivas de la humanidad.
La familia "se vincula estrechamente con el
misterio de la Encarnación y con la historia misma del hombre",
observa el Santo Padre en la Carta Apostólica Tertio Millenio
Adveniente (cf. n. 28), con ocasión del Año de la Familia. Desde
Nazaret, en donde "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14),
llega el mensaje sublime de la Sagrada Familia, modelo de las
familias, fuente inagotable de espiritualidad y de las nuevas
energías que vienen desde el Resucitado, quien actúa, en dinámica
transformadora, en el corazón mismo de la historia, en esa especial
revelación del misterio, en la plenitud de los tiempos, que se
identifica con el misterio de la Encarnación (cf. TMA 1).
En Cristo, en quien "se manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre su vocación" (GS
22), se descifra también el misterio de esa célula primordial de la
sociedad, comunidad de toda la vida y de amor, en la cual, como en las
bodas de Caná, el Señor está presente.
El Señor sigue saliendo al encuentro de las familias,
iluminándolas, fortaleciendo y redimiendo su amor, caminando junto a
ellas, en un diálogo de tierna solicitud, que hay que descubrir en la
fe, en la oración. En no pocas circunstancias, es una peregrinación
difícil, en donde se percibe la amargura de lo no logrado, tal vez de
combates perdidos, y de la erosión de muchos hogares, pero en donde
gracias al contacto con el Salvador de los hombres, como aconteció
con los peregrinos de Emaús, en una causa que parecía hecha añicos,
renace la esperanza.
El amor redimido conserva energías maravillosas para
responder a los desafíos y asumir las necesarias responsabilidades,
que el señor confía a la familia y sin las cuales la humanidad y aun
la misma Iglesia estarán condenadas al fracaso. Si el futuro de la
humanidad pasa por la familia, se hace necesario ponderar las vastas
oportunidades que el futuro depara y pensar que en buena parte,
respondiendo al Señor de la historia, la familia es arquitecto de su
propio destino. El Papa indica: "Es por esto necesario que la
preparación del gran Jubileo pase, en cierto modo, a través de la
familia … Acaso no fue por medio de una familia, la de Nazaret, que
el Hijo de Dios quiso entrar en la historia del hombre?" (TMA 28).
El Señor, que puso su morada entre nosotros (Jn
1,14), que montó, por así decirlo, como lo sugiere el lenguaje
bíblico, su tienda, (su carpa de beduino) en medio de nosotros, quiso
hacerlo en ese hogar concreto de Nazaret, en donde Jesús recogió las
primeras lecciones, en obediente cercanía a sus padres.
La celebración del Encuentro mundial de Río requiere
esa actitud abierta, gozosa, contemplativa, en la que el misterio de
la familia se descubre y se profundiza en el Señor. Esta es la razón
por la cual hemos querido que la preparación de tal evento asuma la
forma de unas "catequesis", sobre las cuales millones de
familias están reflexionando en diversas partes del mundo, guiadas
por la doctrina de la Iglesia, en ambiente de oración, con el
convencimiento de que el Señor las acompaña.
Esperar es algo que está inscrito en el dinamismo
humano. Forma parte de la índole esencial del hombre y es factor
determinante, escribe un filósofo, el esperar y el modo como se
espera78. La existencia humana está determinada no solo por la
asunción del presente, sino también por la memoria del pasado y por
la expectativa del futuro, en el sentido de la esperanza activa, que
nos abre hacia un bien, o conjunto de bienes que deseamos. Es, pues,
proprio del hombre, esperar, tener esperanza. Para el cristiano esta
esperanza se proyecta hacia Dios, de tal forma que cuando la confianza
no se pone en Dios, comenta un autor, la confianza es irresponsable
certeza, destinada a ser destruida79.
