Del Oficio de
Lectura, 26 de Septiembre,
San Cosme y san
Damián, Mártires
Preciosa es la muerte de
los mártires,
comprada con el precio de la muerte de Cristo
De los sermones de
san Agustín,
obispo
Sermón 329, en el natalicio
de los mártires, 1-2: PL 38,m 1454-1455
Por los hechos tan excelsos de los santos
mártires, en los que florece la Iglesia por todas partes,
comprobamos con nuestros propios ojos cuán verdad sea
aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la
muerte de sus fieles, pues nos place a nosotros y a
aquel en cuyo honor ha sido ofrecida.
Pero el precio de todas estas muertes es
la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la
muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran
multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus
palabras cuando se acercaba al momento de nuestra redención:
Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
En la cruz se realizó un excelso trueque:
allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de
Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre,
que fue el precio de todo el mundo.
Fueron comprados los fieles y los
mártires: pero la fe de los mártires ha sido ya comprobada;
su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió, lo
han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan:
Cristo dio su vida por nosotros;
también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Y también, en otro lugar, se afirma:
Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente
qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo
que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el
banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que
invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a
los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho
precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo
como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo
que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo
que de él habían recibido.
Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones
si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en
concedérselos? ¿Cómo pagaré al
Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la
salvación.
¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa
de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber
primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo.
Es ésta la copa: la reconocemos por las palabras de Cristo,
cuando dice: Padre, si es posible,
que se aleje de mi ese cáliz.
De este mismo cáliz, afirmaron, pues, los
mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su
nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No»,
dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre
del Señor». ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en
ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor:
yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía
la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos,
en la tierra, vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a
sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se
acabaron los dolores y han recibido el honor.
Oración
Proclamamos, Señor, tu grandeza al
celebrar la memoria de tus mártires Cosme y Damián, porque a
ellos les diste el premio de la gloria y a nosotros nos
proteges con tu maravillosa providencia. Por nuestro Señor
Jesucristo.