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ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”
Párrafo 5
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
946 Después de haber confesado "la Santa
Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade "la comunión de los
santos". Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del
anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas,
symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.
947 "Como todos los creyentes forman un solo
cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros ... Es, pues,
necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el
miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza ... Así, el
bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación
se hace por los sacramentos de la Iglesia" (Santo Tomás, symb.10). "Como
esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los
bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común" (Catech.
R. 1, 10, 24).
948 La expresión "comunión de los santos" tiene
entonces dos significados estrechamente relacionados: "comunión en las
cosas santas ['sancta']" y "comunión entre las personas santas ['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo que es santo para los que
son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de
las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos
Dones antes de la distribución de la comunión. Los fieles ["sancti"]
se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo ["sancta"] para
crecer en la comunión con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla
al mundo.
I
La comunión de los bienes espirituales
949 En la comunidad primitiva de Jerusalén, los
discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la
comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es la
fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se
enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los sacramentos. “El
fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los
Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que
los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que
unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la
comunión de los sacramentos ... El nombre de comunión puede aplicarse a
cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios ... Pero este
nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella
es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas: En la
comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias especiales
entre los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien,
"a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho
común" (1 Co 12, 7).
952 “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32):
"Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien
en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para
socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Catech. R. 1, 10, 27).
El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1,
3).
953 La comunión de la caridad: En la
"comunión de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como
tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro,
todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás
toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y
sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12, 26-27). "La caridad no
busca su interés" (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de nuestros actos
hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad
entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de
los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
II
La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra
954 Los tres estados de la Iglesia. "Hasta
que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la
muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la
tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están
glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno y trino, tal
cual es'" (LG 49):
Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos,
participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo
himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que
tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí
en él (LG 49).
955 "La unión de los miembros de la Iglesia
peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna
manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se
refuerza con la comunicación de los bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los santos. "Por el
hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo,
consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no dejan de
interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único
Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que
adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a
nuestra debilidad" (LG 49):
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os
ayudaré más eficazmente que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo,
a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra
(Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos. "No
veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros,
sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se
vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la
unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de
Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana,
como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG
50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios:
en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del
Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y
maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y
sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los difuntos. "La
Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el
Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del
cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también
ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa orar
por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)" (LG
50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también
hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 ... en la única familia de Dios.
"Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al
unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad,
estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).
Resumen
960 La Iglesia es "comunión de los santos":
esta expresión designa primeramente las "cosas santas" ["sancta"], y
ante todo la Eucaristía, "que significa y al mismo tiempo realiza la
unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG 3).
961 Este término designa también la comunión
entre las "personas santas" ["sancti"] en Cristo que ha "muerto por
todos", de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da
fruto para todos.
962 "Creemos en la comunión de todos los
fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los
que se purifican después de muertos y de los que gozan de la
bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y
creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el
amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos
atentos a nuestras oraciones" (SPF 30).
Párrafo 6
MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
963 Después de haber hablado del papel de la
Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene
considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. "Se la reconoce
y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún,
`es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró
con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de
aquella cabeza'(S. Agustín, virg. 6)" (LG 53). "...María, Madre de
Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI discurso 21 de noviembre 1964).
I La
maternidad de María respecto de la Iglesia
Totalmente unida a su Hijo...
964 El papel de María con relación a la Iglesia
es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella.
"Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su
muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de
la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí,
por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y
se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba
su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente,
Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con
estas palabras: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27)" (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo, María
"estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG
69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus
oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto
con su sombra" (LG 59).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada
libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida
en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por
el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a
su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG
59; cf. la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada
Virgen María por el Papa Pío XII en 1950: DS 3903). La Asunción de la
Santísima Virgen constituye una participación singular en la
Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los
demás cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu
dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has
reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y
que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia
bizantina, Tropario de la fiesta de la Dormición [15 de agosto]).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión a la voluntad del
Padre, a la obra re dentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu
Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la
caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del todo singular de la
Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" ["typus"] de la Iglesia
(LG 63).
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y a
toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera totalmente
singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor,
para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es
nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar
en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente
en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la
realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su
asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que
continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la
salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la
Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG
62).
