El Corazón
de Juan Pablo II - Carta Apostólica - Dies Domini, Parte
II |
PARTE II
CAPÍTULO IV
DIES HOMINIS
El domingo día de alegría, descanso y
solidaridad
La « alegría plena » de Cristo
55. « Sea bendito Aquél que ha elevado el gran día del
domingo por encima de todos los días. Los cielos y la tierra,
los ángeles y los hombres se entregan a la alegría ».(99)
Estas exclamaciones de la liturgia maronita representan bien las
intensas aclamaciones de alegría que desde siempre, en la
liturgia occidental y en la oriental, han caracterizado el
domingo. Además, desde el punto de vista histórico, antes aún
que día de descanso más allá de lo no previsto entonces
por el calendario civil los cristianos vivieron el día
semanal del Señor resucitado sobre todo como día de alegría.
« El primer día de la semana, estad todos alegres », se lee en
la Didascalia de los Apóstoles. (100) Esto era muy
destacado en la práctica litúrgica, mediante la selección de
gestos apropiados. (101) San Agustín, haciéndose intérprete de
la extendida conciencia eclesial, pone de relieve el carácter de
alegría de la Pascua semanal: « Se dejan de lado los ayunos y
se ora estando de pie como signo de la resurrección; por esto
además en todos los domingos se canta el aleluya ».(102)
56. Más allá de cada expresión ritual, que puede variar en
el tiempo según la disciplina eclesial, está claro que el
domingo, eco semanal de la primera experiencia del Resucitado,
debe llevar el signo de la alegría con la que los discípulos
acogieron al Maestro: « Los discípulos se llenaron de alegría
al ver al Señor » (Jn 20,20). Se cumplían para ellos,
como después se realizarán para todas las generaciones
cristianas, las palabras de Jesús antes de la pasión: «
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo
» (Jn 16,20). ¿Acaso no había orado él mismo para que
los discípulos tuvieran « la plenitud de su alegría »? (cf. Jn
17,13). El carácter festivo de la Eucaristía dominical expresa
la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don
del Espíritu. La alegría es, precisamente, uno de los frutos
del Espíritu Santo (cf. Rm 14,17; Gal 5, 22).
57. Para comprender, pues, plenamente el sentido del domingo,
conviene descubrir esta dimensión de la existencia creyente.
Ciertamente, la alegría cristiana debe caracterizar toda la
vida, y no sólo un día de la semana. Pero el domingo, por su
significado como día del Señor resucitado, en el cual se
celebra la obra divina de la creación y de la « nueva creación
», es día de alegría por un título especial, más aún, un
día propicio para educarse en la alegría, descubriendo sus
rasgos auténticos. En efecto, la alegría no se ha de confundir
con sentimientos fatuos de satisfacción o de placer, que ofuscan
la sensibilidad y la afectividad por un momento, dejando luego el
corazón en la insatisfacción y quizás en la amargura.
Entendida cristianamente, es algo mucho más duradero y
consolador; sabe resistir incluso, como atestiguan los santos,
(103) en la noche oscura del dolor, y, en cierto modo, es una «
virtud » que se ha de cultivar.
58. Sin embargo no hay ninguna oposición entre la alegría
cristina y las alegrías humanas verdaderas. Es más, éstas son
exaltadas y tienen su fundamento último precisamente en la
alegría de Cristo glorioso, imagen perfecta y revelación del
hombre según el designio de Dios. Como escribía en la
Exhortación sobre la alegría cristiana mi venerado predecesor
Pablo VI, « la alegría cristiana es por esencia una
participación espiritual de la alegría insondable, a la vez
divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado ». (104)
Y el mismo Pontífice concluía su Exhortación pidiendo que, en
el día del Señor, la Iglesia testimonie firmemente la alegría
experimentada por los Apóstoles al ver al Señor la tarde de
Pascua. Invitaba, por tanto, a los pastores a insistir « sobre
la fidelidad de los bautizados a la celebración gozosa de la
Eucaristía dominical. ¿Cómo podrían abandonar este encuentro,
este banquete que Cristo nos prepara con su amor? ¡Que la
participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo,
crucificado y glorificado, viene en medio de sus discípulos para
conducirlos juntos a la renovación de su resurrección. Es la
cumbre, aquí abajo, de la Alianza de amor entre Dios y su
pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para
la fiesta eterna ». (105) En esta perspectiva de fe, el domingo
cristiano es un auténtico « hacer fiesta », un día de Dios
dado al hombre para su pleno crecimiento humano y espiritual.
La observancia del sábado
59. Este aspecto festivo del domingo cristiano pone de relieve
de modo especial la dimensión de la observancia del sábado
veterotestamentario. En el día del Señor, que el Antiguo
Testamento vincula a la creación (cf. Gn 2, 1-3; Ex
20, 8-11) y del Éxodo (cf. Dt 5, 12-15), el cristiano
está llamado a anunciar la nueva creación y la nueva alianza
realizadas en el misterio pascual de Cristo. La celebración de
la creación, lejos de ser anulada, es profundizada en una
visión cristocéntrica, o sea, a la luz del designio divino de
« hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los
cielos y lo que está en la tierra » (Ef 1,10). A su vez,
se da pleno sentido también al memorial de la liberación
llevada a cabo en el Éxodo, que se convierte en memorial de la
redención universal realizada por Cristo muerto y resucitado. El
domingo, pues, más que una «sustitución» del sábado, es su
realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su
expresión más plena, en el camino de la historia de la
salvación, que tiene su culmen en Cristo.
60. En esta perspectiva, la teología bíblica del « shabbat
», sin perjudicar el carácter cristiano del domingo, puede ser
recuperada plenamente. Ésta nos lleva siempre de nuevo y con
renovado asombro al misterioso inicio en el cual la eterna
Palabra de Dios, con libre decisión de amor, hizo el mundo de la
nada. Sello de la obra creadora fue la bendición y consagración
del día en el que Dios cesó de « toda la obra creadora que
Dios había hecho » (Gn 2,3). De este día del descanso
de Dios toma sentido el tiempo, asumiendo, en la sucesión de las
semanas, no sólo un ritmo cronológico, sino, por así decir,
una dimensión teológica. En efecto, el continuo retorno del « shabbat
» aparta el tiempo del riesgo de encerrarse en sí mismo,
para que quede abierto al horizonte de lo eterno, mediante la
acogida de Dios y de sus kairoi, es decir, de los tiempos
de su gracia y de sus intervenciones salvíficas.
