Espiritu Santo - Documentos Eclesiales |
DOMINUM ET
VIVIFICANTEM
El Espíritu Santo, "Señor y dador de Vida"
Encíclica
de Su Santidad Juan Pablo II
18 de mayo, Solemnidad de Pentecostés del año 1986
Introducción
I-El
Espíritu del Padre y del Hijo dado a la Iglesia
II
-El Espíritu que convence al mundo en lo referente al pecado
III
-El Espíritu que da la vida
Conclusión
INTRODUCCION
1.1. La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo que es
"Señor y dador de vida". Así lo profesa el Símbolo de la
Fe, llamado nicenoconstantinopolitano por el nombre de los dos
Concilios -Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381)-, en los que fue
formulado o promulgado. En ellos se añade también que el Espíritu
Santo "habló por los profetas".
1.2. Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma de su
fe, Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de Juan, el Espíritu
Santo nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús el
día grande de la fiesta de los Tabernáculos: "Si alguno tiene
sed, venga a mí, y beba el que cree en mí", como dice la
Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva". Y el
evangelista explica: "Esto decía refiriéndose al Espíritu que
iban a recibir los que creyeran en él". Es el mismo símil del
agua usado por Jesús en su coloquio con la Samaritana, cuando habla
de una "fuente de agua que brota para la vida eterna", y en
el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la necesidad de un nuevo
nacimiento "de agua y de Espíritu" para "entrar en el
Reino de Dios".
1.3. La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo,
partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia
apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo,
como aquél que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable
Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la
fuente de vida eterna.
2.1. Esta fe, profesada ininterrumpidamente por la Iglesia, debe
ser siempre fortalecida y profundizada en la conciencia del Pueblo de
Dios. Durante el último siglo esto ha sucedido varias veces; desde
León XIII, que publicó la Encíclica Divinum illud munus (a. 1897)
dedicada enteramente al Espíritu Santo, pasando por Pío XII, que en
la Encíclica Mystici Corporis (a. 1943) se refirió al Espíritu
Santo como principio vital de la Iglesia, en la cual actúa
conjuntamente con Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, hasta el
Concilio Vaticano II, que ha hecho sentir la necesidad de una nueva
profundización de la doctrina sobre el Espíritu santo, como
subrayaba Pablo VI: " A la cristología y especialmente a la
eclesiología del Concilio debe suceder un estudio nuevo y un culto
nuevo del Espíritu Santo, justamente como necesario complemento de la
doctrina conciliar".
2.2. En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados, por la fe
siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia, a acercarnos al
Espíritu Santo que es dador de vida. Nos ayuda a ello y nos estimula
también la herencia común con las Iglesias orientales, las cuales
han custodiado celosamente las riquezas extraordinarias de las
enseñanzas de los Padres sobre el Espíritu Santo. También por esto
podemos decir que uno de los acontecimientos eclesiales más
importantes de los últimos años ha sido el XVI centenario del I
Concilio de Constantinopla, celebrado contemporáneamente en
Constantinopla y en Roma en la solemnidad de Pentecostés del 1981. El
Espíritu Santo ha sido comprendido mejor en aquella ocasión,
mientras se meditaba sobre el misterio de la Iglesia, como aquél que
indica los caminos que llevan a la unión de los cristianos, más
aún, como la fuente suprema de esta unidad, que proviene de Dios
mismo y a la que san Pablo dio una expresión particular con las
palabras con que frecuentemente se inicia la liturgia eucarística:
" La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros".
2.3. De esta exhortación han partido, en cierto modo, y en ella se
han inspirado las precedentes Encíclicas Redemptor hominis y Dives in
misericordia, las cuales celebran el hecho de nuestra salvación
realizada en el Hijo, enviado por el Padre al mundo, "para que el
mundo se salve por él" y " toda lengua proclame: Jesucristo
es Señor, para gloria de Dios padre". De esta misma exhortación
arranca ahora la presente Encíclica sobre el Espíritu Santo, que
procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una
misma adoración y gloria: él es una Persona divina que está en el
centro de la fe cristiana y es la fuente y la fuerza dinámica de la
renovación de la Iglesia. Esta Encíclica arranca de la herencia
profunda del Concilio. En efecto, los textos conciliares, gracias a su
enseñanza sobre la Iglesia en sí misma y sobre la Iglesia en el
mundo, nos animan a penetrar cada vez más en el misterio trinitario
de Dios, siguiendo el itinerario evangélico, patrístico y
litúrgico: al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
2.4. De este modo la Iglesia responde también a ciertos deseos
profundos, que trata de vislumbrar en el corazón de los hombres de
hoy: un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de
Espíritu infinito, como lo presenta Jesús a la Samaritana; la
necesidad de adorarlo "en espíritu y verdad", la esperanza
de encontrar en él el secreto del amor y la fuerza de una
"creación nueva": sí, precisamente aquél que es dador de
vida.
2.5. La Iglesia se siente llamada a esta misión de anunciar el
Espíritu mientras, junto con la familia humana, se acerca al final
del segundo milenio después de Cristo. En la perspectiva de un cielo
y una tierra que "pasarán", la Iglesia sabe bien que
adquieren especial elocuencia las "palabras que no
pasarán". Son las palabras de Cristo sobre el Espíritu santo,
fuente inagotable del "agua que brota para vida eterna", que
es verdad y gracia salvadora. Sobre estas palabras quiere reflexionar
y hacia ellas quiere llamar la atención de los creyentes y de todos
los hombres, mientras se prepara a celebrar -como se dirá más
adelante- el gran Jubileo que señalará el paso del segundo al tercer
milenio cristiano.
