Oficio de lectura,
Miércoles IV, Tiempo Ordinario
El discernimiento de espíritus se adquiere por el gusto espiritual
De los capítulos de
Diadoco de Foticé, obispo, sobre la perfección
espiritual.
(Capítulos 6.26. 27. 30: PG 65, 1169. 1175-1176)
El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del
mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que
conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella misma
alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va
ya segura en pos de la caridad.
Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la
paz del espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que
la asaltan, guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y
provienen de Dios, y arrojando de este almacén natural los que son malos
y proceden del demonio. El mar, cuando está en calma, permite a los
pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dónde se hallan los
peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella
visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los
pescadores.
Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él,
como el más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le
podremos arrebatar a éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión
el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra alma pacificada, y así
tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conocimiento; si ella
brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto
las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se
debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y
gloriosa.
Por esto, dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no
entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos,
no sea que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos
extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero
sí que al contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre él
y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en
tinieblas.
La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da
el verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal
del gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable,
discerniendo sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro
espíritu, desde el momento en que comienza a gozar de plena salud y a
prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimentar la
abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo
de su sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo
mejor, según lo que dice el Apóstol: Y ésta es mi oración: Que vuestro
amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para
apreciar los valores.
Oración
Señor, concédenos amarte con todo el
corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por
nuestro Señor Jesucristo.