Oficio de lectura,
martes XIV del tiempo ordinario
Los de fuera, lo quieran o no, son
hermanos nuestros
San Agustín, De los comentarios
sobre los salmos (32,29:CCL 38,272-273)
Hermanos, os
exhortamos vivamente a que tengáis caridad no sólo para con vosotros
mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los
paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están
separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que
nosotros, pero están divididos de su cuerpo. Deploremos, hermanos,
su suerte, sabiendo que se trata de nuestros hermanos. Lo quieran o
no, son hermanos nuestros. Dejarían de serlo si dejaran de decir:
Padre nuestro.
Dijo de algunos el profeta: A los que os dicen: «No sois hermanos
nuestros», decidles: «Sois hermanos nuestros.» Atended a quiénes se
refería al decir esto. ¿Por ventura a los paganos? No, porque, según
el modo de hablar de las Escrituras y de la Iglesia, no los llamamos
hermanos. ¿Por ventura a los judíos, que no creyeron en Cristo?
Leed los escritos del Apóstol, y veréis que, cuando dice «hermanos»
sin más, se refiere únicamente a los cristianos: Tú, ¿por qué juzgas
a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Y dice también en
otro lugar: Sois injustos y ladrones, y eso con hermanos vuestros.
Ésos, pues, que dicen: «No sois hermanos nuestros», nos llaman
paganos. Por esto, quieren bautizarnos de nuevo, pues dicen que
nosotros no tenemos lo que ellos dan. Por esto, es lógico su error,
al negar que nosotros somos sus hermanos. Mas, ¿por qué nos dijo el
profeta, Decidles: «Sois hermanos nuestros», sino porque admitimos
como bueno su bautismo y por esto no lo repetimos? Ellos, al no
admitir nuestro bautismo, niegan que seamos hermanos suyos; en
cambio, nosotros, que no repetimos su bautismo, porque lo
reconocemos igual al nuestro, les decimos: Sois hermanos nuestros.
Si ellos nos dicen: «¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis?»,
les respondemos: Sois hermanos nuestros. Si dicen: «Apartaos de
nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros», nosotros sí que
tenemos que ver con ellos: si reconocemos al mismo Cristo, debemos
estar unidos en un mismo cuerpo y bajo una misma cabeza.
Os conjuramos, pues, hermanos, por las entrañas de caridad, con cuya
leche nos nutrimos, con cuyo pan nos fortalecemos, os conjuramos por
Cristo, nuestro Señor, por su mansedumbre, a que usemos con ellos de
una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por
ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que
reflexionen y se den cuenta que no tienen en absoluto nada que decir
contra la verdad; lo único que les queda es la enfermedad de su
animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree.
Oremos por los débiles, por los que juzgan según la carne, por los
que obran de un modo puramente humano, que son, sin embargo,
hermanos nuestros, pues celebran los mismos sacramentos que
nosotros, aunque no con nosotros, que responden un mismo Amén que
nosotros, aunque no con nosotros; prodigad ante Dios por ellos lo
más entrañable de vuestra caridad.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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