2.6. Naturalmente, las consideraciones que siguen no pretenden
examinar de modo exhaustivo la riquísima doctrina sobre el Espíritu
Santo, ni privilegiar alguna solución sobre cuestiones todavía
abiertas. Tienen como objetivo principal desarrollar en la Iglesia la
conciencia de que en ella "el Espíritu Santo la impulsa a
cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a
Cristo principio de salvación para todo el mundo".
I: EL ESPIRITU DEL PADRE Y DEL HIJO DADO A LA IGLESIA
1. Promesa y revelación de Jesús durante la Cena pascual
3.1. Cuando ya era inminente para Jesús el momento de dejar este
mundo, anunció a los apóstoles " otro Paráclito ". El
evangelista Juan, que estaba presente, escribe que Jesús, durante la
Cena pascual anterior al día de su pasión y muerte, se dirigió a
ellos con estas palabras: " Todo lo que pidáis en mi nombre, yo
lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo ... y yo
pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad ".
3.2. Precisamente a este Espíritu de la verdad Jesús lo llama el
Paráclito, y Parákletos quiere decir " consolador ", y
también " intercesor " o " abogado ". Y dice que
es " otro " Paráclito, el segundo, porque él mismo,
Jesús, es el primer Paráclito, al ser el primero que trae y da la
Buena Nueva. El Espíritu Santo viene después de él y gracias a él,
para continuar en el mundo, por medio de la Iglesia, la obra de la
Buena Nueva de salvación. De esta continuación de su obra por parte
del Espíritu Santo Jesús habla más de una vez durante el mismo
discurso de despedida, preparando a los apóstoles, reunidos en el
Cenáculo, para su partida, es decir, su pasión y muerte en Cruz.
3.3. Las palabras, a las que aquí nos referimos, se encuentran en
el Evangelio de Juan. Cada una de ellas añade algún contenido nuevo
a aquel anuncio y a aquella promesa. Al mismo tiempo, están
simultáneamente relacionadas entre sí no sólo por la perspectiva de
los mismos acontecimientos, sino también por la perspectiva del
misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, que quizás en
ningún otro pasaje de la Sagrada Escritura encuentran una expresión
tan relevante como ésta.
4.1. Poco después del citado anuncio, añade Jesús: " Pero
el Paráclito, el Espíritu Santo, que el padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho ".
El Espíritu Santo será el Consolador de los apóstoles y de la
Iglesia, siempre presente en medio de ellos -aunque invisible- como
maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció. Las palabras
" enseñará " y " recordará " significan no
sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la
predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a
comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo,
asegurando su continuidad e identidad de compresión en medio de las
condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará
que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles
oyeron de su Maestro.
5.1. Los apóstoles, al transmitir la Buena Nueva, se unirán
particularmente al Espíritu Santo. Así sigue hablando Jesús "
Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al padre, el
Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de
mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo
desde el principio ".
5.2. Los apóstoles fueron testigos directos y oculares. "
Oyeron " y " vieron con sus propios ojos", "
miraron " e incluso " tocaron con sus propias manos " a
cristo, como se expresa en otro pasaje el mismo evangelista Juan. Este
testimonio suyo humano, ocular e " histórico " sobre Cristo
se une al testimonio del Espíritu Santo: " El dará testimonio
de mí ". En el testimonio del Espíritu de la verdad encontrará
el supremo apoyo el testimonio humano de los apóstoles. Y luego
encontrará también en ellos el fundamento interior de su continuidad
entre las generaciones de los discípulos y de los confesores de
Cristo, que se sucederán en los siglos posteriores.
5.3. Si la revelación suprema y más completa de Dios a la
humanidad es Jesucristo mismo, el testimonio del Espíritu de la
verdad inspira, garantiza y corrobora su fiel transmisión en la
predicación y en los escritos apostólicos, mientras que el
testimonio de los apóstoles asegura se expresión humana en la
Iglesia y en la historia de la humanidad.
6.Esto se deduce también de la profunda correlación de contenido
y de intención con el anuncio y la promesa mencionada, que se
encuentra en las palabras sucesivas del texto de Juan: " Mucho
podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no
hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará
lo que ha de venir ".
Con estas palabras Jesús presenta el Paráclito, el Espíritu de
la verdad, como el que " enseñará " y " recordará
", como el que " dará " testimonio " de él;
luego dice : " Os guiará hasta la verdad completa ". Este
" guiar hasta la verdad completa ", con referencia a lo que
dice a los apóstoles " pero ahora no podéis con ello ",
está necesariamente relacionado con el anonadamiento de Cristo por
medio de la pasión y muerte de Cruz, que entonces, cuando pronunciaba
estas palabras, era inminente.
Después, sin embargo, resulta claro que aquel " guiar hasta
la verdad completa " se refiere también además del escándalo
de la cruz, a todo lo que Cristo " hizo y enseñó ". En
efecto, el misterio de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que
ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio
revelado. El " guiar hasta la verdad completa " se realiza,
pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de la
verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu santo debe ser
en esto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano.
Esto sirve para los apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya
a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo " hizo y enseñó
" y, especialmente, el anuncio de su Cruz y de su Resurrección.
En una perspectiva más amplia esto sirve también para todas las
generaciones de discípulos y confesores del Maestro, ya que deberán
aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios operante en
la historia del hombre, el misterio revelado que explica el sentido
definitivo de esa misma historia.