61. El « shabbat », día séptimo bendecido y
consagrado por Dios, a la vez que concluye toda la obra de la
creación, se une inmediatamente a la obra del sexto día, en el
cual Dios hizo al hombre « a su imagen y semejanza » (cf. Gn
1,26). Esta relación más inmediata entre el « día de Dios »
y el « día del hombre » no escapó a los Padres en su
meditación sobre el relato bíblico de la creación. A este
respecto dice Ambrosio: « Gracias pues a Dios Nuestro Señor que
hizo una obra en la que pudiera encontrar descanso. Hizo el
cielo, pero no leo que allí haya descansado; hizo las estrellas,
la luna, el sol, y ni tan siquiera ahí leo que haya descansado
en ellos. Leo, sin embargo, que hizo al hombre y que entonces
descansó, teniendo en él uno al cual podía perdonar los
pecados ». (106) El « día de Dios » tendrá así para siempre
una relación directa con el « día del hombre ». Cuando el
mandamiento de Dios dice: « Acuérdate del día del sábado para
santificarlo » (Ex 20,8), el descanso mandado para honrar
el día dedicado a él no es, para el hombre, una imposición
pesada, sino más bien una ayuda para que se dé cuenta de su
dependencia del Creador vital y liberadora, y a la vez la
vocación a colaborar en su obra y acoger su gracia. Al honrar el
« descanso » de Dios, el hombre se encuentra plenamente a sí
mismo, y así el día del Señor se manifiesta marcado
profundamente por la bendición divina (cf. Gn 2,3) y,
gracias a ella, dotado, como los animales y los hombres (cf. Gn
1,22.28), de una especie de « fecundidad ». Ésta se manifiesta
sobre todo en el vivificar y, en cierto modo, « multiplicar »
el tiempo mismo, aumentando en el hombre, con el recuerdo del
Dios vivo, el gozo de vivir y el deseo de promover y dar la vida.
62. El cristiano debe recordar, pues, que, si para él han
decaído las manifestaciones del sábado judío, superadas por el
« cumplimiento » dominical, son válidos los motivos de fondo
que imponen la santificación del « día del Señor »,
indicados en la solemnidad del Decálogo, pero que se han de
entender a la luz de la teología y de la espiritualidad del
domingo: « Guardarás el día del sábado para santificarlo,
como te lo ha mandado el Señor tu Dios. Seis días trabajarás y
harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de
descanso para el Señor tu Dios. No harás ningún trabajo, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu
buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que
vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu
siervo y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo en el país de
Egipto y que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte
y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el
día del sábado » (Dt 5,12-15). La observancia del
sábado aparece aquí íntimamente unida a la obra de liberación
realizada por Dios para su pueblo.
63. Cristo vino a realizar un nuevo « éxodo », a dar la
libertad a los oprimidos. El obró muchas curaciones el día de
sábado (cf. Mt 12,9-14 y paralelos), ciertamente no para
violar el día del Señor, sino para realizar su pleno
significado: « El sábado ha sido instituido para el hombre y no
el hombre para el sábado » (Mc 2, 27). Oponiéndose a la
interpretación demasiado legalista de algunos contemporáneos
suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado
bíblico, Jesús, « Señor del sábado » (Mc 2,28),
orienta la observancia de este día hacia su carácter liberador,
junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los
derechos del hombre. Así se entiende por qué los cristianos,
anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo,
se sintieran autorizados a trasladar el sentido del sábado al
día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha
liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que
pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que
aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de los demás,
poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de
violencia.
El día del descanso
64. Durante algunos siglos los cristianos han vivido el
domingo sólo como día del culto, sin poder relacionarlo con el
significado específico del descanso sabático. Solamente en el
siglo IV, la ley civil del Imperio Romano reconoció el ritmo
semanal, disponiendo que en el « día del sol » los jueces, las
poblaciones de las ciudades y las corporaciones de los diferentes
oficios dejaran de trabajar. (107) Los cristianos se alegraron de
ver superados así los obstáculos que hasta entonces habían
hecho heroica a veces la observancia del día del Señor. Ellos
podían dedicarse ya a la oración en común sin impedimentos.
(108)
Sería, pues, un error ver en la legislación respetuosa del
ritmo semanal una simple circunstancia histórica sin valor para
la Iglesia y que ella podría abandonar. Los Concilios han
mantenido, incluso después de la caída del Imperio, las
disposiciones relativas al descanso festivo. En los Países donde
los cristianos son un número reducido y donde los días festivos
del calendario no se corresponden con el domingo, éste es
siempre el día del Señor, el día en el que los fieles se
reúnen para la asamblea eucarística. Esto, sin embargo, cuesta
sacrificios no pequeños. Para los cristianos no es normal que el
domingo, día de fiesta y de alegría, no sea también el día de
descanso, y es ciertamente difícil para ellos « santificar »
el domingo, no disponiendo de tiempo libre suficiente.
65. Por otra parte, la relación entre el día del Señor y el
día de descanso en la sociedad civil tiene una importancia y un
significado que están más allá de la perspectiva propiamente
cristiana. En efecto, la alternancia entre trabajo y descanso,
propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como
se deduce del pasaje de la creación en el Libro del Génesis
(cf. 2,2-3; Ex 20,8-11): el descanso es una cosa «
sagrada », siendo para el hombre la condición para liberarse de
la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos
terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios. El poder
prodigioso que Dios da al hombre sobre la creación correría el
peligro de hacerle olvidar que Dios es el Creador, del cual
depende todo. En nuestra época es mucho más urgente este
reconocimiento, pues la ciencia y la técnica han extendido
increíblemente el poder que el hombre ejerce por medio de su
trabajo.
66. Es preciso, pues, no perder de vista que, incluso en
nuestros días, el trabajo es para muchos una dura servidumbre,
ya sea por las miserables condiciones en que se realiza y por los
horarios que impone, especialmente en las regiones más pobres
del mundo, ya sea porque subsisten, en las mismas sociedades más
desarrolladas económicamente, demasiados casos de injusticia y
de abuso del hombre por parte del hombre mismo. Cuando la
Iglesia, a lo largo de los siglos, ha legislado sobre el descanso
dominical, (109) ha considerado sobre todo el trabajo de los
siervos y de los obreros, no porque fuera un trabajo menos digno
respecto a las exigencias espirituales de la práctica dominical,
sino porque era el más necesitado de una legislación que lo
hiciera más llevadero y permitiera a todos santificar el día
del Señor. A este respecto, mi predecesor León XIII en la
Encíclica Rerum novarum presentaba el descanso festivo
como un derecho del trabajador que el Estado debe garantizar.
(110)
Rige aún en nuestro contexto histórico la obligación de
empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del
descanso y la distensión que son necesarios a la dignidad de los
hombres, con las correspondientes exigencias religiosas,
familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente
pueden ser satisfechas si no es salvaguardado por lo menos un
día de descanso semanal en el que gozar juntos de la
posibilidad de descansar y de hacer fiesta. Obviamente este
derecho del trabajador al descanso presupone su derecho al
trabajo y, mientras reflexionamos sobre esta problemática
relativa a la concepción cristiana del domingo, recordamos con
profunda solidaridad el malestar de tantos hombres y mujeres que,
por falta de trabajo, se ven obligados en los días laborables a
la inactividad.
67. Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las
tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas
materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los
valores del espíritu; las personas con las que convivimos
recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su
verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza
deterioradas muchas veces por una lógica de dominio que se
vuelve contra el hombre pueden ser descubiertas y gustadas
profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y
con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que
el hombre es invitado a dar una mirada regenerada sobre las
maravillas de la naturaleza, dejándose arrastrar en la armonía
maravillosa y misteriosa que, como dice san Ambrosio, por una «
ley inviolable de concordia y de amor », une los diversos
elementos del cosmos en un « vínculo de unión y de paz ».
