Oficio de lectura, XIX
sábado del tiempo ordinario
¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado?
Sermón de
San Paciano,
obispo, sobre el bautismo
Núms 6-7
Nosotros, que somos imagen del hombre
terreno, seremos también imagen del hombre celestial;
porque el primer hombre, hecho de
tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Si
obramos así, hermanos, ya no moriremos. Aunque nuestro cuerpo se
deshaga, viviremos en Cristo, como él mismo dice:
El que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá.
Por lo demás, tenemos certeza, por el mismo
testimonio del Señor, que Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los
santos de Dios viven. De ellos dice el Señor: Para él todos
están vivos. No es Dios de muertos, sino de vivos. Y el
Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y una
ganancia el morir; deseo partir para estar con Cristo. Y
añade en otro lugar: Mientras sea el cuerpo nuestro
domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin
verlo, guiados por la fe. Esta es nuestra fe, queridos
hermanos. Además: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con
esta vida, somos los hombres más desgraciados. La vida
meramente natural nos es común, aunque no igual en duración,
como lo veis vosotros mismos, con los animales, las fieras y las
aves. Lo que es propio del hombre es lo que Cristo nos ha dado
por su Espíritu, es decir, la vida eterna, siempre que ya no
cometamos más pecados. Pues, de la misma forma que la muerte se
adquiere con el pecado, se evita con la virtud.
Porque el pecado paga con muerte, mientras que
Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor
nuestro.
Como afirma el Apóstol, él es quien redime,
perdonándonos todos los pecados. Borró el protocolo que no
condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó
de en medio, clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de
Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en
espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo. Ha
liberado a los cautivos y ha roto nuestras cadenas, como lo dijo
David: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los
ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y
en otro lugar: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un
sacrificio de alabanza. Así, pues, somos liberados de las
cadenas cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos
bajo el estandarte del Señor, liberados por la sangre y el
nombre de Cristo.
Por lo tanto, queridos hermanos, de una vez
para siempre hemos sido lavados, de una vez para siempre hemos
sido liberados y de una vez para siempre hemos sido trasladados
al reino inmortal; de una vez para siempre, dichosos los que
están absueltos de sus culpas, a quienes les han sepultado sus
pecados. Mantened con fidelidad lo que habéis recibido,
conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e
inmaculados para el día del Señor.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos
llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial,
para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro
Señor Jesucristo.