7. Entre el Espíritu Santo y cristo subsiste, pues, en la
economía de la salvación una relación íntima por la cual el
Espíritu actúa en la historia del hombre como " otro Paráclito
", asegurando de modo permanente la transmisión y la
erradicación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret. Por
esto, resplandece la gloria de Cristo en el Espíritu
Santo-Paráclito, que en el misterio y en la actividad de la Iglesia
continúa incesantemente la presencia histórica del Redentor sobre la
tierra y su obra salvífica, como lo atestiguan las siguientes
palabras de Juan : " El me dará gloria, porque recibirá de lo
mío y os lo comunicará a vosotros ". Con estas palabras se
confirma una vez más todo lo que han dicho los enunciados anteriores.
"Enseñará..., recordará..., dará testimonio ".
La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado
en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue
manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito
invisible, el Espíritu de la verdad. Cuán íntimamente esta misión
esté relacionada con la misión de Cristo y cuán plenamente se
fundamente en ella misma, consolidando y desarrollando en la historia
sus frutos salvíficos, está expresado con el verbo " recibir
": " recibirá de lo mío y os lo comunicará ".
Jesús, para explicar la palabra " recibirá ", poniendo en
clara evidencia la unidad divina y trinitaria de la fuente, añade :
" Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho:
Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros ". Tomando de
lo " mío ", por eso mismo recibirá de " lo que es del
Padre ".
A la luz pues de aquel " recibirá " se pueden explicar
todavía las otras palabras significativas sobre el Espíritu santo,
pronunciadas por Jesús en el Cenáculo antes de la Pascua: " Os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él venga,
convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la
justicia y en lo referente al juicio ". Convendrá dedicar
todavía a estas palabras una reflexión aparte.
2. Padre, Hijo y Espíritu Santo
8. Una característica del texto joánico es que el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo son llamados claramente Personas; la primera es
distinta de la segunda y de la tercera, y éstas también lo son entre
sí. Jesús habla del Espíritu Paráclito usando varias veces el
pronombre personal " él "; y al mismo tiempo, en todo el
discurso de despedida, descubre los lazos que unen recíprocamente al
Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, " el Espíritu ...
procede del Padre " y el Padre " dará " al Espíritu.
El Padre " enviará " el Espíritu en nombre del Hijo, el
Espíritu " dará testimonio " del Hijo. El Hijo pide al
Padre que envíe el Espíritu Paráclito, pero afirma y promete,
además, en relación con su " partida " a través de la
Cruz: " Si me voy, os lo enviaré ". Así pues, el Padre
envía el Espíritu Santo con el poder de su paternidad, igual que ha
enviado al Hijo, y al mismo tiempo lo envía con la fuerza de la
redención realizada por Cristo; en este sentido el Espíritu Santo es
enviado también por el Hijo: " os lo enviaré ".
Conviene notar aquí que si todas las demás promesas hechas en el
Cenáculo anunciaban la venida del Espíritu Santo después de la
partida de Cristo, la contenida en el texto de Juan comprende y
subraya claramente también la relación de interdependencia, que se
podría llamar casual, entre la manifestación de ambos : " Pero
si me voy, os le enviaré ". El Espíritu Santo vendrá cuando
Cristo se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo después,
sino como causa de la redención realizada por Cristo, pro voluntad y
obra del Padre.
9.Así, en el discurso pascual de despedida se llega -puede
decirse- al culmen de la revelación trinitaria. Al mismo tiempo, nos
encontramos ante unos acontecimientos definitivos y unas palabras
supremas, que al final se traducirán, en el gran mandato misional
dirigido a los apóstoles y, por medio de ellos, a la Iglesia: "
Id, pues, y haced discípulos a todos las gentes ", mandato que
encierra, en cierto modo, la fórmula trinitaria del bautismo: "
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
santo ". Esta fórmula refleja el misterio íntimo de Dios y de
su vida divina, que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, divina
unidad de la Trinidad. Se puede leer este discurso como una
preparación especial a esta fórmula trinitaria, en la que se expresa
la fuerza vivificadora del Sacramento que obra la participación en la
vida de Dios uno y trino, porque da al hombre la gracia santificante
como don sobrenatural. Por medio de ella éste es llamado y hecho
" capaz " de participar en la inescrutable vida de Dios.
10. Dios, en su vida íntima, " es amor ", amor esencial,
común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es amor
personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto " sondea
hasta las profundidades de Dios ", como Amor-don increado. Puede
decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino
se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las
Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios " existe
" como don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de
esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don.
Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una
profundización inefable del concepto de persona en Dios, que
solamente conocemos por la Revelación.
Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al
Hijo en la divinidad, es amor y don (increado) del que deriva como de
una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la
donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la
donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la
salvación. como escribe el apóstol Pablo : " El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado ".
3. La donación salvífica de Dios por el Espíritu Santo
11.El discurso de despedida de Cristo durante la Cena pascual se
refiere particularmente a este " dar " y " darse "
del Espíritu santo. En el Evangelio de Juan se descubre la "
lógica " más profunda del misterio salvífico contenido en el
designio eterno de Dios como expansión de la inefable comunión del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es la " lógica "
divina, que del misterio de la Trinidad lleva al misterio de la
Redención del mundo por medio de Jesucristo. La Redención realizada
por el Hijo en el ámbito de la historia terrena del hombre -realizada
por su " partida " a través de la Cruz y Resurrección- es
al mismo tiempo, en toda su fuerza salvífica, transmitida al
Espíritu Santo: que " recibirá de lo mío ". Las palabras
del texto joánico indican que, según el designio divino, la "
partida " de Cristo es condición indispensable del " envío
" y de la venida del Espíritu Santo, indican que entonces
comienza la nueva comunicación salvífica por el Espíritu Santo.
