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CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
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CAPÍTULO SEGUNDO
LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN
2650. La oración no se reduce al brote
espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar.
No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la
oración: es necesario también aprender a orar. Pues bien, por una
transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu Santo, en la
"Iglesia creyente y orante" (DV 8), enseña a orar a los hijos de Dios.
2651 La tradición de la oración cristiana es
una de las formas de crecimiento de la Tradición de la fe, en
particular mediante la contemplación y la reflexión de los creyentes
que conservan en su corazón los acontecimientos y las palabras de la
Economía de la salvación, y por la penetración profunda en las
realidades espirituales de las que adquieren experiencia (cf DV 8).
ARTÍCULO 1
LAS FUENTES DE LA ORACIÓN
2652 El Espíritu Santo es el "agua viva" que,
en el corazón orante, "brota para vida eterna" (Jn 4, 14). El es quien
nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la
vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a
beber el Espíritu Santo.
La Palabra de Dios
2653 La Iglesia "recomienda insistentemente
todos sus fieles... la lectura asidua de la Escritura para que
adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3,8)... Recuerden
que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para
que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos
cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San
Ambrosio, off. 1, 88)" (DV 25).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt
7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la
palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y encontraréis
meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación" (cf El
Cartujano, scala: PL 184, 476C).
La Liturgia de la Iglesia
2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo
que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y
comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que
ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar.
La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su
celebración. Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto" (Mt 6,
6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad
Santísima (cf IGLH 9).
Las virtudes teologales
2656 Se entra en oración como se entra en la
liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los
signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y
deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.
2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la
liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la
esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración
personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy
particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a
fijar nuestra esperanza en Dios: "En el Señor puse toda mi esperanza,
él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor" (Sal 40, 2). "El Dios de
la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar
de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
2658 "La esperanza no falla, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). La oración, formada en la vida
litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que
nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la
fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de
la oración:
Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta
el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable,
y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la
única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios mío, si mi
lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que
mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista
Vianney, oración).
"Hoy"
2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos
escuchando la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual;
pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su
Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de
Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la
de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del
Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy:
"¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95,
7-8).
2660 Orar en los acontecimientos de cada día y
de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los
"pequeños", a los servidores de Cristo, a los pobres de las
bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino
de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también
es importante amasar con la oración las humildes situaciones
cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la
que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).
Resumen
2661 Mediante la Tradición viva, el Espíritu
Santo, en la Iglesia, enseña a los hijos de Dios a orar.
2662 La Palabra de Dios, la liturgia de la
Iglesia y las virtudes de fe, esperanza y caridad son fuentes de la
oración.
ARTÍCULO 2
EL CAMINO DE LA ORACIÓN
2663 En la tradición viva de la oración, cada
Iglesia propone a sus fieles, según el contexto histórico, social y
cultural, el lenguaje de su oración: palabras, melodías, gestos,
iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10) discernir la
fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe
apostólica y compete a los pastores y catequistas explicar el sentido
de ello, con relación siempre a Jesucristo.
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración cristiana
que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra
oración no tiene acceso al Padre más que si oramos "en el Nombre" de
Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el
Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por
la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a
orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en
todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a
Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la
Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en
nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de
Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo
amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz,
nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es
aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre
divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23),
pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y
nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El
Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de
la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde
nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la
presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que
invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él
(cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha
sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas
en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida
por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la
invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de
nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con
la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10,
46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los
hombres y con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es
el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia
por un corazón humildemente atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt
6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica con perseverancia" (cf
Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es una ocupación al
lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y
transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al
Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al
Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó
traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el
Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el
Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que
con su santa Cruz nos redimió.
"Ven, Espíritu Santo"
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!'
sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la
oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su
gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él
nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también
a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días
al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier
acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me
diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser
objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol.
5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el
Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para
que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en
esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don
del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración
más sencilla y la más directa es también la más tradicional: "Ven,
Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en
antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus
fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia de
Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de
Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro
de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros,
purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina.
Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna
todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es
el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos
caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que
actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la
oración cristiana es oración en la Iglesia.
En comunión con la Santa Madre de Dios
2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a
la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de
ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la Iglesia con la
Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí dado por la fe en la
anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad
de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de
su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y
las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de
nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia
de él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su "signo",
según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A partir de esta cooperación singular de
María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la
oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de
Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y
antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos
movimientos: uno "engrandece" al Señor por las "maravillas" que ha
hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres
humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las
súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la
humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este doble movimiento de la oración a
María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave
María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La
salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios
mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración
se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto
sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que
El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos
palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena
de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está
colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia.
"Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3,
14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija
de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del
Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3).
"Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al
que entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel,
hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41),
Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman
bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha
creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas las mujeres"
porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham,
por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la
tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los
creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a
Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su
vientre.
2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De dónde a
mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a
Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos
confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para
nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc
1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la
voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos
reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia",
a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de
nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde
ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora,
como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de
nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para
conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló
la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las
Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis
se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias
bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han
preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero
en el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San
Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la
misma.
2679 María es la orante perfecta, figura de la
Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del
Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el
discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha
madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La
oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está
unida en la esperanza (cf LG 68-69).
Resumen
2680 La oración está dirigida principalmente
al Padre; igualmente se dirige a Jesús, en especial por la invocación
de su santo Nombre: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad
de nosotros, pecadores!"
2681 "Nadie puede decir: 'Jesús es Señor',
sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). La Iglesia nos
invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración
cristiana.
2682 En virtud de su cooperación singular
con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión
con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha
realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas.
ARTÍCULO 3
MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN
Una pléyade de testigos
2683 Los testigos que nos han precedido en el
Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia reconoce como
"santos", participan en la tradición viva de la oración, por el modelo
de su vida, por la transmisión de sus escritos y por su oración
actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos
que han quedado en la tierra. Al entrar "en la alegría" de su Señor,
han sido "constituidos sobre lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión
es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles
que intercedan por nosotros y por el mundo entero.
2684 En la comunión de los santos, se han
desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la
historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de
Dios hacia los hombres, por ejemplo el "espíritu" de Elías a Eliseo (cf
2 R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha podido transmitirse para
que unos discípulos tengan parte en ese espíritu (cf PC 2). En la
confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra también
una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura
la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas
espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la
oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica
diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo.
"El Espíritu es verdaderamente el lugar de los
santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se
ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo" (San Basilio, Spir.
26, 62).
Servidores de la oración
2685 La familia cristiana es el primer
lugar de la educación en la oración. Fundada en el sacramento del
matrimonio, es la "Iglesia doméstica" donde los hijos de Dios aprenden
a orar "en Iglesia" y a perseverar en la oración. Particularmente para
los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio
de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por
el Espíritu Santo.
2686 Los ministros ordenados son también
responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas
en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar
al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de
Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones
concretas (cf PO 4-6).
2687 Muchos religiosos han consagrado y
consagran toda su vida a la oración. Desde el desierto de Egipto,
eremitas, monjes y monjas han dedicado su tiempo a la alabanza de Dio
s y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se mantiene
ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la
contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.
2688 La catequesis de niños, jóvenes y
adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la
oración personal, se actualice en la oración litúrgica, y se
interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La
catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la
piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones
fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración,
pero es importante hacer gustar su sentido (cf CT 55).
2689 Grupos de oración, es decir,
"escuelas de oración", son hoy uno de los signos y uno de los acicates
de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición de beber en
las auténticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de la
comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.
2690 El Espíritu Santo da a ciertos fieles
dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a este bien
común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y
aquellas que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores
de la Tradición viva de la oración:
Por eso, el alma que quiere avanzar en la
perfección, según el consejo de San Juan de la Cruz, debe
"considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea el maestro,
tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo". Y añade:
"No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también
experimentado... Si el guía espiritual no tiene experiencia de la
vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que
Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá" (Llama
estrofa 3).
Lugares favorables para la oración
2691 La iglesia, casa de Dios, es el lugar
propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también
el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo
en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es
indiferente para la verdad de la oración:
— para la oración personal, el lugar favorable puede
ser un "rincón de oración", con las Sagradas Escrituras e imágenes,
para estar " en lo secreto" ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una
familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en
común.
— en las regiones en que existen monasterios, una
vocación de estas comunidades es favorecer la participación de los
fieles en la Oración de las Horas y permitir la soledad necesaria para
una oració n personal más intensa (cf PC 7).
— las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la
tierra hacia el cielo. Son tradicionalmente tiempos fuertes de
renovación de la oración. Los santuarios son, para los peregrinos en
busca de fuentes vivas, lugares excepcionales para vivir "en Iglesia"
las formas de la oración cristiana.
