Queridos hermanos y hermanas:
"Y sucedió que, mientras ellos (San José y la Virgen Santísima)
estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo
primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en el alojamiento....Y fueron (los pastores) a toda prisa, y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a
conocer todo lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se
maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba
todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" . (San Lucas 2, 6-7, 16-19)
En estos días que nos preparamos para la celebración del Nacimiento
de Nuestro Señor Jesucristo, esta Escritura de San Lucas debe mover profundamente
nuestros corazones. En estos versículos podemos descubrir dos actitudes o disposiciones
opuestas en los corazones de los personajes envueltos en el drama de amor de la
Encarnación.
Vemos como la gente del pueblo de Belén tenían sus casas llenas y
ocupadas, y por ello no supieron reconocer el momento de la visita de Dios, dejando pasar
la gran oportunidad de que la Santísima Virgen diera a luz al Mesías en sus hogares.
También, vemos a la Santísima Virgen que en medio de las vicisitudes, sorpresas,
inconvenientes y manifestaciones de Dios, supo guardar todas las cosas en el silencio y
recogimiento de su Corazón.
La gente tenían sus casas y sus corazones llenos de bullicio y
ocupaciones; por ello Jesús no pudo nacer en sus casas. María Santísima tenía su
Corazón todo guardado y recogido para Dios y por ello Jesús no solo nace en Ella sino
que a través de Ella se da a todos nosotros.
Hermanos, cuanto podemos parecernos a la gente del pueblo de Belén y
dejar pasar esta Navidad sin haber tomado el tiempo para tener mas oración, mas
meditación de las Escrituras, mas silencio y recogimiento interior. Para que el Señor
venga a nosotros requiere un tiempo de preparación, un tiempo necesario de oración y
penitencia para allanarle el camino, para purificar nuestros corazones y sentidos, para
bajar las colinas de nuestros pecados e imperfecciones, y para rellenar las escaseces de
virtud y santidad.
Muchas veces, podemos caer en el ruido, el trajín, las prisas y llenar
nuestros corazones de tantas cosas y planes, que no somos capaces de percibir cuando el
Señor toca a la puerta de nuestra vida, acompañado de Su Madre, para que Ella le de a
luz en nuestro corazón.
Debemos, más bien, tratar de imitar las disposiciones internas del
Corazón de María. Ella, portadora del Mesías, lo espera con anhelo, lo espera con
profunda ilusión y fe. Ella sabe que para esperar al Salvador del mundo, hay que
disponerse a recibirlo con reverencia, agradecimiento y profundo gozo.
La Santísima Virgen nos enseña como debemos vivir el Adviento que nos
prepara para la Navidad. Hay que desarrollar la vida interior, cimentando nuestro corazón
en tierra sólida, construyendo el castillo interiorcon las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad; recogiendo
nuestro corazón con silencio, oración, penitencia, vida sacramental y meditación de la
Palabra. Debemos ser como Ella que todo lo guardaba y lo meditaba en su Corazón.
Pedimos al Señor que a todos nos de un corazón semejante al de la
Virgen Santísima, para que esperemos la Navidad con espíritu de alegría y recogimiento,
y para que cuando este día llegue abramos, de par en par, las puertas al Redentor.
¡Qué el día de la Navidad,
junto con los ángeles y pastores, todos nos postremos a los pies del Niño que se
encuentra junto a Su Madre!