12. Es un nuevo inicio en relación con el primero -inicio
originario de la donación salvífica de Dios- que se identifica con
el misterio de la creación. Así leemos ya en las primeras páginas
del libro del Génesis: " En el principio creó Dios los cielos y
la tierra... y el Espíritu de Dios (ruah Elohim) aleteaba por encima
de las aguas ". Este concepto bíblico de creación comporta no
sólo la llamada del ser mismo del cosmos a la existencia, es decir,
el dar la existencia, sino también la presencia del Espíritu de Dios
en la creación, o sea, el inicio de la comunicación salvífica de
Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante todo para el
hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios : "
hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra ".
" Hagamos ", ¿se puede considerar que el plural, que el
Creador usa aquí hablando de sí mismo, sugiera ya de alguna manera
el misterio trinitario, la presencia de la Trinidad en la obra de la
creación del hombre? El lector cristiano, que conoce ya la
revelación de este misterio, puede también descubrir su reflejo en
estas palabras. En cualquier caso, el contexto nos permite ver en la
creación del hombre el primer inicio de la donación salvífica de
Dios a la medida de su " imagen y semejanza ", que ha
concedido al hombre.
13. Parece, pues, que las palabras pronunciadas por Jesús en el
discurso de despedida deben ser leídas también con referencia a
aquel " inicio " tan lejano, pero fundamental, que conocemos
por el Génesis. " Si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré ". Cristo,
describiendo su " partida " como condición de la venida del
Paráclito, une el nuevo inicio de la comunicación salvífica de Dios
por el Espíritu Santo con el misterio de la Redención. Este es un
nuevo inicio y toda la historia del hombre, -empezando por la caída
original-, se ha interpuesto el pecado, que es contrario a la
presencia del Espíritu de Dios en la creación y es, sobre todo,
contrario a la comunicación salvífica de Dios al hombre. Escribe San
Pablo que, precisamente a causa del pecado, " la creación... fue
sometida a la vanidad.. gimiendo hasta el presente y sufre dolores de
parto " y " desea vivamente la revelación de los hijos de
Dios ".
14. Por eso Jesucristo dice en el Cenáculo: " Os conviene que
yo me vaya "; " Si me voy, os lo enviaré ". La "
partida " de Cristo a través de la Cruz tiene la fuerza de la
Redención; y esto significa también una nueva presencia del
Espíritu de Dios en la creación : el nuevo inicio de la
comunicación de Dios al hombre por el Espíritu Santo. " La
prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones
el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá Padre! ", escribe el
apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas. El Espíritu Santo es el
Espíritu del Padre, como atestiguan las palabras del discurso de
despedida en el Cenáculo. Es, al mismo tiempo, el Espíritu del Hijo:
es el Espíritu de Jesucristo, como atestiguarán los apóstoles y
especialmente Pablo de Tarso. Con el envío de este Espíritu " a
nuestros corazones " comienza a cumplirse lo que " la
creación desea vivamente ", como leemos en la Carta a los
Romanos.
El Espíritu viene a costa de la " partida " de Cristo.
Si esta " partida " causó la tristeza de los apóstoles, y
ésta debía llegar a su culmen en la pasión y muerte del Viernes
Santo, a su vez esta " tristeza se convertirá en gozo ". En
efecto, Cristo insertará en su " partida " redentora la
gloria de la resurrección y de la ascensión al Padre. Por tanto la
tristeza, a través de la cual aparece el gozo, es la parte que toca a
los apóstoles en el marco de la " partida " de su Maestro,
una partida " conveniente ", porque gracias a ella vendría
otro " Paráclito ". A costa de la Cruz redentora y por la
fuerza de todo el misterio pascual de Jesucristo, el Espíritu Santo
viene para quedarse desde el día de Pentecostés con los Apóstoles,
para estar con la Iglesia y en la Iglesia y, por medio de ella, en el
mundo.
De este modo se realiza definitivamente aquel nuevo inicio de la
comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo por obra de
Jesucristo, Redentor del Hombre y del mundo.
4. El Mesías ungido con el Espíritu Santo
15.Se realiza así completamente la misión del Mesías, que
recibió la plenitud del Espíritu Santo para el Pueblo elegido de
Dios y para toda la humanidad. " Mesías " literalmente
significa " Cristo ", es decir, " ungido "; y en
la historia de la salvación significa " ungido con el Espíritu
Santo ". Esta era la tradición profética del Antiguo
Testamento. Siguiéndola, Simón Pedro dirá en casa de Cornelio:
" Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea... después que Juan
predicó el bautismo; como Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el
Espíritu Santo y con poder ".
Desde estas palabras de Pedro y otras muchas parecidas conviene
remontarse ante todo a la profecía de Isaías, llamada a veces "
el quinto evangelio " o bien el " evangelio del Antiguo
Testamento ". Aludiendo a la venida de un personaje misterioso,
que la revelación neotestamentaria identificará con Jesús, Isaías
relaciona la persona y su misión con una acción especial del
Espíritu de Dios, Espíritu del Señor. Dice así el Profeta: "
Saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces
brotará. Reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de
sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de ciencia y de temor del Señor. Y le inspirará en el temor del
Señor". Este texto es importante para toda la pneumatología del
Antiguo Testamento, porque constituye como un puente entre el antiguo
concepto bíblico de " espíritu ", entendido ante todo como
" aliento carismático ", y el " Espíritu " como
persona y como don, don para la persona. El Mesías de la estirpe de
David (" del tronco de Jesé ") es precisamente aquella
persona sobre la que " se posará " el Espíritu del Señor.