Si bien, por una parte, como anotaba un escritor
español, Eugenio D'Ors, la esperanza era "la virtud que tenía
la peor prensa", y Chamfort, se atrevía a decir que "es un
charlatán que nos engaña sin cesar", vivimos un momento de la
historia en que es preciso recomponer las coordenadas de esa
esperanza, la verdadera, que como la verdad y el amor auténtico, no
engañan, porque a la postre no son construcción hecha por mano
humana, y en tal sentido, no es "irresponsable certeza",
frágil y traicionera, sino dimensión necesaria que se cimenta en el
absoluto de Dios.
En virtud de la firme certeza del triunfo de Cristo,
Salvador de los hombres, triunfo que es nuestro porque nos hace
partícipes del mismo, la esperanza nos ofrece la tónica, el talante
y la garantía de la confianza. Da vigor y orientación al caminar,
como comportamiento moral. San Juan de la Cruz hablaba por ello de un
"revestimiento de color verde"80. Esta firme esperanza y
confianza son absolutas porque reposan en las promesas divinas81.
Enseña el Catecismo de la Iglesia católica :
"La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad
puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas
que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para
ordenarlas al Reino de los cielos; protege el desaliento, sostiene en
todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la
bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del
egoísmo y conduce a la dicha de la caridad" (n. 1818).
Por la esperanza lanzamos hacia los cielos nuestra
áncora, allí donde el Señor ya llegó. Jesús, que ya penetró en
la eternidad, es quien regresa en esa cita definitiva con la
humanidad, que es la parusía. Por eso la esperanza nos sitúa en el
terreno de la historia y de la escatología.
¿Cómo levantar los corazones a la esperanza,
mientras un conjunto de signos más bien llevan a dudas, para algunos
fundadas, sobre su supervivencia, al menos según los esquemas
actuales? Hay síntomas evidentes de erosión, especialmente en
algunos países, y se anuncian grietas preocupantes en las estructuras
familiares en espacios más amplios. Recordemos cómo la duda sobre la
continuidad de la familia en el futuro era alimentada en foros
internacionales, durante el Año Internacional de la Familia, en la
corriente de "la familia incierta" según los planteamientos
de L. Rousell82.
Sin embargo, puede ocurrir que las proyecciones
representen mas bien una ampliación indebida en un plano universal de
fenómenos que revisten características preocupantes en determinados
países. Incluso en los más afectados por la sistemática
destrucción de la familia con "la conspiración" del
Estado, cabe preguntarse si no surgirán en el futuro nuevas
tendencias y reacciones firmes que empujen a las fuerzas políticas,
empezando con más comprometidos esfuerzos pastorales de los
cristianos, hacia nuevos rumbos y modificaciones. Se dan signos
esperanzadores, que revelan una nueva dinámica.
En todo caso, ¿será posible que pueblos que han
recogido abundantes lecciones de la historia, caminen hacia una
aventura con trágico final?
Hemos visto cómo ciertas conclusiones derrotistas
tienen poco en cuenta que una preocupación fundamental para la
familia persiste y que hay abundantes datos en las encuestas
sociológicas, sobre todo en las respuestas de los jóvenes, que
anhelan en amplia mayoría formar un hogar estable. Otro aspecto
sería ver, si de hecho la conducta es la adecuada a lo que expresan
como ideal83. Las amargas experiencias de un descalabro social
sugieren ya a algunos políticos consecuentes políticas financieras y
actitudes de apoyo y protección de la familia.
En las etapas finales del Año Internacional de la
Familia se respiraba una atmósfera más positiva que la enrarecida,
con la que se dieron los primeros pasos y más libres respecto de las
premisas, con las que apresuradamente muchos trabajaron.
Hemos aludido al nuevo tratamiento, que comienza a
darse a la familia, v. gr., en Estados Unidos, ya que la familia
vuelve a recuperar un interés político84.
No podemos dejarnos llevar por una especie de
"determinismo" de sabor fatalista, de tal forma que haya una
rendición sin lucha ante lo que parecería ser una tendencia
ineluctable de eclipse de la familia. Si se trata de una institución,
querida expresamente por el Creador, ¿no se manifestaría en el
corazón de los pueblos y de las personas una búsqueda del bien
necesario para los esposos, para los hijos y para la sociedad?
