Oficio de lectura, VI miércoles del tiempo ordinario
La sabiduría de Dios nos mezcló su vino y puso su mesa
Procopio de Gaza, obispo, sobre el libro de Proverbios
(Cap. 9: PG 87, 1, 1299-1303)
La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de
Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que
habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a
imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte
visible y en parte invisible.
Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para
que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones
del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento
y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre
espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por
la participación de los bienes espirituales.
Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don
de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear
los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don
de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los
falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos
hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de
percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a
someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los
falsos.
Ha mezclado el vino en la copa y puesto la mesa. Y en el hombre
que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo
espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la
ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora
de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas
que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud
por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas
con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados
al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.
Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió
a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación
evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley
escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual,
como en una copa, por el misterio de la encarnación tuvo lugar una
mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola
persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos:
«Los faltos de juicio, que vengan a mi. El insensato, que piensa en
su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí
por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas.
Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan
y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de
fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice:
«Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece;
bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita
y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la
divinidad, para vuestra salvación».
Oración:
Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de
corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos
tenerte siempre con nosotros, Por nuestro Señor Jesucristo.