Es obvio que en este caso todavía no se puede hablar de la
revelación del Paráclito; sin embargo, con aquella alusión velada a
la figura del futuro Mesías se abre, por decirlo de algún modo, la
vía sobre la que se prepara la plena revelación del Espíritu Santo
en la unidad del misterio trinitario, que se manifestará finalmente
en la Nueva Alianza.'
16. El Mesías es precisamente esta vía. En la Antigua Alianza la
unción era un símbolo externo del don del Espíritu. El Mesías
(mucho más que cualquier otro personaje ungido en la Antigua Alianza)
es el único gran Ungido por Dios mismo. Es el Ungido en el sentido de
que posee la plenitud del Espíritu de Dios. El mismo será también
el mediador al conceder este Espíritu a todo el Pueblo. En efecto,
dice el Profeta con estas palabras:" El Espíritu del Señor
está sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor. A anunciar la
buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad; a pregonar año de gracia del Señor ".
El Ungido es también enviado " con el Espíritu del
Señor". " Ahora el Señor Dios me envía con su espíritu
".
Según el libro de Isaías, el Ungido y el Enviado junto con el
Espíritu del Señor es también el Siervo elegido del Señor, sobre
el que se posa el Espíritu de Dios: " He aquí a mi siervo a
quien sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi
espíritu sobre él ". Se sabe que el Siervo del Señor es
presentado en el Libro de Isaías como el verdadero varón de dolores:
el Mesías doliente por los pecados del mundo. Y a la vez es
precisamente aquél cuya misión traerá verdaderos frutos de
salvación para toda la humanidad: " Dictará ley a las
naciones..."; y será " alianza del pueblo y luz de las
gentes..."; " para que mi salvación alcance hasta los
confines de la tierra ". Ya que: " Mi espíritu que ha
venido sobre ti y mis palabras que he puesto en tus labios no caerán
de tu boca ni de la boca de tu descendencia ni de la boca de la
descendencia de tu descendencia, dice el Señor, desde ahora y para
siempre" ".
Los textos proféticos expuestos aquí deben ser leídos por
nosotros a la luz del Evangelio, como a su vez el Nuevo Testamento
recibe una particular clarificación por la admirable luz contenida en
estos textos veterotestamentarios. El profeta presenta al Mesías como
aquél que viene por el Espíritu Santo, como aquél que posee la
plenitud de este Espíritu en sí y, al mismo tiempo, para los demás,
para Israel, para todas las naciones y para toda la humanidad.
La plenitud del Espíritu de Dios está acompañada de múltiples
dones, los de la salvación, destinados de modo particular a los
pobres y a los que sufren, a todos los que abren su corazón a estos
dones, a veces mediante las dolorosas experiencias de su propia
existencia, pero ante todo con aquella disponibilidad interior que
viene de la fe. Esto intuía el anciano Simeón, " hombre justo y
piadoso " ya que " estaba en él el Espíritu Santo ",
en el momento de la presentación de Jesús en el Templo, cuando
descubría en él la " salvación preparada a la vista de todos
los pueblos " a costa del gran sufrimiento - la Cruz- que habría
de abrazar acompañado por su Madre. Esto intuía todavía mejor la
Virgen María, que " había concebido del Espíritu Santo ",
cuando meditaba en su corazón los " misterios " del Mesías
al que estaba asociada.
17. Conviene subrayar aquí claramente que el " Espíritu
Santo ", que " se posa " sobre el futuro Mesías, es
ante todo un don de Dios para la persona de aquel Siervo del Señor.
pero éste no es una persona aislada e independiente, porque actúa
por voluntad del Señor en virtud de su decisión u opción. Aunque a
la luz de los textos de Isaías la actuación salvífica del Mesías,
Siervo del Señor, encierra en sí la acción del Espíritu que se
manifiesta a través de él mismo, sin embargo en el contexto
veterotestamentario no está sugerida la distinción de los sujetos o
de las personas divinas, tal como subsisten en el misterio trinitario
y son reveladas luego en el Nuevo Testamento. tanto en Isaías como en
el resto del Antiguo Testamento la personalidad del Espíritu Santo
está totalmente " escondida ": escondida en la revelación
del único Dios, así como también en el anuncio del futuro Mesías.
18.Jesucristo se referirá a este anuncio, contenido en las
palabras de Isaías, al comienzo de su actividad mesiánica. Esto
acaecerá en Nazaret mismo, donde había transcurrido treinta años de
su vida en la casa de José, el carpintero, junto a María, su Madre
Virgen. Cuando se presentó la ocasión de tomar la palabra en la
Sinagoga, abriendo el libro de Isaías encontró el pasaje en que
estaba escrito: " El Espíritu del Señor está sobre mí, por
cuanto que me ha ungido el Señor " y después de haber leído
este fragmento dijo a los presentes: " Esta Escritura, que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy ". De este modo confesó y
proclamó ser el que " fue ungido " por el Padre, ser el
Mesías, es decir Cristo, en quien mora el Espíritu Santo como don de
Dios mismo, aquél que posee la plenitud de este Espíritu, aquél que
marca el " nuevo inicio " del don que Dios hace a la
humanidad con el Espíritu.