Hemos considerado cómo no es objetivo que la familia
haya dejado de ser centro de mediación social, y que hay mediaciones
esenciales en orden a reconocer y preservar a la familia como espacio
privilegiado de la humanidad y de salvaguarda de la misma. Se
revela, con la ayuda de las ciencias, una nueva semblanza de "la
ciudadanía de la familia", inseparable de su misión educadora
al servicio de la identidad de la persona humana. Es aquí donde
seguramente hemos de ahondar en las más ricas posibilidades de la
familia, sin aferrarnos a otras formas de presencia y mediación de
ella, más sujetas a otros momentos de la historia y de modalidades
culturales.
Esta mediación necesaria nos conduce a privilegiar la
dimensión del hijo, como camino real para el rescate de la
institución familiar y para su fortalecimiento, precisamente porque
los hijos son quienes revelan los perfiles y el modo de ser, de vivir
en el hogar.
Permitidme una anécdota. En un Congreso mundial de
las familias en Malta - noviembre de 1993 -, promovido por las
Naciones Unidas, el principal (y era síntomático) ponente invitado
fue el sociólogo francés L. Rousell. Los pronósticos sobre el
futuro de la familia estuvieron cargados de sombras. Diríase que
moría la esperanza. Lo interrogué al final, como si me moviera el
"spes contra spem", por lo cual Abrahám mereció el elogio.
Le pregunté si de verdad no veía ninguna salida, porque, de ser así
las cosas, la humanidad caminaría hacia el vacío. Reflexionó un
momento. Me ofreció su libro, que yo había leído con interés. Y me
repuso: "Comienzo a pensar en una luz al final del túnel y es
el hijo". Sí, en los hijos hay una luz y una salida. Aunque
todavía esa "salida" no se perciba en su obra, confieso que
es esta una pista fundamental.
Es el servicio de los hijos, su atención amorosa, lo
que puede liberar de los tentáculos del egoísmo, que atenaza a
tantas parejas en un "egoísmo entre dos", y a la sociedad
que con la asfixia de los valores provoca las crisis de inhumanidad.
Los hijos, frutos del amor, evangelizan y liberan a los propios
autores, unidos a Dios, de su vida. La pareja desde su misión
central, que no se opone, sino que da plenitud al amor conyugal, es
liberada por los hijos de reducirse a pensar en solucionar "sus
problemas", sin dejar espacio a los del hijo, con sus derechos y
sufrimientos.
En tantas partes sociedades, que tienen el riesgo de envejecimiento,
sobre todo en el espíritu, (sin detenernos en consideraciones
referidas al "invierno demográfico"), la luz viene de lo
alto, en la nueva vida que viene desde Dios, como vino "desde lo
alto" el Señor, Salvador del mundo.
Séame permitida una alusión de carácter artístico.
Un prestigioso escultor español, Luis Antonio Sangüino, ha regalado
generosamente al Pontificio Consejo para la Familia su obra "Sanctuarium
vitae". Es una hermosa escultura, como un canto a la vida. Desde
las manos de Cristo, traspasadas por los clavos - manos de Dios,
alfarero del hombre - en forma de cuna, surge la vida en el recinto
luminoso de una mujer, la madre: es el vientre en el que el "nasciturus"
duerme… Surge como un árbol, el de la vida, en la familia: son
niños y niñas de todas las razas. Con rostros sonrientes levantan
sus brazos en señal de victoria hacia el cielo, hacia la luz. La luz
que en el vientre bendito de las madres ilumina el amor de los
esposos, de las familias, del mundo, con más poesía y realismo que
la sola luz que se adivina al final del túnel. Es la luz de quien,
desde Nazaret y Belén, ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf.
Jn 1,9).
Quiero concluir este postrero recorrido artístico con
otra mención y como reconocimiento al don que hemos recibido.
