Oficio de lectura, jueves de la
octava de pascua
Catequesis de Jerusalén
Catequesis 20, Mistagogica 21, 4-6: PG 33, 1079-1082
Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino
bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro.
Y se os preguntó a cada uno si creíais en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber
confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el
agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello
significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura
de Cristo.
Pues así como nuestro Salvador pasó en el seno de
la tierra tres días y tres noches, de la misma manera vosotros
habéis imitado con vuestra primera emersión el primer día que Cristo
estuvo en la tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche.
Porque como el que anda durante el día lo percibe todo, del mismo
modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver
nada; en cambio al emerger os pareció encontraros en pleno día; y en
un mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua
salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo
Salomón, a propósito de otras cosas: Tiempo de nacer, tiempo de
morir; pero a vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis
un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo
instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto
con vuestra muerte.
¡Oh maravilla nueva e inaudita! No hemos muerto ni
hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados,
en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas
realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera.
Cristo sí que fue realmente crucificado y su
cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en
cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él
padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la
salvación.
¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo
fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies,
sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni
ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus
dolores.
No piense nadie, pues, que el Bautismo fue dado
sólamente por el perdón de los pecados y para alcanzar la gracia de
la adopción, como en el caso del bautismo de Juan, que confería sólo
el perdón de los pecados; nuestro bautismo, como bien sabemos,
además de limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu es
también tipo y expresión de la Pasión de Cristo. Por eso Pablo
decía: ¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos
incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el
bautismo fuimos sepultados con él en la muerte.