Oficio de Lectura, XXI
jueves del Tiempo Ordinario
Tú, Señor, eres todo lo nuestro
De las instrucciones
de
San Columbano,
abad
Instrucción
13, sobre Cristo, fuente de vida 2-3
Hermanos, seamos fieles a nuestra
vocación. A través de ella nos llama a la fuente de la vida
aquel que es la vida misma, que es fuente de agua viva y
fuente de vida eterna, fuente de luz y fuente de resplandor,
ya que de él procede todo esto: sabiduría y vida, luz
eterna. El autor de la vida es fuente de vida, el creador de
la luz es fuente de resplandor. Por eso, dejando a un lado
lo visible y prescindiendo de las cosas de este mundo,
busquemos en lo más alto del cielo la fuente de la luz, la
fuente de la vida, la fuente de agua viva, como si fuéramos
peces inteligentes y que saben discurrir; allí podremos
beber el agua viva que salta hasta
la vida eterna.
Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos
dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también
yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la
fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la
abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi
espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata
resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana
agua que salta hasta la vida
eterna!»
Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos
de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella.
Cristo Señor, danos siempre esa agua, para
que haya también en nosotros un surtidor de agua viva
que salta hasta la vida eterna. Es verdad que pido
grandes cosas, ¿quién lo puede ignorar? Pero tú eres el rey
de la gloria y sabes dar cosas excelentes, y tus promesas
son magníficas. No hay ser que te aventaje. Y te diste a
nosotros. Y te diste por nosotros.
Por eso, te pedimos que vayamos ahondando
en el conocimiento de lo que tiene que constituir nuestro
amor. No pedimos que nos des cosa distinta de ti. Porque tú
eres todo lo nuestro: nuestra vida, nuestra luz, nuestra
salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios.
Infunde en nuestros corazones, Jesús querido, el soplo de tu
Espíritu e inflama nuestras almas en tu amor, de modo que
cada uno de nosotros pueda decir con verdad: «Muéstrame
al amado de mi alma, porque estoy herido de amor.»
Que no falten en mí esas heridas, Señor.
Dichosa el alma que está así herida de amor. Ésa va en busca
de la fuente. Ésa va a beber. Y, por más que bebe, siempre
tiene sed. Siempre sorbe con ansia, porque siempre bebe con
sed. Y, así, siempre va buscando con amor, porque halla la
salud en las mismas heridas. Que se digne dejar impresas en
lo más íntimo de nuestras almas esas saludables heridas el
compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro
Dios y Señor Jesucristo, que es uno con el Padre y el
Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Oración
Oh Dios,
que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo,
inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza
en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del
mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera
alegría. Por nuestro Señor Jesucristo.