970 "La misión maternal de María para con los
hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación
de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo
de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres ... brota de la
sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación,
depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).
"Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo
encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo
participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo
creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las
criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del
Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración
diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
II El
culto a la Santísima Virgen
971 "Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de la Iglesia hacia la
Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano" (MC 56).
La Santísima Virgen "es honrada con razón por la Iglesia con un culto
especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la
Santísima Virgen con el título de `Madre de Dios', bajo cuya protección
se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades...
Este culto... aunque del todo singular, es esencialmente diferente del
culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y
al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66);
encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de
Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario,
"síntesis de todo el Evangelio" (cf. Pablo VI, MC 42).
III María, icono
escatológico de la Iglesia
972 Después de haber hablado de la Iglesia, de
su origen, de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que
volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia
en su Misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final
de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima e
indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos" (LG 69),
aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su
propia Madre:
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los
cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta
que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en Marcha,
como señal de esperanza cierta y de consuelo (LG 68).
Resumen
973 Al pronunciar el "fiat" de la Anunciación
y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación, María col
abora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre
allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María, cumplido el
curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del
cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su
Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios,
nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su
oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (SPF 15).
ARTÍCULO 10
"CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en
el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la
fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu
Santo a su apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder
divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del
perdón de los pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia
y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con
evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I Un solo
bautismo para el perdón de los pecados
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los
pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará"
(Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del
perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros
pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de
que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera
profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan
pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda
absolutamente nada por borrar, sea de la falta original, sea de las
faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir
para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la
persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía
nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que
no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal,
¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda
herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el
poder de perdonar los pecados, también hacía falta que el Bautismo no
fuese para ella el único medio de servirse de las llaves del Reino de
los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese
capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si
hubieran pecado hasta en el último momento de su vida" (Catech. R. 1,
11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el
bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia
"un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que
han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este
sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún
no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II El poder de
las llaves
981 Cristo, después de su Resurrección envió a
sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la
reconciliación" (2 Co 5, 18), no lo cumplieron los apóstoles y sus
sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido
para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino
comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y
reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las
llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los
cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por
la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es
donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de
vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214,
11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la
Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable,
que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su
arrepentimiento sea sincero" (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha
muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre
abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf.
Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y
nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que
Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de
perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los
apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder
inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo
que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1,
34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha
dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona allá
arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan
Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados,
no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y
de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la
Iglesia semejante don (San Agustín, serm. 213, 8).
Resumen
984 El Credo relaciona "el perdón de los
pecados" con la profesión de fe en el Espíritu Santo. En efecto, Cristo
resucitado confió a los apóstoles el poder de perdonar los pecados
cuando les dio el Espíritu Santo.
985 El Bautismo es el primero y principal
sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y
resucitado y nos da el Espíritu Santo.
986 Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee
el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de
forma habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los
obispos y de los presbíteros.
987 "En la remisión de los pecados, los
sacerdotes y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere
servirse nuestro Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra
salvación, para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la
justificación" (Catech. R. 1, 11, 6).
ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"
988 El Credo
cristiano –profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
y en su acción creadora, salvadora y santificadora– culmina en la
proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y
en la vida eterna.
989 Creemos
firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha
resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre,
igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con
Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día (cf. Jn 6,
39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima
Trinidad:
Si el Espíritu de Aquél
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél
que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm
8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término
"carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf.
Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa
que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal,
sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener
vida.
991 Creer en la
resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento
esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es
esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella"
(Tertuliano, res. 1.1):
¿Cómo andan diciendo
algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay
resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó
Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe... ¡Pero
no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que
durmieron (1 Co 15, 12-14. 20).
I La resurrección de
Cristo y la nuestra
Revelación progresiva de
la Resurrección
992 La resurrección
de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La
esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una
consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo
entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también
Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia.
En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la
resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
El Rey del mundo a
nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna
(2 M 7, 9). Es preferible morir a manos de los hombres con la
esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 M 7,
14; cf. 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos
contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección.
Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde:
"Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros
estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la
fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la
resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la
vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día
a quienes hayan creído en él. (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su
cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya
un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos
muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia
Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este
acontecimiento único, El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39),
del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al
tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su
Resurrección" (Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido con El
después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La
esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los
encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con
El, por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la
resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17,
32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe cristiana encue ntra más
contradicción que en la resurrección de la carne" (San Agustín, psal.
88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida
de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer
que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida
eterna?
Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué es resucitar? En la muerte,
separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la
corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de
reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará
definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a
nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres
que han muerto:"los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y
los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12,
2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio
cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero El
no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán
con su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801), pero
este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en
"cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con
qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si
no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino
un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; ...
los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que
este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser
mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y
nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra
participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la
transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
Así como el pan que viene de la tierra, después de
haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino
Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial,
así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son
corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección (San
Ireneo de Lyon, haer. 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día"
(Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la
resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de
Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un
arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que
murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Ts 4, 16).
Resucitados con Cristo
1002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en
"el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos
resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida
cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y
en la Resurrección de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él también
habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de
entre los muertos... Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios
(Col 2, 12; 3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los
creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo
resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida con
Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con El nos ha resucitado y hecho sentar en
los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con
su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando
resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El llenos
de gloria" (Col 3, 4).
1004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del
creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa
la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el
ajeno, particularmente cuando sufre:
El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo.
Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros
mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de
Cristo?... No os pertenecéis... Glorificad, por tanto, a Dios en
vuestro cuerpo.(1 Co 6, 13-15. 19-20).
II Morir en Cristo Jesús
1005 Para
resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar
este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta
"partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se
reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF
28).
La muerte
1006 "Frente a la
muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En
un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y para los
que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del
Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9;
Flp 3, 10-11).
1007 La muerte es
el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el
tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los
seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación
normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras
vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos
pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a
término nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en
tus días mozos, ... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que
era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1008 La muerte es
consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de
la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6,
23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte
entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el
hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por
tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró
en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte
temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS
18), es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1
Co 15, 26).
1009 La muerte fue
transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la
muerte, propia de la condición h umana. Pero, a pesar de su angustia
frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de
sometimiento total y libre a la voluntad del Padre.La obediencia de
Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5,
19-21).
El sentido de la muerte
cristiana
1010 Gracias a
Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida
es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación:
si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La
novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el
cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una
vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física
consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación
a El en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en
(eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo
busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha
resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima ...Dejadme recibir la
luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de
Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la muerte
Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar
hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y
estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en
un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf.
Lc 23, 46):
Mi deseo terreno ha
desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde
dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y
para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la
vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
1012 La visión
cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo
privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti
creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra
morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.(MR,
Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el
fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de
misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el
designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin
"el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a
otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola
vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.
1014 La Iglesia nos
anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte
repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los
santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la
hora de nuestra muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono
de la buena muerte:
Habrías de ordenarte en
toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena
conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los
pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás
mañana? (Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte,
¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
(San Francisco de Asís,
cant.)
Resumen
1015 "Caro salutis
est cardo" ("La carne es soporte de la salvación") (Tertuliano, res., 8,
2). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo
hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la
carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.
1016 Por la
muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios
devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado
reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para
siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
1017 "Creemos en
la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora" (DS 854). No
obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un
cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un "cuerpo espiritual" (1 Co 15,
44).
1018 Como
consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir "la muerte
corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado"
(GS 18).
1019 Jesús, el
Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión
total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la
muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.
ARTÍCULO 12
“CREO EN LA VIDA ETERNA”
1020 El cristiano que une su propia muerte a la
de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la entrada en la vida
eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de
la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por
última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático
como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el
nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del
Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y
que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa
María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y
santos. ... Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus
manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al
dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los
ángeles y santos. ... Que puedas contemplar cara a cara a tu
Redentor... (OEx. "Commendatio animae").
I El juicio particular
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como
tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada
en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio
principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su
segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia
de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y
la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como
otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27;
12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede
ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su
alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere
su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS
857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien
para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf.
Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse
inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).
A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la
Cruz, dichos 64).
II El cielo
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de
Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo.
Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3,
2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según la
disposición general de Dios, las almas de todos los santos ... y de
todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de
Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;... o en
caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén
purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de sus
cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del
Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el
cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo,
admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y
pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con
una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura
(Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima
Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María,
los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo
es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del
hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf.
Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más,
tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio
nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo,
allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo
nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la
plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien
asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y
que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad
bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión bienaventurada
con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión
y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida,
luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén
celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón
del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede
ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la
contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta
contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia
"la visión beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a
ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la
salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios,
...gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los
amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San
Cipriano, ep. 56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados
continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los
demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con El
"ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25,
21.23).
III La purificación final o
Purgatorio
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad
de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su
eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta
purificación final de los elegidos que es completamente distinta del
castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe
relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS
1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia,
haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co
3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer
que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que
afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado
una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni
en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos
entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero
otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la
práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la
Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio
expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado
la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en
particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez
purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia
también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si
los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf.
Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los
muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a
los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San
Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).
IV El infierno
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no
podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos
gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos:
"Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano
es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente
en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados
de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de
los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado
mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios,
significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y
libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión
con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
"infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y
del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48)
reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse
, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28).
Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que
recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno
ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de
Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la
existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en
estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente
después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego
eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La
pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en
quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las
que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las
enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento
a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad
en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un
llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta
estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la
puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que
la encuentran" (Mt 7, 13-14):
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario,
según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra,
mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y
no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a
las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG
48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno
(cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión
voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.
En la liturgia eucarística y en las plegari as diarias de los fieles, la
Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca,
sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus
siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días,
líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR
Canon Romano 88)
V El Juicio final
1038 La resurrección de todos los muertos, "de
los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final.
Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su
voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que
hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo
vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles,... Serán
congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos
de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las
ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un
castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será
puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada
hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus
últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado
de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra -y ellos
no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se
volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra, dirá El,
a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a
la derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre.
Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la
cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí
comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro:
como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"
(San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva
Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá
lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará por
medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la
historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la
creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los
caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las
cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios
triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su
amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la
conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable,
el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios.
Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la
"bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá
para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan
creído" (2 Ts 1, 10).
VI
La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios
llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán
para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo
universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la
gloria del cielo...cuando llegue el tiempo de la restauración
universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que
está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del
hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48).
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y
tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad
y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización
definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por
Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,
10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la
Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y
enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto,
ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21,
27).
1045 Para el hombre esta consumación será
la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios
desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el
sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad
de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del
Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf.
Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena
de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de
modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de
paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación
afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente
la revelación de los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada
de la servidumbre de la corrupción ... Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de
nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está
destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a
su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los
justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San
Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación
de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el
universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado,
pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una
nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará
y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de
los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva
no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta
tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede
ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que
distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino
de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir
a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS
39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra
naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos
después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados
cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3;
cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la
vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por
el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los
dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también,
hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San
Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).
Resumen
1051
Al morir cada hombre recibe en su alma
inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo, juez
de vivos y de muertos.
1052 "Creemos que las almas de todos aquellos
que mueren en la gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios
después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la
Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos" (SPF
28).
1053
"Creemos que la multitud de aquellas
almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia
celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios
como El es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso,
juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas,
que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y
con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza" (SPF
29).
1054
Los que mueren en la gracia y la amistad
de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su
salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.
1055
En virtud de la "comunión de los santos",
la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece
sufragios en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
1056
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la
Iglesia advierte a los fieles de la "triste y lamentable realidad de la
muerte eterna" (DCG 69), llamada también "infierno".
1057
La pena principal del infierno consiste
en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre
la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales
aspira.
1058
La Iglesia ruega para que nadie se
pierda: "Jamás permitas, Señor, que me separe de ti". Si bien es verdad
que nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que "Dios quiere
que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4) y que para El "todo es
posible" (Mt 19, 26).