(111) El hombre se vuelve entonces consciente, según las
palabras del Apóstol, de que « todo lo que Dios ha creado es
bueno y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con
acción de gracias; pues queda santificado por la Palabra de Dios
y por la oración » (1 Tm 4,4-5). Por tanto, si después
de seis días de trabajo reducidos ya para muchos a
cinco el hombre busca un tiempo de distensión y de más
atención a otros aspectos de la propia vida, esto responde a una
auténtica necesidad, en plena armonía con la perspectiva del
mensaje evangélico. El creyente está, pues, llamado a
satisfacer esta exigencia, conjugándola con las expresiones de
su fe personal y comunitaria, manifestada en la celebración y
santificación del día del Señor.
Por eso, es natural que los cristianos procuren que, incluso
en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la
legislación civil tenga en cuenta su deber de santificar el
domingo. De todos modos, es un deber de conciencia la
organización del descanso dominical de modo que les sea posible
participar en la Eucaristía, absteniéndose de trabajos y
asuntos incompatibles con la santificación del día del Señor,
con su típica alegría y con el necesario descanso del espíritu
y del cuerpo. (112)
68. Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo
vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento
espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación y de
comunión fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de
la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que
estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del
Evangelio. En esta perspectiva, el descanso dominical y festivo
adquiere una dimensión « profética », afirmando no sólo la
primacía absoluta de Dios, sino también la primacía y la
dignidad de la persona en relación con las exigencias de la vida
social y económica, anticipando, en cierto modo, los « cielos
nuevos » y la « tierra nueva », donde la liberación de la
esclavitud de las necesidades será definitiva y total. En
resumen, el día del Señor se convierte así también, en el
modo más propio, en el día del hombre.
Día de la solidaridad
69. El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión
de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de
apostolado. La participación interior en la alegría de Cristo
resucitado implica compartir plenamente el amor que late en su
corazón: ¡no hay alegría sin amor! Jesús mismo lo explica,
relacionando el « mandamiento nuevo » con el don de la
alegría: « Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté
en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento
mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado » (Jn
15,10-12).
La Eucaristía dominical, pues, no sólo no aleja de los
deberes de caridad, sino al contrario, compromete más a los
fieles « a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado,
mediante las cuales se manifieste que los cristianos, aunque no
son de este mundo, sin embargo son luz del mundo y glorifican al
Padre ante los hombres ». (113)
70. De hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión
dominical fue para los cristianos un momento para compartir
fraternalmente con los más pobres. « Cada primer día de la
semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya
podido ahorrar » (1 Co 16,2). Aquí se trata de la
colecta organizada por Pablo en favor de las Iglesias pobres de
Judea. En la Eucaristía dominical el corazón creyente se abre a
toda la Iglesia. Pero es preciso entender en profundidad la
invitación del Apóstol, que lejos de promover una mentalidad
reductiva sobre el « óbolo », hace más bien una llamada a una
exigente cultura del compartir, llevada a cabo tanto entre
los miembros mismos de la comunidad como en toda la sociedad.
(114) Es más que nunca importante escuchar las severas
exhortaciones a la comunidad de Corinto, culpable de haber
humillado a los pobres en el ágape fraterno que acompañaba a la
« cena del Señor »: « Cuando os reunís, pues, en común, eso
ya no es comer la cena del Señor; porque cada uno come primero
su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga.
¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a
la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? » (1
Co 11,20-22). Valientes son asimismo las palabras de
Santiago: « Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre
con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también
un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al
que lleva el vestido espléndido y le decís: "Tú,
siéntate aquí, en un buen lugar"; y en cambio al pobre le
decís: "Tú, quédate ahí de pie", o "Siéntate
a mis pies". ¿No sería esto hacer distinciones entre
vosotros y ser jueces con criterios malos? » (2,2-4).
71. Las enseñanzas de los Apóstoles encontraron rápidamente
eco desde los primeros siglos y suscitaron vigorosos comentarios
en la predicación de los Padres de la Iglesia. Palabras
ardorosas dirigía san Ambrosio a los ricos que presumían de
cumplir sus obligaciones religiosas frecuentando la iglesia sin
compartir sus bienes con los pobres y quizás oprimiéndolos: «
¿Escuchas, rico, qué dice el Señor? Y tú vienes a la iglesia
no para dar algo a quien es pobre sino para quitarle ». (115) No
menos exigente es san Juan Crisóstomo: « ¿Deseas honrar el
cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres
desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con
lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez.
Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra
llevó a realidad lo que decía, afirmo también: Tuve hambre y
no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de
hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo
dejasteis de hacer [...] ¿De qué serviría adornar la mesa de
Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da
primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre,
adornarás la mesa de Cristo ». (116)
Son palabras que recuerdan claramente a la comunidad cristiana
el deber de hacer de la Eucaristía el lugar donde la fraternidad
se convierta en solidaridad concreta, y los últimos sean los
primeros por la consideración y el afecto de los hermanos, donde
Cristo mismo, por medio del don generoso hecho por los ricos a
los más pobres, pueda de alguna manera continuar en el tiempo el
milagro de la multiplicación de los panes. (117)
72. La Eucaristía es acontecimiento y proyecto de
fraternidad. Desde la Misa dominical surge una ola de caridad
destinada a extenderse a toda la vida de los fieles, comenzando
por animar el modo mismo de vivir el resto del domingo. Si éste
es día de alegría, es preciso que el cristiano manifieste con
sus actitudes concretas que no se puede ser feliz « solo ». Él
mira a su alrededor para identificar a las personas que necesitan
su solidaridad. Puede suceder que en su vecindario o en su
ámbito de amistades haya enfermos, ancianos, niños e
inmigrantes, que precisamente en domingo sienten más duramente
su soledad, sus necesidades, su condición de sufrimiento.
Ciertamente la atención hacia ellos no puede limitarse a una
iniciativa dominical esporádica. Pero teniendo una actitud de
entrega más global, ¿por qué no dar al día del Señor un
mayor clima en el compartir, poniendo en juego toda la
creatividad de que es capaz la caridad cristiana? Invitar a comer
consigo a alguna persona sola, visitar enfermos, proporcionar
comida a alguna familia necesitada, dedicar alguna hora a
iniciativas concretas de voluntariado y de solidaridad, sería
ciertamente una manera de llevar en la vida la caridad de Cristo
recibida en la Mesa eucarística.
73. Vivido así, no sólo la Eucaristía dominical sino todo
el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de
justicia y de paz. La presencia del Resucitado en medio de los
suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de
renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de
pecado en las que los individuos, las comunidades, y a veces
pueblos enteros, están sumergidos. Lejos de ser evasión, el
domingo cristiano es más bien « profecía » inscrita en el
tiempo; profecía que obliga a los creyentes a seguir las huellas
de Aquél que vino « para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año
de gracia del Señor » (Lc 4,18-19). Poniéndose a su
escucha, en la memoria dominical de la Pascua y recordando su
promesa: « Mi paz os dejo, mi paz os doy » (Jn 14,27),
el creyente se convierte a su vez en operador de paz.