Resumen
2692 En su oración, la Iglesia peregrina se
asocia con la de los santos cuya intercesión solicita.
2693 Las diferentes espiritualidades
cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías
preciosos para la vida espiritual.
2694 La familia cristiana es el primer lugar
de educación para la oración.
2695 Los ministros ordenados, la vida
consagrada, la catequesis, los grupos de oración, la "dirección
espiritual" aseguran en la Iglesia una ayuda para la oración.
2696 Los lugares más favorables para la
oración son el oratorio personal o familiar, los monasterios, los
santuarios de peregrinación y, sobretodo, el templo que es el lugar
propio de la oración litúrgica para la comunidad parroquial y el lugar
privilegiado de la adoración eucarística.
CAPÍTULO TERCERO
LA VIDA DE ORACIÓN
2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos
en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra
Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición
del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un
"recuerdo de Dios", un frecuente despertar la "memoria del corazón":
"Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar" (San
Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no se puede orar "en todo
tiempo" si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos:
son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en
duración.
2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos
ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos
son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después
de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la
Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El
ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos
fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos de la
vida y de la manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde
según la determinación de su corazón y las expresiones personales de
su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres
expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la
meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo
fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para
conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas
tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
ARTÍCULO 1
LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN
I La oración vocal
2700 Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por
medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo.
Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien
hablamos en la oración. "Que nuestra oración se oiga no depende de la
cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San Juan
Crisóstomo, ecl. 2).
2701 La oración vocal es un elemento indispensable de la
vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa
de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el "Padre Nuestro".
Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga;
los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su
oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11,
25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).
2702 Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración
interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos
cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir
exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo
nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible.
2703 Esta necesidad responde también a una exigencia divina.
Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la
oración que sube viva desde las profundidades del alma. También
reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración
interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al
que Dios tiene derecho.
2704 La oración vocal es la oración por excelencia de las
multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la
más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración
vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos
conciencia de Aquél "a quien hablamos" (Santa Teresa de Jesús, cam.
26). Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma de
oración contemplativa.
II La meditación
2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu
trata de comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana para
adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención
difícil de encauzar. Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro,
que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras,
especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos
litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales,
obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la
historia, la página del "hoy" de Dios.
2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo
confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida.
Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la
fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede
discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: "Señor,
¿qué quieres que haga?".
2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los
maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente;
si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola
del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un
guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único
camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la
imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria
para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del
corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración
cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de
Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de
reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir
más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión
con El.
III La oración de
contemplación
2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: "no es
otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad,
estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (vida
8).
La contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf Ct 3,
1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo
es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe
que nos hace nacer de él y vivir en él. En la contemplación se puede
también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.
2710 La elección del tiempo y de la duración de la
oración de contemplación depende de una voluntad decidida
reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación
cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el
Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar,
cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se
puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en
contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo
o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro,
en la pobreza y en la fe.
2711 La entrada en la contemplación es análoga a la
de la Liturgia eucarística: "recoger" el corazón, recoger todo nuestro
ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que
somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de
Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver
nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos
como una ofrenda que hay que purificar y transformar.
2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del
pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado
y que quiere responder a él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19,
1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama
en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La
contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amante del
Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.
2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del
misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser
acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración
contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el
fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la
Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su
semejanza".
2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por
excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede "que seamos
vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre
interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que
quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3, 16-17).
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en
Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía, en tiempos de su santo cura,
un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El es
renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de
Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la
luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La
contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de
Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más
amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
2716 La contemplación es escucha de la palabra de
Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe,
acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo.
Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su
humilde esclava.
2717 La contemplación es silencio, este "símbolo del
mundo venidero" (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o "amor
silencioso" (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración
contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego
del amor. En este silencio, insoportable para el hombre "exterior", el
Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y
resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de
Jesús.
2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en
la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio
de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu
Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por
medio de la caridad en acto.
2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de
vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche
de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía
y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la Hora de Jesús que su
Espíritu (y no la "carne que es débil") hace vivir en la
contemplación. Es necesario consentir en "velar una hora con él" (cf
Mt 26, 40).
Resumen
2720 La Iglesia invita a los fieles a una oración
regulada: oraciones diarias, Liturgia de las Horas, Eucaristía
dominical, fiestas del año litúrgico.
2721 La tradición cristiana contiene tres importantes
expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y
la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del
corazón.
2722 La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con
el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración
interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña
el "Padre nuestro" a sus discípulos.