5. Jesús de Nazaret "elevado "por el Espíritu Santo
19. Aunque en Nazaret, su patria, Jesús no es acogido como
Mesías, sin embargo, al comienzo de su actividad pública, su misión
mesiánica por el Espíritu Santo es revelada al pueblo por Juan el
Bautista. Este, hijo de Zacarías y de Isabel, anuncia en el Jordán
la venida del Mesías y administra el bautismo de penitencia. dice al
respecto : " Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más
fuerte que yo, y yo no soy digno de desatarle la correa de sus
sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego ".
Juan Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como el que "
viene " por el Espíritu santo, sino también como el que "
lleva " el Espíritu Santo, como Jesús revelará mejor en el
Cenáculo. Juan es aquí el eco fiel de las palabras de Isaías, que
en el antiguo Profeta miraban al futuro, mientras que en su enseñanza
a orillas del Jordán constituyen la introducción inmediata en la
nueva realidad mesiánica. juan no es solamente un profeta sino
también un mensajero, es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia
se realiza a la vista de todos. Jesús de Nazaret va al Jordán para
recibir también el bautismo de penitencia. Al ver que llega, Juan
proclama : " He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo ". Dice esto por inspiración del Espíritu Santo,
atestiguando el cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo
tiempo confiesa la fe en la misión redentora de Jesús de Nazaret.
" Cordero de Dios " en boca de Juan Bautista es una
expresión de la verdad sobre el Redentor, no menos significativa de
la usada por Isaías: " Siervo del Señor ".
Así, por el testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de Nazaret,
rechazado por sus conciudadanos, es elevado ante Israel como Mesías,
es decir " Ungido " con el Espíritu Santo. Y este
testimonio es corroborado por otro testimonio de orden superior
mencionado por los Sinópticos. En efecto, cuando todo el pueblo fue
bautizado y mientras Jesús después de recibir el bautismo estaba en
oración, " se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu
Santo en forma corporal, como una paloma " y al mismo tiempo
" vino una voz del cielo: Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco ".
Es una teofanía trinitaria que atestigua la exaltación de Cristo
con ocasión del bautismo en el Jordán, la cual no sólo confirma el
testimonio de Juan Bautista, sino que descubre una dimensión todavía
más profunda de la verdad sobre Jesús de Nazaret como Mesías. El
Mesías es el Hijo predilecto del Padre. Su exaltación solemne no se
reduce a la misión mesiánica del " Siervo del Señor ". A
la luz de la teofanía del Jordán, esta exaltación alcanza el
misterio de la Persona misma del Mesías. El es exaltado porque es el
Hijo de la divina complacencia. La voz de lo alto dice: " mi Hijo
".
20. La teofanía del Jordán ilumina sólo fugazmente el misterio
de Jesús de Nazaret cuya actividad entera se desarrollará bajo la
presencia viva del Espíritu Santo. Este misterio habría sido
manifestado por Jesús mismo y confirmado gradualmente a través de
todo lo que " hizo y enseñó ". En la línea de esta
enseñanza y de los signos mesiánicos que Jesús hizo antes de llegar
al discurso de despedida en el Cenáculo, encontramos unos
acontecimientos y palabras que constituyen comentos particularmente
importantes de esta progresiva revelación.
Así el evangelista Lucas, que ya ha presentado a Jesús "
lleno de Espíritu Santo " y " conducido por el Espíritu en
el desierto ", nos hace saber que, después del regreso de los
setenta y dos discípulos de la misión confiada por el Maestro,
mientras llenos de gozo narraban los frutos de su trabajo, " en
aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo:
" Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has
revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito
". Jesús se alegra por la paternidad divina, se alegra porque le
ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la
especial irradiación de esta paternidad divina sobre los "
pequeños ". Y el evangelista califica todo esto como " gozo
en el Espíritu Santo ".
Este " gozo ", en cierto modo, impulsa a Jesús a decir
todavía : " Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el
Hijo, y aquél a quien se lo quiere revelar ".
21. Lo que durante la teofanía del Jordán vino en cierto modo
" desde fuera ", desde lo alto, aquí proviene " desde
dentro ", es decir, desde la profundidad de lo que es Jesús. Es
otra revelación del Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo.
Jesús habla solamente de la paternidad de Dios y de su propia
filiación; no habla directamente del Espíritu que es amor y, por
tanto, unión del Padre y del Hijo. Sin embargo, lo que dice del Padre
y de sí como Hijo brota de la plenitud del Espíritu que está en él
y que se derrama en su corazón, penetra su mismo " yo ",
inspira y vivifica profundamente su acción. de ahí aquel "
gozarse en el Espíritu Santo ".
La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la que tiene
perfecta conciencia, se expresa en aquel " gozo ", que en
cierto modo hace " perceptible " su fuente arcana. Se da
así una particular manifestación y exaltación que es propia del
Hijo del Hombre, de Cristo-Mesías, cuya humanidad pertenece a la
persona del Hijo de Dios, substancialmente uno con el Espíritu Santo
en la divinidad.
En la magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de
Nazaret manifiesta también a sí mismo su " yo " divino;
efectivamente, él es el Hijo " de la misma naturaleza ", y
por tanto " nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien
es el Padre sino el Hijo ", aquel Hijo que " por nosotros
los hombres y por nuestra salvación " se hizo hombre por obra
del Espíritu santo y nació de una virgen, cuyo nombre era María.
