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Oficio de lectura, XIX jueves del tiempo ordinario
Tenemos a Cristo que es nuestra paz y nuestra luz
Del tratado de
san Gregorio de Nisa,
obispo, sobre el perfecto modelo del cristiano
Él es nuestra paz, él ha
hecho de los dos pueblos una sola cosa.
Teniendo en cuenta que Cristo es la paz,
mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con
nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en
nosotros y que es el mismo Cristo. Él
ha dado muerte al odio, como dice el
Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que este odio reviva en
nosotros, antes demostremos que está del todo muerto. Dios, por nuestra
salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora, que yace bien
muerto, no seamos nosotros quienes lo resucitemos en perjuicio de
nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.
Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros
también matemos el odio, de manera que nuestra vida sea una prolongación
de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que él,
derribando la barrera de separación, de los dos pueblos creó en su
persona un solo hombre, estableciendo la paz, así también nosotros
atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino
también de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese
ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del
espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a
la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada esta
dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos
a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz
en nosotros mismos.
La paz se define como la concordia entre las partes
disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna,
propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos
nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la
veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Además, considerando que Cristo
es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta
de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la
luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él
emanan para iluminarnos, para que
dejemos las actividades de las tinieblas y nos conduzcamos como en pleno
día, con dignidad. Y,
apartando de nosotros las ignominias
que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos
convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz,
iluminemos a los demás con nuestras obras.
Y, si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra
santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e
impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo
nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras,
sino con los actos de nuestra vida.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar
Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que
merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.
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y María
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