El célebre artista religioso italiano Enrico Manfrini
ha regalado para el Encuentro mundial un bellísimo bajorrelieve de la
Sagrada Familia de Nazaret. El escultor, que ha enriquecido el
patrimonio artístico cristiano con numerosas obras, tiene 83 años y
trabaja con entusiasmo juvenil en su taller de Milán, al lado de su
esposa. Es un vivo testimonio de un hogar realizado en la serena
felicidad de una pareja, que, como canta el libro de Tobías, envejece
bajo la mirada de Dios (cf. Tob. 14, 2). Me preguntaba a mí
mismo: ¿Cómo a esa edad pueden las manos ser tan dóciles a la
inspiración que las mueve, laboriosas y minuciosas como las de un
joven, hasta plasmar esos rostros admirables del Dios - Niño, de
José y de María, que llenan de luz la humilde casa - taller de
Nazaret?
Me parece que el secreto de la lozanía de este
artista está en el amor conyugal y de los hijos, con que el Señor
los bendice. Nazaret, Belén, Caná nos hablan de la familia y de la
activa presencia del Señor que se prolonga en la historia. En la
Carta a las familias Gratissimam sane, el Sucesor de Pedro
apuntaba al "esposo", que está dentro de la familia. Es El
quien une a los esposos en el misterio de su Alianza; El quien renueva
el amor en esa recíproca entrega en la comunión familiar,
don-compromiso, que hunde sus raíces en Dios; El quien transforma el
agua en vino y acude en ayuda del nuevo hogar, en esa cadena de
novedades que continúa a lo largo de los años; El que contagia la
esperanza, porque es El la Esperanza.
1 El Encuentro Mundial del Santo Padre con las
Familias, se realizará en Río de Janeiro el 4 y 5 de octubre de 1997
y será precedido del Congreso Teológico - Pastoral que tendrá lugar
durante los días 1, 2, 3 de octubre de 1997, y que congregará 2500
participantes delegados de las Conferencias Episcopales, teólogos,
pastores y representantes de movimientos apostólicos de la familia y
de la vida, grupos, asociaciones empeñados y comprometidos en la
causa trascendental de la Iglesia doméstica, santuario de la vida.
2 cf. v.gr. Exhortación Apostólica Familiaris
Consortio, nn. 11 - 16; Carta a los Jefes de Estado del mundo, del
14 de marzo de 1994; Carta a las Familias, Gratissimam sane, nn.
6 - 12.
3 Algunos traducen "un solo ser",
profundizando en el sentido de la expresión bíblica.
4 cf. H. Schlier, La Lettera agli Efesini
Paideia, Brescia, 1973, pag. 414 - 415.
5 cf. Rituale Romanum, Ordo celebrandi
matrimonium, n. 74.
6 Ritual de la celebración del matrimonio, citado en Gratissimam
sane, carta a las Familias, n. 11.
7 M. Thurian, Mariage et Celibat. Dons et appels,
Taizé, 1977, pag. 27-28.
8 C. Rocchetta, Il sacramento della coppia ,
EDB, Bologna, 1996, pag. 42.
9 Joachim Gnilka, Il Vangelo di Matteo, Parte I-II
Paideia, Brescia, 1990, pag. 229.
10 Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò.
Catechesi sull'amore umano, Città Nuova Editrice - Libreria
Editrice Vaticana, Roma, 1985, pag. 97.
11 Ibid., pag. 468, n. 4.
12 Ibid., pag. 59.
13 cf. M. Yourcenar, Mèmoires d'Hadrien,
Gallimard, Paris 1974, pag. 21-22.
14 Ibid., pag. 34.
15 Francisco Gil Hellín, "El matrimonio: amor
e institución", en Aa.Vv., Cuestiones fundamentales sobre
matrimonio y familia, Universidad de Navarra, Pamplona, 1980, pag.
239.
16 A. Quilici, Les fiançailles. Paris, Le
Sarment / Fayard, 1993, pag. 135.
17 J. Ratzinger, Le mariage et la famille…,
pag. 311.