2723 La meditación es una búsqueda orante, que hace
intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Tiene
por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, que es
confrontada con la realidad de nuestra vida.
2724 La oración contemplativa es la expresión sencilla
del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una
escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión
con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su
misterio.
ARTÍCULO 2
EL COMBATE DE LA ORACIÓN
2725 La oración es un don de la gracia y una
respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los
grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la
Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la oración es un
combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias
del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la
oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive
como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu
de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El "combate
espiritual" de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate
de la oración.
I Las
objeciones a la oración
2726 En el combate de la oración, tenemos que
hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos
erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación
psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío
mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el
inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible
con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan
a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque
ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente
de ellos.
2727 También tenemos que hacer frente a
mentalidades de "este mundo" que nos invaden si no estamos
vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede
verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio
que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso
aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil,
pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como
criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es
"amor de la Belleza absoluta" (philocalia), y sólo se deja cautivar
por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el
activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista
como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no
puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).
2728 Por último, en este combate hay que hacer
frente a lo que es sentido como fracasos en la oración:
desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al
Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por no
ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro
orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a
la gratuidad de la oración... La conclusión es siempre la misma: ¿Para
qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia,
si se quieren vencer estos obstáculos.
II
Necesidad de la humilde vigilancia
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la
distracción. En la oración vocal, la distracción puede
referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un
modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la
oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la
oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en
sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción
descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta
toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para
ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea
servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el
yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús
insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al
último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz
que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su
rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los
que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de
la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los
pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el
momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a
Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da
mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz,
porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin
una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta,
es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una
incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a
orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se
consideran más urgentes.
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la
presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por
ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento
de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del
corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41).
El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es
humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor
confianza, a mantenerse firme en la constancia.
III La confianza
filial
2734 La confianza filial se prueba en la
tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente cuando se ora pidiendo
para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que su
oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones:
Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración
es escuchada o "eficaz".
Queja por la oración no escuchada
2735 He aquí una observación llamativa: cuando
alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no
estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el
contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es
entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como
medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que "nosotros no
sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes
convenientes"? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de
que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera nuestra petición
porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es
necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en
verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 "No tenéis porque no pedís. Pedís y no
recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras
pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16).
Si pedimos con un corazón dividido, "adúltero" (St 4, 4), Dios no
puede escucharnos porque él quiere nuestro bien, nuestra vida.
"¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el
espíritu que El ha hecho habitar en nosotros" (St 4,5)? Nuestro Dios
está "celoso" de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor.
Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:
No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente
lo que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía mediante
tu perseverancia en permanecer con él en oración (Evagrio, or. 34).
El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos
dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín,
ep. 130, 8, 17).
La oración es eficaz
2738 La revelación de la oración en la economía
de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la
historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por
excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración
cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor
hacia los hombres.
2739 En San Pablo, esta confianza es audaz (cf
Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el
amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39).
La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a
nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración
cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros y
con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que
agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a
los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro
lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas
una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su
Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros
ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está
resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia
filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo
que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los
dones.
IV Perseverar en
el amor
2742 "Orad constantemente" (1 Ts 5, 17), "dando
gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro
Señor Jesucristo" (Ef 5, 20), "siempre en oración y suplica, orando en
toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e
intercediendo por todos los santos" (Ef 6, 18)."No nos ha sido
prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos
una ley que nos manda orar sin cesar" (Evagrio, cap. pract. 49). Este
ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra
inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor
humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a
tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre posible: El tiempo
del cristiano es el de Cristo resucitado que está "con nosotros, todos
los días" (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8,
24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
Es posible, incluso en el mercado o en un paseo
solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en
vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina
(San Juan Crisóstomo, ecl.2).
2744 Orar es una necesidad vital: si no
nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado
(cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser "vida nuestra", si
nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale como la oración: hace posible lo que es
imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que
ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5).
Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se
condena ciertamente (San Alfonso María de Ligorio, mez.).
2745 Oración y vida cristiana son
inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia
que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al
designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el
Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El
mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha
amado. "Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo
que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17).
Ora continuamente el que une la oración a las obras
y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el
principio de la oración continua (Orígenes, or. 12).