6. Cristo resucitado dice:"Recibid el Espíritu Santo"
22. Gracias a su narración Lucas nos acerca a la verdad contenida
en el discurso del Cenáculo. Jesús de Nazaret, " elevado "
por el Espíritu Santo, durante este dircurso-coloquio, se manifiesta
como el que " trae " el Espíritu, como el que debe llevarlo
y " darlo " a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su
" partida " a través de la cruz.
El verbo " traer " aquí quiere decir, ante todo,
"revelar". En el Antiguo Testamento, desde el Libro del
Génesis, el espíritu de Dios fue de alguna manera dado a conocer
primero como " soplo " de Dios que da vida, como "
soplo vital " sobrenatural. En el libro de Isaías es presentado
como un " don " para la persona del Mesías, como el que se
posa sobre él, para guiar interiormente toda su actividad salvífica.
Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una forma concreta:
Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae
como don propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su
humanidad: " El os bautizará en Espíritu Santo ". En el
Evangelio de Lucas se encuentra confirmada y enriquecida esta
revelación del Espíritu Santo, como fuente íntima de la vida y
acción mesiánica de Jesucristo.
A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del Cenáculo, el
Espíritu Santo es revelado de una manera nueva y más plena. Es no
sólo el don a la persona (a la persona del Mesías), sino que es una
Persona-don. Jesús anuncia su venida como la de " otro
Paráclito ", el cual, siendo el Espíritu de la verdad, guiará
a los apóstoles y a la Iglesia " hacia la verdad completa
". Esto se realizará en virtud de la especial comunión entre el
Espíritu santo y Cristo : " Recibirá de lo mío y os lo
anunciará a vosotros ". Esta comunión tiene su fuente primaria
en el Padre: " Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he
dicho: que recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ".
Procediendo del Padre, el Espíritu santo es enviado por el Padre. El
Espíritu Santo ha sido enviado antes como don para el Hijo que se ha
hecho hombre, para cumplir las profecías mesiánicas. Según el texto
joánico, después de la " partida " de Cristo-Hijo, el
Espíritu Santo " vendrá " directamente -en su nueva
misión- a completar la obra del Hijo. Así llevará a término la
nueva era de la historia de la salvación.
23. Nos encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales.
La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo como persona,
que es el don, se realiza precisamente en este momento. Los
acontecimientos pascuales -pasión, muerte y resurrección de Cristo-
son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como
Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del " nuevo
inicio " de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad
en el Espíritu Santo, por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio
es la redención del mundo: " Tanto amó Dios al mundo que dio a
su Hijo único ". Y a en el " dar " el Hijo, en este
don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual,
como Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho
por el Hijo se completan la revelación y la dádiva del amor eterno:
El Espíritu Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad
es una Persona-don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio
pascual es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y,
por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero.
24. La expresión definitiva de este misterio tiene lugar el día
de la Resurrección. Este día, Jesús de Nazaret, " nacido del
linaje de David ", como escribe el apóstol Pablo, es "
constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad,
por su resurrección de entre los muertos ". Puede decirse, por
consiguiente, que la " elevación " mesiánica de Cristo por
el Espíritu Santo alcanza su culmen en la Resurrección, en la cual
se revela también como Hijo de Dios, " lleno de poder ". Y
este poder, cuyas fuentes brotan de la inescrutable comunión
trinitaria, se manifiesta ante todo en el hecho de que Cristo
resucitado, si por una parte realiza la promesa de Dios expresada ya
por boca del Profeta: " os daré un corazón nuevo, infundiré en
vosotros un espíritu nuevo, ... mi espíritu ", por otra cumple
su misma promesa hecha a los apóstoles con las palabras: " Si me
voy, os lo enviaré ". Es él: el Espíritu de la verdad, el
Paráclito enviado por Cristo resucitado para transformarnos en su
misma imagen de resucitado.
" Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y
les dijo: " La paz con vosotros ". Dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
Jesús repitió: " La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo ".
Todos los detalles de este texto-clave del Evangelio de Juan tienen
su elocuencia, especialmente si los releemos con referencia a las
palabras pronunciadas en el mismo Cenáculo al comienzo de los
acontecimientos pascuales. tales acontecimientos - el triduo sacro de
Jesús, que el Padre ha consagrado con la unción y enviado al mundo-
alcanzan ya su cumplimiento. cristo que " había entregado el
espíritu en la cruz " como Hijo del hombre y Cordero de Dios,
una vez resucitado va donde los apóstoles para " soplar sobre
ellos " con el poder del que habla la carta a los Romanos.
La venida del Señor llena de gozo a los presentes: " Su
tristeza se convierte en gozo ", como ya había prometido antes
de su pasión. Y sobre todo se verifica el principal anuncio del
discurso de despedida: Cristo resucitado, como si preparara una nueva
creación, " trae " el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo
trae a costa de su " partida "; les da este Espíritu como a
través de las heridas de su crucifixión: " Les mostró las
manos y el costado ". En virtud de esta crucifixión les dice:
" Recibid el Espíritu Santo ".
Se establece así una relación profunda entre el envío del Hijo y
el del Espíritu Santo. No se da el envío del Espíritu Santo
(después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: "
Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito ". Se establece
también una relación íntima entre la misión del Espíritu Santo y
la del Hijo en la Redención. La misión del Hijo, en cierto modo,
encuentra su " cumplimiento " en la Redención: "
Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ". La
Redención es realizada totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha
venido y actuado con el poder del Espíritu Santo, ofreciéndose
finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la Cruz. Y esta
Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente en los
corazones y en las conciencias humanas -en la historia del mundo- por
el Espíritu Santo, que es el " otro Paráclito ".
