Oficio de lectura, VII viernes del tiempo ordinario
Mi corazón se
alegra en el Señor
San
Gregorio
de Agrigento, obispo
De su comentario
sobre el Eclesiastés
(Libro
8,6:
PG, 1071-1074)
Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha
aceptado tus obras.
Si
queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato,
diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés,
de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las
enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con
alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en
nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por
el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es
recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los
necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a
aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y
nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y
da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino
espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en
el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio
de nuestra salvación:
Jesús tomó
pan, dio gracias, y dijo
a sus santos discípulos y
apóstoles:
«Tomad y comed, esto es
mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los
pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él,
éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será
derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados».
En efecto, los que comen de este pan y beben de
este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden
exclamar: Has puesto la alegría en
nuestro corazón.
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se
refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el
libro de los Proverbios:
Venid a
comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado,
indicando
la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos
de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las
obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el
Evangelio:
Alumbre así vuestra luz
a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca
sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la
verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.
Continuación
Oración
Dios todopoderoso y eterno, concede a
tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir,
de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Oficio de lectura, VII sábado del tiempo ordinario
Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes
San Gregorio de Agrigento, obispo.
De su comentario sobre el libro del Eclesiastés
(Libro 10,2: PG 98, 1138-1139
Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena
contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el
mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por
esto, Moisés, el vidente de Dios. había dicho ya antes: Y vio Dios
que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna,
verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre,
esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre,
compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el
salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del
que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su
presencia.
Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el
contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, á aquel
que en el tiempo de su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Y también: El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo.
Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos
corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue, en
verdad, sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser
instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras
convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque, en
realidad, no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios
verdadero, y, por esto, hizo que los ciegos vieran, que los cojos
caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los
muertos con el solo imperio de su voz.
Pero, también ahora, es cosa dulcísima fijar en él los ojos del
espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina
hermosura y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados
y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de
santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría
divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto
es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés, cuando decía: Si uno vive
muchos anos, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de
justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a
él, dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de
alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la
alabanza de los buenos.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, concede a tu
pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de
palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor
Jesucristo.