V La
oración de la hora de Jesús
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al
Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el
Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación,
así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús,
sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma
manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia
de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la
denomina la oración "sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro
Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su "paso" [pascua]
hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf Jn
17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo
está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y
la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el
pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en
El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la
unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre,
y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la
consumación de los siglos. La oración de la "hora de Jesús" llena los
últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a
quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al
mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13.
19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El
Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y
el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos
ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él
nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de Jesús inspira,
desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación
por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su
Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de
la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6.
9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos
revela y nos da el "conocimiento" indisociable del Padre y del Hijo (cf
Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.
Resumen
2752 La oración supone un esfuerzo y una
lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El
combate de la oración es inseparable del "combate espiritual"
necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo: Se
ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En el combate de la oración debemos
hacer frente a concepciones erróneas, a diversas corrientes de menta
lidad, a la experiencia de nuestros fracasos. A estas tentaciones que
ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración
conviene responder con humildad, confianza y perseverancia.
2754 Las dificultades principales en el
ejercicio de la or ación son la distracción y la sequedad. El remedio
está en la fe, la conversión y la vigilancia del corazón.
2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la
oración: la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión
debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento.
2756 La confianza filial se pone a prueba
cuando tenemos el sentimiento de no ser siempre escuchados. El
Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al deseo del
Espíritu.
2757 "Orad continuamente" (1 Ts 5, 17). Orar
es siempre posible . Es incluso una necesidad vital. Oración y vida
cristiana son inseparables.
2758 La oración de la "hora de Jesús",
llamada rectamente "oración sacerdotal" (cf Jn 17), recapitula toda la
Economía de la creación y de la salvación. Inspira las grandes
peticiones del "Padre Nuestro".
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
"PADRE NUESTRO"
2759 "Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le
dijo uno de sus discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó
Juan a sus discípulos.'" (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el
Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana
fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco
peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada
(con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la
Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración
del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es
el poder y la gloria por siempre". Las Constituciones apostólicas (7,
24, 1) añaden en el comienzo: "el reino"': y ésta la fórmula actual
para la oración ecuménica. La tradición bizantina añade después un
gloria al "Padre, Hijo y Espíritu Santo". El misal romano desarrolla
la última petición (Embolismo: "líbranos del mal") en la perspectiva
explícita de "aguardando la feliz esperanza" (Tt 2, 13) y "la gloriosa
venida de nuestro Salvador Jesucristo"; después se hace la aclamación
de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las Constituciones
apostólicas.
ARTÍCULO 1
"RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO"
2761 "La oración dominical es en verdad el resumen de todo
el Evangelio" (Tertuliano, or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta
fórmula de oración, añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por
tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus
necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que
sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or. 10).
I Corazón de las
Sagradas Escrituras
2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el
alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las
peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye:
Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo
que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración
dominical (ep. 130, 12, 22).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos)
se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena
Nueva". Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de
la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está
en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de
las peticiones de la oración que nos dio el Señor:
La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En
ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino
además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta
oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda
nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración
dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da
forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan
nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus
palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la
rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.
II "La oración del
Señor"
2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir,
"oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y
nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es
verdaderamente única: ella es "del Señor". Por una parte, en efecto,
por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que
el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra
oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de
hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos
las revela: es el Modelo de nuestra oración.
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de
modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal,
el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos
de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras
de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que
éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más todavía:
la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre
"ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá,
Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos
ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien
"conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en
favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se
inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
III Oración de la Iglesia
2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del
Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido
recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras
comunidades recitan la Oración del Señor "tres veces al día" (Didaché
8, 3), en lugar de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor
está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos.
Porque él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre
nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para
todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19,
4).
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte
integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter
eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de
la iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la
entrega ["traditio"] de la Oración del Señor significa el nuevo
nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con
Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo
por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su
Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de
ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha
sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en
todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios
patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a
los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre
el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P
2, 1-10).
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor
aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido
pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y
la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte todas las
peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis,
y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la
comunión sacramental va a anticipar.
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta
también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la
oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvaci ón que han
comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la
Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las
oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación
ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y
resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que
suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos
del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el
cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3,
4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida
del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
Resumen
2773 En respuesta a la petición de sus discípulos
("Señor, enséñanos a orar": Lc 11, 1), Jesús les entrega la oración
cristiana fundamental, el "Padre Nuestro".
2774 "La oración dominical es, en verdad, el resumen de
todo el Evangelio" (Tertuliano, or. 1), "la más perfecta de las
oraciones" (Santo Tomás de A. s. th. 2-2, 83, 9). Es el corazón de las
Sagradas Escrituras.