1059
"La misma santa Iglesia romana cree y
firmemente confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos
en el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus
propias acciones (DS 859; cf. DS 1549).
1060
Al fin de los tiempos, el Reino de Dios
llegará a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para
siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material
será transformado. Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 28), en
la vida eterna.
“AMEN”
1061 El Credo, como el último
libro de la Sagrada Escritura (cf Ap 22, 21), se
termina con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también
frecuentemente al final de las oraciones del Nuevo Testamento.
Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un "Amén".
1062 En hebreo, "Amen" pertenece a
la misma raíz que la palabra "creer". Esta raíz expresa la solidez, la
fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por qué
el "Amén" puede expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como
nuestra confianza en El.
1063 En el profeta Isaías se
encuentra la expresión "Dios de verdad", literalmente "Dios del Amén",
es decir, el Dios fiel a sus promesas: "Quien desee ser bendecido en la
tierra, deseará serlo en el Dios del Amén" (Is 65,
16). Nuestro Señor emplea con frecuencia el término "Amén" (cf Mt 6,
2.5.16), a veces en forma duplicada (cf Jn 5, 19), para subrayar la
fiabilidad de su enseñanza, su Autoridad fundada en la Verdad de Dios.
1064 Así pues, el "Amén" final del
Credo recoge y confirma su primera palabra: "Creo". Creer es
decir "Amén" a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios,
es fiarse totalmente de El que es el Amén de amor infinito y de perfecta
fidelidad. La vida cristiana de cada día será
también el "Amén" al "Creo" de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:
Que tu símbolo sea para ti como un
espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y
regocíjate todos los días en tu fe (San Agustín,
serm. 58, 11, 13: PL 38, 399).
1065 Jesucristo mismo es el "Amén"
(Ap 3, 14). Es el "Amén" definitivo del amor del Padre hacia nosotros;
asume y completa nuestro "Amén" al Padre: "Todas las promesas hechas por
Dios han tenido su 'sí' en él; y por eso decimos
por él 'Amén' a la gloria de Dios" (2 Co 1, 20):
Por El, con El y en El,
A ti, Dios Padre omnipotente
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
AMEN
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa
el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio benevolente" (Ef
1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su
voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación
del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf
Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una
"disposición" sabiamente ordenada que S. Pablo llama "la economía del
Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará "la Economía
del Verbo encarnado" o "la Economía de la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la
redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por
las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza,
principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de
su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por
este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su
resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo dormido
en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Por
eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio
pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia
anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y
den testimonio del mismo en el mundo:
En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se
ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino
sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su
vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la
naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC 2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia" significa
originariamente "obra o quehacer público", "servicio de parte de y en
favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere significar que el
Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la
liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su
Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención.
1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento
es empleada para designar no solamente la celebración del culto divino (cf
Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16;
Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp
2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de los
hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen
de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), del cual ella participa
en su sacerdocio, es decir, en el culto, anuncio y servicio de la
caridad:
Con razón se considera la liturgia como el ejercicio
de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada
uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo,
esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público. Por ello,
toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya
eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala
ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia, obra de Cristo, es también una
acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo
visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce
a los fieles en la Vida nueva de la comunidad. Implica una participación
"consciente, activa y fructífera" de todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción
de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y
la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles:
la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la
Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
1073 La Liturgia es también participación en la
oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda
oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el
hombre interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor
con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma
"maravilla de Dios" que es vivida e interiorizada por toda oración, "en
todo tiempo, en el Espíritu" (Ef 6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la
acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza" (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis
del Pueblo de Dios. "La cateq uesis está intrínsecamente unida a toda la
acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre
todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la
transformación de los hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir
en el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"), procediendo de lo visible a
lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los
"misterios". Esta modalidad de catequesis corresponde hacerla a los
catecismos locales y regionales. El presente catecismo, que quiere ser
un servicio para toda la Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus
culturas (cf SC 3-4), enseña lo que es fundamental y común a toda la
Iglesia en lo que se refiere a la Liturgia en cuanto misterio y
celebración (primera sección), y a los siete sacramentos y los
sacramentales (segunda sección).
PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
1076 El día de Pentecostés, por la efusión del
Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El
don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del
Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta,
hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su
Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co 11,26). Durante este tiempo de la
Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera
nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto
es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía
sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de los
frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia
"sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta
"dispensación sacramental" (capítulo primero). Así aparecerán más
clarame nte la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración
litúrgica (capítulo segundo).
CAPÍTULO PRIMERO:
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
ARTÍCULO 1:
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
I.
El Padre, fuente y fin de la liturgia
1077 "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él
antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos
adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el
Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida
y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio",
"eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la
adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de
los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema
litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén
celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como
una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres
vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con
todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar
del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a
partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia
humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la
vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la
bendición se inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en
acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la
salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra prometida, la
elección de David, la Presencia de Dios en el templo, el exilio
purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y
los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez
estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de
alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición
divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y
adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación
y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por
nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros
corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto
respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el
Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión.
Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el
Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co
9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por
otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no
cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella
misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la
comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el
poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para
alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).
II La
obra de Cristo en la liturgia
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y
derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo
actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para
comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y
acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente
la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder
del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo
significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida
terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el
misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el
único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es
sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del
Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento
real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos
los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el
contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su
muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo
y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así
todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El
acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae
todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por
el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu
Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura,
anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha
liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino
del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que
anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los
cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu
Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn
20,21- 23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el
poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta
"sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia.
Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la
dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre
presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está
presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del
ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo
que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las
especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos,
de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está
presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en
la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la
Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt
18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la
que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo
asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a
su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).
...que participa en la Liturgia celestial
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y
participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad
santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde
Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario
y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con
todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos,
esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador,
nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y
nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
III El
Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el
pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras
de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra
del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de
Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que
él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por
ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la
Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del
misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en
los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara la Iglesia
para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe
de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su
poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia
a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la economía
sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de
Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del pueblo de
Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia
conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos,
algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos
salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su
cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo
y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf
DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49),
y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta
catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del
Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica",
porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la
anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera
Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo,
las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca
de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3,21), y lo
mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura
de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del
desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn
6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante
los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua,
relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la
salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la
catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual"
de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la
manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana.
Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal
como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor
ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para los
cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas
liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a
esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y
los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la
Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía.
La oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen
sus paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras
oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias
eucarísticas se inspiran también en modelos de la tradición judía. La
relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la
diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las
grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los
judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el
porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección
de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza,
toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y
de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La
asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo"
que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión
desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para
encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta
preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la
Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo
tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la
voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las
otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida
nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la
manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia.
Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros
sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la
salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn
14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo
recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del
acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es
anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la
celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las
lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se
cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de
su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las
acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores
y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la
inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras,
las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración,
el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva
con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar
a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la
celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no
creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de
la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los
creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una
enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y
compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el
Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace
crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en
la fe.
1103 La Anamnesis. La celebración
litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en
la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican
su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
"recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según
la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de
las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios
en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que
despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de
gracias y la alabanza (Doxología).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los
acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace
presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son
las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar
la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.
1105 La Epiclesis ("invocación sobre") es
la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe
el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se
conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el
centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la
Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de
Cristo y el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo
irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo
pensamiento...Que te baste oír que es por la acción del Espíritu
Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo
Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana
(S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en
la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio
de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente
anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre,
que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que
lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su
herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo
en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su
Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da
su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se
realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia.
El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por
eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a
los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es
inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf
1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno
efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión
del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer siempre con nosotros y
dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por
tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la
vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación
espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la
Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio
de la caridad.
Resumen
1110 En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre
es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la
Creación y de la Salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para
darnos el Espíritu de adopción filial.
1111 La obra de Cristo en la Liturgia es
sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por
el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es
como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo
dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones
litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la
Liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la
Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro
con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de
creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por
su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la
Iglesia.
Continuación