Oficio de Lectura,
XXXIII martes del Tiempo Ordinario
Mira a tu rey que viene a
ti justo y victorioso
De los sermones de
san Andrés de Creta,
obispo
Sermón 9, Sobre el domingo de Ramos
Digamos, digamos también nosotros a Cristo:
¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!
Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la
victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de
olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda
material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los
deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros,
penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona
sea para el, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella
aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu
rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino
de borrica.
El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con
su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El
que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de
sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus
murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se
ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate,
Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica
por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también,
hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo.
¡Levántate, brilla (así
aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías),
que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo,
alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna,
aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz
invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz
que envolvió a los pastores y guió a los Magos en su camino. Aquella
luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a
existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que
vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la paz,
en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre,
tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y
pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria
con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su
gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado,
atraeré a todos hacia mí.