Oficio de lectura, XVI domingo de tiempo ordinario
Es necesario no sólo
llamarse cristianos, sino serlo en realidad
San Ignacio de
Antioquía, obispo y mártir
Comienza la carta a los
Magnesios,
caps 1,1-5,2
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir,
Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la
bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro
Salvador: mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en
Dios Padre y en Jesucristo.
Después de enterarme del orden perfecto de vuestra
caridad según Dios, me he determinado, con regocijo mío, a tener en
la fe en Jesucristo esta conversación con vosotros. Habiéndose
dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy
entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de
alabanza a las Iglesias, a las que deseo la unión con la carne y el
espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para siempre, una unión
en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión
con Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de
toda malignidad del príncipe de este mundo, y así alcanzaremos a
Dios.
Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la
persona de Damas, vuestro obispo, digno de Dios, y en la persona de
vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del diácono
Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar,
pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de
los presbíteros como a la ley de Jesucristo.
Es necesario que no tengáis en menos la poca edad
de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre,
le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos
presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la
vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por
mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo
o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha
amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento,
porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría
de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo
invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal,
sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.
Es pues necesario no sólo llamarse cristianos,
sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente
al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen
todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena
conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme
al mandamiento.
Ahora bien, las cosas están tocando a su término,
y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y
cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de
dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una
grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo, y los que
han permanecido fieles por la caridad, el cuño de Dios Padre,
grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él,
para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.
(otros capítulos a continuación)
Oficio de lectura,
XVI Lunes del tiempo ordinario
Una sola oración y una sola esperanza
en la caridad y en la santa alegría
De la carta de
San Ignacio de
Antioquía, obispo y mártir, a los magnesios.
Caps 6,1-9,2
Como en las personas de vuestra comunidad, que
tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a
todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo
todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que
ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al
colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy
queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de
Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos y se
manifestó en estos últimos tiempos.
Así pues, todos, conformándoos al proceder de
Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto
de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en
todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes
bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os
presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.
Por consiguiente, a la manera que el Señor nada
hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él
–nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles–, así también
vosotros, nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los
presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis
separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración,
una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno
solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a
una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo
Jesucristo que procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo
y a él solo ha vuelto.
No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por
cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente
seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido
la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo.
Por eso, justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su
gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo
Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de
Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y
que en todo agradó a aquel que lo había enviado.
Ahora bien, si los que se habían criado en el
antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando
ya el sábado, sino considerando el domingo como el principio de su
vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor
y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los
mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a
su Maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una
vez llegado, los resucitó de entre los muertos.
Oficio de lectura,
XVI Martes del tiempo ordinario
Tenéis a Cristo en vosotros
Carta de
San Ignacio de
Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios.
(Caps. 10,1-15: Funk 1, 199-203)
No permita Dios que permanezcamos insensibles
ante la bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario
de actuar, ya podríamos darnos por perdidos. Así pues, ya que
nos hemos hecho discípulos suyos, aprendamos a Vivir conforme al
cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre distinto del
suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura,
vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es
Jesucristo. Impregnaos de la sal de Cristo, a fin de que nadie
se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis
calificados.
Todo eso, queridos hermanos, no os lo escribo porque haya sabido
que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como
el menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor
vuestro, no sea que piquéis en el anzuelo de la vana
especulación, sino que tengáis plena certidumbre del nacimiento,
pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el gobierno de
Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente
por Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que
ninguno de vosotros se aparte.
¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, Si YO fuera
digno de ello! Porque, si es cierto que estoy encadenado, sin
embargo, no puedo compararme con uno solo de vosotros, que
estáis sueltos. Sé que no os hincha con mi alabanza, pues tenéis
dentro de vosotros a Jesucristo. Y más bien sé que, cuando os
alabo, os avergonzáis, como está escrito: El justo se acusa a s{
mismo.
Poned, pues, todo vuestro empeño en afianzaros en doctrina del
Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis
tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y
en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo,
en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo,
a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro
colegio de presbíteros, y a vuestros diáconos, tan gratos a
Dios. Someteos vuestro obispo, y también mutuamente unos a
otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su
Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin
de que entre vosotros haya unidad tanto corporal como
espiritual.
Como sé que estáis llenos de Dios, sólo brevemente os he
exhortado. Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre
alcanzar a Dios, y acordaos también de la Iglesia de Siria, de
la que no soy digno de llamarme miembro. Necesito de vuestras
plegarias a Dios y de vuestra caridad, para que la Iglesia de
Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de vuestra
Iglesia.
Os saludan los efesios desde Esmirna, de donde os escribo, los
cuales están aquí presentes para gloria de Dios y que,
juntamente con Policarpo, obispo de Esmirna, han procurado
atenderme y darme gusto en todo. Igualmente os saludan todas las
demás Iglesias en honor de Jesucristo. Os envío mi despedida, a
vosotros que vivís unidos a Dios y que estáis en posesión de un
espíritu inseparable, que es Jesucristo.