CAPÍTULO V
DIES DIERUM
El domingo fiesta primordial, reveladora del
sentido del tiempo
Cristo Alfa y Omega del tiempo
74. « En el cristianismo el tiempo tiene una importancia
fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su
interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su
culmen en la "plenitud de los tiempos" de la
Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de
Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el
tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es
eterno ». (118)
Los años de la existencia terrena de Cristo, a la luz de
Nuevo Testamento, son realmente el centro del tiempo. Este
centro tiene su culmen en la resurrección. En efecto, si es
verdad que él es Dios hecho hombre desde el primer instante de
su concepción en el seno de la Santísima Virgen, es también
verdad que sólo con la resurrección su humanidad es totalmente
transfigurada y glorificada, revelando de ese modo plenamente su
identidad y gloria divina. En el discurso tenido en la sinagoga
de Antioquía de Pisidia (cf. Hch 13,33), Pablo aplica
precisamente a la resurrección de Cristo la afirmación del
Salmo 2: « Tú eres mi hijo, yo te he engendrado » [7].
Precisamente por esto, en la celebración de la Vigilia pascual,
la Iglesia presenta a Cristo Resucitado como « Principio y Fin,
Alfa y Omega ». Estas palabras, pronunciadas por el celebrante
en la preparación del cirio pascual, sobre el cual se marca la
cifra del año en curso, ponen de relieve el hecho de que «
Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento;
cada año, cada día y cada momento son abarcados por su
Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de
nuevo en la "plenitud de los tiempos" ». (119)
75. Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda
y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre
los muertos, es también el día que revela el sentido del
tiempo. No hay equivalencia con los ciclos cósmicos, según los
cuales la religión natural y la cultura humana tienden a marcar
el tiempo, induciendo tal vez al mito del eterno retorno. ¡El
domingo cristiano es otra cosa! Brotando de la Resurrección,
atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los años, los
siglos como una flecha recta que los penetra orientándolos hacia
la segunda venida de Cristo. El domingo prefigura el día final,
el de la Parusía, anticipada ya de alguna manera en el
acontecimiento de la Resurrección.
En efecto, todo lo que ha de suceder hasta el fin del mundo no
será sino una expansión y explicitación de lo que sucedió el
día en que el cuerpo martirizado del Crucificado resucitó por
la fuerza del Espíritu y se convirtió a su vez en la fuente del
mismo Espíritu para la humanidad. Por esto, el cristiano sabe
que no debe esperar otro tiempo de salvación, ya que el mundo,
cualquiera que sea su duración cronológica, vive ya en el último
tiempo. No sólo la Iglesia, sino el cosmos mismo y la
historia están continuamente regidos y guiados por Cristo
glorificado. Esta energía vital es la que impulsa la creación,
que « gime hasta el presente y sufre dolores de parto » (Rm
8,22), hacia la meta de su pleno rescate. De este proceso, el
hombre no puede tener más que una oscura intuición; los
cristianos tienen la clave y certeza de ello, y la santificación
del domingo es un testimonio significativo que ellos están
llamados a ofrecer, para que los tiempos del hombre estén
siempre sostenidos por la esperanza.
El domingo en el año litúrgico
76. Si el día del Señor, con su ritmo semanal, está
enraizado en la tradición más antigua de la Iglesia y es de
vital importancia para el cristiano, no ha tardado en implantarse
otro ritmo: el ciclo anual. En efecto, es propio de la
psicología humana celebrar los aniversarios, asociando al paso
de las fechas y de las estaciones el recuerdo de los
acontecimientos pasados. Cuando se trata de acontecimientos
decisivos para la vida de un pueblo, es normal que su
celebración suscite un clima de fiesta que rompe la monotonía
de los días.
Pues bien, los principales acontecimientos de salvación en
que se fundamenta la vida de la Iglesia estuvieron, por designio
de Dios, vinculados estrechamente a la Pascua y a Pentecostés,
fiestas anuales de los judíos, y prefigurados proféticamente en
dichas fiestas. Desde el siglo II, la celebración por parte de
los cristianos de la Pascua anual, junto con la de la Pascua
semanal, ha permitido dar mayor espacio a la meditación del
misterio de Cristo muerto y resucitado. Precedida por un ayuno
que la prepara, celebrada en el curso de una larga vigilia,
prolongada en los cincuenta días que llevan a Pentecostés, la
fiesta de Pascua, « solemnidad de las solemnidades », se ha
convertido en el día por excelencia de la iniciación de los
catecúmenos. En efecto, si por medio del bautismo ellos mueren
al pecado y resucitan a la vida nueva es porque Jesús « fue
entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra
justificación » (Rm 4,25; cf. 6,3-11). Vinculada
íntimamente con el misterio pascual, adquiere un relieve
especial la solemnidad de Pentecostés, en la que se celebran la
venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, reunidos con
María, y el comienzo de la misión hacia todos los pueblos.
(120)
77. Esta lógica conmemorativa ha guiado la estructuración de
todo el año litúrgico. Como recuerda el Concilio Vaticano II,
la Iglesia ha querido distribuir en el curso del año « todo el
misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta
la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la
feliz esperanza y venida del Señor. Al conmemorar así los
misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de
los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en
cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los
alcancen y se llenen de la gracia de la salvación ». (121)
Celebración solemnísima, después de Pascua y de
Pentecostés, es sin duda la Navidad del Señor, en la cual los
cristianos meditan el misterio de la Encarnación y contemplan al
Verbo de Dios que se digna asumir nuestra humanidad para hacernos
partícipes de su divinidad.
78. Asimismo, « en la celebración de este ciclo anual de los
misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a
la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un
vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo ». (122) Del
mismo modo, introduciendo en el ciclo anual, con ocasión de sus
aniversarios, las memoras de los mártires y de otros santos, «
proclama la Iglesia el misterio pascual cumplido en ellos, que
padecieron con Cristo y han sido glorificados con él ». (123)
El recuerdo de los santos, celebrado con el auténtico espíritu
de la liturgia, no disminuye el papel central de Cristo, sino que
al contrario lo exalta, mostrando el poder de su redención. Al
respecto, dice san Paulino de Nola: « Todo pasa, la gloria de
los santos dura en Cristo, que lo renueva todo, mientras él
permanece el mismo ». (124) Esta relación intrínseca de la
gloria de los santos con la de Cristo está inscrita en el
estatuto mismo del año litúrgico y encuentra precisamente en el
carácter fundamental y dominante del domingo como día del
Señor, su expresión más elocuente. Siguiendo los tiempos del
año litúrgico, observando el domingo que lo marca totalmente,
el compromiso eclesial y espiritual del cristiano está
profundamente incardinado en Cristo, en el cual encuentra su
razón de ser y del que obtiene alimento y estímulo.
