9 de noviembre:
Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; I Corintios 3,9-13.16-17; Juan
2,13-22
Ver también:
Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, que es llamada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe», en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro que, como escribió san Ignacio de Antioquía, «preside a todos los congregados en la caridad».
Dios está en todas partes y no solo en el templos que los
hombres edifican. Sin embargo, ya desde el A.T.
Dios enseña a su pueblo la importancia de los lugares santos consagrados
a El.
Jesús enseña con su ejemplo la importancia del Templo. Cuando
estaba en Jerusalén solía ir al Templo a enseñar. El mismo había sido
allí presentado a Su Padre. El Evangelio de hoy nos enseña que el celo
por la casa de Dios, Su Padre, le consume.
El Templo es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha
acogido Su Palabra.
El Templo es el lugar consagrado a Dios
donde los fieles se reúne para darle
culto.
Ciertamente una religiosidad conformada sólo por prácticas
exteriores no sirve de nada; Jesús se opone a ella en todo el Evangelio.
Pero no hay oposición entre la religión de los signos y de los
sacramentos y la íntima, personas; entre el rito y el espíritu. Los
grandes genios religiosos (pensemos en Agustín, Pascal, Kierkegaard,
Manzoni) eran hombres de una interioridad profunda y sumamente personal
y, al mismo tiempo, estaban integrados en una comunidad, iban a su
iglesia, eran "practicantes".
En las Confesiones (VIII,2), san Agustín narra cómo tiene lugar
al conversión al paganismo del gran orador y filósofo romano Victorino.
Al convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote
Simpliciano: "Ahora soy cristiano". Simpliciano le respondía: "No te
creo hasta que te vea en la iglesia de Cristo". El otro le preguntó:
"Entonces, ¿son las paredes las que nos hacen cristianos?". Y el tema
quedó en el aire. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio la palabra
de Cristo: "quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se
avergonzará el Hijo del hombre". Comprendió que el respeto humano, el
miedo de lo que pudieran decir sus colegas, le impedía ir a la iglesia.
Fue a ver a Simpliciano y le dijo: [Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]
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