Queridos hermanos y hermanas:
"En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra
era Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. La Palabra
era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En ella estaba
la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la vencieron." (Juan, 1)
El gran misterio de amor manifestado en la Encarnación es que Dios se hace hombre,
asume plenamente la humanidad. ¡Cuánto ama Dios la vida humana que se anonada hasta
hacerse uno de nosotros!. Y es por eso que esta Navidad, cuando celebramos el nacimiento
de Nuestro Señor Jesucristo, debe ser un tiempo de reflexionar sobre el don de la vida
humana y de adentrarnos en el misterio del Evangelio de la Vida, el cual está en el
centro del mensaje de salvación.
Nos dice S.S. Juan Pablo II en su reciente Encíclica "El Evangelio de la
Vida":
"En la aurora de la salvación, el nacimiento de un niño es proclamado como
gozosa noticia: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor." (Luc 2,
10-11). El nacimiento del Salvador produce ciertamente esta "gran alegría";
pero la Navidad pone también de manifiesto el sentido profundo de todo nacimiento humano,
y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por
cada niño que nace."
Vivimos en una época de la historia, donde vemos muchas y nuevas amenazas a la vida
humana, tanto física como espiritual. Como le llama nuestro Santo Padre: estamos en la
gran lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte: la vida de los niños no
es acogida con alegría, la vida de los ancianos parece ser un estorbo; las estructuras
sociales no favorecen la vida familiar; la violencia pareciera obscurecer la paz; la vida
de la gracia y santidad es propuesta como un ideal imposible de alcanzar; la ambición
opaca la justicia; el egoísmo desplaza al amor. ¡Cuántas agresiones a la vida!
Y es precisamente por eso que celebrar de corazón la Navidad significa comprender el
valor de la vida humana, hacernos defensores de la vida y proclamar con nuestras palabras,
decisiones y acciones que Jesús vino para darnos vida, y vida en abundancia.
Jesús quiere revelar al mundo esta "buena noticia" sobre la vida, quiere
decirle al hombre que ha sido elevado a la dignidad de hijo de Dios, y que se le ha sido
dada la gracia para vivir según esa dignidad; que para esto el nació, murió y
resucitó.
Nosotros estamos llamados a ser portadores de la vida a imitación de María
Santísima, a darle al mundo la luz de Jesús, la vida de Jesús. A un mundo tan falto de
fe, debemos revelar al Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros. A un mundo tan
atado al pecado y a las pasiones bajas, debemos revelar el poder liberador de la Cruz de
Cristo. A un mundo tan frío e indiferente, debemos manifestar el Corazón que tanto ha
amado a los hombres y que no ha escatimado en nada por salvarles. A un mundo tan agresivo
y violento, nosotros debemos trasmitir la auténtica paz, respondiendo al insulto con
bendición, a la injusticia, con justicia, a la injuria con perdón, a los gritos con
silencio, a la indiferencia con atención. A un mundo egoísta, que desprecia al más
débil, al enfermo, al no nacido y al anciano, al extranjero, pobre y desvalido, debemos
revelar a un Dios que acoge, que abraza la pobreza humana, la debilidad humana y que con
ello confunde a los sabios y poderosos. A un mundo arrogante y soberbio, revelemos el
valor insustituible de la humildad y mansedumbre.
Esto es, hermanos y hermanas, lo que nosotras las Siervas de los Corazones Traspasados
de Jesús y María, les deseamos esta Navidad: Que anunciemos con firmeza y amor a los
hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la Vida. Que lo acojamos como don siempre nuevo,
que lo celebremos con gratitud y que lo testimoniemos con valentía y constancia.
¡Qué en esta Navidad, la vida de Cristo, luz del mundo, disipe las tinieblas de
nuestros corazones y del mundo entero! ¡Qué María, Madre de Cristo, portadora de
la vida, nos lleve de la mano hacia Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida!
Con todo nuestro cariño y agradecimiento,