18 "El amor de que aquí se habla es el
"amor coniugalis", es decir, no el mero sentimiento e
impulso ciego e irresistible expuesto a la inestabilidad de la
pasión, sino aquel afecto "eminentemente humano" que por
proceder de la voluntad asume y ennoblece todas las manifestaciones de
la tendencia natural. Parte de lo más noble de la persona -el afecto
de la voluntad- y se dirige hacia su término, abrazando todo el bien
de la persona amada" (Francisco Gil Hellín, op. cit., pag.
236-237).
19 Ibid, pag. 240.
20 Antonio Miralles, Il matrimonio. Ediz. S.
Paolo, Milano, 1996, pag. 82.
21 S. Joannes Chrisostomus, Homilia in Eph. 20,
8.
22 cf. A. Miralles, op. cit., pag. 81.
23 cf. H. Schlier, op. cit., pag. 415.
24 M. Zerwick, Carta a los Efesios, Herder, pag.
166.
25 C. Rocchetta, op. cit., pag. 42.
26 San Agustín, De Bono coniugali, 24, 32.
27 Francisco Gil Hellín, El Matrimonio y la vida
conyugal, Edicep, Valencia 1995, pag. 230 y 236.
28 Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò,
pag. 468.
29 C. Rocchetta, op. cit., pag. 161.
30 cf. Antonio Miralles, op. cit., pag. 74-75.
31 Ya el entonces Santo Oficio, en el decreto del 1º
de abril de 1944 había rechazado la posición representada por Doms y
Krempel (Dz-Sch., n. 3838) y Pío XII había enseñado el fin primario
e íntimo de la procreación, en el discurso a los obstetras del 29 de
octubre de 1951, y había subrayado que "todo lo que hay de más
espiritual y profundo en el amor conyugal como tal, fue puesto, por
voluntad de la naturaleza y del Creador, al servicio de la
descendencia" (Matrimonio e famiglia nel magistero della
Chiesa, n. 264).
32 Así, con el uso escolástico del objeto formal, el
Pontificio Consejo para la Pastoral de los agentes sanitarios se
refiere a la salud en el enfoque de la enfermedad, por tanto de la
salud que debe ser curada, cuidada, y es enfocada la enfermedad y
el dolor humano (cf. Pastor Bonus, art. 152, 153).
33 Giuseppe Angelini, Il figlio, una benedizione,
un compito, Vita e Pensiero, Milano, 1991, pag 164.
34 Hans Urs Von Balthasar, Homo creatus est,
Morcelliana, Brescia, 1991, pag. 186.
35 Giorgio Campanini, Realtà e problemi della
famiglia contemporanea, Ediz. Paoline, Torino, 1989, pag. 105.
36 cf. ibid., cap VII, pag. 104-111.
37 El Pontificio Consejo para la Familia ha realizado
los siguientes Encuentros Pastorales relacionados con el tema del
niño:.
• Los derechos de los niños, en Roma, Junio 18 - 19
de 1992.
• La explotación de los niños en la prostitución
y la pornografía. Bangkok (Tahilandia), sept. 9 -11 de 1992.
• El trabajo de los niños, Manila (Filipinas),
julio 1 - 3 de 1993.
• La adopción infantil, Sevilla (España), febrero
25 - 27 de 1994.
• Los niños de la calle, Rio de Janeiro (Brasil),
julio 27-29 de 1994.
38 M. Zundel, Recherche de la personne,
Desclée, Paris, 1990, pag. 54.
39 cf. Pierre Grelot, Jesus de Nazareth. Christe Le
Segneiur, vol. I, Ed. du Cerf, Paris, 1997, pag. 298.
40 G. Angelini, op. cit., pag. 172.
41 Ibid., pag. 180.
42 Aristóteles, Etica Nicomachea, VIII, 12.
43 G. Campanini, Famiglia, in Nuovo
Dizionario di Teologia Morale, San Paolo, Milano 1990, pag. 410.