2775 Se llama "Oración dominical" porque nos viene del
Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración.
2776 La Oración dominical es la oración por excelencia de
la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio
divino y de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo,
Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía, manifiesta el
carácter "escatológico" de sus peticiones, en la esperanza del Señor,
"hasta que venga" (1 Co 11, 26).
ARTÍCULO 2
"PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO"
I Acercarse a Él
con toda confianza
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea
eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las
liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas:
"Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos de". Ante la zarza
ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí. Quita las
sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina,
sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la
purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del
Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13):
La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos
haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en
polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su
Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8,
15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a
Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está
animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración
del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la
bella palabra, típicamente cristiana: "parrhesia", simplicidad sin
desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde,
certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28;
3, 21; 5, 14).
II "¡Padre!"
2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la
Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de
ciertas imágenes falsas de "este mundo". La humildad nos hace
reconocer que "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el
Hijo se lo quiera revelar", es decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27).
La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o
maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y
que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre
transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra
él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o
demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal
como el Hijo nos lo ha revelado:
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie.
Cuando Moisés preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A
nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este
nombre implica el nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha
sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace
conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos
entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf
Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta
relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido
de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El
y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo
reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la
Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una
imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos
como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado
su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido
habitados por su presencia.
2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a
su vida al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el
Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su
Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de
nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos
ha conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora
en adelante, como participantes de Cristo, sois llamados "cristos"
con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la
gracia, dice primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San
Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido
revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido
revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú
bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la
gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De
siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos
hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre
nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de
manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha
creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro,
para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra
parte una conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro
Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su
imagen, la semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder
a ella.
Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro',
de que debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom.
orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si
mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no
tenéis en vosotros la señal de la bondad del Padre celestial (San
Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e
impregnar de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace
volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a "los pequeños" a
los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se
hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como
con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en
verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el
amor, el gusto en la oración, ... y también la esperanza de obtener
lo que vamos a pedir ...¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración
de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?
(San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
III Padre "nuestro"
2786 Padre "Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por
nuestra parte, no expresa una posesión, sino una relación totalmente
nueva con Dios.
2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo
que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han
cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado
a ser "su Pueblo" y El es desde ahora en adelante "nuestro Dios". Esta
relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y
fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder "a la gracia
y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).
2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los
"últimos tiempos", ese "nuestro" expresa también la certeza de nuestra
esperanza en la última promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al
vencedor: "Yo seré su Dios y él será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro Señor
Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la
divinidad, ya que el Padre es su "fuente y origen", sino confesamos
que eternamente el Hijo es engendrado por El y que de El procede el
Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera las personas, ya que
confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, Jesucristo,
en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es
consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le
glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente, "nuestro" califica una realidad común
a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por
aquellos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de El por el
agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia es
esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo único
hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8, 29) se
encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo
Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre "nuestro", la oración de cada
bautizado se hace en esta comunión: "La multitud de creyentes no tenía
más que un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los
cristianos, la oración al Padre "nuestro" continúa siendo un bien
común y un llamamiento apremiante para todos los bautizados. En
comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos deben
participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf
UR 8; 22).
2792 Por último, si recitamos en verdad el "Padre Nuestro",
salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que
recibimos. El adjetivo "nuestro" al comienzo de la Oración del Señor,
así como el "nosotros" de las cuatro últimas peticiones no es
exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5, 23-24; 6,
14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre
nosotros.
2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin
llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha
entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra
oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a "nuestro" Padre nos
abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos
los hombres y por todos los que no le conocen aún para que "estén
reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos
los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes
orantes.
IV "Que estás en
el cielo"
2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar ["el
espacio"] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su
majestad. Dios Padre no está "fuera", sino "más allá de todo" lo que
acerca de la santidad divina puede el hombre concebir. Como es tres
veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:
Con razón, estas palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo'
hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que
Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver
que reside en él Aquél a quien invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5.
17).
El "cielo" bien podía ser también aquellos que llevan la imagen
del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo
de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).
2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la
Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su
morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria
de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre,
hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3,
19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la
tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del
cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su
Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef
4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás
en el cielo", profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado en el
cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2, 6), "ocultos con Cristo en Dios" (Col
3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en este estado, deseando
ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial" (2 Co 5,
2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):
Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne.
Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola
a Diogneto 5, 8-9).
Resumen
2797 La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y
alegre son las disposiciones propias del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque nos lo ha
revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo,
somos incorporados y adoptados como hijos de Dios.
2799 La oración del Señor nos pone en comunión con el
Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a
nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la
voluntad de asemejarnos a él, así como debe fortalecer un corazón
humilde y confiado.
2801 Al decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza
en Jesucristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la caridad
divina que se extiende por medio de la Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que estás en el cielo" no designa un lugar sino la
majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo,
la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos
y a la que ya pertenecemos.
ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES
2803. Después de habernos puesto en presencia
de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu
filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete
bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la
Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El, ofrecen
nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al abismo" (Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva
hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu
Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que
amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no "nos"
nombramos, sino que lo que nos mueve es "el deseo ardiente", "el
ansia" del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12,
50): "Santificado sea ... venga ... hágase ...": estas tres súplicas
ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora
están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final
mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se
desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la
ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las
misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo:
"danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos". La cuarta y la
quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para
alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren
a nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la
oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones
somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la
caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para
nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la historia, que
ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre
cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por
medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I Santificado
sea tu nombre
2807 El término "santificar" debe entenderse
aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios
santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo:
reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la
adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una
acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es
enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en
que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a
nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su
Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle
que su Nombre sea santificado nos implica en "el benévolo designio que
él se propuso de antemano" para que nosotros seamos "santos e
inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1, 9. 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía,
Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no
se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es
santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar
inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la
creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la
irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a
su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal 8,
6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm
3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y
dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su Creador"
(Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el
juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo
sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo
manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios:
"se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este
pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o consagrada, es la
misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios
habita en él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le
vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: "Sed santos, porque yo, el
Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el Señor "tuvo respeto a su
Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y
"profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez 20, 36). Por eso, los
justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y
los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos
ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21;
Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su
Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su
oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo,
para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).
Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque
"santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar
su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús
es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido
"lavados, santificados, justificados en el Nombre del Señor Jesucristo
y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra
vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos
viene de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para
nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de
nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por
nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría santificar a Dios puesto que él
santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras 'Sed santos
porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el
bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos
todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar
nuestros pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por
tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros
(San Cipriano, Dom orat. 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra
vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado
entre las naciones:
Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva
y santifica a toda la creación por medio de la santidad... Se trata
del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros
pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por
nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino
es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras
del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado
entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para
merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el
nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos
que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en
los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para
conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos,
incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos
expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque
pedimos que lo sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es
escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis
que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace
"en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26).
Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre
a los que me has dado" (Jn 17, 11).
II Venga a
nosotros tu reino
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia"
se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre
concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios
está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a
través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de
Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía
está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique
Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los
días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra
espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede
ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano,
Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito
del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado
pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta
petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras
esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al
Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a
estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la
tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la
justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de
tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata
principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del
retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la
Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque
desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo
en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que
estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está
entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga 5,
16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad:
'¡Venga a nosotros tu Reino!'. Es necesario haber estado en la
escuela de Pablo para decir: 'Que el pecado no reine ya en nuestro
cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones,
sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu
Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los
cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y
el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que
están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación
del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de
poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para
servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45;
EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada
en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en
la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf
Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1
Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan"
(2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y
que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los unos a los otros
como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de
su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de
antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza ... a él por
quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo
designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad" (Ef
1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este
designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad
humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez
por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo,
oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede
decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). En la
oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi
voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí
por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la
voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos
santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo
de Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que
padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón
la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos
llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una
nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio
de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su
Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir
escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo
espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se
hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser
humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de
nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel
que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no
dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la
tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad
reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud
vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del
cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es
la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para
cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de
los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi
Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a
ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la
oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la
Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios
(cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables" al
Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas
palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por
estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la
Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido
la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).
IV
Danos hoy nuestro pan de cada día
2828 "Danos": es hermosa la confianza de
los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace salir su sol sobre malos
y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45) y da a todos
los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27). Jesús nos
enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro
Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de la
Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero
este "nosotros" lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y
nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus
necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida
no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los
bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la
montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la
Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna
pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda
inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial
de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él
les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a
Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a
Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen
hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama
del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a
una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus
conductas personales como en su solidaridad con la familia humana.
Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las
parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt
25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad
del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA
5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las
relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin
olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que
quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para
"muchos": La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los
bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y
espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia
de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20;
48). "Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo
dependiese de vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el
alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo,
dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa
en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que
implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen
los hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive
de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir,
de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos
sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre
sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la
Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente
cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la
Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también una expresión de
confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no
hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y
del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro tiempo
mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy.
Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo
es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy,
es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios",
no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido
temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para
confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido
cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente
cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada
al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de
inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la
Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede,
el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del
Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el
Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se
celebre "cada día".
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud
propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al
Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que
vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los
himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario
en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos
del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan
que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la
Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia,
llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento
celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
V Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo
comprendiera la primera parte de la frase, -"perdona nuestras
ofensas"- podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras
peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es
"para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de
la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido
antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra
respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".
Perdona nuestras ofensas...
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a
orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le
hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun
revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de
separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él,
como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores
ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con
una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y
su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo,
"tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef
1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los
sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, este desbordamiento de
misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos
perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de
Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no
amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al
negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se
cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del
Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su
gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la
única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la
Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial
del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es
posible para Dios".
... como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza
de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt
5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso"
(Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los
unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es
imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata
de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la
santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el
Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los
mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la
unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como'
nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor
sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn
13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza
del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con
esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no
perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto,
en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No
está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el
corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión
y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el
perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo
configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración
cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un
corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da
testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el
pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El
perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5,
18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf
Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón,
esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de
ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12),
de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra
deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima
Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1
Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf
Mt 5, 23-24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la
desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con
sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La
obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la
unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo
fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
VI
No nos dejes caer en la tentación
2846 Esta petición llega a la raíz de la
anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a
la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje caer" en ella.
Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa "no
permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes sucumbir a la
tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie" (St 1,
13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos
deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en
el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir
entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf
Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una "virtud probada" (Rm
5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1,
14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir"
en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira
de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la
vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la
muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres
... En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que
nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la
tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así,
descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los
bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una
decisión del corazón: "Porque donde esté tu tesoro, allí también
estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24).
"Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga
5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el
Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida
humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria
sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es
vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último
combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro
Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del
corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc
13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es
"guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su
Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos
continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6;
1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a
la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la
perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que
esté en vela" (Ap 16, 15).
VII Y Líbranos del
mal
2850 La última petición a nuestro Padre está
también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires
del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta
petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora
es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación
de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a
las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra
interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve
solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf
RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una
abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el
ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se
atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en
Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y
padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo
entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte
entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación
entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria
Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca,
sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a
tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder
del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado
vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias
del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la
costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en
Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este
mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que
Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el
juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo"
(Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf
Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de
gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción
de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre
de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer,
se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso,
el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya
que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos
igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y
futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición,
la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la
liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el
don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el
retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la
recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la
Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que
era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la
paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo
(MR, Embolismo).
LA
DOXOLOGÍA FINAL
2855 La doxología
final "Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor"
vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del
Padrenuestro: la glorificación de su nombre, la venida de su Reino y
el poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en
forma de adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia
celestial (cf Ap 1, 6; 4, 11; 5, 13). El príncipe de este mundo se
había atribuido con mentira estos tres títulos de realeza, poder y
gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y
nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado
definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos (cf
1 Co 15, 24-28).
2856 "Después,
terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de
este Amén, que significa 'Así sea' (cf Lc 1, 38), lo que contiene la
oración que Dios nos enseñó" (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst.
5, 18).
Resumen
2857 En el
Padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria
del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el
cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al
Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para
alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate
por la victoria del Bien sobre el Mal.
2858 Al pedir:
"Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la
santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús - por
nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
2859 En la
segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el
retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por
el crecimiento del Reino de Dios en el "hoy" de nuestras vidas.
2860 En la
tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su
Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.
2861 En la
cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con
nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del
cielo. "Nuestro pan" designa el alimento terrenal necesario para la
subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de
Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el "hoy" de Dios, como el
alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que
anticipa la Eucaristía.
2862 La quinta
petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la
cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar
a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
2863 Al decir:
"No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos permita
tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la
vigilancia y la perseverancia final.
2864 En la
última petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con la
Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre
el "Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone
personalmente a Dios y a Su plan de salvación.
2865 Con el
"Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete
peticiones: "Así sea".
FIN DEL CATECISMO