Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 

XVII Edición

febrero 2003


eN EL CORAZÓN DE MARÍA

“El Ángel de Yahvé llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos, y dijo: 'Por mí mismo juro, oráculo de Yahvé, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz' Gén. 22:15-18.

El buen cristiano debe amar al Señor de una forma pura y desinteresada, reconociendo la magnanimidad y belleza del Creador, sometiéndole toda su vida y su ser. “No me mueve mi Dios, para quererte, el Cielo que me tienes prometido...”, así comienza una poesía que muchos conocemos, y que pone de manifiesto esa actitud de puro amor para con Dios que nos debe caracterizar. Ésta era precisamente la actitud primordial de Abraham, nuestro padre en la fe, quien se dispuso fielmente a sacrificar a su único hijo, Isaac, por amor. Pese al dolor que este acto le causaba, se mantuvo firme en su decisión de obedecer a Dios por sobre todas las cosas.
Sin embargo, a pesar de ese santo desinterés que debería mover nuestros actos y pensamientos, vale la pena fijar nuestra atención en el cumplimiento de las promesas de Dios, en la palabra que pronuncia el Señor, conmovido ante la respuesta afirmativa de su siervo: "Te colmaré de bendiciones... por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra."

Hoy más que nunca el pueblo de Dios necesita ser colmado de bendiciones, asediado como está por todos los flancos, y con las fuerzas del mal arremetiendo contra nosotros con poder. El desafío de la familia de hoy, radica en ese mismo ofrecimiento que hubiera de hacer Abraham, y que para nosotros se traduce en aportar a la Iglesia con vocaciones religiosas que se fomenten y crezcan en el hogar cristiano. Si todos nos dispusiéramos a orar por las vocaciones y a dar a conocer a los jóvenes el verdadero rostro de la vida religiosa, ciertamente recibiríamos el ciento por uno que Dios está deseoso de conceder a su pueblo.

La Santísima Virgen María, la Mujer de Dios por excelencia, “la nueva Eva”, amaba y conocía las Sagradas Escrituras, y siendo Inmaculada, personificaba esa misma actitud humilde, dócil y desinteresada que caracterizaba a Abraham. Ella supo responder con mayor prontitud aún, y con una entrega que sobrepasa nuestro entendimiento. María al pie de la Cruz, siendo Madre del Cordero, no solamente efectúa su entrega maternal, sino que también Ella misma se inmola junto a su Hijo. Ella ofrece al Padre su Corazón Traspasado y al mismo tiempo nos recibe a todos los fieles como hijos. Contemplemos la fecundidad de su entrega, el valor de su dolor... su continuo sí aporta sobremanera a la obra Redentora de su Hijo en la Cruz. Este sufrimiento hasta el extremo tiene una trascendencia sin límites: La Vida Eterna que Jesús obtuvo para nosotros.

Junto a María, y con las gracias que como Madre y Mediadora nos concede, podrá la familia de hoy apartarse de ese camino de indiferencia ante Dios que parece nublar a nuestra sociedad. Hemos de pedirle que con sus manos purísimas, cultive para la Iglesia vocaciones santas que surjan de nuestras familias.

El 6 de Mayo de 1927, Jesús se dirigió a la Beata Dina Bélanger con estas palabras: “Si todas las almas consagradas no me negasen nada y me dejaran siempre obrar libremente en ellas, todas las otras almas se salvarían. Sí, todas las otras almas se salvarían. Por medio de ellas Yo suplicaría y rogaría a mi Padre salvar y santificar a todas las otras almas, según su divina voluntad, y no podría negármelo.” Ante semejantes palabras, el celo por las vocaciones debería consumir nuestro corazón, no sólo permitiendo que el Señor escogiera de entre su pueblo, sino más bien suplicándole que pusiese su mirada amorosa sobre nuestra familia en particular.

Ofrezcámosle al Padre, en la persona de nuestros hijos, nietos y sobrinos, el futuro de la Iglesia Santa de Nuestro Señor Jesucristo.
 

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