Oficio de
Lectura, XXI Sábado del Tiempo Ordinario
Al adornar el templo, no desprecies al
hermano necesitado
De las homilías de
San Juan
Crisóstomo sobre el evangelio de san Mateo
50,3-4
¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo
desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni
lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir
lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo:
Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo
que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de
comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo
a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de
hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino
pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo
cuidado nos preocupemos de ellos.
Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con
aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se
quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le
agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro
pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los
pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor
deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor
el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a
los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de
oro, pero SI, en cambio. desea almas semejantes al oro.
No digo esto con objeto de prohibir la entrega
de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar
que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe
pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios
acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más
las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda
hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de
la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la
recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de
vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de
caridad.
¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con
vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de
comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la
mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres
capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el
altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor
el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con
ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento
indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a
contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las
gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si,
viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de
su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando
que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres
burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?
Piensa, pues, que es esto lo que haces con
Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y,
sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y
las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas,
y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel.
Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de
tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo
necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto
a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que
por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado
por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno,
el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están
destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al
adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado,
porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.