79. El domingo se presenta así como el modelo natural para
comprender y celebrar aquellas solemnidades del año litúrgico,
cuyo valor para la existencia cristiana es tan grande que la
Iglesia ha determinado subrayar su importancia obligando a los
fieles a participar en la Misa y a observar el descanso, aunque
caigan en días variables de la semana. (125) El número de estas
fechas ha cambiado en las diversas épocas, teniendo en cuenta
las condiciones sociales y económicas, así como su arraigo en
la tradición, además del apoyo de la legislación civil. (126)
El ordenamiento canónico-litúrgico actual prevé la
posibilidad de que cada Conferencia Episcopal, teniendo en cuenta
las circunstancias propias de uno u otro País, reduzca la lista
de los días de precepto. La eventual decisión en este sentido
necesita ser confirmada por una especial aprobación de la Sede
Apostólica, (127) y en este caso, la celebración de un misterio
del Señor, como la Epifanía, la Ascensión o la solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, debe trasladarse al
domingo, según las normas litúrgicas, para que los fieles no se
vean privados de la meditación del misterio. (128) Los Pastores
procurarán animar a los fieles a participar también en la Misa
con ocasión de las fiestas de cierta importancia que caen
durante la semana. (129)
80. Una consideración pastoral específica se ha de tener
ante las frecuentes situaciones en las que tradiciones populares
y culturales típicas de un ambiente corren el riesgo de invadir
la celebración de los domingos y de otras fiestas litúrgicas,
mezclando con el espíritu de la auténtica fe cristiana
elementos que son ajenos o que podrían desfigurarla. En estos
casos conviene clarificarlo, con la catequesis y oportunas
intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es
inconciliable con el Evangelio de Cristo. Sin embargo es
necesario recordar que a menudo estas tradiciones y esto es
válido análogamente para las nuevas propuestas culturales de la
sociedad civil tienen valores que se adecuan sin dificultad
a las exigencias de la fe. Es deber de los Pastores actuar con
discernimiento para salvar los valores presentes en la cultura de
un determinado contexto social y sobre todo en la religiosidad
popular, de modo que la celebración litúrgica, principalmente
la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino que más
bien sea potenciada. (130)
CONCLUSIÓN
81. Grande es ciertamente la riqueza espiritual y pastoral del
domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El
domingo, considerando globalmente sus significados y sus
implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una
condición para vivirlo bien. Se comprende, pues, por qué la
observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia
y sea una verdadera y precisa obligación dentro de la disciplina
eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes que un precepto,
debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la
existencia cristiana. Es de importancia capital que cada fiel
esté convencido de que no puede vivir su fe, con la
participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin
tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical.
Si en la Eucaristía se realiza la plenitud de culto que los
hombres deben a Dios y que no se puede comparar con ninguna otra
experiencia religiosa, esto se manifiesta con eficacia particular
precisamente en la reunión dominical de toda la comunidad,
obediente a la voz del Resucitado que la convoca, para darle la
luz de su Palabra y el alimento de su Cuerpo como fuente
sacramental perenne de redención. La gracia que mana de esta
fuente renueva a los hombres, la vida y la historia.
82. Con esta firme convicción de fe, acompañada por la
conciencia del patrimonio de valores incluso humanos insertados
en la práctica dominical, es como los cristianos de hoy deben
afrontar la atracción de una cultura que ha conquistado
favorablemente las exigencias de descanso y de tiempo libre, pero
que a menudo las vive superficialmente y a veces es seducida por
formas de diversión que son moralmente discutibles. El cristiano
se siente en cierto modo solidario con los otros hombres en gozar
del día de reposo semanal; pero, al mismo tiempo, tiene viva
conciencia de la novedad y originalidad del domingo, día en el
que está llamado a celebrar la salvación suya y de toda la
humanidad. Si el domingo es día de alegría y de descanso, esto
le viene precisamente por el hecho de que es el « día del
Señor », el día del Señor resucitado.
83. Descubierto y vivido así, el domingo es como el alma de
los otros días, y en este sentido se puede recordar la
reflexión de Orígenes según el cual el cristiano perfecto «
está siempre en el día del Señor, celebra siempre el domingo
». (131) El domingo es una auténtica escuela, un itinerario
permanente de pedagogía eclesial. Pedagogía insustituible
especialmente en las condiciones de la sociedad actual, marcada
cada vez más fuertemente por la fragmentación y el pluralismo
cultural, que ponen continuamente a prueba la fidelidad de los
cristianos ante las exigencias específicas de su fe. En muchas
partes del mundo se perfila la condición de un cristianismo de
la « diáspora », es decir, probado por una situación de
dispersión, en la cual los discípulos de Cristo no logran
mantener fácilmente los contactos entre sí ni son ayudados por
estructuras y tradiciones propias de la cultura cristiana. En
este contexto problemático, la posibilidad de encontrarse el
domingo con todos los hermanos en la fe, intercambiando los dones
de la fraternidad, es una ayuda irrenunciable.
84. El domingo, establecido como sostén de la vida cristiana,
tiene naturalmente un valor de testimonio y de anuncio. Día de
oración, de comunión y de alegría, repercute en la sociedad
irradiando energías de vida y motivos de esperanza. Es el
anuncio de que el tiempo, habitado por Aquél que es el
Resucitado y Señor de la historia, no es la muerte de nuestra
ilusiones sino la cuna de un futuro siempre nuevo, la oportunidad
que se nos da para transformar los momentos fugaces de esta vida
en semillas de eternidad. El domingo es una invitación a mirar
hacia adelante; es el día en el que la comunidad cristiana clama
a Cristo su « Marana tha, ¡Señor, ven! » (1 Co
16,22). En este clamor de esperanza y de espera, el domingo
acompaña y sostiene la esperanza de los hombres. Y de domingo en
domingo, la comunidad cristiana iluminada por Cristo camina hacia
el domingo sin fin de la Jerusalén celestial, cuando se
completará en todas sus facetas la mística Ciudad de Dios, que
« no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la
ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero » (Ap
21,23).
85. En esta tensión hacia la meta la Iglesia es sostenida y
animada por el Espíritu. Él despierta su memoria y actualiza
para cada generación de creyentes el acontecimiento de la
Resurrección. Es el don interior que nos une al Resucitado y a
los hermanos en la intimidad de un solo cuerpo, reavivando
nuestra fe, derramando en nuestro corazón la caridad y
reanimando nuestra esperanza. El Espíritu está presente sin
interrupción en cada día de la Iglesia, irrumpiendo de manera
imprevisible y generosa con la riqueza de sus dones; pero en la
reunión dominical para la celebración semanal de la Pascua, la
Iglesia se pone especialmente a su escucha y camina con él hacia
Cristo, con el deseo ardiente de su retorno glorioso: « El
Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven! » (Ap 22,17).
Considerando verdaderamente el papel del Espíritu he deseado que
esta exhortación a descubrir el sentido del domingo se hiciera
este año que, en la preparación inmediata para el Jubileo,
está dedicado precisamente al Espíritu Santo.
86. Encomiendo la viva acogida de esta Carta apostólica, por
parte de la comunidad cristiana, a la intercesión de la
Santísima Virgen. Ella, sin quitar nada al papel central de
Cristo y de su Espíritu, está presente en cada domingo de la
Iglesia. Lo requiere el mismo misterio de Cristo: en efecto,
¿cómo podría ella, que es la Mater Domini y la Mater
Ecclesiae, no estar presente por un título especial, el día
que es a la vez dies Domini y dies Ecclesiae?
Hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la
Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella
a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf. Lc
2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la
cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al
mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo
de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat
que cantan el don inagotable de la divina misericordia en la
inexorable sucesión del tiempo: « Su misericordia alcanza de
generación en generación a los que lo temen » (Lc
1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las
huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente
intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima
Trinidad.
87. La proximidad del Jubileo, queridos hermanos y hermanas,
nos invita a profundizar nuestro compromiso espiritual y
pastoral. Este es efectivamente su verdadero objetivo. En el año
en que se celebrará, muchas iniciativas lo caracterizarán y le
darán el aspecto singular que tendrá la conclusión del segundo
Milenio y el inicio del tercero de la Encarnación del Verbo de
Dios. Pero este año y este tiempo especial pasarán, a la espera
de otros jubileos y de otras conmemoraciones solemnes. El
domingo, con su « solemnidad » ordinaria, seguirá marcando el
tiempo de la peregrinación de la Iglesia hasta el domingo sin
ocaso. Os exhorto, pues, queridos Hermanos en el episcopado y en
el sacerdocio a actuar incansablemente, junto con los fieles,
para que el valor de este día sacro sea reconocido y vivido cada
vez mejor. Esto producirá sus frutos en las comunidades
cristianas y ejercerá benéficos influjos en toda la sociedad
civil.
Que los hombres y las mujeres del tercer Milenio,
encontrándose con la Iglesia que cada domingo celebra
gozosamente el misterio del que fluye toda su vida, puedan
encontrar también al mismo Cristo resucitado. Y que sus
discípulos, renovándose constantemente en el memorial semanal
de la Pascua, sean anunciadores cada vez más creíbles del
Evangelio y constructores activos de la civilización del amor.
¡A todos mi Bendición!
Vaticano, 31 de mayo, solemnidad de Pentecostés del año
1998, vigésimo de mi Pontificado.
NOTAS
-
(1) Cf. Ap 1,10: « Kyriaké heméra »;
cf. también Didaché 14, 1; S. Ignacio de
Antioquía, A los Magnesios 9, 1-2: SC 10,
88-89.
-
(2) Pseudo Eusebio de Alejandría, Sermón 16: PG
86, 416.
-
(3) In die dominica Paschae II, 52: CCL 78,
550.
-
(4) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia, 106.
-
(5) Ibíd.
-
(6) Cf. Motu proprio Mysterii paschalis (14 de
febrero de 1969): AAS 61 (1969), 222-226.
-
(7) Cf. Nota pastoral de la Conferencia Episcopal
Italiana « El día del Señor » (15 de julio de
1984), 5: Ench. CEI 3, 1398.
-
(8) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 106.
-
(9) Homilía al inicio solemne del Pontificado (22 de
octubre de 1978) 5: AAS, 70 (1978), 947.
-
(10) N. 25: AAS 73 (1981), 639.
-
(11) Const. past. Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, 34.
-
(12) El sábado es vivido por nuestros hermanos hebreos
con una espiritualidad « esponsal », como se desprende,
por ejemplo, en los textos del Génesis Rabbah X,
9 y XI, 8 (cf. J. Neusner, Génesis Rabbah, vol.
I, Atlanta 1985, p. 107 y p. 117). De tipo nupcial es
también el canto Leka dôdi: « Estará contento
de ti tu Dios, como lo está el esposo con la esposa
[...]. En medio de los fieles de tu pueblo predilecto,
ven esposa, Shabbat reina » (Oración
vespertina del sábado, de A. Toaff, Roma 1968-69, p.
3).
-
(13) Cf. A. J. Heschel, The sabbath. Its meaning for
modern man, (22 ed. 1995), pp. 3-24.
-
(14) « Verum autem sabbatum ipsum redemptorem nostrum
Iesum Christum Dominum habemus »: Epist. 13,1: CCL
140 A, 992.
-
(15) Ep. ad Decentium XXV, 4, 7: PL 20,
555.
-
(16) Homiliae in Hexaemeron II, 8: SC 26,
184.
-
(17) Cf. In Io. ev. tractatus XX, 20, 2: CCL
36, 203; Epist. 55, 2: CSEL 34, 170-171.
-
(18) Esta referencia a la resurrección es
particularmente visible en la lengua rusa, en la que el
domingo se llama precisamente « resurrección » (voskresén'e).
-
(19) Epist. 10, 96, 7.
-
(20) Cf. ibíd. En relación con la carta de
Plinio, también Tertuliano recuerda los coetus
antelucani en Apologeticum 2, 6: CCL 1,
88; De corona 3, 3: CCL 2, 1043.
-
(21) A los Magnesios 9, 1-2: SC 10, 88-89.
-
(22) Sermo 8 in octava Paschalis, 4: PL 46,
841. Este carácter de « primer día » del domingo es
evidente en el calendario litúrgico latino, donde el
lunes se denomina feria secunda, el martes feria
tertia, etc. Semejante denominación de los días de
la semana se encuentra en la lengua portuguesa.
-
(23) S. Gregorio de Nisa, De castigatione: PG
46, 309. En la liturgia maronita se subraya también la
relación entre el sábado y el domingo, a partir del «
misterio del Sábado Santo » (cf. M. Hayek, Maronite
[Église],, Dictionnaire de spiritualité, X[1980],
632-644.
-
(24) Rito del Bautismo de niños, n. 9; cf. Rito
de la iniciación cristiana de adultos, n. 59.
-
(25) Cf. Misal Romano, Rito de la aspersión
dominical del agua bendita.
-
(26) Cf. S. Basilio, Sobre el Espíritu Santo, 27,
66: SC 17, 484-485; cf. también Epístola de Bernabé,
15, 8-9: SC 172, 186-189; S. Justino, Diálogo
con Trifón, 24.138: PG 6, 528.793; Orígenes,
Comentario sobre los Salmos, Salmo 119 [118], 1: PG
12, 1588.
-
(27) « Domine, praestitisti nobis pacem quietis,
pacem sabbati, pacem sine vespera »: Confesiones
13, 50: CCL 27, 272.
-
(28) Cf. S. Agustín, Epist. 55,17: CSEL
34, 188: « Ita ergo erit octavus, qui primus, ut
prima vita sed aeterna reddatur ».
-
(29) En inglés Sunday y en alemán Sonntag.
-
(30) Apología I, 67: PG 6, 430.
-
(31) Cf. S. Máximo de Turín, Sermo 44, 1: CCL
23, 178; Id., Sermo 53, 2: CCL 23, 219;
Eusebio de Cesarea, Comm. in Ps 91: PG 23,
1169-1173.
-
(32) Véase, por ejemplo, el himno para el Oficio de las
Lecturas: « Dies aetasque ceteris octava splendet
sanctior in te quam, Iesu, consecras primitiae surgentium
» (I sem.); y también: « Salve dies, dierum gloria,
dies felix Christi victoria, dies digna iugi laetitia
dies prima. Lux divina caecis irradiat, in qua Christus
infernum spoliat, mortem vincit et reconciliat summis
ima. » (II sem.). Expresiones parecidas se
encuentran en himnos adoptados en la Liturgia de las
Horas en diversas lenguas modernas.