44 Ibid., pag. 410.
45 Pierpaolo Donati, La nuova cittadinanza di
famiglia, in Terzo rapporto sulla famiglia in Italia, CISF,
edizioni Paoline, Cinisello Balsamo, 1993, pag. 26.
46 F. Chirpaz, Difficile rencontre, Ed. du Cerf,
Paris, 1982, pag. 70.
47 Paul Moreau, Les valeurs familiales. Essai de
critique philosophique, Ed. du Cerf, Paris, 1991, pag. 145.
48 ibid., pag. 149.
49 G. Campanini, op cit., pag. 411.
50 N. Luhmann, ha querido dar voz científica a la
hipótesis de que los individuos no deben ser ligados a la pertenencia
familiar. Su papel es irrelevante (N. Luhmann, Il sistema sociale
famiglia, in La ricerca sociale, 1989, n. 39, pag.
235-352). Menos aún debe ser tomada la familia como un
"subsistema social". (Es la negación concreta de la familia
como sujeto soberano, con derechos específicos). No debe mediar nada
entre individuo y sociedad, ni siquiera en la relación entre sexos (cf.
N. Luhmann, Donne, Uomini, Iusea, Parigi-Lecce, 1992, pag.
52-70).
51 P. Donati, op cit., pag. 28.
52 ibid., pag. 31.
53 Ibid., pag. 59.
54 cf. ibid., pag. 61.
55 Reconoce Donati la dificultad creciente de algunas
mediaciones o su carácter reductivo, vg. La escuela, los servicios de
salud, la hacienda (economía),-referida la cuestión a Italia-. En
general, mirando algunos países, cabría pensar que "parece que
la familia no existe: existen "la pareja", "las
mujeres", "los niños", "los ancianos", es
decir, sólamente categorías genéricas" (op. cit., pag.
61). Resurge el interés, sin embargo, por ver la importancia en el
campo económico (en la micro y en la macro economía) (cf. Familia
et Vita, Revista del Pontificio Consejo para la Familia, n.
2/1996).
56 cf. P. Donati, op. cit., pag. 65.
57 Cabría aquí recoger valiosas apreciaciones de
Buttiglione al tratar el tema de la familia como comunión de
personas, y concretamente en cuanto a la función de la madre y del
padre (cf. R. Buttiglione, L'uomo e la famiglia, Dino Editore,
Roma 1991, pag. 121, 141).
58 Donati anota: "Subjetividad de la familia
significa, a la postre, que la familia es un bien de mediación, y
viene a ser un "nuevo bien" que es sentido, vivido y buscado
con intencionalidad de sentido proprio, no subordinado o dependiente
de otros contenidos o contactos variables" (op. cit., pag.
70).
59 Carta de los derechos de la Familia,
Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 1983, Preámbulo, E.
60 Comenta Donati que "si la familia no tuviera
ninguna referencia de ciudadanía, vendrían a menos reglas
fundamentales de convivencia interhumana, y, con ellas, desaparecería
la orientación hacia la persona humana como sentido de pertenencia e
identidad" (op. cit., pag. 71).
61 Se abre a un conjunto de relaciones personales al
interior de la familia y en relación con la sociedad. El profesor en
Bolonia observa: "promover la ciudadanía de la familia,
significa optar por decisiones que se muevan en la dirección de una
más lograda democracia: una democracia de solidaridad, compartir,
participación y autonomía de las personas individuales como
individuos en relación unos con otros" (ibid., pag. 73).
Algo de esta perspectiva estaba inscrita en el lema del Año
Internacional de la Familia, convocado por la ONU: "Construir la
más pequeña de las democracias".
62 Ibid., pag. 76.
63 Ibid., pag. 80.
64 Ibid., pag. 79.
65 Ibid., pag. 77.
66 cf. Carta de los derechos de la Familia,
art. VIII.
67 cf. Concilium 2/1996. Se aborda la tragedia
de la pobreza, como "catástrofe silenciosa" de los
"40.000 niños que mueren cada día por desnutrición o
enfermedades, los 150 millones de niños que viven con salud y
crecimiento precarios y los 100 millones de niños de 6 a 10 años que
no van a la escuela". Las injusticias seculares, la falta de
solidaridad y oportunidades, no obstante cambios favorables y nuevas
posibilidades (Concilium, 2/1996, pag. 22).
