Oficio de lectura, IV Sábado del tiempo ordinario
Sobre la Iglesia en el mundo actual
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio
Vaticano II.
# 35-36 (Ver también
# 33,34
39)
Hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han
manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido
suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por
las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos
a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.
Pero, si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en
el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el
hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que
admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este
modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su
Creador. |
LA ACTIVIDAD HUMANA
La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena
al hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y
la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho,
cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Un desarrollo de este
género, bien entendido, es de más alto valor que las riquezas exteriores
que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que
tiene.
De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor
justicia, una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus
relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque éste puede
ciertamente suministrar, como si dijéramos, el material para la
promoción humana, pero no es capaz de hacer por sí solo que esa
promoción se convierta en realidad.
De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según
el designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género
humano y constituya para el hombre, individual y socialmente
considerado, un enriquecimiento y realización de su entera vocación.
Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más
estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un
obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia.
Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades
tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas
conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente
legítima esta exigencia de autonomía, que no sólo reclaman los hombres
de nuestro tiempo, sino que responde además a la voluntad del Creador.
Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas están dotadas
de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias leyes y orden,
que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de
cada una de las ciencias o artes.
Por esto, hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han
manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido
suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por
las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos
a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.
Pero, si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en
el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el
hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que
admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este
modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su
Creador.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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