7. El Espíritu Santo y la era de la Iglesia
25. " Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al
Hijo sobre la tierra( cf. Jn 17,4) fue enviado el Espíritu Santo el
día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia
y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre pro medio de
Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de
vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14;
7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el
pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8,
10-11) ".
De este modo el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la
Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la
manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo
Cenáculo el domingo de Pascua. Cristo resucitado vino y "trajo
" a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: "
Recibid el Espíritu Santo ". Lo que había sucedido entonces en
el interior del Cenáculo, " estando las puertas cerradas ",
más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al
exterior, ante los hombres. Se abren las puertas del Cenáculo y los
apóstoles se dirigen a los habitantes y a los peregrinos venidos a
Jerusalén con ocasión de la fiesta, para dar testimonio de Cristo
por el poder del Espíritu Santo. .De este modo se cumple el anuncio:
" El dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis
testimonio, porque estáis conmigo desde el principio ".
Leemos en otro documento del Vaticano II: " El Espíritu Santo
obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera
glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los
discípulos para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se
manifestó públicamente ante la multitud; comenzó la difusión del
Evangelio por la predicación entre los paganos ".
La era de la Iglesia empezó con la " venida ", es decir,
con la bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el
Cenáculo de Jerusalén junto con María, Madre del Señor. Dicha era
empezó en el momento en que las promesas y las profecías, que
explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad,
comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los
apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia. de esto
hablan ampliamente y en muchos pasajes los Hechos de los Apóstoles de
los cuales resulta que, según la conciencia de la primera comunidad,
cuyas convicciones expresa Lucas, el Espíritu Santo asumió la guía
invisible -pero en cierto modo " perceptible "- de quienes,
después de la partida del Señor Jesús, sentían profundamente que
había quedado huérfanos.
Estos, con la venida del espíritu Santo, se sintieron idóneos
para realizar la misión que se les había confiado. Se sintieron
llenos de fortaleza. Precisamente esto obró en ellos el espíritu
Santo, y lo sigue obrando continuamente en la Iglesia, mediante sus
sucesores. Pues la gracia del Espíritu Santo, que los apóstoles
dieron a sus colaboradores con la imposición de las manos, sigue
siendo transmitida en la ordenación episcopal. Luego los Obispos, con
el sacramento del Orden hacen partícipes de este don espiritual a los
ministros sagrados y proveen a que, mediante el sacramento de la
Confirmación, sean corroborados por él todos los renacidos por el
agua y por el espíritu; así , en cierto modo, se perpetúa en la
Iglesia la gracia de Pentecostés.
Como escribe el Concilio, " el Espíritu habita en la Iglesia
y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Cor 3, 16; 6,
19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf.
Gál 4, 6; Rom 8, 15-16. 26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf.
Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna
con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus
frutos (cf. Ef 4 11-12; 1 Cor 12, 4; Gál 5, 22) con la fuerza del
Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la
conduce a la unión consumada con su Esposo ".
26. Los pasajes citados por la Constitución conciliar Lumen
gentium nos indican que, con la venida del Espíritu Santo, empezo la
era de la Iglesia. Nos indican también que esta era, la era de la
Iglesia, perdura. Perdura a través de los siglos y las generaciones.
En nuestro siglo en el que la humanidad se está acercando al final
del segundo milenio después de Cristo, esta " era de la Iglesia
", se ha manifestado de manera especial por medio del Concilio
Vaticano II, como concilio de nuestro siglo. En efecto, se sabe que
éste ha sido especialmente un concilio " eclesiológico ",
un concilio sobre el tema de la Iglesia.
Al mismo tiempo, la enseñanza de este concilio es esencialmente
" pneumatológica ", impregnada por la verdad sobre el
Espíritu Santo, como alma de la Iglesia Podemos decir que el Concilio
Vaticano II en su rico magisterio contiene propiamente todo lo "
que el Espíritu dice a las Iglesias " en la fase presente de la
historia de la salvación.
Siguiendo la guía del Espíritu de la verdad y dando testimonio
junto con él, el Concilio ha dado una especial ratificación de la
presencia del Espíritu Santo Paráclito. En cierto modo, lo ha hecho
nuevamente " presente " en nuestra difícil época. A la luz
d esta convicción se comprende mejor la gran importancia de todas las
iniciativas que miran a la realización del Vaticano II, de su
magisterio y de su orientación pastoral y ecuménica.
En este sentido deben ser también consideradas y valoradas las
sucesivas Asambleas del Sínodo de los Obispos, que tratan de hacer
que los frutos de la verdad y del amor -auténticos frutos del
Espíritu Santo- sean un bien duradero del Pueblo de Dios en su
peregrinación terrena en el curso de los siglos. Es indispensable
este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación y
consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en
el Concilio. A este respecto conviene saber " discernirlos "
atentamente de todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo
del " príncipe de este mundo ". Este discernimiento es
tanto más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que
se ha abierto ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en
las importantes Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen
gentium.
Leemos en la Constitución pastoral: " La comunidad cristiana
(de los discípulos de Cristo) está integrada por hombres que,
reunidos en Cristo son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar
hacia el Reino del Padre y han recibido la buena nueva de la
salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente
íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia
". " Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve,
responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el
cual nunca se sacia plenamente con solos los elementos terrenos
". " El Espíritu de Dios... con admirable providencia guía
el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra "
continuación