-
(33) Cf. Clemente de Alejandría, Stromati, VI,
138, 1-2: PG 9, 364.
-
(34) Cf. Enc. Dominum et vivificantem (18 de mayo
de 1986), 22-26: AAS 78 (1986), 829-837.
-
(35) Cf. S. Atanasio de Alejandría, Cartas
dominicales 1, 10: PG 26, 1366.
-
(36) Cf. Bardesane, Diálogo sobre el destino, 46:
PS 2, 606-607.
-
(37) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, Apéndice: Declaración sobre la
revisión del calendario.
-
(38) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 9.
-
(39) Cf. Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de
1980), 4; AAS 72 (1980), 120; Enc. Dominum et
vivificantem (18 de mayo de 1986), 62-64: AAS
78 (1986), 889-894.
-
(40) Cf. Carta ap. Vicesimus quintus annus (4 de
diciembre de 1988), 9; AAS 81 (1989), 905-906.
-
(41) N. 2177.
-
(42) Cf. Carta ap. Vicesimus quintus annus (4 de
diciembre de 1988), 9: AAS 81 (1989), 905-906.
-
(43) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 41; cf. Decr. Christus
Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos, 15.
-
(44) Son palabras del embolismo, formulado con esta o
análogas expresiones en algunas plegarias eucarísticas
en diversas lenguas. Dichas palabras subrayan eficazmente
el carácter « pascual » del domingo.
-
(45) Cf. Congr. para la Doctrina de la fe, Carta Communionis
notio, a los obispos de la Iglesia católica sobre
algunos aspectos de la Iglesia como comunión (28 de mayo
de 1992), 11-14: AAS 85 (1993), 844-847.
-
(46) Discurso al tercer grupo de Obispos de los Estados
Unidos de América (17 de marzo de 1998), 4: L'Osservatore
Romano ed. en lengua española, 10 de abril de 1998,
p. 9.
-
(47) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 42.
-
(48) S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, sobre el culto del misterio eucarístico
(25 de mayo de 1967), 26: AAS 59 (1967), 555.
-
(49) Cf. S. Cipriano, De Orat. Dom. 23: PL
4, 553; Id. De cath. Eccl. unitate, 7: CSEL
31, 215; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 4; Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 26.
-
(50) Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de
noviembre de 1981), 57; 61: AAS 74 (1982), 151;
154.
-
(51) Cf. S. Congr. para el Culto Divino, Directorio
para las Misas con niños (1 de noviembre de 1973): AAS
66 (1974), 30-46.
-
(52) S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium sobre el culto del misterio eucarístico
(25 de mayo de 1967), 26: AAS 59 (1967), 555-556;
S. Congr. Para los Obispos, Directorio Ecclesiae imago
para el ministerio pastoral de los obispos (22 de febrero
de 1973), 86c: Ench. Vat. 4, n. 2071.
-
(53) Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici
(30 de diciembre de 1988), 30: AAS 81 (1989),
446-447.
-
(54) S. Congr. Para el Culto Divino, Instruc. Las
misas para grupos particulares (15 de mayo de 1969),
10: AAS 61 (1969), 810.
-
(55) Cf. Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 48-51.
-
(56) « Haec est vita nostra, ut desiderando
exerceamur »: S. Agustín, In prima Ioan. tract.
4,6: SC 75, 232.
-
(57) Misal Romano, Embolismo después del Padre
Nuestro.
-
(58) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
-
(59) Ibíd., Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 1; cf. Enc. Dominum et vivificantem
(18 de mayo de 1986), 61-64: AAS 78 (1986),
888-894.
-
(60) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7; cf. 33.
-
(61) Ibíd., 56; cf. Ordo Lectionum Missae,
Praenotanda, 10.
-
(62) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 51.
-
(63) Cf. ibíd., 52; Código de Derecho
Canónico, can. 767 § 2; Código de los Cánones
de las Iglesias Orientales, can. 614.
-
(64) Const. ap. Missale Romanum (3 de abril de
1969): AAS 61 (1969), 220.
-
(65) En la Const. Sacrosanctum Concilium, 24, se
habla de « suavis et vivus Sacrae Scripturae affectus
».
-
(66) Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de
1980), 10: AAS 72 (1980), 135.
-
(67) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum,
sobre la divina revelación, 25.
-
(68) Cf. Ordo lectionum Missae, Praenotanda,
cap. III.
-
(69) Cf. Ordo lectionum Missae, Praenotanda,
cap. I, 6.
-
(70) Conc. Ecum. Tridentino, Sess. XXII, Doctrina y
cánones sobre el santísimo sacrificio de la Misa,
II: DS, 1743; cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 1366.
-
(71) Catecismo de la Iglesia Católica, 1368.
-
(72) S. Congr. de Ritos, Instr. Eucharisticum
mysterium, sobre el culto del misterio eucarístico
(25 de mayo de 1967), 3 b: AAS 59 (1967), 541; cf.
Pío XII, Enc. Mediator Dei (20 de noviembre de
1947), II: AAS, 39 (1947), 564-566.
-
(73) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1385;
cf. también Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a
los obispos de la Iglesia católica sobre la recepción
de la comunión eucarística por parte de los fieles
divorciados y vueltos a casar (14 de septiembre de 1994):
AAS 86 (1994), 974-979.
-
(74) Cf. Inocencio I, Epist. 25, 1 a Decenzio de
Gubbio: PL 20, 553.
-
(75) II, 59; 2-3: ed. F. X. Funk, 1905, 170-171.
-
(76) Cf. Apologia I, 67, 3-5: PG 6, 430.
-
(77) Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum
martyrum in Africa, 7,9,10: PL 8, 707.709-710.
-
(78) Cf. can. 21, Mansi, Conc. II, 9.
-
(79) Cf. can. 47, Mansi, Conc. VIII, 332.
-
(80) Véase la proposición contraria, condenada por
Inocencio XI en 1679, sobre la obligación moral de la
santificación de la fiesta: DS 2152.
-
(81) Can. 1248: « Festis de praecepto diebus Missa
audienda est »; can. 1247 § 1: « Dies festi sub
praecepto in universa Ecclesia sunt... omnes et singuli
dies dominici ».
-
(82) Código de Derecho Canónico, can. 1247; el Código
de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881
§ 1, prescribe que « los fieles cristianos están
obligados los domingos y días de precepto a participar
en la Divina Liturgia o bien, según las prescripciones o
la legítima costumbre de la propia Iglesia sui iuris,
en la celebración de las alabanzas divinas ».
-
(83) N. 2181: « Los que deliberadamente faltan a esta
obligación cometen un pecado grave ».
-
(84) S. Congr. para los Obispos, Directorio Ecclesiae
imago para el ministerio pastoral de los obispos (22
de febrero de 1973), 86a: Ench. Vat. 4, 2069.
-
(85) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 905 §
2.