68 Ibid, pag. 20.
69 El párrafo que recojo continúa: "Y con más
baja taza de natalidad, con menores problemas sociales y ambientales,
con menos guerras civiles y refugiados y con menores conflictos
internacionales" (Ibid). Como tengo serias dudas acerca de
lo de la taza de natalidad, que parece desprenderse de una menos
correcta visión demográfica, he preferido ubicar aquí esta
aseveración. Cabría observar que si los enormes recursos económicos
que hoy se dedican a un control natal sin contemplaciones, se
orientara a la formación a fondo de la familia, se caminaría por
mejores sendas.
70 Concilium,
op cit.
71 Ibid, pag. 22, 23.
72 Don Browning, "In che modo negli Stati
Uniti la famiglia è divenuta un tema liberale", in Concilium
2/1996, pag. 52-53.
73 "Un diez por ciento de niños blancos y
catorce por ciento de negros con progenitores separados cayeron en la
pobreza en el año sucesivo (…) El cuarenta y cinco por ciento de
las familias con prole por debajo de los 18 años, cuya conducción
cae bajo la responsabilidad de una mujer, son pobres, al contrario del
siete por ciento de las familias con prole cuya conducción está
confiada a una pareja casada" (Ibid).
74 Op. cit., pag. 54. No podemos detenernos en
los datos sobre suicidios, desórdenes mentales, que son
aleccionadores!… Lo mismo que la caída en el aprovechamiento
académico. Enormes son los costos!. El deterioro, también en lo
económico tiene correlaciones evidentes, en ciertos cambios
culturales con la tendencia "cada vez mas acentuada a resolver el
conflicto de intereses entre los adultos y los niños en favor de los
primeros" (ibid., pag. 55).
75 Beyond Rhetoric: A New American Agenda
for children and families, U.S. Government Printing office,
Washington, D.C., 1991, XIX. In Concilium 2/1996, pag. 59.
76 Galston es un famoso filósofo moral, autor del
libro Liberal Purposes (Cambridge University, prees Cambridge,
1990) (y que inspiraría ciertos cambios en la política Clinton).
Estudia la democracia aristotélica que presupone que los ciudadanos
posean un elevado grado de virtud y de carácter moral.
77 cf. Don Browning, Concilium 2/1996, pag. 65.
78 cf. H.G. Gadames, Plato dialektische Ethik,
1931, pag. 138.
79 cf. R. Bultmann, Elpis, in Grande Lessico del
N.T., Paideia, Brescia, II, pag. 518.
80 San Juan de la Cruz, La Noche oscura, III,
21, 6.
81 La esperanza no es algo marginal, ni mucho menos,
en el mundo de la filosofía. Kant recordaba que toda filosofía se
relacionaba con cuatro interrogaciones fundamentales, de las cuales la
tercera sería: "¿Qué me es permitido esperar?". En el
fondo, comenta J.L. Bruges, toda religión nace de una interrogación
sobre el porvenir (cf. Dictionnaire de la morale catholique,
CLD, 1991, pag. 153). Cobra también nuevos bríos en la teología (ibid.).
82 Sus hipótesis han sido objeto de consideración en
otras ponencias mías. Enfoca especialmente la situación de Francia y
quizás de algunos otros países de Europa occidental.
83 Otros estudios muestran cómo crece el número de
las relaciones prematrimoniales y si dan el paso hacia el matrimonio,
es una decisión que aplazan. Varios factores los llevan a no
abandonar el hogar. Es nuevo y preocupante el fenómeno de "la
adolescencia prolongada".
84 Si las políticas demográficas y abortistas son
lamentables, se observa un esfuerzo por presentarse, de parte de
políticos liberales, como defensores de la familia (cf. Concilium,
2 / 1996, pag. 48-65).