-
(86) Cf. Pío XII, Cons. ap. Christus Dominus (6
de enero de 1953): AAS 45 (1953), 15-24; Motu
proprio Sacram Communionem (19 de marzo de 1957): AAS
49 (1957), 177-178; Congr. S. Oficio, Istr. sobre la
disciplina del ayuno eucarístico (6 de enero de 1953): AAS
45 (1953), 47-51.
-
(87) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1248
§ 1; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 881 § 2.
-
(88) Cf. Missale Romanum, Normae universales de Anno
liturgico et de Calendario, 3.
-
(89) Cf. S. Congr. para los Obispos, Directorio Ecclesiae
imago para el ministerio pastoral de los obispos (22
de febrero de 1973), 86: Ench. Vat. 4, 2069-2073.
-
(90) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 14.26; Carta
ap. Vicesimus quintus annus (4 de diciembre de
1988), 4.6.12: AAS 81 (1989), 900-901; 902;
909-910.
-
(91) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 10.
-
(92) Cf. Instr. interdicasterial Ecclesiae de mysterio,
sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de
los fieles laicos con el ministerio de los sacerdotes (15
de agosto de 1997), 6.8: AAS 89 (1997),
869.870-872.
-
(93) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 10: « in oblationem Eucharistiae
concurrunt ».
-
(94) Ibíd., 11.
-
(95) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1248
§ 2.
-
(96) Cf. S. Congr. para el Culto Divino, Directorio Christi
Ecclesia para las celebraciones dominicales en
ausencia del sacerdote (2 de junio de 1988): Ench. Vat.
11, 442-468; Instr. interdicasterial Ecclesiae de
mysterio acerca de algunas cuestiones sobre la
colaboración de los fieles laicos con el ministerio de
los sacerdotes (15 de agosto de 1997): AAS 89
(1997), 852-877.
-
(97) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1248
§ 2; Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium
ministeriale (6 de agosto de 1983), III: AAS
75 (1983), 1007.
-
(98) Cf. Pont. Comisión para los Medios de Comunicación
Social, Instr. past. Communio et progressio sobre
los medios de comunicación social (23 de mayo de 1971),
150-152.157: AAS 63 (1971), 645-646.647.
-
(99) Proclamación diaconal en honor del día del Señor:
véase el texto siriaco en el Misal según el rito de la
Iglesia de Antioquía de los Maronitas (ed. en siriaco y
árabe), Jounieh (Líbano) 1959, 38.
-
(100) V, 20, 11: ed. F.X. Funk 1905, 298; cf. Didaché
14, 1: ed. F.X. Funk, 1901, 32; Tertuliano, Apologeticum
16, 11: CCL 1, 116. Véase en concreto Epístola
de Bernabé, 15, 9: SC 172, 188-189: « He
ahí por qué celebramos como una fiesta gozosa el octavo
día en el que Jesús resucitó de entre los muertos y,
después de haber aparecido, subió al cielo ».
-
(101) Tertuliano, por ejemplo, nos informa que en los
domingos estaba prohibido arrodillarse, ya que esta
postura, al ser considerada sobre todo como gesto
penitencial, parecía poco oportuna en el día de la
alegría: cf. De corona 3,4: CCL 2, 1043.
-
(102) Ep. 55, 28: CSEL 342, 202.
-
(103) Cf. S. Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz,
Derniers entretiens, 5-6 julio 1897, en: Oeuvres
complètes, Cerf-Desclée de Brouwer, París, 1992,
1024-1025.
-
(104) Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 de mayo de
1975), II: AAS 67 (1975), 295.
-
(105) Ibíd, VII, l.c., 322.
-
(106) Hex. 6, 10, 76: CSEL 321, 261.
-
(107) Cf. Edicto de Constantino, 3 de julio del 321: Codex
Theodosianus II, tit. 8, 1, ed. Th. Mommsen, 12, 87; Codex
Iustiniani, 3, 12, 2, ed. P. Krueger, 248.
-
(108) Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino,
4, 18: PG 20, 1165.
-
(109) El documento eclesiástico más antiguo sobre este
tema es el canon 29 del Concilio de Laodicea (segunda
mitad del siglo IV): Mansi, II, 569-570. Desde el siglo
VI al IX muchos Concilios prohibieron las « opera
ruralia ». La legislación sobre los trabajos
prohibidos, sostenida también por las leyes civiles, fue
progresivamente muy precisa.
-
(110) Cf. Enc. Rerum novarum (15 de mayo de 1891):
Acta Leonis XIII 11 (1891), 127-128.
-
(111) Hex. 2, 1, 1: CSEL 321, 41.
-
(112) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1247;
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales,
can. 881 §§ 1.4.
-
(113) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 9.
-
(114) Cf. también S. Justino, Apología I, 67,6:
« Los que viven en la abundancia y quieren dar, dan
libremente cada uno lo que quiere, y lo que se recoge se
da al que preside y él asiste a los huérfanos, las
viudas, los enfermos, los indigentes, los prisioneros,
los huéspedes extranjeros, en una palabra, socorre a
todos los que tienen necesidad »: PG 6, 430.
-
(115) De Nabuthae, 10, 45: « Audis, dives,
quid Dominus Deus dicat? Et tu ad ecclesiam venis, non ut
aliquid largiaris pauperi, sed ut auferas »: CSEL
322, 492.
-
(116) Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50,
3-4: PG 58, 508.509.
-
(117) Cf. S. Paulino de Nola, Ep. 13, 11-12 a
Pamaquio: CSEL 29, 92-93. El senador romano es
alabado precisamente por haber reproducido casi el
milagro evangélico, uniendo a la participación
eucarística la distribución de comida a los pobres.
-
(118) Carta apost. Tertio millennio adveniente (10
de noviembre de 1994), 10: AAS 87 (1995), 11.
-
(119) Ibíd.
-
(120) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 731-732.
-
(121) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 102.
-
(122) Ibíd., 103.
-
(123) Ibíd., 104.
-
(124) Carm. XVI, 3-4: « Omnia praetereunt,
sanctorum gloria durat in Christo qui cuncta novat, dum
permanet ipse »: CSEL 30, 67.
-
(125) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1247;
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales,
can. 881 §§ 1.4.
-
(126) Por derecho común, en la Iglesia latina son de
precepto los días de Navidad, Epifanía, Ascensión,
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre
de Dios, Inmaculada Concepción, Asunción, San José,
Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, Todos los
Santos: cf. Código de Derecho Canónico, can.
1246. Días festivos de precepto comunes a todas las
Iglesias orientales son los de Navidad, Epifanía,
Ascensión, Dormición de Santa María Madre de Dios,
Santos Apóstoles Pedro y Pablo: cf. Código de los
cánones de las Iglesias Orientales, can. 880 § 3.
-
(127) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1246
§ 2; para las Iglesias orientales, véase Código de
los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 880 §
3.
-
(128) Cf. S. Congr. de Ritos, Normae universales de
Anno liturgico et de Calendario (21 de marzo de
1969), 5.7: Ench. Vat. 3, 895.897.
-
(129) Cf. Caeremoniale Episcoporum, ed. typica
1995, n. 230.
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(130) Cf. ibíd., n. 223.
-
(131) Contra Celso VIII, 22: SC 150,
222-224.
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Traspasados de Jesús y María
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